“Para que vivan las palomas, mejor nosotros”. David de la Cruz.- y mas...¡solidaridad!


"... El edificio llevaba seis años abandonados. La constructora Goncava se desentendió del inmueble cuando ya estaba casi terminado. “Sólo vivían las palomas, y para eso, mejor nosotros”, dice Estefanía Mateos, la primera persona que entró en la finca. Estefanía fue desalojada de San Severiano, 43 el pasado día 22. El Ayuntamiento se ofreció a pagarle el 90 por ciento de un alquiler, “pero ningún propietario se fía del Consistorio”. A apenas dos calles encontró la solución junto a otras cuatro familias de la misma finca..."
 En el portal de la Avenida Portugal, 45, junto al patio del Instituto Rafael Alberti,  sólo se entra y se sale con llave. El resto del tiempo permanece cerrado, infranqueable para quien no pertenezca a esa nueva comunidad. El edificio llevaba seis años abandonados. La constructora Goncava se desentendió del inmueble cuando ya estaba casi terminado. “Sólo vivían las palomas, y para eso, mejor nosotros”, dice Estefanía Mateos, la primera persona que entró en la finca. Estefanía fue desalojada de San Severiano, 43 el pasado día 22. El Ayuntamiento se ofreció a pagarle el 90 por ciento de un alquiler, “pero ningún propietario se fía del Consistorio”. A apenas dos calles encontró la solución junto a otras cuatro familias de la misma finca.

“Recuerdo la primera vez que entramos, el portal se encontraba abierto, vine con una linterna, en cuanto encendí la luz, los palomos se vinieron hacia a mí, me atacaron. Esta era su casa”. Poco a poco fueron trasladando los muebles y pertenencias en carretillas de un edificio a otro. La mayoría de las viviendas se encontraban encajadas, sin dificultades para acceder. Adecentaron el bloque y fueron llegando las familias, “28 en total, hay 30 casa, pero en dos no se puede vivir, han robado todo y están destrozadas”, cuenta Julio García, uno de los portavoces de la comunidad que, tras sufrir un desahucio, en la Calle Antonio Ulloa, se ha mudado allí junto a su mujer y sus cuatro hijos.

Ambos, Estefanía y Julio tienen empleo. La primera como autónoma, en una tienda: “Entre seguros sociales, alquiler y pagos, no obtengo beneficios, y eso que echo horas”. El segundo sufre un embargo en la cuenta bancaria, por tanto no recibe una parte importante de un sueldo que apenas llega a los mil euros. “Tú crees que si tuviéramos dinero estaríamos aquí. Sin luz ni agua, esto no es vida, no hay ninguna comodidad”, se queja Estefanía. Al tiempo que Julio, que duerme en un colchón en el suelo, se queja de un frío que cala los huesos: “Cuando amenece, no me puedo ni mover. Yo temo por mis hijos, por los menores que hay aquí, espero que ninguno se ponga malo”.

El sol es la única iluminación que tienen. “Por la noche, velas y linternas”. La fuente de la Plaza Santa Ana, el grifo con suministro que sostiene a decenas de personas. Lo cuentan mientras ascienden los escalones de unos pasillos húmedos y oscuros. “Las personas mayores lo pasan mal, debemos ayudarle entre todos cuando suben los pisos, es complicado sin ascensor”. Estefanía y Julio representan una novedosa situación social cada vez más extendida: “Hoy por hoy, trabajar no evita la exclusión”. Se encuentran dispuesto a pagar un alquiler acorde a las condiciones que padecen: “Nosotros quisiéramos abonar todos los meses una cuota, también los recibos, pero los precios para una vivienda digna no se encuentran acordes con el contexto en el que estamos”.

Un contexto que obliga a pedir ayuda. “Si nos escuchara alguna empresa, personas solidarias, les diría que necesitamos mantas, comida, productos de limpieza… De todo. Si sobrara nos encargaríamos de repartir entre personas sin recursos”. Gente como la que acude cada mañana hasta esta Corrala de la Bahía. Unas diez familias conforman una lista de espera para okupar alguna de las dos casas que quedan vacías. “El problema es que no nos atrevemos a meter nadie allí, eso no está habitable, primero queremos arreglarlo”, señala Julio mientras muestra un hogar de una habitación donde no hay termo, lavabo, ni apenas nada que hayan podido llevarse durante los años de olvido.

Antes de salir, Estefanía Mateos ofrece su llave para abrir el portal. En el cristal, dos hojas de papel pegadas con adhesivos sobre el cristal. La primera explica que el sábado habrá limpieza general. “Cinco euros por familia para productos y al menos un miembro para las labores”. La segunda, un documento que habla sobre la inviolabilidad del domicilio. “Esto es una comunidad. Y pensamos quedarnos, ¿a dónde vamos a ir? No me quiero ver durmiendo sin un techo”, se justifica, como si fuera necesario.

- 30/01/2015 - 21:00

CÁDIZDIRECTO/David de la Cruz.-
 
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