El espejismo de la soberanía nacional. Ana Litika

"... la lucha no debería ser por una ilusoria "soberanía nacional", sino por una soberanía proletaria que trascienda y ayude a derribar las barreras burguesas de los estados-nación. Y en ella, la socialización de los grandes medios de producción y distribución, la socialización de la banca y del comercio exterior, y en los momentos críticos en los que se encuentra el país, la socialización de los medios de satisfacción de las necesidades básicas del pueblo, son condiciones sine qua non para empezar a hablar de socialismo, de la conquista de la soberanía como clase y del fin de la explotación..."
Hasta hace cuatro años, había un acuerdo casi general en el chavismo sobre la robustez de la economía y su inevitable continuidad. La crisis atacaba a todos los países capitalistas desarrollados y la constatación de que no hubiera llegado a Venezuela, y a los demás países de la región, se esgrimía como prueba de los aciertos económicos y sociales del "socialismo bolivariano" y de sus positivas influencias continentales. Yendo más lejos, algunos llegaban a afirmar que era la prueba más fehaciente del carácter socialista de las transformaciones sociales y económicas emprendidas. No importaba que las supuestas transformaciones radicales no se pudieran verificar en ningún cambio estructural, ni que se hubieran silenciado o relegado a los grupos que las exigían. Como cuando se deduce la existencia de un planeta por las alteraciones que se observan en la órbita de otro, así el crecimiento económico y la elevación del consumo per cápita parecían ser suficientes para demostrar los avances en la "transición al socialismo". Los que osaban poner en duda la pretendida independencia que la economía venezolana había alcanzado respecto a los centros capitalistas y afirmaban que era cuestión de tiempo que la crisis se presentara, eran tachados de agoreros contrarevolucionarios.

Pero la crisis llegó a Venezuela y la fuerza de la dialéctica dispersó los espejismos. La economía ahora se hundía por el retorno de los precios del petróleo a una órbita referenciada a sus costos de producción, y esto hacía evidente que el milagro económico de la década anterior había estado determinado por el continuado precio especulativo del petróleo y otras materias primas. Quizás lo más incómodo de aceptar es que no sólo el desplome de la economía es consecuencia de la crisis global del capital, sino que también el importante crecimiento económico anterior habría venido determinado por la fase especulativa de esta misma crisis. En otras palabras, la crisis global del capital había sido el motor de la montaña rusa económica de la región, que se había manifestado de forma más pronunciada en Venezuela por la alta dependencia de su economía de la renta petrolera.

En realidad, la crisis ponía de relieve, entre otras cosas, una sobreacumulación de capital en los centros capitalistas, que al no encontrar en ellos una rentabilidad adecuada para reinvertir estas masas acrecentadas y concentradas de capital, se exportaban a países y áreas en las que la composición orgánica de capital era más favorable para la extracción de plusvalía. Esto es, a países de menor desarrollo capitalista y hacia áreas del sector primario extractivista. Este capital excedentario que aún no encontraba condiciones adecuadas para valorizarse se dedicó a especular con los "commodities", lo cual no deja de ser otra forma de acelerar las condiciones de concentración y centralización del capital, necesarias para que éste inicie una fase expansiva. Y esta especulación que parecía generar "beneficios" a corto plazo a los países productores de materias primas, lo que hizo fue exacerbar su carácter primario exportador y profundizar su dependencia de los centros capitalistas. Así, a buena parte de los países catalogados de emergentes, las mismas las condiciones que antes eran de emergencia entendida como despegue se les aparecen ahora como emergencia entendida como desgracia.

Y eso es lo que ha pasado en Venezuela. No es que se haya transitado de "país económicamente emergente" a "país en emergencia económica", sino que siempre se estuvo en el mismo lugar. Como el náufrago que después de nadar por largas horas se da cuenta que la corriente le ha llevado y traído a su antojo, así el país tras un intento, real o fingido, de profundizar eso que llaman "soberanía nacional", no ha conseguido disminuir su dependencia económica respecto a los centros capitalistas. Para rematar, las actuales directrices económicas de gobierno son más, mucho más, de lo mismo. Meter el oro, los diamantes y demás recursos mineros en el mismo saco de la especialización primario exportadora, no hace sino profundizar aún más la senda de la dependencia nacional y desechar el fomento de un desarrollo integral de las fuerzas productivas. Lo peor es que, ante la desesperada situación originada por la caída de los ingresos petroleros, los nuevos convenios con el capital internacional se hacen a precio de ganga y probablemente con concesiones de desregulación laboral y fiscal.

Así, otro espejismo que se diluye con la crisis es el de los "pueblos" susceptibles de ser dueños de la "riqueza nacional". El castrense concepto del supremo interés de la patria y su versión "populista" de la "soberanía nacional y popular" son el caballo de Troya de un sector emergente de la burguesía nacional, para hacer que las clases trabajadoras se crean que comparten intereses comunes y "superiores" con la burguesía "patriota". En realidad, lo que se busca es que el proletariado olvide que la base incuestionable de la creación de riqueza es el trabajo. Y que la antítesis del trabajo es el capital, sea este foráneo o nacional.

La riqueza es el trabajo pasado y presente de generaciones de obreros del campo y de la ciudad. La materialización de ese trabajo son los campos cincelados con siglos de trabajo campesino, las fábricas hijas del sudor obrero, los medios de transporte y los medios de distribución. Esos frutos del trabajo colectivo e histórico de la clase proletaria son los medios de producción, tanto los plasmados en medios materiales, como los que aparecen bajo la forma de capital financiero. Si estos medios de producción aparecen como la propiedad de una clase social distinta a la que los ha producido, es decir, si aparecen como pertenencia de la burguesía, es sólo porque esa clase ha podido apropiarse durante siglos del excedente en trabajo del proletariado del campo y de la ciudad y transformarlo en su "riqueza nacional", en capital.

En el caso de Venezuela, la burguesía no sólo se ha apropiado del plusvalor del proletariado nativo, sino que a través de la renta petrolera ha llegado a sus manos como regalo del cielo, parte del plusvalor generado por el resto del proletariado internacional. Y este capital, que no es sólo el cuerpo del delito, sino también el instrumento para seguir cometiéndolo, se pretende presentar ahora como el gran aporte de la burguesía, llamados ahora empresarios patriotas, para la salvación nacional. Lo peor, es que esa clase usurpadora al ver peligrar su botín por la acción más agresiva del capital internacional, tiene el descaro de poner a las mismas clases que ellos han explotado a defender su fortuna, disfrazada de "soberanía nacional" y su proceso de latrocinio, disfrazado de "desarrollo nacional".

¿Qué es la soberanía nacional? ¿la autoridad armónica de todas las clases sociales de una nación? ¿todos juntos como hermanos, al encuentro del capital? ¿ explotadores y explotados? ¿usurpadores y desposeídos? ¿la burguesía de siempre, la burguesía emergente (que ha terminado siendo lo único que ha emergiendo en el país) y el proletariado defendiendo el interés supremo del desarrollo nacional, aunque bajo el capitalismo únicamente se produzca profundizando la explotación de estos últimos por los primeros?

Seguir asumiendo como propios intereses de las clases explotadoras sería un muy triste final de un proceso a ninguna parte. Claro que hay que defender la riqueza social frente al capital internacional, pero no para que se la queden los buitrecillos criollos. Si los medios de producción y distribución son el fruto histórico usurpado al proletariado, su socialización por parte de un estado proletario es la única soberanía que les sirve a las clases trabajadoras. Y si parte del plusvalor que la burguesía internacional ha extraído al proletariado internacional llega a manos de las clases trabajadoras venezolanas, la obligación moral de éstas es usarlo para hacer una revolución socialista de verdad y así aportar al proceso de la revolución internacionalista.

Así pues, la lucha no debería ser por una ilusoria "soberanía nacional", sino por una soberanía proletaria que trascienda y ayude a derribar las barreras burguesas de los estados-nación. Y en ella, la socialización de los grandes medios de producción y distribución, la socialización de la banca y del comercio exterior, y en los momentos críticos en los que se encuentra el país, la socialización de los medios de satisfacción de las necesidades básicas del pueblo, son condiciones sine qua non para empezar a hablar de socialismo, de la conquista de la soberanía como clase y del fin de la explotación.
 

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