EDITORIAL CANARIAS-SEMANAL.ORG.- Iñaki Gabilondo
es un presentador televisivo y locutor radiofónico que, desde las
empresas españolas más poderosas de la comunicación, ha jugado un
papel decisivo en la defensa del régimen político monárquico nacido de
la dictadura y de la Constitución de 1978.
Aparentemente "mesurado", flemático y "ecuánime", con maneras muy alejadas de cualquier radicalidad, Gabilondo ha desempeñado ha desempeñado la importante función de justificar teóricamente la "transacción" acordada
a finales de la década de los 70 entre los herederos de la dictadura y
los partidos de la "oposición" antifranquista.
La verdad es que durante años este presentador de TV ha constituido la cobertura mediática del PSOE. Muy vinculado a los círculos gubernamentales socialdemócratas, Gabilondo
ha tenido la habilidad de remar siempre a favor de la corriente
dominante, realizando, no obstante, las maniobras más oportunas para
que la nave del sistema estuviera preservada de las amenazas que desde
el oleaje social la pudieran hacer zozobrar.
No puede decirse, sin embargo, que Iñaki Gabilondo sea único en su estilo. En el gremio de los periodistas y comunicadores el arquetipo Gabilondo ha sido frecuente. Entre otras cosas, porque la aparente "distancia" que mantenían sobre la política cotidiana les otorgaba "respetabilidad" ante los mismos gobiernos, ya fueran éstos del PP o del PSOE.
Los socialdemócratas, particularmente han tenido mucho que agradecerle a
Gabilondo por los inestimables servicios que a lo largo de casi cuatro
décadas les ha prestado.
Pero las fidelidades no son eternas. Y especialmente ahora, cuando el
edificio de las instituciones monárquicas construido ad hoc para
preservar los intereses históricos de las clases económicamente
hegemónicas empieza a dar peligrosas señales de resquebrajamiento. La
lealtad tiene siempre una medida, y ésta viene determinada por
fidelidades superiores y no circunstanciales.
Gabilondo,
que a lo largo de los últimos 40 años ha demostrado tener buen olfato,
se ha dado cuenta de que sus amigos políticos de antaño -los
socialdemócratas de ayer -no parecen encontrarse en condiciones de
preservar las esencias últimas del sistema en el que él siempre ha
creído. La evidencia de que ello es así la dejó clara el mismo "Iñaki"
hace apenas unos días cuando dijo:
"Si el crecimiento espectacular de "Podemos" refleja la magnitud de la ira ciudadana, ¿se imaginan esa ira ciudadana sin Podemos?, ¿se la imaginan descontrolada y suelta?, ¿se la imaginan en las calles? Los que ningunean a Podemos deberían valorar su contribución al encauzamiento de esa indignación en los márgenes de la democracia".
Resulta curioso observar cómo los papeles en la historia frecuentemente
se trastocan. Miren ustedes por donde, frases como ésta las repitieron
una y otra vez los periódicos, la radio y la televisión de la derecha
durante la llamada "Transición política", a finales de
la década de los 70. Durante aquellos años el poder se apercibió de que
ante el grave deterioro político y la profunda crisis económica
resultaba imprescindible tener a mano organizaciones y partidos que
sirvieran de mullido colchón frente a la iracundia de los que nada
tenían que perder. La habilidad que en aquellas frágiles circunstancias
tuvieron unos y la traición miope de otros, nos terninaron
arrastrando hasta la insondable crisis institucional que vivimos
actualmente.
De
lo que en el fondo se ha tratado siempre, tanto ayer como hoy, es de
contener la ira de las masas, de reconducirla por aquellos caminos que
les impidan romper la integridad de un sistema de dominio social tan
laboriosamente montado. Gracias a su larga experiencia, las clases
dominantes son conscientes de que en momentos de crisis catastrófica se
hace preciso ceder para no perderlo todo. No tuvieron remilgos a la
hora de retirar a las cocheras a un monarca degradado y sin prestigio
que les había servido de instrumento idóneo durante casi cuarenta años.
¿Qué no hacer ahora, ante una situación económica que no tiene salida y
que, según todos los pronósticos, empeorará irremediablemente en el
curso de los proximos meses? Si, como sucediera en 1982, hay un partido
homónimo a aquel PSOE de las chaquetas de pana que pueda cumplir ese papel, ¿por qué no utilizarlo, aunque ahora lleve coleta?
Quienes dirigen el sistema económico, que tiene ya más de dos siglos de
antigüedad, han aprendido inteligentemente las lecciones que le ha
proporcionado su propia historia. A la luz de lo que contemplamos, sin
embargo, los que no hemos aprendido nada somos todos nosotros.
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