Decía
Frantz Fanon que la división internacional de la explotación ha
creado una aristocracia obrera en los países imperialistas a costa
del proletariado de la periferia. ¿Queremos de verdad seguir
perpetuando nuestros privilegios a costa de esclavizar a terceros?
En
pleno año electoral en el que no paran de bombardearnos con
discursos sobre la salida de la crisis y recetas varias, que lo único
que persiguen es arañar votos, hay que mantenerse alerta sobre la
creación de falsas expectativas. Algunos de estos engañosos
mensajes son fáciles de desenmascarar, otros más sutiles, presentan
“alternativas” socialdemócratas para perpetuar un sistema al
borde del colapso, que sobrevive gracias a esclavizar a los países
de la periferia y al que pretenden resucitar a base de instrumentos
keynesianos que estimulen el consumo, y por ende la producción, con
inyecciones de inversión pública en colaboración con inversión
privada (eso que llaman “pacto capital-trabajo”). Defienden así
la colaboración entre clases sin tocar las relaciones sociales
capitalistas ni la propiedad privada de los medios de producción, y
dando capas de barniz democratizador a instituciones internacionales
como el BCE, el FMI o la ONU.
Programas
económicos como el de “Podemos” (No olvidemos, elaborado por
Vicenç Navarro y Juan Torres, coautores junto al dirigente de IU
Alberto Garzón del conocido Hay alternativas) lanzan cantos de
sirena sobre la “deseada” vuelta al Estado del Bienestar que se
está desmantelando a base de drásticos recortes en servicios
públicos y derechos sociales. Las propuestas de volver a instaurar
el “modelo social Europeo” no son más que cantos de sirena igual
de peligrosos e indeseables que los que intentaban arrastrar a los
navegantes que surcaban el Estrecho de Mesina, pues primero son
irrealizables a medio largo plazo y segundo son éticamente
desdeñables.
Empecemos
por lo primero, que no tiene por qué ser la cuestión más
importante pero sí la que está más de actualidad en plena vorágine
de cifras macroeconómicas falsamente esperanzadoras: ¿por qué es
irrealizable una salida que no pase por romper con el sistema
capitalista? Porque estamos ante una crisis estructural del propio
capitalismo y no ante un problema coyuntural.
En
la actualidad el sistema sufre una crisis de sobreproducción en
virtud de la cual no encuentra salida a sus excedentes ni a través
de un incremento del consumo ni a través de inversiones rentables.
Tras el fracaso de las fórmulas socialdemócratas de la “posguerra
mundial”, la última receta por parte del capital para huir de la
caída de su tasa de ganancia fue obtener rentabilidad especulativa
en el mercado financiero y promover la especulación inmobiliaria,
burbuja que al pincharse en España provocó, entre otras cosas, el
drama de los desahucios.
El
hecho es que las prácticas neoliberales, al desplazar el capital de
la economía productiva hacia la economía financiera especulativa,
tan sólo han supuesto una huída hacia delante para encontrar a
corto plazo salidas para el excedente. Como esto no salió bien, una
vez agotada la fórmula, se empieza a recurrir al desmantelamiento de
los servicios públicos para dar su gestión a las empresas privadas
con financiación pública (este mecanismo en el ámbito de la
sanidad se ha puesto en práctica de manera descarada). Una
estrategia que no encarna más que las últimas y desesperadas
bocanadas de aire de un pez que se muere, pues la realidad es que los
recursos invertidos en el capital financiero no regresan a la
economía real y no encuentran vías de inversión productiva que
generen los beneficios que necesitan para perpetuarse en sus
privilegios.
Ante
este panorama, ¿qué ofrecen los programas socialdemócratas? Poner
tiritas al herido de muerte y volver a un irreversible pasado que
fracasó y dio lugar a la crisis de los años 70, que no fue superada
sino lanzada a la periferia y que ahora regresa como un boomerang. Es
decir, proponen recuperar viejas fórmulas keynesianas de estimular
el consumo mediante inversiones directas del Estado, pero a largo
plazo esto es un problema enorme ya que el dinero público proviene
por un lado de incrementar los impuestos sobre salarios y beneficios,
y por otro lado de la venta de Deuda Pública. La fórmula, como
explica el profesor de economía Diego Guerrero, solo generaría
demanda inicialmente. Posteriormente, la demanda de las familias
caería. Y en caso de que solo se subieran los impuestos a las
empresas, estas podrían decidir dejar de invertir, mudarse a otras
áreas como la especulativa o deslocalizarse e irse a otro país. De
hecho amenazan con ello y, no olvidemos, lo han hecho realidad antes.
Esto generaría un fuerte endeudamiento del que es imposible salir,
véase el caso de Japón, economía que lleva décadas estancada.
Además
hay que tener en cuenta que estas recetas keynesianas fueron posibles
en un contexto muy diferente al actual. La economía occidental
estaba en expansión a causa de la industria militar ligada a la II
GM, existía la URSS que había implantado logros tan importantes
como la jornada laboral de 7 horas, un sistema de pensiones con
jubilación a los 60 años que en trabajos duros (minería, industria
pesada...) podía rebajarse a los 50 y en el que para recibir la
pensión completa había que trabajar entre 20 y 25 años, baja por
maternidad desde el inicio del embarazo, 20 meses en total, baja por
enfermedad con 100% del sueldo, la implantación del primer sistema
educativo totalmente público y gratuito, que alcanzó las mayores
tasas de alfabetización de la historia en las 15 repúblicas
soviéticas. Además, los colegios soviéticos ofrecían
gratuitamente alimentación para los alumnos, por lo que la
conciliación laboral-familiar se hacía mucho más fácil que hoy en
día en los países capitalistas. En definitiva, medidas que
obligaban a hacer concesiones preventivas al otro bloque para no
perder en la “carrera del bienestar”.
Pero
el quid de la cuestión es la segunda pregunta: ¿por qué la
alternativa de vuelta al llamado “Estado del Bienestar” sería
éticamente desdeñable? La respuesta es que dicha fórmula es
inseparable del carácter imperialista de los Estados occidentales.
Si la burguesía y el proletariado de unos pocos países
privilegiados parecieron crecer durante unos años de forma
simultánea, fue porque había un proletariado mucho más numeroso en
otras zonas del planeta produciendo riquezas enormes por salarios de
miseria. Véase la deslocalización de las grandes multinacionales.
Como expone el artículo “Por una comprensión crítica del modelo
social europeo”, firmado por Ernesto Martín, seudónimo del
compañero Vicente Sarasa, se ha producido una sobreexplotación
histórica de las colonias y neocolonias por distintas vías:
explotación industrial, parasitismo financiero, mano obra mal pagada
y sin derechos, robo de las materias primas, deuda externa... Gracias
a ella se obtuvieron beneficios fabulosos que han financiado la
“economía social de mercado” en Occidente.
Decía
Frantz Fanon que la división internacional de la explotación ha
creado una aristocracia obrera en los países imperialistas a costa
del proletariado de la periferia. ¿Queremos de verdad seguir
perpetuando nuestros privilegios a costa de esclavizar a terceros? Si
la respuesta es NO, la única alternativa es abandonar el sistema
capitalista y luchar por el socialismo, a fin de revolucionar la
división social del trabajo, colectivizar los medios de producción
y crear instrumentos y pautas de distribución y consumo que
respondan a las necesidades reales de todos.
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