El 23F desde una "lechera": “El PP presiona hasta el final para evitar a toda costa la fotografía de una carga policial”
El 23F desde una "lechera": “El PP presiona hasta el final para evitar a toda costa la fotografía de una carga policial”
Son los malos de la película, los que golpean a los manifestantes. “Sólo cumplimos órdenes, de arriba. El PSOE nos utilizaba como medida de presión y ahora nos hemos convertido en los siervos del PP”.
Los antidisturbios no pueden desenfundar la porra hasta que el
Inspector Jefe no recibe la orden de la Delegación del Gobierno.
Mientras tanto, hay manifestantes que les escupen; que les miran a los
ojos y les gritan “hijos de puta”. Que les lanzan un botellín a
la cara o se orinan en sus botas. “Y hasta que no recibamos la orden de
nuestro superior no podemos hacer nada. El PP aguanta hasta el final
para evitar a toda costa la fotografía de una carga policial”, cuenta un agente a El Confidencial.
Los antidisturbios reaparecieron ayer en las manifestaciones del 23F
después de haber sido muy cuestionados por sus cargas del 25S y su
entrada en la estación de Atocha, donde golpearon a periodistas y a
personas ajenas a los manifestantes más agresivos, generando el pánico
entre los viajeros. Un equipo de El Confidencial cubrió parte de las protestas desde una lechera
para conocer a los miembros de las Unidades de Intervención de la
Policía (UIP) y saber qué opinan, quiénes ordenan sus cargas y cómo
deben usar la fuerza. Todos tienen prohibido dar su testimonio con nombre y apellidos.
Una leyenda de violencia gratuita acompaña a este Cuerpo de la
Policía. Las intervenciones de la UIP en las grandes manifestaciones se
siguen desde un centro operativo instalado en la Jefatura Superior de
Policía de Madrid desde el que se visiona el desarrollo de la
manifestación. Todas las patrullas se conectan por una emisora interna.
Quien toma la palabra, canta primero su número identificativo. Todos se apodan Los Puma.
Los UIP en toda España no superan los 3.000 efectivos. Se quejan de
que son muy pocos: en Francia alcanzan los 24.000.
Un policía raso se levanta 1.800 euros mensuales por estar disponible las 24 horas y siempre localizado
mediante un minucioso plan de concentración. Se han quedado sin paga de
Navidad y las horas extras no se cobran. “A nosotros éstos tampoco nos
representan”, se queja uno de los agentes, el mayor del equipo. Mira
hacia los leones que flanquean la puerta principal del Congreso de los
Diputados, cercado ayer por centenares de policías. En la distancia se
escuchan los cánticos de los manifestantes. Es una masiva protesta
multicolor contra los recortes del Gobierno y la corrupción.
“Nosotros también queremos un cambio y queremos que las cosas se hagan mejor. Pero nuestra misión es restablecer el orden público”.
En lo humano aparentan ser hombres rudos, bastos, gorilas de discoteca con trajes de madero
que saltan a la primera. Pero no se inmutan ni una vez hasta que no
reciben una orden. Aunque haya manifestantes que les pregunten si no les
da vergüenza estar ahí. La norma para cualquier agente de la policía es la intervención mínima de la fuerza y menor lesividad,
para lograr restablecer la seguridad ciudadana cuanto antes. “Para que
nosotros empleemos la fuerza ellos han tenido que usar la violencia
antes”. Hay quien tiene grabados los insultos que reciben en unas
manifestaciones que nunca duran menos cuatro horas. “Nos llaman hasta
asesinos y nos amenazan de muerte en las redes sociales. A ver quién
aguanta eso”.
En los encuentros cuerpo a cuerpo con los manifestantes tienen puntos
débiles: hasta la barbilla. Por eso no pueden dejar que se les acerquen
demasiado. Pocos se libran de las señales de alguna pedrada. Hay compañeros que llevan varias operaciones de cirugía en la cara.
Si se les pide que aguanten, ellos aguantan. Incluso cuando llega el
siguiente insulto, todavía más obsceno, segundos después. Ningún mando
policial actúa por su cuenta sin la aprobación del Gobierno. Si les
dicen que desalojen la calle, lo hacen. Su misión es que grupos
minúsculos que quieren hacer ruido no paralicen la ciudad.
'Movida' a partir de las 21.00
La marcha confluyó sin incidentes hasta las 21.00. La Plaza de
Neptuno se vació sin ningún altercado. En la emisora interna se empiezan
a cruzar cada vez más llamadas. “Lavapiés. Un grupo está tirando contenedores e incendiándolos”. 21.06. “Ronda de Valencia pide apoyo. Son bastante agresivos”.
La tensión se empieza a colar por las ondas de la radio. Las conexiones
llegan mucho más deprisa. A veces tienen que preguntar dos veces la
dirección exacta donde les envían. Los jefes de grupo dan y reciben
órdenes sin parar. “Muchas veces no sabemos qué está pasando hasta que
no nos mandan acudir a un sitio concreto”. A las 21.09 llega la orden del Inspector Jefe: “Detenciones”. Se abre la veda. 21.10. "En Sol tenemos un detenido. Un tonto que ha venido a vocearnos y luego se ha resistido". Llevan pistola, grilletes, chaleco anti-traumas, casco, silbato y bastón anti-motines. Con el chaleco desaparece su identificación. 21.15. “Están cortando Santa María de la Cabeza”. 21.16. "Dos actas a dos chavalas que nos llamaban hijos de puta y zarandeaban la valla. Las disponemos para sanción".
Un inspector manda a las lecheras de Neptuno de refuerzo. Se
encienden las luces. Ya nadie habla. “¿Qué ha dicho? ¿Qué vayamos
dónde?”. Otro agente de otro subgrupo alerta de que “nos han recibido a pedradas y se han metido en la estación”. Todos culpan a los manifestantes más violentos de buscar el desorden público. “Ahora se estará comiendo el marrón el
equipo de seguridad privada de Atocha. No podemos permitir que un grupo
de cien o menos corten la calle porque les da la gana. Unos chavales no
pueden paralizar una ciudad de millones de habitantes”, se quejan.
El espíritu de unidad de los antidisturbios nunca se quiebra. Sus actuaciones son las de un grupo unido.
Miden el éxito o el fracaso de su actuación después de ver el resultado
de todo el cuerpo. El servicio acaba a las 23.21, con más de 40
personas detenidas en los alrededores de Atocha, el paseo de las
Delicias, en la calle Hospital y la zona de Lavapiés. En la lechera
quedan restos de los bocadillos de jamón que les repartieron por la
tarde para matar el hambre durante el servicio. Al llegar a Moratalaz,
donde los antidisturbios tienen su cuartel general, el jefe de equipo coge el rifle de las bolas de goma. Ya sólo le queda comprobar que está descargado.
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