Un cuento basado en hechos reales para reflexionar sobre la educación en el hogar y la necesidad de ponerse de parte de los niños para construir, entre todos, una sociedad más libre y humana.
Educar en el hogar es una de las experiencias más fascinantes,
intensas y enriquecedoras que uno puede compartir con los hijos: supone
una enorme responsabilidad, pero, a cambio, podemos obtener un amplio
margen de libertad para profundizar en nuestra relación con ellos,
compartiendo sus descubrimientos, inquietudes y dudas.
Teo tiene nueve años y no va a la escuela. Algunos adultos no
saben cómo reaccionar cuando se enteran. Ponen caras extrañas o dicen
algo como: “¡Ah! ¿No…?”. Los amigos de Teo en el parque y en la
plaza saben que no va a la escuela como ellos. Una vez le dijeron:
“¿Entonces tú no sabes lo que es un quebrado?”. Y él contestó con una
sonrisa: “Bueno… seguro que tú no sabes cómo son las pirámides egipcias
por dentro”. Pero normalmente se dedican a cosas más divertidas como
jugar a la pelota.
Esta noche, su padre se ha sentado en silencio a los pies de su cama, como hace siempre que va a decir algo importante.
- Las cosas se han complicado un poco, Teo.
- ¿Tendré que volver a la escuela?
- Las cosas se han complicado un poco, Teo.
- ¿Tendré que volver a la escuela?
Teo fue por primera vez a la escuela cuando tenía tres años. El
primer día la cuidadora se afanaba en poner a todos los niños en fila.
Teo entró en su aire, mirándola de reojo. Le dijeron que se sentara en
una de las sillas. Sus padres volvieron al cabo de una hora y lo vieron
sentado en la misma mesa, aburrido y casi dormido. Ya no volvió más.
Un año después, TEo empezó a asistir al preescolar de cuatro años. Le
permitieron salir a media mañana. Pero, al día siguiente, el maestro
dijo que Teo debía respetar el horario completo, porque otros maestros
se habían quejado. Dado que era todo o nada, decidieron que lo mejor era
irse a casa otra vez.
Teo volvió a la escuela con cinco años y se encontró con una
sorpresa: la maestra le gustaba; no se pasaba el día colocando a los
niños en fila o mandándolos callar y comprendió enseguida que Teo era un
niño un tanto especial que a veces llegaba descalzo porque era
imposible meterse en los zapatos. Los trayectos hasta la escuela eran
viajes al Olimpo, descensos al Hades o peligrosos encuentros con Medusa.
Y, cada noche, Teo se iba al mundo de los sueños entre las páginas de
algún libro olvidado por sus hermanos mayores.
Al año siguiente, Teo comenzó su primer curso en primaria,
lleno de alegría y expectación. Pero, unos días más tarde, su mirada
empezó a ensombrecerse. En vez de pedir historias de héroes
mitológicos, hablaba de horas interminables coloreando láminas, de la
obligación de guardar silencio, de no moverse de la silla o de terminar
fichas a toda prisa para no quedarse sin recreo. Cada día le entregaban
una ficha de lectura para practicar en casa: letras y sílabas que
flotaban en el aire sin decir nada. Teo había descubierto la magia de
las palabras tres años antes junto a su padre, y ahora se dejaba atrapar
por la fantasía de Julio Verne, los cazadores de dragones o los piratas
de Stevenson.
Una mañana, Teo hizo casi todo el camino hasta la escuela en
silencio, con la vista fija en el suelo. Su padre esperó también en
silencio. Por fin, Teo preguntó si tenía que ir forzosamente al cole. La
decisión estuvo clara.
La escuela se convirtió en un recuerdo borroso. Y Teo siguió jugando,
leyendo libros por la noche, haciendo preguntas y experimentos
químicos, desgranando con su madre el misterio de los números, pintando
con su hermana y cocinando con su hermano. Sus padres habían preparado
un plan que resumían con una única y sugerente palabra: “investigar”.
Era como jugar a detectives, solo que, en vez de buscar ladrones,
buscaban respuestas a las interminables preguntas de Teo.
Un día, su padre le dijo que dos personas del ayuntamiento querían verlo:
- Bueno, ya sabes que la mayoría de los niños van a la escuela y estas personas quieren saber qué hacemos en casa. Pero no te preocupes, que son muy simpáticas.
- Bueno, ya sabes que la mayoría de los niños van a la escuela y estas personas quieren saber qué hacemos en casa. Pero no te preocupes, que son muy simpáticas.
La visita fue, en efecto, divertida. Teo mostró sus libros y
sus películas a dos educadoras de los servicios sociales, les contó
historias de Hércules y de Perseo y les explicó sus
“investigaciones”. Ellas le preguntaron si estaba contento en casa o si
preferiría ir a la escuela. Teo las miró con una sonrisa que parecía
decir: “¡No tenéis ni idea de lo aburrido que es aquello!”.
Así transcurrió una luminosa primavera. Teo aprendió montones de
cosas interesantes; cada respuesta que investigaban traía otros
misterios. Todas las tardes, Teo bajaba al parque a jugar con la
pandilla del barrio. Pero, en junio, todo se ensombreció. Y allí estaba
ahora Teo, esperando en su cama una respuesta de su padre: “¿Tendré que
volver a la escuela?”. Su padre le explicó lo que era un fiscal y un
juez, y le dijo que no se preocupara, que iban a hacer lo posible para
convencerlos.
Una mañana de julio, su madre lo sacó dormido de la cama y lo llevó
en brazos a la cocina. Allí había dos policías, les entregaron unos
documentos y se fueron.
Pasaron los meses y Teo se olvidó del fiscal, del juez y de
los policías. Su padre le dijo que había llevado al juzgado sus
escritos, dibujos, mapas y demás. Entretanto, la jueza quiso
hablar con Teo en persona, así que fueron al juzgado. Al cabo de un
rato, Teo salió solo, cerró la puerta con cuidado y dijo sonriendo a sus
padres:
- Todo ha ido muy bien.
- Todo ha ido muy bien.
Pero sus padres parecían muy preocupados. Al parecer, el fiscal no
entendía que era mucho más divertido aprender cosas en casa que estar
callado y sentado en la escuela, así que había pedido a la jueza que
ordenara su matriculación. Su padre explicó a la jueza que la escuela
apagaba la luz de los niños.
Vivieron unas semanas de incertidumbre. Finalmente, recibieron una llamada y su padre corrió al cuarto de Teo:
- ¡Has ganado!
- ¡Has ganado!
Teo levantó los brazos y agitó sus rizos:
- ¡Bien! ¡Podemos seguir investigando!
- ¡Bien! ¡Podemos seguir investigando!
- La sociedad desescolarizada. Ivan Illich
- El fracaso de la escuela. John Holt
- Summerhill. A.S. Neill
- Educar en casa día a día. Asociación Ale
- Educar y libertad. Una defensa del homeschooling como máxima expresión de la libertad educativa. Laura Mascaró
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FUENTE:
http://club.ediba.com/esp/teo-no-va-a-la-escuela/?utm_source=rss&utm_medium=rss&utm_campaign=teo-no-va-a-la-escuela
Artículo publicado originalmente en Mente Sana Nº 85, diciembre de 2012, Editorial RBA
Por Jesús García Blanca - Escritor e investigador, especialista en temas de salud, ecología y educación. Blog: http://saludypoder.blogspot.com
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