Fermín Salvochea, un ejemplo de coherencia, de lucha por el poder del pueblo trabajador ... en el Cadiz de ayer y de hoy.
" ...Juez: "Está usted obligado a contestar la verdad a todas las preguntas que le voy a formular".
Fermín Salvochea y Álvarez nació en Cádiz el día 1 de marzo de 1842. Nació en la gaditana Plaza de las Viudas nº 32, 1º. Su padre era un comerciante de fortuna, heredero de una de esas familias de negociantes que tan importante papel han desempeñado en la vieja ciudad mercantil. Claro está que Fermín recibió una educación cuidadosa. Su padre, siguiendo una arraigada tradición de familia, tenía la intención de hacer de él un hábil comerciante a fin de poder entregarle más adelante sus negocios.
-
-
- Salvochea: "Este proceso no es más que una comedia vergonzosa y yo estoy condenado ya antes de presentarme ante ustedes; por lo tanto no tengo nada que contestar".
- El juez: "La ley establece que el acusado que renuncia a responder a las preguntas que le plantea el juez reconoce su culpabilidad".
- Salvochea: "Estoy resuelto a asumir la responsabilidad de mi silencio".
- El juez: "Pero debe usted respetarme como juez".
- Salvochea: "Para mí todos los hombres son iguales. Yo no reconozco superiores y no tengo por qué respetarle"..."
-
Fermín Salvochea y Álvarez nació en Cádiz el día 1 de marzo de 1842. Nació en la gaditana Plaza de las Viudas nº 32, 1º. Su padre era un comerciante de fortuna, heredero de una de esas familias de negociantes que tan importante papel han desempeñado en la vieja ciudad mercantil. Claro está que Fermín recibió una educación cuidadosa. Su padre, siguiendo una arraigada tradición de familia, tenía la intención de hacer de él un hábil comerciante a fin de poder entregarle más adelante sus negocios.
La primera juventud de Fermín fue pacífica y dichosa en todo
sentido. Se distinguía por su inteligencia extraordinaria y por las
cualidades valerosas y caballerescas de su carácter, que dejaba entrever
desde su infancia. Su madre, mujer admirable, le refería en su niñez
las leyendas y tradiciones de la ciudad de Cádiz, tan ricas y
fantásticas como un capítulo de Las mil y una noches y el pequeño
Fermín la escuchaba leyendo las palabras en sus labios. Esas historias
románticas ejercieron profunda influencia sobre el muchacho y a menudo
recordaba, en medio de su vida tormentosa, aquellas horas felices.
Al cumplir los quince años su padre lo envió a Inglaterra
para que perfeccionase sus conocimientos del idioma inglés y continuara
sus estudios comerciales. Fue este el primer acontecimiento importante
en la vida de Salvochea. En Inglaterra se descubrió ante él un nuevo
mundo. El carácter severo y puritano de la vida británica con sus formas
rígidas y convencionales y sus impresiones prosaicas, produjeron una
influencia profunda en el joven. La diferencia era demasiado notoria: el
hermoso cielo azul de Andalucía, Cádiz con sus blancas casas, sus
palmeras y sus habitantes rebosantes de temperamento y de pronto Londres
con su neblina, sus edificios negros, el humo de las chimeneas, las
calles frías e inhospitalarias. Al principio Salvochea se sentía como un
prisionero en el nuevo ambiente, pero su carácter enérgico venció
rápidamente el primer influjo desagradable de Inglaterra. Se dedicó a
estudiar a los hombres y descubrió que el inglés seco y frío posee al
mismo tiempo un instinto de independencia individual notablemente
desarrollado y un sentimiento de libertad personal que es raro encontrar
en otros países.
Los cinco años que Fermín pasó en Londres y en Liverpool fueron
para él un período de gran desarrollo intelectual. Dedicó todos sus
momentos libres al estudio de la literatura radical inglesa. Primero
fueron los trabajos de Thomas Paine los que produjeron una influencia poderosa sobre él; más tarde estuvo en contacto personal con Charles Bredlow
y sus amigos. La propaganda ateísta en Inglaterra tropezaba con grandes
dificultades en esa época, pero Bredlow y sus compañeros luchaban con
la mayor energía en favor de sus convicciones, tratando de destruir el
concepto medieval del teísmo que impera aun hoy día en vastos círculos
de la sociedad inglesa.
El joven Salvochea acogió con entusiasmo la nueva doctrina y se convirtió en ateo.
Para el español el ateísmo desempeña, en general, un papel más
importante que en las demás naciones. Es la condición primordial de todo
movimiento libertario, el primer paso de todo libre progreso
individual. España es el país clásico del clericalismo católico, el país
de la Inquisición, que ha sido casi totalmente arruinado por el dominio
oscurantista de la Iglesia. He ahí la razón por qué Salvochea ha sido
toda su vida un propagandista radical e incansable del ateísmo.
Pero Salvochea conoció en Inglaterra otro ideal, que ejerció una
gran influencia sobre su actuación posterior. Cuando llegó a Londres,
vivía aún Robert Owen, el célebre comunista inglés. Sus ideas no
sólo influían poderosamente sobre la clase obrera británica, sino
también sobre los elementos idealistas de la pequeña burguesía inglesa.
Salvochea estudió las obras de Owen y de otros escritores comunistas.
Los hechos sociales aparecieron de pronto a sus ojos bajo otra faz; se
produjo una revolución en su mentalidad y poco a poco empezó a
comprender todo el significado del gran problema social. La brillante
crítica de la propiedad privada formulada por Owen descubrió
repentinamente ante él todos los males sociales y al propio tiempo se
desarrolló en él el grandioso ideal de la igualdad social y económica,
como el único capaz de crear una vida armónica en la sociedad humana.
Salvochea se hizo comunista y siguió siéndolo hasta el último día de su
vida. Muchos años más tarde, en una ocasión especial, él mismo analizó
su evolución revolucionaria recordando su "período inglés" con estas
palabras características:
-
-
-
-
- "Ciertos libros ejercen en determinados momentos una influencia poderosa sobre el desarrollo de un hombre: Se sabe que el primer libro que leyó Ravachol fue la novela El judío errante de Eugenio Sue. La influencia de este libro no se extinguió jamás en él, según su propia declaración. Lo mismo puedo decir de mí; viviendo en Inglaterra leí por vez primera a Thomas Paine. Sus escritos me convirtieron en internacionalista y hasta hoy día me hallo todavía bajo su influencia. 'Mi patria es el mundo, todos los hombres son mis hermanos y mi religión consiste en hacer el bien.' Estas palabras produjeron una impresión inolvidable en mí; yo buscaba en cada palabra un sentido profundo y ellas se han grabado en mi mente para siempre. Más tarde conocí a Robert Owen, quien me enseñó el ideal sublime del comunismo, y a Bredlow, que me hizo conocer los puntos de vista del ateísmo. Todo lo demás se desarrolló en mí por cuenta propia."
-
-
-
En 1864 Salvochea abandonó Londres para regresar a Cádiz. En aquel entonces se iniciaba en Andalucía un vigoroso movimiento revolucionario. Rafael Guillén y Ramón de Cala, dos hombres valientes y socialistas convencidos, se consagraron con mucha energía y entusiasmo a organizar los elementos republicanos y demócratas de la provincia. El movimiento republicano en Andalucía ha tenido siempre un marcado carácter socialista y la mayor parte de sus apóstoles y propagandistas fueron partidarios del socialismo.
La propaganda socialista se inició en España después de la revolución de 1840. En aquella época Joaquín Abreu desarrollaba en Andalucía una propaganda vigorosa y llena de éxito en favor de las ideas de Charles Fourier.
Explicaba sus ideas en la prensa radical de Cádiz, ideas que hallaron
bien pronto un eco en los periódicos de otras ciudades. Para conocer el
desenvolvimiento que ha tenido ese movimiento basta recordar el hecho de
que Abreu logró en un breve plazo, de cuatro a cinco millones de
pesetas para fundar una colonia fourierista en los alrededores de Jerez de la Frontera.
Pero el gobierno impidió la realización de ese proyecto, persiguiendo a
los propagandistas socialistas. De éstos, los más conocidos fueron Pedro Ugarte, Manuel Sagrario y Faustino Alonso; más tarde se agregaron José Barterolo, Pedro Bohórquez y finalmente Guillén y De Cala, a quienes ya hemos mencionado.
Fermín Salvochea volvió a Inglaterra hecho un comunista y ateo.
En su patria se convirtió en revolucionario y republicano. Claro está,
en defensor de una república comunista. Con todo el apasionamiento
entusiasta de su noble carácter se entregó al movimiento revolucionario
conspirador. Tuvo una participación activísima en las empresas más
arriesgadas y su valor personal, su espíritu de sacrificio, lo
convirtieron poco a poco en uno de los dirigentes más capaces y de mayor
influencia en el movimiento republicano. Salvochea era rico, sumamente
rico; se decía que su padre poseía una fortuna de tres millones de
pesetas; pero Fermín vivía modestamente y se valía de su riqueza como
fondo para la causa revolucionaria.
Las casamatas de San Sebastián y Santa Catalina,
cerca de Cádiz, era en aquel entonces el albergue de los presos
políticos de toda España. Los revolucionarios que debían ser recluidos
en las colonias penales de Fernando Poo o de Manila quedaban encerrados
durante algún tiempo en las prisiones de Cádiz, antes de que fuesen
enviados a su destino. Salvochea los visitaba a todos y tenía para cada
cual un buen consejo y alguna ayuda.
En 1866
Salvochea y sus amigos organizaron una empresa grandiosa. Se esperaba
que los artilleros encarcelados, que habían tomado parte en la
sublevación de Madrid, serían enviados a la prisión de San Sebastián
para transportarlos luego a Manila. Pero por lo visto el gobierno se
mostró receloso porque cambió repentinamente de opinión.
En 1867
la reina Isabel volvió a poner el mando en manos del odiado verdugo
Narváez y el país desdichado sintió las consecuencias de una terrible
reacción. Ya en junio de 1868 habían estallado algunas revueltas aisladas en Cataluña y Andalucía,
pero fueron inmediatamente reprimidas en sangre. Salvochea tuvo una
participación destacada en el levantamiento militar del regimiento
Cantabria; dicho levantamiento fue el preludio de la revolución de septiembre de 1868. Ésta comenzó el 18 de septiembre
en Cádiz, propagándose cual un incendio por toda Andalucía. El día 28,
el ejército real fue batido por los insurgentes y el 29 la comuna de
Madrid proclamó la destitución de la dinastía borbónica.
Salvochea fue elegido miembro de la comuna revolucionaria de Cádiz y segundo comandante del segundo batallón de voluntarios. Fueron muchos los que quisieron incorporarse a él, pero Salvochea eligió únicamente a los republicanos y a los comunistas.
Toda España saludó con el mayor júbilo la caída de la odiada
dinastía y durante un instante pareció que se iban a realizar millares
de esperanzas. Pero los hombres del gobierno provisional de Madrid no
eran más que monárquicos liberales y adversarios del ideal republicano.
Gracias a la actitud vergonzosa del republicanismo burgués, Castelar y sus amigos, los miembros del nuevo gobierno, los señores Prim, Zorrilla, Sagasta, etc., adquirieron valor y se pronunciaron abiertamente contra la República.
Salvochea y sus amigos comprendieron el peligro, sabían que el gobierno
flamante se vengaría de los republicanos en la primera oportunidad. Con
el propósito de prepararse para la lucha los revolucionarios andaluces
convocaron para los primeros días de diciembre de 1868 una gran asamblea
en Álava. Salvochea seleccionó los elementos fieles de Cádiz,
recomendándoles que no depusieran en modo alguno las armas. El 5 de diciembre
apareció, inesperadamente, ante los muros de Cádiz, una sección de
artillería exigiendo, en nombre del gobierno, que la milicia
revolucionaria hiciera entrega de sus armas en el término de tres horas.
Aún no había transcurrido este plazo cuando comenzó el tiroteo. Algunos
revolucionarios cayeron muertos y otros heridos.
Inmediatamente Salvochea se colocó al frente de los rebeldes y
organizó la defensa militar de la ciudad. La lucha duró tres días; la
artillería hizo esfuerzos desesperados por conquistar la plaza sin
resultado alguno. Salvochea luchó como un león, estaba en todos los
sitios de mayor peligro y su valor heroico infundió a los rebeldes una
fuerza increíble.
Al cuarto día los embajadores de la ciudad solicitaron un
armisticio, que fue aceptado por ambas partes. Pero el gobierno
"liberal" se apresuró a enviar contra los valerosos insurrectos un
ejército al mando del general Caballero de Rodas. Salvochea mantuvo su posición hasta el 11 de diciembre.
Pero, a medida que el general se iba acercando, sin encontrar
resistencia, comprendió Salvochea que el pequeño núcleo de
revolucionarios mal armado no estaba en condiciones de oponerse a un
ejército y que toda resistencia sólo ocasionaría una matanza, sin
ninguna probabilidad de éxito. En consecuencia disolvió la milicia
revolucionaria enviándola a otro lugar y quedándose él solo. Se fue
tranquilamente al casino militar para esperar allí al general Caballero de Rodas. El coronel Pazos, jefe del tercer regimiento de artillería,
lo fue a ver para pedirle que salvara su vida, abandonando Cádiz,
porque el general ordenaría, con toda seguridad, que fuese fusilado.
Salvochea no aceptó. El coronel le ofreció su ayuda personal, pero
Salvochea se mantuvo firme en su decisión. Sabía que el gobierno lo
consideraba como culpable principal y en caso de no ser hallado por De
Rodas la ciudad entera debería sufrir por su causa y eso habría sido
para él peor que la muerte. Su carácter noble no le permitió pensar en
su propia salvación; estaba dispuesto a afrontar toda la responsabilidad
y resuelto a morir por sus hechos. Esta actitud admirable impresionó
profundamente hasta a sus enemigos y el general De Rodas, no queriendo
ser el verdugo de semejante hombre, lo envió en calidad de prisionero de
guerra a la fortaleza de San Sebastián.
Empero el pueblo de Cádiz supo apreciar este carácter elevado y
pocos meses después Salvochea era elegido por gran mayoría representante
de Cádiz en las Cortes. El gobierno provisional había declarado
anteriormente que no reconocería esa elección y el parlamento
"revolucionario", en efecto, apoyó esta actitud. Diríase que esos
extraños "revolucionarios" querían demostrar que Salvochea no cuadraba
en su compañía; en este sentido tenían razón, pues el verdadero sitio
del gran rebelde era la barricada y no el parlamento.
En febrero de 1869
se reunió el nuevo parlamento y una de sus primeras resoluciones fue la
de conceder la amnistía a los presos políticos, que todo el pueblo
requería enérgicamente. Algunos días después Salvochea y muchos otros
abandonaron las casamatas de San Sebastián y Santa Catalina.
Salvochea reanudó en seguida sus trabajos, fomentando en Andalucía una
agitación vigorosa a favor de un nuevo levantamiento republicano, porque
era aquel el único modo de salvar las consecuencias de la revolución
del 68.
El 1 de junio de 1869
las Cortes adoptaron una resolución monárquica, por 214 votos contra
56, decidiendo buscar en Europa un rey adecuado para el trono español. Emilio Castelar
y otros republicanos burgueses se limitaron a protestar débilmente en
lugar de recurrir a la única solución que les quedaba: la sublevación.
Pero esos comediantes republicanos no querían saber nada de tales medios
y prefirieron traicionar la República y la revolución de 1868. En el
mes de septiembre estalló en Cataluña el levantamiento federalista. Salvochea y sus amigos resolvieron en el acto apoyar a los rebeldes agitando la bandera de la revuelta en su provincia. El 30 de septiembre, Salvochea a la cabeza de 600 hombres, marchaba de Cádiz a Medina para reunirse allí con los revolucionarios de Jerez y de Ubrique.
Aun cuando aquéllos sabían que las perspectivas de triunfar no eran muy
brillantes, decidieron iniciar la campaña, costara lo que costara.
Sabían que el levantamiento era el último recurso para defender su
libertad y, hombres resueltos, estaban decididos a morir antes que
someterse sin intentar la defensa.
Salvochea fue perseguido inmediatamente por las tropas del gobierno. No lejos de Alcalá de los Gazules
se llevaron a cabo los primeros encuentros sangrientos. Los militares
eran cien veces más fuertes que los revolucionarios mal armados; pero
éstos lucharon con notable heroísmo y en pocos días presentaron tres
batallas encarnizadas. Rafael de Guillén fue hecho prisionero y los soldados lo asesinaron en una forma salvaje, por orden del coronel Luque. Cristóbal Bohórquez,
el defensor incansable y heroico de la libertad e igualdad sociales,
cayó en el campo de batalla. Salvochea luchó como un héroe; sabía que su
causa estaba perdida, pero su valor era inquebrantable. Finalmente,
después que el ejército hubo conquistado los sitios estratégicos más
importantes y después de haber recibido los rebeldes la noticia de que
no había sido posible promover un levantamiento en Málaga y en Sevilla,
los revolucionarios dispersaron sus filas para salvarse aisladamente.
Sometiéndose a varios peligros, Salvochea y otros lograron llegar a Gibraltar. De allí pasó a París, donde frecuentó los círculos avanzados que se agrupaban en torno de "La Revue", "Le Rapell" y otros periódicos radicales. De París Salvochea partió para Londres, de donde pudo regresar a España gracias a la amnistía de 1871. En Cádiz el pueblo lo acogió con indescriptible entusiasmo y ese mismo año fue elegido alcalde.
Como alcalde de Cádiz, Salvochea trabajó mucho por el
embellecimiento de la ciudad, convirtiéndola en una de las más hermosas
de España. Estableció también algunas reformas útiles en la
administración política. Pero no duró mucho tiempo en su cargo porque en
julio de 1873 estalló en España la revolución cantonalista y Salvochea
fue uno de los primeros en tomar el fusil en la mano para la conquista
de la igualdad económica y la autonomía local.
El 9 de febrero de 1873 el rey Amadeo de Saboya renunció al trono y pocos días después fue proclamada la República española. La lucha sangrienta de la Comuna de París
había producido gran impresión en España y se presentía que iban a
ocurrir grandes acontecimientos. Por eso Amadeo prefirió renunciar. Pero
el pueblo tampoco estaba conforme con la república centralista y debido
a eso los hombres del nuevo gobierno se vieron obligados a proclamar la
república federativa el 8 de junio de 1873. Para pacificar a los descontentos se eligió para la presidencia del ministerio al conocido proudhoniano Pi y Margall; pero el 3 de julio,
al establecerse la nueva Constitución, los federalistas se dieron
cuenta de que se trataba de engañarlos. Pi y Margall, el único hombre
honesto y resuelto del nuevo gobierno, renunció a su cargo por no querer
traicionar sus principios. Entre el 5 y el 13 de julio se sublevaron numerosas ciudades proclamándose como comunas independientes.
Salvochea se adhirió inmediatamente al movimiento federalista y fue elegido presidente del comité administrativo de la comuna de Cádiz.
Pero su situación era difícil a causa de que había múltiples tendencias
en el movimiento mismo. A principios de agosto llegó a las puertas de
Cádiz el general Pavía al mando de un ejército. Salvochea y sus amigos defendieron la entrada de la ciudad, pero los buques de guerra británicos del puerto de Cádiz se pusieron del lado de las tropas del gobierno, terminando con ello toda tentativa de defensa interior.
Salvochea se hallaba en un lugar seguro cuando los soldados del
general Pavía entraron en la ciudad. Le hubiera sido muy fácil llegar en
bote hasta Gibraltar, pero al saber que muchos de sus amigos habían
sido arrestados él mismo se entregó en manos del enemigo a fin de
compartir la suerte de sus camaradas.
El consejo de guerra de Sevilla, lo condenó a reclusión perpetua en una de las colonias penales de África. Su noble amigo Pablo Laso se presentó voluntariamente ante el tribunal con la intención de acompañar a Salvochea en su encierro. En marzo de 1874 ambos fueron enviados al presidio de La Gomera.
Salvochea soportó su destino con la mayor calma. Su familia le ayudaba
con dinero, pero él compartía hasta el último céntimo con los
desdichados presos y con los habitantes pobres de la colonia que lo
veneraban como a un santo. Salvochea era el espíritu bueno de la isla,
amigo y hermano de todo el mundo; su consuelo influía sobre todos
evitando la desesperación. En 1876, fue trasladado a Ceuta,
pero de allí fue nuevamente llevado a La Gomera. Durante los ocho años
que pasara en las colonias penales, Salvochea estudió la medicina
teórica y práctica, dedicando todos sus esfuerzos a los moradores de La
Gomera. Pero él mismo cumplió también una notable evolución intelectual
en su cautiverio. Estando aún en España había tomado una participación
entusiasta en el movimiento obrero español y fue uno de los primeros
miembros de la Internacional en ese país; pero fue en la reclusión donde
halló el tiempo necesario para ocuparse de las ideas y aspiraciones de
la federación española de la Asociación Internacional de Trabajadores;
comprendió poco a poco que la república federativa no era más que el
último escalón en la evolución libertaria y los escritos de Bakunin
y de otros pensadores avanzados lo llevaron finalmente al anarquismo,
que propagó con la mayor energía hasta el último momento de su vida.
En 1875,
la madre de Salvochea trató de obtener el indulto de su hijo. Gracias a
la ayuda de varios amigos influyentes logró el consentimiento de Cánovas del Castillo;
pero cuando Salvochea tuvo noticia de esta gestión escribió a su madre
una carta apasionada en la cual le prohibía hacer esfuerzo alguno en
favor de su indulto, declarando que prefería morir en la prisión antes
que aceptar un favor de sus enemigos más acérrimos. En 1883 la Municipalidad de Cádiz
hizo una nueva tentativa en este sentido, con todo éxito, y el Tribunal
Supremo resolvió conceder la amnistía a Salvochea. Pero no habían
contado con el férreo carácter del gran revolucionario. Cuando el
gobernador de la colonia penal le leyó su indulto, Salvochea rompió el
documento en presencia suya, declarando que para él sólo existían dos
maneras de ser libertado: o bien por su propia fuerza o por medio de una
amnistía general para los presos políticos. Es de imaginar la impresión
que produjo su actitud. Renunció Salvochea a la libertad y continuó en
la prisión. Pero nueve meses más tarde consiguió huir de La Gomera.
Logró alcanzar un pequeño velero árabe con el cual llegó a Gibraltar.
Después de una corta permanencia en Lisboa y en Orán se estableció en
Tánger, residiendo allí hasta 1886, cuando, en virtud de la muerte de Alfonso XII, pudo volver a España, donde fue recibido con un entusiasmo indescriptible.
Volvió Salvochea en un momento oportuno. De 1874 a 1881 el movimiento anarquista
en España atravesó un período espantoso. Las bárbaras leyes de
excepción impidieron toda propaganda pública. Centenares de compañeros
padecían en las cárceles y sin embargo el movimiento subsistía en las
organizaciones secretas. Se editaban periódicos clandestinos, como por
ejemplo "El Orden", "Las Represalias", "La Revolución Popular", "El Movimiento", etc. Sólo en 1881 terminó ese período aciago y ese mismo año se celebró el primer congreso público de los anarquistas españoles. De 1881 a 1892 el movimiento tomó un considerable incremento, estando Salvochea siempre a la vanguardia de sus camaradas. En 1886, es decir, poco tiempo después de volver a Cádiz, fundó un periódico anarquista, "El Socialismo",
y llevó a cabo una enérgica propaganda en Andalucía. En todas las
aldeas se organizaron los labriegos y el anarquismo hizo un progreso
enorme en la provincia entera. El gobierno contemplaba con terror ese
movimiento. Trató de suprimir el periódico por medio de una serie de
procesos, pero sólo consiguió fortificar la propaganda anárquica.
Durante la aparición del periódico, de 1886 a 1891,
Salvochea fue arrestado y condenando numerosas veces, pero su defensa
enérgica ante los jueces producía gran impresión, infundiendo cada
proceso más vigor al movimiento.
Entonces el gobierno se valió de otro recurso. Ya a principios de 1880
había difundido la noticia de que existía en Andalucía una sociedad
conspiradora, La Mano Negra,
compuesta de asesinos y ladrones e influida por los principios
anarquistas. La prensa reaccionaria repitió tantas veces esta invención
que finalmente todo el mundo la creyó y millares de personas fueron
detenidas y a menudo condenadas por ser miembros de la presunta Mano Negra. En el fondo, la policía tenía la intención de disolver en esta forma la poderosa Asociación de los labriegos españoles. El 1 de mayo de 1890,
Salvochea organizó una grandiosa demostración revolucionaria en toda
Andalucía, que produjo una impresión soberbia sobre los trabajadores de
España. Al año siguiente, en la misma fecha, se verificó una
manifestación análoga, aunque el gobierno había arrestado días antes a
Salvochea y a otros compañeros. Poco después del 1 de mayo estallaron
dos explosiones en la ciudad. A consecuencia de una murió un obrero y de
la otra cuatro jóvenes. La prensa reaccionaria, desde luego, sospechó
de los anarquistas. "El Socialismo" declaró inmediatamente que
aquello era una estratagema de la policía, pero poco después un ejército
de pesquisas y vigilantes invadió la redacción del periódico,
"descubriendo" allí dos bombas que ellos mismos, claro está, habían
preparado. El resultado fue que detuvieron a gran número de camaradas;
Salvochea tuvo la misma suerte algunas semanas después.
Sucesos análogos ocurrieron también en Jerez de la Frontera,
una de las ciudades más revolucionarias de Andalucía. En agosto de 1891
fueron arrestados allí 157 anarquistas, acusados de pertenecer a La
Mano Negra. Es claro que esas infamias de la reacción provocaron un odio
encarnizado entre los labriegos y campesinos. Viendo pisoteados sus
derechos más elementales, algunos centenares de ellos resolvieron
libertar por la fuerza a sus camaradas encarcelados en Jerez. La noche
del 8 de enero de 1892, 500 labriegos y artesanos penetraron en la ciudad de Jerez al grito de "¡Viva la revolución social! !Viva la anarquía!".
Fueron muertos dos terratenientes; al principio los soldados se
asustaron y de este modo los rebeldes lograron poner en práctica parte
de su plan. Al amanecer, los revolucionarios se tuvieron que retirar
después de una lucha sangrienta con la fuerza armada. La venganza de la
burguesía fue terrible. El 18 de febrero de 1892 los anarquistas Lamela, Valenzuela, Bisiqui y El Lebrijano fueron ajusticiados. Murieron heroicamente, saludando a la muerte con el grito de "¡Viva la anarquía!"
Y ellos resultaron los más felices; otros diez y siete compañeros
fueron condenados a diez, doce, quince y veinte años de presidio y
algunos aun a perpetuidad. Entre los acusados estaba también
Salvochea.El gobierno lo acusaba de haber organizado la sublevación de
Jerez, estando encerrado en la cárcel de Cádiz.
En esta última ciudad no hubo ningún juez que se hiciese cargo del
proceso. En consecuencia Salvochea fue puesto a disposición de un
consejo de guerra, el cual lo condenó a doce años de presidio.
La actitud de Salvochea ante sus jueces fue valiente. Bien sabía
que iba a ser condenado, costara lo que costara. Véase su diálogo con el
juez:
-
-
- Juez: "Está usted obligado a contestar la verdad a todas las preguntas que le voy a formular".
- Salvochea: "Este proceso no es más que una comedia vergonzosa y yo estoy condenado ya antes de presentarme ante ustedes; por lo tanto no tengo nada que contestar".
- El juez: "La ley establece que el acusado que renuncia a responder a las preguntas que le plantea el juez reconoce su culpabilidad".
- Salvochea: "Estoy resuelto a asumir la responsabilidad de mi silencio".
- El juez: "Pero debe usted respetarme como juez".
- Salvochea: "Para mí todos los hombres son iguales. Yo no reconozco superiores y no tengo por qué respetarle".
-
El juez le formuló todavía una docena de preguntas, pero Salvochea guardó silencio.
Salvochea fue transportado a la cárcel de Valladolid,
donde debía cumplir su condena. Al principio se le tuvo aislado
completamente del mundo exterior y ni siquiera se le permitía escribir
cartas. Sólo el 7 de noviembre de 1893,
cuando estaba ya gravemente enfermo en el hospital de la prisión, se
permitió que algunos íntimos amigos suyos lo visitaran. Su estado era de
lo más espantoso que imaginarse pueda. El primer domingo después de
haber llegado a la cárcel de Valladolid, el director le exigió que
asistiese a misa. Salvochea se negó, diciendo que era ateo. "No importa -replicó el director- usted irá a la iglesia o de lo contrario lo encerraré en una celda subterránea". -"Prefiero la celda"-
contestó Salvochea. Fue alojado en una cueva horrible, en un agujero
oscuro, húmedo y frío. Pasaron algunos meses; Salvochea enfermó a causa
de la humedad y sintió que sus fuerzas le iban abandonando de día en
día. No podía esperar salvación alguna, porque España atravesaba
entonces un período reaccionario. En este estado resolvió suicidarse,
para poner fin a sus dolores. Con una vaina rota se produjo dos heridas
profundas en las venas del cuello y en un costado. Luego se tendió en
el suelo y perdió el conocimiento. Pero debido al horrible frío que
reinaba en la celda su sangre se congeló en las venas y esta fue su
salvación.
Habiéndolo encontrado en tan espantoso estado el director se
acobardó. Lo trasladó al hospital y poco a poco fue reponiéndose. Al
recobrar la salud el director le ofreció un puesto de escribiente en la
prisión, pero Salvochea se resistió a aceptar, diciendo que no quería
ser un sirviente del Estado, ni siquiera en esa forma. El 21 de agosto de 1898 fue trasladado a la cárcel de Burgos. Allí su situación era mejor. Tradujo una obra de astronomía de Flammarion, produciendo algunos otros trabajos de carácter literario. Por fin, en 1899,
cuando los prisioneros de Montjuich fueron libertados, gracias al vasto
movimiento de protesta, se abrieron también para Salvochea las puertas
de la prisión. Se dirigió a Cádiz donde el pueblo lo acogió con señalado
júbilo. Su espíritu seguía siendo siempre el mismo, pero su salud,
sobre todo la vista, sufría mucho a causa de los largos años de
encierro.
Salvochea se mostró activo hasta el final de sus días. Sacrificó
sus bienes y su sangre, toda su fortuna, por el ideal en que creía y
llegó a ser tan pobre como el proletario más indigente. Escribió
numerosos artículos para la prensa anarquista de España y editó también
algunos folletos. Su último trabajo literario ha sido una excelente
traducción de Campos, fábricas y talleres de Kropotkin, que se publicó
primeramente en La Revista Blanca y luego en libro.
Fallece el 28 de septiembre de 1907.
Su muerte causó un mar de lágrimas y su sepelio dio lugar a una
manifestación enorme, en la que participaron cerca de 50.000 personas.
De todos los pueblos y aldeas afluyeron los pobres y desheredados para
despedirse del extinto. Centenares de mujeres besaban los labios fríos
que antes llamaran con tanta frecuencia a la lucha por el pan y la
libertad. Ese día cayó en Cádiz un tremendo aguacero cuando la comitiva
pasaba al lado del ayuntamiento. El alcalde ordenó que entrasen en el Ayuntamiento diciendo: "Esta es su casa. Que no salga de ella hasta que no acabe la lluvia".
Al ser depositado en la fosa el cadáver del inolvidable camarada, millares de bocas exclamaron: "¡Viva la anarquía!".
Bibliografía
- Rudolf Rocker: Fermín Salvochea. 1945
- Pedro Parrilla Ortiz: El Cantonalismo Gaditano. Caja de Ahorros de Cádiz. Cádiz. 1983
BIOGRAFIA DE FERMIN SALVOCHEA
SÍNTESIS DE LA BIOGRAFÍA DE FERMÍN SALVOCHEA. MI VALORACIÓN SOBRE SU VIDA Juan Cejudo Caldelas
Comentarios
Publicar un comentario