El coraje de las madres
Hace unos años, en casa de Enrique de Castro (uno de esos sacerdotes,
tan escasos por estas latitudes, que se toman en serio el mensaje
evangélico), coincidí con varias militantes de Madres Contra la Droga, y
en un momento dado una de ellas, que había perdido a un hijo
adolescente, me confesó: “Yo empecé pidiendo la pena de muerte para los
traficantes, y ahora lucho por la legalización de las drogas”.
Casualmente (o tal vez no), no hacía mucho que había conversado, en La
Habana, con Hebe de Bonafini, de Madres de Plaza de Mayo, y su relato,
aunque en apariencia muy distinto, hablaba de un proceso análogo: el
tránsito del dolor más íntimo a la protesta más pública; la conversión
de una tragedia personal en una batalla colectiva y, en última
instancia, política.
Estos días he tenido el privilegio de participar en varias acciones
reivindicativas junto a Elena Ortega, la madre de Alfon, a la que, de
forma nada casual, conocí en la Traba en compañía de Mavi Muñoz, la
madre de Carlos Palomino. Y, como no podía ser de otra manera, me he
acordado a menudo de Maribel Permuy, la madre de José Couso, y de su
ejemplar batalla contra los gobiernos criminales de España y de Estados
Unidos. Y también me he acordado de Pilar Manjón, doble víctima del
terrorismo de Estado (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=10758). Y
no he necesitado acordarme de otras madres luchadoras, como la
infatigable Nines Maestro o las admirables escritoras Sara Rosenberg y
Belén Gopegui, porque esta misma mañana (escribo esto el 20 de
diciembre) las he visto ante el Congreso, exigiendo la libertad de
Alfonso.
Madres Contra la Droga, Madres de Plaza de Mayo, Madres Contra la
Represión… Al contrario que la patética Madre Coraje de Brecht, estas
madres ultrajadas y corajudas tienen muy claro a quién beneficia el
negocio de la guerra -y la guerra del negocio-, quién es el verdadero
enemigo, y han hecho del mayor de los dolores, que es la pérdida de un
hijo, la más noble de las banderas y la más vigorosa de las luchas.
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