El Ministro perdió la cabeza
El Ministro perdió la cabeza. Un periodista se lo confirmó al que
hace las veces de médico personal, con una llamada escueta y
contundente. Cuando el doctor puso el celular en la mesa de su despacho,
se dio cuenta que la noticia no le sorprendía en exceso, porque el
ministro estaba consumiendo demasiado pragmatismo y eso en cualquier
momento iba a dar la cara de un modo letal, incluso se apuró a recordar
que él se lo había advertido en más de una ocasión. Ahora observa en el
televisor de ese mismo despacho como los periodistas se agolpan a las
puertas del domicilio del ministro, un edificio lujoso en una zona
bacana, buscando una información imposible hasta que un compañero de
partido baja como embestido portavoz de la familia y el gobierno a decir
que, “en efecto, el ministro ha perdido la cabeza pero tienen
esperanzas que en las próximas 72 horas aparezca para que se le pueda
reinstalar”. Todo el mundo sabe que pasado ese tiempo ya el problema
sería irresoluble y estaríamos hablando de una defunción en toda regla.
El estrenado vocero sólo admitió una pregunta y fue “¿Dónde pudo haber
perdido la cabeza?” Pero la respuesta no resolvió la duda, “más que
dónde, nos está preocupando cuándo”. Otro ministro consigue atravesar la
trinchera periodística e ingresa en el edificio sin hacer
declaraciones, sube al departamento flechado a la computadora del
descabezado. Revisa y revisa buscando ciertos datos pero con el sudor
brotando en cada uno de sus poros. Cuando se da por vencido va al salón
de los allegados y pregunta qué opina el médico, “que es exceso de
pragmatismo”, le dicen. El ministro hace un gesto de extrañeza y
advierte que no cree, que si fuera eso le hubiera pasado a más miembros
del ejecutivo. ¿Han pensado en alguna venganza? ¿Un accidente? ¿La
acción de algún subversivo ultraizquierdista? ¿de algún grupo anarquista
enloquecido? Pero por la reacción del resto se da cuenta que no, que
por ahí no, por lo cual se estrecha el camino de las pesquisas y todo
conduce a que, efectivamente, el pragmatismo está detrás del asunto. De
todos modos no preguntó por el resto del cuerpo para no tener que entrar
en la habitación a contemplarlo. A esas alturas ya la noticia había
llegado a las agencias internacionales y el país volvía a ser portada.
Agotado, el ministro se sentó al comprobar que varios mensajes de su
celular confirmaban que otros tres colegas estaban camino del
departamento, y en un gesto de rebeldía que no recordaba en años, tomó
una birome y unas hojas del portafolio para hacer una defensa del
pragmatismo, porque la crítica de buena parte de la población iba a ser
contundente e inmerecida ya que el pragmatismo, la reconciliación de
clases, había traído mucho bienestar. Y ahí, en medio del argumentario,
cae en la cuenta del lugar donde puede estar la cabeza. Nervioso, agarra
el celular y pulsa la letra “E”, la octava palabra del listado es
“Embajada”, llama. No tiene que decir ni “buenas tardes” ni que es el
ministro porque al otro lado le reconocen el número y alguien le dice en
un castellano con acento sajón, que no cunda el pánico, que la cabeza
la tienen ellos, que le están reajustando un par de cosas y que a
medianoche la devuelven al tronco en un coche oficial a cargo del
presupuesto de la propia embajada. Antes de preguntar siquiera por qué,
la voz dice que, aunque el pragmatismo seguía en niveles aceptables,
habían detectado que el ministro, ahora sin cabeza, dudó en dos
ocasiones sobre temas que no tenían discusión posible, y que inclusive a
una de sus hijas se le había visto en la Facultad escuchando en el ipod
el conocido “Here´s to you”, el tema de Morricone en recuerdo de Sacco y
Vanzetti, y eso no podía tolerarse, porque con el futuro del país no
se puede andar de joda.
Publicado originalmente en el diario uruguayo LA JUVENTUD
Tomado de inSurgente
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