En Brasil la tensión social que se venía acumulando explotó, asumiendo proporciones gigantescas.
La historia nos enseña que los pueblos,
cuando la opresión política y económica sobrepasa determinados límites,
toman las calles desafiando al poder.
El estopín de la protesta popular en las
grandes ciudades fue nel aumento del precio (veinte céntimos) de los
transportes públicos. El gobierno cometió el error de reprimir con
brutalidad, lo que aumentó la contestación. Las manifestaciones ganaron
amplitud, adquiriendo el carácter de crítica global a la política de
Dilma Roussef. A la indignación provocada por los gastos millonarios con
la construcción de estadios y otras infraestructuras para el Campeonato
del Mundo de Futbol y las Olimpiadas (el equivalente a 9,4 mil millones
de euros) sumaronse protestas contra la corrupción desenfrenada, las
privatizaciones, la carestía, las ventas al mejor postor del petróleo,
el proyecto de enmienda constitucional que reduce los poderes del
Ministério Público, la exigencia de un servicio digno de salud pública,
de reformas en la educación, la dimisión del ministro de Hacienda, etc.
La Presidente de la República, en viaje por Europa, no comentó los acontecimientos durante días.
En el día 21, las manifestaciones,
llegaron a su auge. Aproximadamente 1.300.000 personas salieron a las
calles en 75 ciudades. El Río, según la policía, fueron 300.000; en Sao
Paulo 200.000.
La derecha se infiltró. Grupos de
provocadores quemaron banderas rojas, agredieron a los representantes de
los partidos de izquierda, y en Brasilia intentaron asaltar el palacio
de Planalto (sede del Gobierno) y el Congreso Nacional, destruyendo
coches y saqueando establecimientos comerciales. En Ribeirâo Preto, el
conductor de un vehículo embistió contra una barricada, matando a un
estudiante e hiriendo a una docena de personas.
El dólar subió, los intereses no paran
de aumentar, los precios de los alimentos básicos suben, la inflación
crece. La máscara de la farsa democrática cayó.
Finalmente, el viernes por la noche, Dilma se dirigió al país con un mensaje apaciguador.
Sin criticar explicitamente la protesta
popular, cuya voz dice oir, la Presidente, en diez minutos de un
discurso populista prometió al pueblo brasileño todo lo que Lula y ella
le negaron en los últimos años: lucha sin cuartel contra la corrupción,
un “gran pacto social con los gobernadores de los estados” para mejorar
los servicios públicos, contratación de miles de médicos extranjeros,
más y mejores escuelas, una política agraria diferente, una
redistribución de la riqueza nacional que atienda el clamor popular de
los trabajadores y los excluidos.
En el fin de semana centenares de miles
de personas volvieron a salir a las calles. Hubo enfrentamientos con la
policía, sobretodo en Belo Horizonte y en Salvador. Más la gran ola de
la protesta popular reflujó. El Movimiento “Passe Livre”ique
movilizara multitudes a través de las redes sociales, alarmado con los
actos de violencia esporádicos, informó que no volvería a convocar
manifestaciones; posteriormente, no obstante, volvió atrás y esclareció
que no abandonaba la lucha.
El malestar social persiste y la
contestación a la política de Dilma Rousself va a continuar. Su
popularidad ha caído hacia un nivel muy bajo.
Es imprevisible el rumbo de la crisis en
las próximas semanas. En el espontaneísmo de las grandes
manifestaciones de protesta se transparentó, fragilidad del desafío al
poder.
En Brasil no existe aún un partido
político con fuerte implantación entre los trabajadores capaz de
movilizar a las masas para la lucha de modo permanente y organizado,
identificadas con objetivos concretos de un programa revolucionario.
LOS EDITORES DEL DIARIO.INFO
i “Billete gratuito”. Se refiere a los boletos de los autobuses
Traducción de Red Roja
Fuente: Odiario.info
Comentarios
Publicar un comentario