'MALOS TIEMPOS', por Santi Ortiz... y mas

"¿No veis acaso que lo que denominamos democracia no es más que un disfraz bajo el que se esconden los responsables de este golpe de estado a escala mundial con el que han revertido en unos pocos años lo que nos había costado siglos construir? ¿No habéis leído u oído mil veces que el verdadero poder, la dictadura que ya domina el mundo, no se pone jamás al alcance de las urnas? Eso lo dejan para los políticos... ¿alguien en su sano juicio puede creer que los hombres y mujeres que lucharon por lograr el sufragio universal lo hicieron para que acabara convertido en esta.

   Vivimos malos tiempos. El cielo del presente condensa nubarrones y augurios de tormentas que parecen de imposible soslayo. La actualidad acumula noticias adversas que no hacen sino agudizar la involución en que estamos inmersos. Al dejo amargo de mi pluma en silencio, amordazada por la terrible certeza de su inutilidad, añado ahora este otro que palpita en cada frase, en cada palabra, en cada letra, en cada símbolo de este escrito, buscando ser un agónico aviso, una súplica de toma de conciencia, un rebato de campanas lanzado impetuosamente al corazón mismo de cada lector, de cada ciudadano, de cada ser pensante, para que se apreste a mirar frente a frente a la verdad de lo que está ocurriendo y a correr en defensa de lo poco que ya nos va quedando antes de que acaben con todo definitivamente.

     Estamos aquejados de una astenia agudísima que nos hace comportarnos como pasivos espectadores que creen asistir en calidad de convidados de piedra al desarrollo de los acontecimientos, sin darse cuenta de que estamos dentro de la pantalla y formamos parte viva y principal de la película. A nuestro alrededor yacen los cadáveres de las cosas que amamos sin que nuestra indolencia alcance siquiera a esbozar una queja. Son conceptos hermosos, luchados tenazmente por hombres que consiguieron levantarlos para sí y para otros hombres. Y ahora, sobrevolados por aves carroñeras, cercados por las hienas, podemos contemplar sus restos yertos. ¡Miradlos a la cara! Ahí los tenéis, agotados, exangües, sin señales de la vida que en otro tiempo alentó su pujanza. Pronunciad sus nombres en voz alta: son la democracia, la tolerancia, la solidaridad, la justicia, la dignidad, la libertad, la ética… Valores exclusivamente humanos, que no venían inscritos en el genoma de nuestra especie, que no pertenecían a la animalidad humana, sino al hombre como ser histórico y social. Valores arrancados a la barbarie y levantados sobre la piel del tiempo a base de lucha, dolor, esfuerzo y sacrificio.

     ¿Qué queda de ellos? ¿No veis acaso que lo que denominamos democracia no es más que un disfraz bajo el que se esconden los responsables de este golpe de estado a escala mundial con el que han revertido en unos pocos años lo que nos había costado siglos construir? ¿No habéis leído u oído mil veces que el verdadero poder, la dictadura que ya domina el mundo, no se pone jamás al alcance de las urnas? Eso lo dejan para los políticos. ¿Nada habéis aprendido tampoco de lo acaecido con el referéndum de Grecia? ¿Acaso no está claro lo que ocurre?... Entonces, ¿a qué viene ese afán de prestarse a la mascarada electoral? Y no me digan que el voto es un derecho que costó mucha sangre conseguir, porque, ¿alguien en su sano juicio puede creer que los hombres y mujeres que lucharon por lograr el sufragio universal lo hicieron para que acabara convertido en esta pantomima? Hoy, por más que lo repita un trilero del neoliberalismo como es Felipe González, no hay votos útiles. Todos son inútiles en cuanto no se plieguen a los dictados del poder real. Y así seguirá siendo, mientras sigamos mirando las sombras de la caverna y no saquemos la cabeza para contemplar la realidad; esto es: mientras continuemos participando en el carnavalesco juego de elegir como representantes a los que luego no nos van a representar, incluso aunque verdaderamente lo deseen.

     Con la democracia han caído todos los valores que le dan sentido. ¿Qué se hizo de la tolerancia?, porque sin ella, sin esa capacidad que nos permite convivir con quien piensa diferente, sin otorgar ese derecho que tienen los demás de abrigar otras creencias, otros gustos, otras formas de concebir el mundo, la democracia es inviable. Estoy harto de escuchar esa muletilla de “Tolerancia cero” que se abre paso por doquier contaminando de intransigencia todo lo que toca, ya sea un fundamentalismo religioso –como el del yihadismo asesino y decapitador del Estado Islámico, o el del dios cristiano en cuyo nombre mandaba la Casa Blanca y el Pentágono bombardear y destruir Irak–, ya sea el animalista que conduce a alcaldes y formaciones políticas a vulnerar la legalidad postergando derechos humanos en nombre de unos inexistentes derechos animales. No hay capacidad para el diálogo ni para el debate. Es la ley del “yo impongo” que comienza a anidar y a ejercer su acción destructiva en algún rincón de todos los cerebros, ya de por sí moldeados por las rigideces del “pensamiento único”.

     Así nos va con todo: el dogal de la seguridad estrangula las ansias de libertad, y el miedo cotidiano nos oculta ese otro agazapado en las páginas más negras de la historia, posibilitando el resurgimiento europeo del fascismo, como ocurre en Polonia, en Ucrania, en Alemania, en España, en Grecia y sobre todo en Francia, donde las huestes de Marine Le Pen amenazan con instalarse en el mismísimo Elíseo después de haber ganado la primera vuelta de las elecciones regionales. ¿Cuántas traiciones han debido perpetrarse en la patria de la Libertad, Igualdad y Fraternidad, en el París de la Comuna, en el país de la resistencia partisana al gobierno colaboracionista de Vichy, cuántas tropelías y cuántas decepciones, para haber llegado a esta situación? ¿Cómo es posible tanta desmemoria o tal ignorancia de la historia? ¿Cómo hemos podido llegar a admitir en Internet discursos que tachan a Hitler de “gran hombre” o descerebrados que relativizan su fanatismo criminal porque “a pesar de haber hecho cosas horribles, era muy bueno con los animales”?

      ¿Y la Justicia? Desde que le quitaron la venda de los ojos no ha querido volver a la ceguera dando lugar a fallos verdaderamente escandalosos y actuaciones auténticamente taumatúrgicas capaces de transformar un fiscal en abogado defensor o de expulsar de facto de la carrera judicial a un juez inhabilitándolo por más de 17 años para ejercer su cargo, mientras estafadores de alcurnia siguen chapoteando a sus anchas en las ciénagas de la impunidad y paseando por las calles como si de honrados transeúntes se tratara. En cuanto a la solidaridad, entre la insoslayable competitividad, la espada de Damocles de casi cinco millones de parados y el cobarde egoísmo que nos atenaza, por ahí anda emputecida sufriendo el bochorno de que todos le den de lado, en tanto que la caridad ocupa su puesto.

     De la Ética mejor ni hablo. Avergonzada, abucharada por tanta corrupción y tanto “pelotazo”, rechazada como una apestada, se habrá escondido en cualquier zulo a la espera de que un alma heroica corra a liberarla y le restaure el sitio que nunca debió perder junto a la dignidad del hombre. Pero en un país en el que los Sanchos han ganado por goleada a los Quijotes y los cocineros han arrebatado la fama a los toreros, pocas esperanzas hay de que eso ocurra. Mientras tanto, la cizaña del escándalo prolifera en todas las instancias y raro es el cajón que se mantiene a salvo de que le metan mano y lo despojen.

     Corren malos tiempos. Es cierto. También por Latinoamérica. No me gustan los últimos resultados electorales que se han dado en la zona, pues significan que el imperialismo yanqui vuelve a colocar sus títeres allá donde triunfaba la democratización y el socialismo participativo, mal llamado “populismo” por el aparato de propaganda neoliberal instalado en televisiones, diarios, radios y revistas. Lamento la pérdida de la presidencia argentina de Cristina Fernández de Kirchner en manos del neoliberal Mauricio Macri, que al ganar las elecciones lo primero que hizo fue prometer que echaría a Venezuela del Unasur; por lo visto eso tenía prioridad sobre los “graves problemas” que acuciaban a Argentina o éstos habían desaparecido milagrosamente con su elección. Veremos qué queda de los tres ejes en los que Cristina Fernández basó su política: la de derechos humanos, la de economía social y la de ampliación de derechos ciudadanos. Con ellos consiguió (son datos tomados del periodista Mario Wainfeld): Millones de puestos de trabajo. Millones de nuevas jubilaciones, entre ellas muchas que no se hubieran otorgado con los criterios vigentes hasta 2003. Moratorias generosas para los que quedaron afuera por el desempleo o el incumplimiento patronal, de los que no fueron responsables sino víctimas. Crecimiento del empleo formal y de la afiliación sindical. Convenciones colectivas anuales, con aumentos de salarios siempre. Creación de la paritaria docente. Recuperación de los derechos laborales de los trabajadores en general. Nuevas reglas y leyes protectoras para colectivos especialmente explotados: peones del campo, trabajadoras a domicilio y de casas particulares. Asignación Universal por Hijo (AUH). Matrimonio igualitario. Leyes antidiscriminatorias y de tutela de derechos de las mujeres. Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual (LdSCA). Relevo de la Corte menemista, reemplazada por una independiente, de más que aceptable jerarquía que funcionó bien más de diez años. Sistema público de jubilaciones, desendeudamiento del Estado y de las empresas. Nacionalización de YPF y Aerolíneas. Derogación, por parte de los tres poderes del estado, de las leyes que consagraban la impunidad de los represores.  La lista no es exhaustiva, pero sí suficiente para ilustrar el talante de la legislatura kirchneriana y aguardar a ver qué hace el nuevo inquilino de la Casa Rosada; no obstante, mucho me temo que el camino propuesto va a ser tan distinto como del gusto de los grandes poderes económicos.

     También me parece una pérdida notable la caída del chavismo en Venezuela dejando la Asamblea Nacional en manos de los promotores del golpe de Estado continuo que ha venido sufriendo la nación, impulsando la guerra económica, las manifestaciones, las guarimbas, la especulación y el desabastecimiento. En contra de lo que opina la derecha, el patético histrión Felipe González –que se pone medallas al respecto– y aquellos que se creen informados por leer un diario con tantos intereses neoliberales en la zona como El País, las últimas elecciones venezolanas no ha devuelto la democracia a Venezuela, sino el triunfo de una contrarrevolución antipatriótica dispuesta a derogar las leyes que fueron aprobadas por la Revolución en beneficio del pueblo y promulgar una ley de amnistía que deje libre de cargos a los dirigentes de derecha implicados directa o indirectamente en distintos intentos de golpes de Estado o en manifestaciones violentas que costaron la vida a decenas de venezolanos en 2014.

     En Venezuela, en lugar de una oposición realmente democrática, lo que ha existido hasta hoy es un golpismo obligado a competir electoralmente, pero que no ha cejado en su empeño de acoso y derribo a la Revolución Bolivariana. Puede que no me crean, pero eso sólo significa que el triunfo de la guerra mediática contra la revolución chavista anula cualquier disidencia. En la persiana de un comercio de Caracas había una pintada que rezaba: “Nos mean y la prensa dice que llueve”. Y es así. Bien lo sabe EE.UU., principal valedor de la oposición y financiador y asesor político junto con la fundación española FAES, de José María Aznar, El País y otros medios españoles. No es un recurso de hostigamiento nuevo, se ha utilizado insistentemente contra la Cuba, de Fidel, contra el régimen sandinista en Nicaragua, en la guerra de Libia, en la de Siria, en el golpe de Estado de Ucrania, etc., etc. En este caso, se trataba de devolver a Venezuela su condición de colonia petrolera yanqui y revertir todos los logros populares que consiguió la Revolución para los venezolanos de a pie. Y en ello están y tal vez lo logren. Ya he dicho que corren malos tiempos, pero, al menos, seamos conscientes de que lo son. Hay una frase del escritor Milan Kundera, que viene aquí como anillo al dedo: “La lucha del hombre contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido.” No olvidemos pues que, aunque no sea oro todo lo que reluce, aunque la revolución haya tenido sus errores y sus deficiencias, merece que recordemos sus innegables logros: sanidad pública para todos; desaparición del analfabetismo; enseñanza gratuita a todos los niveles; más de medio millón de viviendas sociales entregadas; abastecimiento de agua potable a regiones que nunca la habían tenido; grandes inversiones en transporte e infraestructuras; apoyo a las comunas; espectacular aumento –más del 2000%– del salario básico; esto es: de 100 bolívares (equivalentes a 16 dólares) en 1998 a 2047,52 bolívares (unos 330 dólares) en 2012.

     Toda esta lucha, este proceso de transición democrática a un socialismo bolivariano, corre peligro de perderse, como nos hurtaron nuestra democracia, como en su día se perdió la movilización ciudadana en contra del franquismo, como se han esfumado muchos de nuestros derechos, como se perdió la vigilancia y el estar alerta de los procesos involutivos. Ahora estamos sumergidos en uno que amenaza con tragarnos aún más. El futuro parece haber cambiado de norte y nos conduce viento en popa hacia la esclavitud, el caciquismo y la desigualdad social. No quiero repetirme, pero voy a insistir una vez más: corren muy malos tiempos.
     Que ustedes disfruten de las elecciones.



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