Tal como reflejaba la declaración de Red Roja sacada
entonces (*), por nuestra parte se ha sabido ganar un espacio propio
dentro de las Marchas desde donde proyectar una influencia en su seno.
Pero si entonces hubo que superar esquemas dogmáticos y sectarios (del
tipo “aquello no era suficientemente proletario”) y nacionalistas (“la
crisis es España y en Madrid no se me ha perdido nada”), hoy hay que
poner un mayor acento en que el fortalecimiento de las posiciones
revolucionarias –tanto al interior del 22M como en la relación de este
con el exterior- pasa por distinguirnos mucho más nítidamente de los
planteamientos reformistas y fuertemente electoralistas que siembran de
impotencia y desamparo la “indignación popular contra la crisis”.
(Nota previa: el siguiente texto es una versión algo más ampliada del artículo que saldrá en los próximos días en el número 11 de la revista "Espineta amb Caragolins" que publican compañeros de Tarragona.)
La nueva convocatoria del 22M para culminar otra marcha a Madrid el sábado 21 de marzo contra la persistente emergencia social y laboral que sufrimos plantea a la militancia revolucionaria el reto de precisar y actualizar su necesaria intervención en una movilización que ya no se da en el mismo contexto de la impresionante manifestación del año pasado por las mismas fechas.
Tal como reflejaba la declaración de Red Roja sacada entonces (*), por nuestra parte se ha sabido ganar un espacio propio dentro de las Marchas desde donde proyectar una influencia en su seno. Pero si entonces hubo que superar esquemas dogmáticos y sectarios (del tipo “aquello no era suficientemente proletario”) y nacionalistas (“la crisis es España y en Madrid no se me ha perdido nada”), hoy hay que poner un mayor acento en que el fortalecimiento de las posiciones revolucionarias –tanto al interior del 22M como en la relación de este con el exterior- pasa por distinguirnos mucho más nítidamente de los planteamientos reformistas y fuertemente electoralistas que siembran de impotencia y desamparo la “indignación popular contra la crisis”. Planteamientos que no solo se dan fuera del 22M. Por supuesto que ese trabajo de desmarque con respecto al reformismo y al electoralismo ha de hacerse sin olvidar el imperativo de intervenir en marcos como el 22M, huyendo de la mera frase revolucionaria, y acompañando al pueblo en sus experiencias prácticas.
Ciertamente hay que insistir en que sigue vigente lo que decíamos el año pasado acerca de la importancia y el sentido históricos de las Marchas, cuando afirmábamos que estas “tienen como causa principal histórica la crisis social que se ha extendido como un tsunami. Pero ya no son ni las [movilizaciones] del 15M ni, por supuesto, estaremos ante una simple reunión de afiliados del sindicalismo oficial, como pasadas convocatorias de la Cumbre Social”. Esto, como los hechos han demostrado, ha facilitado nuestro trabajo de acompañamiento y clarificación entre el pueblo, conscientes como éramos (y seguimos siendo) del papel especialmente destacado que hoy juega la movilización en la calle como escuela de comprobación práctica y directa de muchas de nuestras tesis que de otra manera no se abrazarían dada “la propia crisis histórica de nuestro movimiento revolucionario por el socialismo”. Recordemos también algo que no termina de ser comprendido por muchos que se reclaman del comunismo: que “la mera movilización contra los golpes de la crisis social tiene mucho de proyección revolucionaria” ante la profundidad de una crisis estructural capitalista que estrecha sobremanera el margen material para las promesas reformistas; y que ese margen reformista se estrecha aún más cuando esa crisis general se solapa con el imperioso (y nunca mejor dicho) objetivo de Alemania y su “núcleo duro” de imponernos la soga de la deuda para ellos mismos sortear el seísmo que ya ha sacudido la periferia de la Unión Europea (UE).
Precisamente al respecto de esto último, ha sido constante la briega que hemos tenido que llevar en el 22M por que se imponga el lema del no pago de la deuda sin ‘descafenaimientos’ (además de las consignas generales pan, trabajo y techo, que firmaría cualquiera) como línea de demarcación a partir de la cual ir cuestionando todo el institucionalismo de la UE, sus gobiernos títeres “patrios” y, en definitiva, con la vista puesta en que se termine por cuestionar de raíz el propio poder político. Y es justamente hablando de las briegas que hemos de llevar, que ya el año pasado advertíamos que, si bien, “estas marchas permiten bastante la unidad por abajo de los colectivos en lucha (…) ni mucho menos, debe darse la impresión de unidad en las líneas políticas que atravesarán [las marchas]. Marchar unidos en lo que se refiere a las masas, mostrarse diferentes en los lemas en los que insistimos y en las proyecciones de contenido y de poder popular que se persiguen.”
Pues bien, a nadie se le escapa que las movilizaciones convocadas por el 22M para este año se dan en una fase político-electoral de la expresión de la protesta ante la crisis. Se dice esto en el sentido de que mucha gente que se está movilizando estos últimos años contra los recortes abriga fuertes expectativas electorales, no exentas de una carga de ilusionismo “pre-frustrante”. Lo cual no podía dejar de afectar al mismo movimiento 22M, tanto en cuanto a su capacidad movilizadora actual como con respecto a su misma situación interna en su diversidad organizativa. A pesar de que ha habido un cierto acuerdo (en gran medida de mera frase) de que el 22M era algo así como la parte no electoral de la protesta social, la realidad es que el 22M y la canalización electoral nunca han dejado de tener mucho de vasos comunicantes. Lo ha tenido en no pocas de las intenciones de un parte de sus actores organizativos, más allá de cómo (no) las manifestaran. Pero también han contribuido los propios límites objetivos del 22M, al no percibirse en este una perspectiva concreta de “solución de poder” ante el “ambiente de impaciencia” provocado por años de emergencia social.
Así, aunque el 22M tiene bastante más de representación real de poder popular y de inserción en el activismo social que muchos de esos círculos que llevan meses instalados en el casting electoral, da la impresión de que han sido las ofertas de “conquista electoral gubernamental antiausteridad” las que han sacado en lo inmediato más tajada de la indignación popular movilizada por el 22M que el propio 22M. Lo cual no podía dejar de causar una cierta “melancolía” al interior del este. Son las paradojas que sobrevienen cuando al teatro de la historia aún le queda algo de farsa por dejar atrás. Y es que si bien el 22M ha servido realmente para plantear la problemática de la conquista del poder, no ha planteado la solución de esa conquista. Planteó la problemática del poder en negativo; es decir, dio un paso más con respecto al 15M; y de aquello de que “no nos gusta cómo nos representáis” se pasó al “váyanse que no nos gustan”. Evidentemente no se fueron, de tal manera que nos dimos la vuelta con el problema más planteado pero con la solución por buscar. Y hete aquí que vinieron los “solucionadores” prometiendo para casi ya la “solución-conquista”… electoral.
Pero, como hemos indicado, no podemos pensar que la problemática electoralista se le plantea al 22M como algo simplemente exterior. En realidad, más de un colectivo que iba al 22M lo hacía también en clave electoral, aunque iban a un ritmo más lento y de hecho fueron al 22M como manera previa de hacerse un trabajo en ese sentido. Era la época de las iniciativas de confluencia electoral, si bien queriendo respetar las formas del 15M. Ya se sabe: cambiando la “clase” de lenguaje, “todo por abajo”, horizontalismo, etc. etc. Pero Podemos se les adelantó, adoptando también un lenguaje “quincemista”, aunque, eso sí, complementándolo con una dinámica de reuniones “de despacho” de lo más “vertical” que acelerara las cosas. Ahora, cuando la tendencia electoral “antiausteridad” externa al 22M lo ha dislocado todo en este terreno estrictamente electoral –haciendo dejación prácticamente total de trabajar en el 22M (entre otras cosas, porque aquí aún hay mucho de rojo con dificultades para ponerse morado… )-, esto no significa que el electoralismo (y el reformismo) no aniden en el 22M, sino que andan viendo cómo adaptarse, ciertamente algo noqueados y superados por la precipitación de los acontecimientos.
Pocas dudas, pues, han de caber de que a una parte organizativa del 22M les conviene el formato-no-electoral del 22M para remozar su legitimidad electoral en competencia (electoral) con quienes les han tomado la delantera. Pero también están quienes eligiendo utilizar el impulso de Podemos necesitan obligar a que la dirección “tuerkista” no los deprecie por oler todavía a izquierda y “vieja política”: sabido es que la “ocupación de la centralidad” es el argumento invocado para hacer la selección organizativa interna y de candidaturas en torno a Podemos. En definitiva, debemos lidiar dentro del 22M con quienes necesitan circunstancialmente el formato no electoral de las marchas en su competencia externa a Podemos y, por otro lado, con quienes necesitan utilizar el formato no electoral de las marchas para competir dentro o en los aledaños de Podemos.
Ante ello, la línea revolucionaria debe saber aprovechar estas contradicciones internas organizativas pero asegurando en todo momento su independencia de clase y estratégica. Debe saber utilizar sus necesidades temporales de no formato electoral en este año “electoral”; conscientes también de que dicha fiebre electoral no es tanto la causa de nuestros límites sino su resultado. Al fin y al cabo, la línea revolucionaria no está en condiciones de dar satisfacción a las “urgentes” demandas electorales actuales poniendo en marcha una alternativa electoral dentro de una estrategia revolucionaria por el socialismo, es decir, sin caer en el reformismo ni en el electoralismo. No le queda otra que situar realmente su trabajo dentro del 22M y ponerlo al servicio de uno más general de acumulación de fuerzas revolucionarias.
Por eso, este año aún más que el anterior, toca hacer del trabajo de preparación de la marcha una marcha “de conciencia para el pueblo y del fortalecimiento de su propio poder más allá de las marchas”. Nuestra energía debe centrase, sin entrar en pretensiones de competencia numérica con la manifestación del año pasado, en el protagonismo de los colectivos en lucha fomentando su unificación. Y reagrupándonos no en base a lo que el enemigo nos plantea que es posible, sino en base a lo que nuestro pueblo demanda que lo sea. ¿Acaso no crece la convicción de que, por ejemplo, hay que desprenderse de los que aBOTINan fortunas sin tanta tontería de si son casta o no? Ni que decir tiene que los últimos acontecimientos en Grecia no hacen sino avalar esa necesidad de que pongamos el acento en lo que necesitamos que sea posible, y no en limitarnos electoralmente a ver qué es lo que nos dicen que lo es.
En cualquier caso, ante la búsqueda por el pueblo de una solución de poder, y aprovechando la legitimidad ganada por nuestro trabajo “a su lado”, debemos distinguirnos claramente por la defensa de la estrategia revolucionaria del socialismo (nosotros no tenemos que hacer concesiones eufemísticas para ganar centralidad de tablero alguno). Si no lo hacemos nosotros en los marcos populares en que actuamos, ¿quiénes lo harán? Con tanto centro del tablero disputado, habrá que saber fortalecer esas esquinas desamparadas desde donde forjar cuadros de intervención revolucionaria que tengan en cuenta no solo la actual sino las siguientes fases de la lucha de clases que con toda probabilidad llegarán. Ya dijo Lenin que los planes organizativos revolucionarios solo pueden adaptarse con flexibilidad a lo que realmente va ocurriendo si desde ahora se preparan para lo que ocurrirá con más probabilidad; aunque luego no ocurra exactamente así. En la lucha de clases, la especulación “buenista” es mala consejera en términos organizativos y de planes de trabajo. Sépase, pues, que pegaremos bien los pies al terreno real tanto en esta Marcha del 21 como en otras. Pero nuestra vista no estará ni mucho menos enfocada a “paraísos” improbables. Por si acaso, y para no ser un blanco perfecto, no olvidaremos de qué color se atraviesa mejor los infiernos.
(*) “Cuando la Dignidad y la Revolución han de marchar de par”: http://redroja.net/index.php/comunicados/2312-cuando-la-dignidad-y-la-revolucion-han-de-marchar-de-par. Todas las citas del texto son de esta declaración.
La nueva convocatoria del 22M para culminar otra marcha a Madrid el sábado 21 de marzo contra la persistente emergencia social y laboral que sufrimos plantea a la militancia revolucionaria el reto de precisar y actualizar su necesaria intervención en una movilización que ya no se da en el mismo contexto de la impresionante manifestación del año pasado por las mismas fechas.
Tal como reflejaba la declaración de Red Roja sacada entonces (*), por nuestra parte se ha sabido ganar un espacio propio dentro de las Marchas desde donde proyectar una influencia en su seno. Pero si entonces hubo que superar esquemas dogmáticos y sectarios (del tipo “aquello no era suficientemente proletario”) y nacionalistas (“la crisis es España y en Madrid no se me ha perdido nada”), hoy hay que poner un mayor acento en que el fortalecimiento de las posiciones revolucionarias –tanto al interior del 22M como en la relación de este con el exterior- pasa por distinguirnos mucho más nítidamente de los planteamientos reformistas y fuertemente electoralistas que siembran de impotencia y desamparo la “indignación popular contra la crisis”. Planteamientos que no solo se dan fuera del 22M. Por supuesto que ese trabajo de desmarque con respecto al reformismo y al electoralismo ha de hacerse sin olvidar el imperativo de intervenir en marcos como el 22M, huyendo de la mera frase revolucionaria, y acompañando al pueblo en sus experiencias prácticas.
Ciertamente hay que insistir en que sigue vigente lo que decíamos el año pasado acerca de la importancia y el sentido históricos de las Marchas, cuando afirmábamos que estas “tienen como causa principal histórica la crisis social que se ha extendido como un tsunami. Pero ya no son ni las [movilizaciones] del 15M ni, por supuesto, estaremos ante una simple reunión de afiliados del sindicalismo oficial, como pasadas convocatorias de la Cumbre Social”. Esto, como los hechos han demostrado, ha facilitado nuestro trabajo de acompañamiento y clarificación entre el pueblo, conscientes como éramos (y seguimos siendo) del papel especialmente destacado que hoy juega la movilización en la calle como escuela de comprobación práctica y directa de muchas de nuestras tesis que de otra manera no se abrazarían dada “la propia crisis histórica de nuestro movimiento revolucionario por el socialismo”. Recordemos también algo que no termina de ser comprendido por muchos que se reclaman del comunismo: que “la mera movilización contra los golpes de la crisis social tiene mucho de proyección revolucionaria” ante la profundidad de una crisis estructural capitalista que estrecha sobremanera el margen material para las promesas reformistas; y que ese margen reformista se estrecha aún más cuando esa crisis general se solapa con el imperioso (y nunca mejor dicho) objetivo de Alemania y su “núcleo duro” de imponernos la soga de la deuda para ellos mismos sortear el seísmo que ya ha sacudido la periferia de la Unión Europea (UE).
Precisamente al respecto de esto último, ha sido constante la briega que hemos tenido que llevar en el 22M por que se imponga el lema del no pago de la deuda sin ‘descafenaimientos’ (además de las consignas generales pan, trabajo y techo, que firmaría cualquiera) como línea de demarcación a partir de la cual ir cuestionando todo el institucionalismo de la UE, sus gobiernos títeres “patrios” y, en definitiva, con la vista puesta en que se termine por cuestionar de raíz el propio poder político. Y es justamente hablando de las briegas que hemos de llevar, que ya el año pasado advertíamos que, si bien, “estas marchas permiten bastante la unidad por abajo de los colectivos en lucha (…) ni mucho menos, debe darse la impresión de unidad en las líneas políticas que atravesarán [las marchas]. Marchar unidos en lo que se refiere a las masas, mostrarse diferentes en los lemas en los que insistimos y en las proyecciones de contenido y de poder popular que se persiguen.”
Pues bien, a nadie se le escapa que las movilizaciones convocadas por el 22M para este año se dan en una fase político-electoral de la expresión de la protesta ante la crisis. Se dice esto en el sentido de que mucha gente que se está movilizando estos últimos años contra los recortes abriga fuertes expectativas electorales, no exentas de una carga de ilusionismo “pre-frustrante”. Lo cual no podía dejar de afectar al mismo movimiento 22M, tanto en cuanto a su capacidad movilizadora actual como con respecto a su misma situación interna en su diversidad organizativa. A pesar de que ha habido un cierto acuerdo (en gran medida de mera frase) de que el 22M era algo así como la parte no electoral de la protesta social, la realidad es que el 22M y la canalización electoral nunca han dejado de tener mucho de vasos comunicantes. Lo ha tenido en no pocas de las intenciones de un parte de sus actores organizativos, más allá de cómo (no) las manifestaran. Pero también han contribuido los propios límites objetivos del 22M, al no percibirse en este una perspectiva concreta de “solución de poder” ante el “ambiente de impaciencia” provocado por años de emergencia social.
Así, aunque el 22M tiene bastante más de representación real de poder popular y de inserción en el activismo social que muchos de esos círculos que llevan meses instalados en el casting electoral, da la impresión de que han sido las ofertas de “conquista electoral gubernamental antiausteridad” las que han sacado en lo inmediato más tajada de la indignación popular movilizada por el 22M que el propio 22M. Lo cual no podía dejar de causar una cierta “melancolía” al interior del este. Son las paradojas que sobrevienen cuando al teatro de la historia aún le queda algo de farsa por dejar atrás. Y es que si bien el 22M ha servido realmente para plantear la problemática de la conquista del poder, no ha planteado la solución de esa conquista. Planteó la problemática del poder en negativo; es decir, dio un paso más con respecto al 15M; y de aquello de que “no nos gusta cómo nos representáis” se pasó al “váyanse que no nos gustan”. Evidentemente no se fueron, de tal manera que nos dimos la vuelta con el problema más planteado pero con la solución por buscar. Y hete aquí que vinieron los “solucionadores” prometiendo para casi ya la “solución-conquista”… electoral.
Pero, como hemos indicado, no podemos pensar que la problemática electoralista se le plantea al 22M como algo simplemente exterior. En realidad, más de un colectivo que iba al 22M lo hacía también en clave electoral, aunque iban a un ritmo más lento y de hecho fueron al 22M como manera previa de hacerse un trabajo en ese sentido. Era la época de las iniciativas de confluencia electoral, si bien queriendo respetar las formas del 15M. Ya se sabe: cambiando la “clase” de lenguaje, “todo por abajo”, horizontalismo, etc. etc. Pero Podemos se les adelantó, adoptando también un lenguaje “quincemista”, aunque, eso sí, complementándolo con una dinámica de reuniones “de despacho” de lo más “vertical” que acelerara las cosas. Ahora, cuando la tendencia electoral “antiausteridad” externa al 22M lo ha dislocado todo en este terreno estrictamente electoral –haciendo dejación prácticamente total de trabajar en el 22M (entre otras cosas, porque aquí aún hay mucho de rojo con dificultades para ponerse morado… )-, esto no significa que el electoralismo (y el reformismo) no aniden en el 22M, sino que andan viendo cómo adaptarse, ciertamente algo noqueados y superados por la precipitación de los acontecimientos.
Pocas dudas, pues, han de caber de que a una parte organizativa del 22M les conviene el formato-no-electoral del 22M para remozar su legitimidad electoral en competencia (electoral) con quienes les han tomado la delantera. Pero también están quienes eligiendo utilizar el impulso de Podemos necesitan obligar a que la dirección “tuerkista” no los deprecie por oler todavía a izquierda y “vieja política”: sabido es que la “ocupación de la centralidad” es el argumento invocado para hacer la selección organizativa interna y de candidaturas en torno a Podemos. En definitiva, debemos lidiar dentro del 22M con quienes necesitan circunstancialmente el formato no electoral de las marchas en su competencia externa a Podemos y, por otro lado, con quienes necesitan utilizar el formato no electoral de las marchas para competir dentro o en los aledaños de Podemos.
Ante ello, la línea revolucionaria debe saber aprovechar estas contradicciones internas organizativas pero asegurando en todo momento su independencia de clase y estratégica. Debe saber utilizar sus necesidades temporales de no formato electoral en este año “electoral”; conscientes también de que dicha fiebre electoral no es tanto la causa de nuestros límites sino su resultado. Al fin y al cabo, la línea revolucionaria no está en condiciones de dar satisfacción a las “urgentes” demandas electorales actuales poniendo en marcha una alternativa electoral dentro de una estrategia revolucionaria por el socialismo, es decir, sin caer en el reformismo ni en el electoralismo. No le queda otra que situar realmente su trabajo dentro del 22M y ponerlo al servicio de uno más general de acumulación de fuerzas revolucionarias.
Por eso, este año aún más que el anterior, toca hacer del trabajo de preparación de la marcha una marcha “de conciencia para el pueblo y del fortalecimiento de su propio poder más allá de las marchas”. Nuestra energía debe centrase, sin entrar en pretensiones de competencia numérica con la manifestación del año pasado, en el protagonismo de los colectivos en lucha fomentando su unificación. Y reagrupándonos no en base a lo que el enemigo nos plantea que es posible, sino en base a lo que nuestro pueblo demanda que lo sea. ¿Acaso no crece la convicción de que, por ejemplo, hay que desprenderse de los que aBOTINan fortunas sin tanta tontería de si son casta o no? Ni que decir tiene que los últimos acontecimientos en Grecia no hacen sino avalar esa necesidad de que pongamos el acento en lo que necesitamos que sea posible, y no en limitarnos electoralmente a ver qué es lo que nos dicen que lo es.
En cualquier caso, ante la búsqueda por el pueblo de una solución de poder, y aprovechando la legitimidad ganada por nuestro trabajo “a su lado”, debemos distinguirnos claramente por la defensa de la estrategia revolucionaria del socialismo (nosotros no tenemos que hacer concesiones eufemísticas para ganar centralidad de tablero alguno). Si no lo hacemos nosotros en los marcos populares en que actuamos, ¿quiénes lo harán? Con tanto centro del tablero disputado, habrá que saber fortalecer esas esquinas desamparadas desde donde forjar cuadros de intervención revolucionaria que tengan en cuenta no solo la actual sino las siguientes fases de la lucha de clases que con toda probabilidad llegarán. Ya dijo Lenin que los planes organizativos revolucionarios solo pueden adaptarse con flexibilidad a lo que realmente va ocurriendo si desde ahora se preparan para lo que ocurrirá con más probabilidad; aunque luego no ocurra exactamente así. En la lucha de clases, la especulación “buenista” es mala consejera en términos organizativos y de planes de trabajo. Sépase, pues, que pegaremos bien los pies al terreno real tanto en esta Marcha del 21 como en otras. Pero nuestra vista no estará ni mucho menos enfocada a “paraísos” improbables. Por si acaso, y para no ser un blanco perfecto, no olvidaremos de qué color se atraviesa mejor los infiernos.
(*) “Cuando la Dignidad y la Revolución han de marchar de par”: http://redroja.net/index.php/comunicados/2312-cuando-la-dignidad-y-la-revolucion-han-de-marchar-de-par. Todas las citas del texto son de esta declaración.
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