Apaga y vàmonos. Por Silvia Delgado, Juan Kalvellido

Es bastante frecuente ver la brutalidad como un hecho aislado. 
 
Producto de la ira o de la intolerancia o de la ignorancia.
Alguien que degüella un perro, alguien que guarda a sus hijos en un congelador, un grupo que viola a una niña, un padre que quema con un cigarro a su bebé…
Vemos a estos seres  como algo extraordinario, fuera de lo común, para comprenderlos afirmamos que están enfermos, que son locos.
 
Lo terrible de esto es que no recordamos que la brutalidad ha llenado todas las páginas de la historia, de monstruos en serie,  contados a millares.
 
La historia está llena de brutos por oficio. De funcionarios de la brutalidad.
 
Basta con mirar un poco hacia atrás y recordar los campos de exterminio, los cuerpos lanzados desde aviones, las masacres en pueblos o en campos de futbol.
 
Basta con observar un poco la realidad para darse cuenta de que la brutalidad vive agazapada en todas las sociedades, que detrás de los brutos de oficio siempre hay una sociedad cobarde que calla y otorga, que calla y comprende, que calla y regala el don de infringir dolor a quien se ponga delante.
 
Y esto es lo preocupante, que no hemos aprendido de los horrores pasados.
 
Que a pesar de estar advertidos, puede volver a repetirse el disparo en la espalda, la cámara de gas, las fosas comunes.
El fascismo crece, la brutalidad que lo alimenta crece, los silenciosos hacen la vista gorda porque a ellos, no les toca.

Y unos pocos, los menos, se estremecen porque que la impunidad abrirá de nuevo las puertas de la barbarie. 

Viñeta de Kalvellido

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