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IU y UPyD nos van a salvar. Editorial de inSurgente
Desde las últimas movilizaciones no han sido pocas las personas que,
desde el propio interior de las manifestaciones, se han preguntado, que
dónde estaban las seis millones de personas desempleadas que al decir de
la Encuesta de Población Activa (EPA) hay en España. Más allá de la
desesperación que habita en cada uno de los parados y paradas, y que
opera como una auténtica parálisis que impide organizarse o
manifestarse, lo malo es que el ambiente entre los que todavía se
manifiestan empieza a ser de cierto desánimo. Quizás, porque una de las
características de la etapa que vive el capitalismo y su crisis, y que
ha sabido transmitir con eficiencia, es que por muchas huelgas que se
hagan, por muchas manifestaciones que salgan a las calles, nada va a
cambiar; y ese fatalismo pesimista ha germinado lo suficiente como para
dejar a los más (numéricamente hablando) en sus casas. De ser cierta
esta tesis, que las huelgas y movilizaciones –por numerosas que sean- no
van a poder cambiar el orden de las cosas, cuál es el siguiente paso,
qué hacer, cómo debería reinventarse la izquierda que aspira a destruir
el capitalismo. No parece que unas jornadas para auto controlar la ira
(quizás con un libro del Dalai Lama) bajo el brazo, como se ha anunciado
en los últimos días para regocijo de la casta financiera, sea una
solución inteligente. Otros profetas ofrecen ir a votar al menos malo
sin que nos fijemos mucho el tiempo que llevan esos buenos colaterales
viviendo cómodamente dentro del sistema con el cuentito que las cosas
hay que cambiarlas desde dentro. A los dueños del poder no les asustan,
en este momento, las urnas. Las han diseñado como un instrumento que no
les da sorpresas, al menos en la lustrosa Europa. A la clase dominante
le da más precaución las manifestaciones con final incierto, los
movimientos sin portavoces, los escraches…, por eso salen presurosos
ante la ofensiva de cualquier movimiento a pedirles que se presenten a
las elecciones. Se trata de controlar la rebeldía. De hecho, hay quien
vende como el gran triunfo de la época la conversión del bipartidismo en
cuatripartidismo. Incorporar a IU y UPyD al reparto de escaños que
tradicionalmente han sido para el PSOE y PP, se escenifica como una gran
victoria de la democracia. Es el culmen que demuestra que vamos en el
buen camino de los cambios en las relaciones de clase. Sin embargo, que a
un lado del espectro esté PP y UPyD, y al otro PSOE e IU repartiéndose
diputados, no parece garantía alguna para la grandes mayorías de
explotados y marginados. Esa otra izquierda combativa, que no está
dispuesta a reírle las gracias al régimen y que por ello es perseguida y
vigilada, lo sabe.
inSurgente
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