Defender siquiera indirectamente la propiedad capitalista o luchar por
la propiedad comunista, esta y no otra es la contradicción irresoluble
que enfrenta todo intelectual
Respuesta al cuestionario de once preguntas del colectivo venezolano Pasajeros del Sur, a raíz del X Congreso de Intelectuales y Artistas en Defensa de la Humanidad, celebrado en Caracas.
-Pregunta No 1- ¿Cuál es el papel del intelectual en este
momento histórico que vive la humanidad? ¿Cuál es el intelectual
necesario, es decir, qué es un intelectual y para qué sirve en el siglo
XXI?
-Lo primero que debemos dilucidar es el concepto de «intelectual», no
vaya a ser que en realidad pensemos cosas opuestas aunque creamos que
hablamos de lo mismo. Siempre es bueno empezar por la ideología
dominante, la burguesa, porque nos permite saber qué camino no debemos
seguir. La Enciclopedia editada por Salvat-El País en 2000,
tenida como una de las menos reaccionarias en lengua española, define al
intelectual así: «Perteneciente o relativo al conocimiento.
Espiritual o
incorpóreo. Dedicado preferentemente al cultivo de las ciencias y
letras». La idea está clara: el intelectual es una persona dedicada, si
no a la contemplación pasiva o a la elucubración abstracta, sí al
cultivo de un pensamiento bastante separado de las mundanas prácticas
sociales, del sucio barro de la realidad.
La definición aquí presentada choca de pleno con la dialéctica de la praxis que presenta Marx en sus Tesis sobre Feuerbach,
punto de arranque de cualquier reflexión seria sobre el eterno problema
del «papel de los intelectuales», que a lo sumo se han dedicado, y se
dedican, a interpretar el mundo cuando lo que hay que hacer es
transformarlo. Choca frontalmente, por tanto, con su concepción --y con
la de Engels-- sobre el contenido ético-político, «subjetivo», de la
filosofía marxista, en la que el llamado «criterio de la práctica» no
sólo determina el proceso de pensamiento y de avance en la verdad como
fuerza revolucionaria, sino además, y precisamente por eso, como
exigencia ineludible para la coherencia lógica del proceso de
pensamiento: el «criterio de la práctica», en el sentido dialéctico de
«negatividad absoluta» con todo dogma, muestra que no existe ni puede
existir «verdad» alguna que sea reaccionaria, conservadora o reformista,
sino que la verdad siempre es revolucionaria.
Es por esto, que desarrollando las tesis escritas en la Ideología alemana, los intelectuales son presentados al desnudo en el Manifiesto Comunista como
ideólogos de la clase burguesa que propagan su cultura e ideología.
Ahora bien, en períodos de crisis, una pequeña porción de ellos puede
tomar conciencia de la realidad, porque «se han elevado hasta la
comprensión teórica del conjunto del movimiento histórico». Esta minoría
ha tenido que superar inmensas barreras internas porque ha sido educada
para fortalecer y expandir la cultura capitalista, o sea, «La cultura,
cuya pérdida deplora (la burguesía), no es para la inmensa mayoría de
los hombres, más que el adiestramiento que los transforma en máquinas».
La intelectualidad del sistema es, así, una máquina cultural que fabrica
máquinas humanas.
Emanciparse de esta realidad y ascender al nivel intermedio de
intelectual progresista como antesala de la persona revolucionaria que
milita en la lucha teórico-cultural, esta desalienación y superación
práctica del fetichismo y de la escisión entre el trabajo intelectual y
el trabajo manual, es una tarea titánica que logran contados
intelectuales progresistas. Varias veces a lo largo de su obra, ambos
amigos revolucionarios insisten en que, según las circunstancias,
sectores de «ideólogos», de pequeño burgueses y hasta excepcionalmente
de burgueses avanzan en un proceso de desalienación hacia integrarse
completamente en la clase trabajadora: de hecho ellos y otros
revolucionarios son un ejemplo vivo de «traición de clase», en el buen
sentido humanista y emancipador.
Inmediatamente después de la radical y por ello cierta definición de
cultura burguesa ofrecida por Marx y Engels, ambos amigos vuelven a
marcar distancias absolutas con la intelectualidad oficial: «Mas no
discutáis con nosotros mientras apliquéis a la abolición de la propiedad
burguesa el criterio de vuestras nociones burguesas de libertad,
cultura, derecho, etc. Vuestras ideas mismas son producto de las
relaciones de producción y de propiedad burguesas, como vuestro derecho
no es más que la voluntad de vuestra clase erigida en ley; voluntad cuyo
contenido está determinado por las condiciones materiales de existencia
de vuestra clase».
La incompatibilidad entre los y las revolucionarias que militan en la
lucha teórico-cultural, política en esencia, y la intelectualidad
oficialmente definida, es decir, capitalista aunque «progre», como
veremos luego, esta incompatibilidad aparece nítidamente expuesta en el
párrafo citado arriba: no se puede abolir la
propiedad burguesa
aplicando el derecho, la libertad, la cultura, etc., capitalistas porque
estos y otros conceptos emanan directamente de esa propiedad privada,
es especial el derecho que es la voluntad y la necesidad del capital
hecho ley. En la medida en que la intelectualidad progresista no rompa
con la ideología burguesa, en esa medida seguirá siendo capitalista.
En el Manifiesto Comunista se hace un devastador estudio de
las diversas ideologías políticas, de las formas de intelectualidad
existentes en 1848: por un lado el «socialismo reaccionario» dividido en
«feudal», «pequeño burgués», y «alemán o verdadero», y por otro lado el
«socialismo conservador o burgués». No hay duda de que bastantes de las
tesis ideológicas del «socialismo reaccionario» de la época han
subsistido adaptadas a las necesidades presentes de sectores específicos
del imperialismo y de las diversas burguesías locales; pero es en el
«socialismo burgués» en donde en donde Marx y Engels descubren lo que
será el núcleo de la intelectualidad «progresista» en el capitalismo de
comienzos del siglo XXI:
«A esta categoría pertenecen los economistas, los filántropos, los
humanitarios, los que pretenden mejorar la suerte de las clases
trabajadoras, los organizadores de la beneficencia, los protectores de
animales, los fundadores de las sociedades de templanza, los
reformadores domésticos de toda laya (…) quieren perpetuar las
condiciones de vida de la sociedad moderna sin las luchas y los peligros
que surgen fatalmente de ellas. Quieren perpetuar la sociedad actual
sin los elementos que la revolucionan y descomponen. Quieren la
burguesía sin el proletariado (…) no entiende, en modo alguno, la
abolición de las relaciones de producción burguesas --lo que no es
posible más que por vía revolucionaria--, sino únicamente reformas
administrativas realizadas sobre la base de las mismas relaciones de
propiedad burguesas, y que, por tanto, no afectan a las relaciones entre
el capital y el trabajo asalariado, sirviendo únicamente, en el mejor
de los casos, para reducirle a la burguesía los gastos de requiere su
dominio y para simplificarle la administración de su Estado».
Aunque con los años Marx y Engels profundizaron y enriquecieron sus
concepciones teóricas siempre sobre la base prácticas desarrolladas en
la lucha de clases, siendo así, sin embargo dejaron escrito lo esencial
de su crítica de la intelectualidad en sus primeros textos. Desde
entonces, la postura ante la propiedad privada de las fuerzas
productivas ha sido la que rompe de raíz toda ilusión sobre una posible
concordancia entre la intelectualidad «progresista» y la praxis
revolucionaria que se ejerce en el área de la lucha teórico-cultural:
«…los comunistas apoyan por doquier todo movimiento revolucionario
contra el régimen político y social existente. En todos estos
movimientos ponen en primer término, como cuestión fundamental del
movimiento, la cuestión de la propiedad, cualquiera que sea la forma más
o menos desarrollada que esta revista (…) Los comunistas consideran
indigno ocultar sus ideas y propósitos. Proclaman abiertamente que sus
objetivos sólo pueden ser alcanzados derrocando por la violencia todo
orden social existente. Las clases dominantes pueden temblar ante una
Revolución Comunista. Los proletarios no tienen nada que perder con ella
más que sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo por ganar».
Defender siquiera indirectamente la propiedad capitalista o luchar
por la propiedad comunista, esta y no otra es la contradicción
irresoluble que enfrenta a todo intelectualismo reformista con la praxis
revolucionaria dedicada a la lucha teórica, cultural, ética,
filosófica…. Desde que Engels y Marx escribieron el Manifiesto Comunista,
esta diferencia insuperable ha sido asumida y practicada de un modo u
otro por las y los marxistas posteriores, hasta la actualidad, cuando
todavía adquiere más vigencia ya que, por un lado, la burguesía necesita
imperiosamente imponer la total mercantilización de la vida y de la
naturaleza, es decir, privatizarlo absolutamente todo, mientras que por
el lado opuesto, la humanidad explotada necesita reinstaurar la
propiedad comunista, colectiva, comunal, común, pública o social, al
margen ahora de mayores precisiones, en el planeta entero.
-Pregunta No 2- En el contexto de la Revolución Bolivariana, ¿qué aportes ha dado Venezuela para repensar el nuevo orden social?
-Ciñéndonos al tema específico que ahora tratamos, el del papel de
los intelectuales, la revolución bolivariana y Venezuela en concreto,
han aportado una cosa básica que debemos explicar en tres grandes áreas.
La lección básica no es otra que confirmar la valía de lo expuesto en
el punto anterior sobre las diferencias entre la intelectualidad en su
definición genérica, dominante y oficial, y la praxis revolucionaria de
militantes por el socialismo que superan cualitativamente la estrechez
de miras del intelectualismo. Pongo el caso de Hugo Chávez como ejemplo
de tantos otros ejemplos prácticos.
Cuando estalló el Caracazo, sublevación en masa contra el
neoliberalismo, el 27 de febrero de 1989 el grueso, por no decir la
totalidad de la llamada élite política e intelectual fue cogida por
sorpresa, e incluso muchas fuerzas revolucionarias que debieran conocer
al menos lo básico de la dialéctica entre espontaneidad de masas y
organizaciones de vanguardia anduvieron a la deriva por entre las
masivas protestas populares y la feroz represión estatal que antes había
debilitado a las izquierdas con persecuciones varias. Pero la fuerza
política que mejores lecciones extrajo de aquella sublevación ahogada en
sangre fue la dirigida por Hugo Chávez que supo insertarla en el largo
proceso de lucha por la independencia verdadera de la Patria Grande
soñada por Bolívar: el bolivarianismo tuvo una de sus primeras
apariciones públicas en el pequeño video del 4 de febrero de 1992 en el
que asumía personalmente toda la responsabilidad por el fracasado golpe
militar que él había organizado y dirigido.
Recuperar y actualizar el contenido de emancipación social de
Bolívar, este acierto, sólo podía lograrse desde parámetros teóricos y
culturales esencialmente arraigados en la memoria y cultura populares de
las masas venezolanas y latinoamericanas; no podía realizarse desde el
intelectualismo academicista y eurocéntrico formado en el desprecio
racista a «todo lo indio». La actualización de Bolívar era el paso
previo necesario para la recuperación en 2005 del concepto de socialismo
tras tantos años de olvido y tergiversación sistemática. La fusión de
ambos términos, bolivarianismo y socialismo, permite llegar a la raíz
del problema de los intelectuales en las América, o sea, la raíz doble
de la primera emancipación criolla contra la ocupación española, el
bolivarianismo inicial, amputado y traicionado por las burguesías una
vez conquistado su poder; y la segunda independencia, la socialista, la
del pueblo trabajador sobre el capitalismo como síntesis de todos los
pueblos explotados desde la invasión europea.
La teorización de la lucha socialista contra la propiedad privada
burguesa tal cual se presenta en 2014 en las Américas, una de las tareas
decisivas de la praxis revolucionaria en el área de la lucha contra la
ideología imperialista, adquiere así su pleno sentido con la fusión del
bolivarianismo y del socialista lograda inicialmente en 2005. A raíz de
este logro, sobre su base, se levantan otras tres dinámicas que pueden
llegar a ser decisivas en la llamada «lucha de ideas», nombre algo
equívoco porque puede sugerir cierta desconexión entre las «ideas» y los
«hechos».
Una es el de la potenciación por el gobierno bolivariano de la
cultura crítica, revolucionaria, generalmente emergida desde las
experiencias de las masas populares del continente, y en este sentido
tiene un mérito decisivo el complejo audiovisual de TeleSur y de otros
sistemas de creación y divulgación cultural, en un contento
internacional casi monopolizado por la industria político-mediática
imperialista, por su cultural mercantilizada. Sin duda, es desde el mal
llamado «Norte», desde la izquierdas y pueblos oprimidos en la UE y los
EEUU, desde donde más fácil y rápidamente valoramos el potencial
emancipador de estos y otros medios de creación teórica y cultural
solamente asequibles mediante el poder estatal del pueblo.
Otra, relacionada con la anterior pero que debemos reseñar por sí
misma es la política de impulso de los poderes comunales, de las
experiencias de empoderamiento popular en barrios y pueblos, allí en
donde realmente la clase explotada, el pueblo trabajador, está en
condiciones materiales directas de elaborar su propio pensamiento, su
teoría emancipadora basada en la praxis de lo comunal, de lo colectivo.
Al margen de las deficiencias y limitaciones que sufran estas
experiencias, su valor liberador es incuestionable, tanto más en el área
de la cultura popular, del pensamiento crítico de las masas para saber
emanciparse de la ideología del derecho burgués de la propiedad privada
de las fuerzas productivas, de los bienes comunes, para llevar la
batalla al centro vital: la (re)conquista de la propiedad comunal.
Y tres, la política de alfabetización y escolarización masiva del
pueblo, que este año de 2014 ha logrado un nuevo record y que muestra
cómo es imprescindible disponer de un suficiente poder estatal para
luchar contra el analfabetismo capitalista. Desde el primer socialismo
utópico se supo que la educación popular es un decisivo instrumento de
liberación humana; pero uno de los grandes méritos del socialismo
marxista fue, en este caso, unir esa educación popular con una pedagogía
socialista destinada a devolver la supremacía a la praxis
revolucionaria sobre el intelectualismo abstracto vencedor desde la
contrarrevolución idealista simbolizada en el platonismo.
Los tres avances concretos –con sus limitaciones y contradicciones--
de la revolución bolivariana en lo relacionado con la cultura libre y
popular chocan frontalmente con la estrategia imperialista de privatizar
el pensamiento humano.
-Pregunta No 3- Luis Britto García, intelectual venezolano,
citado por Julio Cortázar, a propósito del quehacer del intelectual en
América Latina, llevaría a la reflexión:“servirse
de los medios de comunicación de masas aún en los países en los cuáles
no hay perspectivas revolucionarias inmediatas. Posiciones muy
respetables han afirmado el derecho del creador a desligar su obra de
toda militancia en favor del contenido estético. Pensamos, por el
contrario, que la urgencia de la hora impone al intelectual una triple
militancia: la de la participación en las organizaciones políticas
progresistas; la de la inclusión del compromiso en el contexto de su
obra, y la tercera militancia y batallar por la inserción de su obra, en
el ámbito real de los medios masivos de comunicación, anticipándose así
a la revolución política, que concluirá por ponerlos íntegramente al
servicio del pueblo. Porque mientras la política no asegure la
liberación cultural de Nuestra América, la cultura deberá abrir el
camino para la liberación política” ¿Qué piensas de este planteamiento trayéndolo a la actualidad?
-Estando totalmente de acuerdo en las tres decisiones que ha de tomar
el intelectual, sin embargo pienso que Luis Britto García se limita al
concepto progresista y en cierta forma «neutral», positivista, de
intelectual, a la versión democraticista de la definición de intelectual
dada por la Enciclopedia de Salvat-El País arriba presentada. Con esto
no quiero decir que no tenga razón, la tiene y toda, pero siempre que
entendamos por «intelectual» a una persona que piensa que vive separado
de la miseria social. Acotado el debate a estos límites, es
incuestionable que el intelectual que va tomando conciencia de la
explotación debe estrechar cada vez más sus lazos vivenciales con las
clases y pueblos oprimidos, con los colectivos explotados.
Resulta muy aleccionadora aquí la introducción de Engels a su magistral obra de 1845 La situación de la clase obrera en Inglaterra,
en la que explica cómo vivió muchos meses totalmente inmerso en la
realidad de la clase trabajadora para conocerla desde dentro. Engels,
desde luego, no era un intelectual sino un revolucionario, lo que le
facilitó sobremanera llegar a fundirse con el proletariado y escribir
esa imprescindible obra que aún hoy nos aporta lecciones necesarias.
Del mismo modo, si Lenin no hubiera vivido dentro de las clases
explotadas rusas, muchas veces en la clandestinidad, durante finales del
siglo XIX y comienzos del XX, no hubiera podido escribir el ¿Qué Hacer?,
obra que, entre otras cosas, revela un conocimiento exhaustivo y
experimentado de la realidad de clase, al igual que Mao no hubiera
podido realizar sus investigaciones sobre la composición de clase de
China sin el contacto diario con las masas campesinas. Podríamos seguir
citando casos idénticos que nos llevan a uno de los dos pasos sin vuelta
atrás al que se debe enfrentar todo intelectual si quiere llegar a ser
un revolucionario: fusionarse con la humanidad explotada. El otro paso
es una continuación lógica del anterior: el Che le dijo una vez a Nasser
lo que sigue:
«El momento decisivo en la vida de cada hombre es el momento cuando
decide enfrentarse a la muerte. Si la enfrenta, será un héroe, tenga
éxito o no. Puede ser un buen o mal político, pero si no se enfrenta a
la muerte, nunca será más que un político».
Naturalmente, el Che se refería al «hombre nuevo», que va
desalineándose a la vez que se convierte en revolucionario. Sus palabras
valen tanto para el político como para el intelectual, progresistas los
dos, pero que dudan y retroceden en el momento crítico de poner en
práctica lo que escriben, de hacer lo que dicen. Hugo Chávez no era un
intelectual, era un revolucionario porque afrontó conscientemente la
muerte para hacer lo que decía, sabiendo que la simple palabra se queda
en nada si no es realizada en la práctica, en la acción revolucionaria
que la materializa como fuerza objetiva de liberación. La mayoría
inmensa de intelectuales y políticos no se atreven a dar ese salto
cualitativo, quedando en simples «escribidores».
-Pregunta No 4- ¿Cuál es el papel de los movimientos sociales en la coyuntura actual?
-Siempre dentro de la cuestión que nos atañe ahora, el papel de la
intelectualidad, hay que decir que los movimientos sociales y populares,
sobre todo el movimiento obrero y el feminista, cumplen la función
decisiva de escuelas de aprendizaje e inserción de la intelectualidad
dentro del conjunto del pueblo trabajador, definición a la que
volveremos posteriormente.
Una dificultad creciente de los movimientos populares es que cada vez
necesitan más conocimientos concretos, saberes específicos en sus áreas
de intervención debido a la complejización, diversificación e
interacción de las diversas problemáticas del capitalismo. El incremento
de las dificultades de todo tipo que lastran la realización del
beneficio, ralentizan la rapidez del ciclo entero de obtención de
plusvalía, lo que obliga al capital, entre otras cosas, a buscar nuevas
ramas económicas que aceleren el proceso a la vez que aumenta las
presiones y ataques a las masas trabajadoras. Los colectivos sociales
que se enfrentan a la multiplicación de las opresiones e injusticias han
de adquirir cada día más y más conocimientos de toda índole para
responder a esa complejización acelerada. Por ejemplo, los movimientos
barriales y vecinales deben estudiar además de las nuevas leyes
municipales también las nuevas propuestas sobre un urbanismo social y
democrático que se realizan en otros países para elaborar alternativas
populares a los planes de urbanización burguesa.
Lo mismo ocurre con la salud, la educación, el medioambiente y la
socioecología, el llamado ocio, la explotación asalariada, la opresión
patriarcal, la defensa de los derechos democráticos, la lucha contra el
racismo y el fascismo, etc.; en estas y otras áreas de resistencia
social, los colectivos han de estar siempre a la altura de los cambios
introducidos por la clase dominante, también de las lecciones que se
pueden extraer de luchas idénticas en otros lugares y, sobre todo, han
de disponer de medios para elaborar alternativas concretas que
demuestren en la experiencia diaria del pueblo que es posible ganar
batallas tácticas locales, parciales, orientadas mediante una estrategia
revolucionaria hacia los objetivos socialistas irrenunciables.
Los intelectuales progresistas, que todavía no se han desalienado del
todo, tienen en los movimientos sociales un espacio insustituible en el
que aplicar sus conocimientos y en el que aprender a la vez según la
filosofía de la praxis expuesta en las Tesis sobre Feuerbach: el
educador ha se ser educado, la transformación personal es parte de la
transformación colectiva, interpretar el mundo es parte de la acción
revolucionaria…., siempre dentro de una estrategia orientada a la
superación de la propiedad privada y a la instauración de la propiedad
colectiva.
No descubrimos nada nuevo diciendo lo que decimos aquí, sólo
adecuamos al presente lo que ya está pensado desde los primeros años de
disputa teórica entre el socialismo utópico y el marxismo. Una lectura
de las críticas de Marx, Engels, Lenin, Rosa Luxemburgo, etc. a los
ideólogos democraticistas de su época, por ejemplo a Proudhon en lo
negativo y a Dietzgen en lo positivo, nos lleva exactamente a las mismas
conclusiones básicas arriba planteadas. Pero veamos cuatro ejemplos
prácticos: uno, el papel de maestros y maestras en el aprendizaje del
primer movimiento obrero inglés, así como de intelectuales europeos
emigrados en las Américas.
Otro, la política bolchevique hacia los técnicos, intelectuales,
economistas e incluso mandos militares para que ayudasen a la revolución
en sus peores momentos. Además, la política cubana de facilitar los
debates sobre estrategia socioeconómica, cultural y democrático
socialista con las principales corrientes del socialismo internacional.
Por último, la experiencia venezolana y latinoamericana de TeleSur como
punta de iceberg de un proyecto global.
Desde luego que en estos cuatro ejemplos hubo y hay errores y
contradicciones, decisiones injustas y hasta retrocesos graves, como en
absolutamente todas las luchas de liberación, pero nada de ello anula el
deber de estudiar lo positivo de esas y otras experiencias en las que
fracciones de ideólogos de la clase dominante «desertaron de su clase» y
se integraron en el pueblo trabajador. El capitalismo actual complejiza
al extremo las relaciones sociales de producción y reproducción, a la
vez que aumenta el analfabetismo funcional y la ignorancia global de la
fuerza de trabajo directa o potencial, formándola sólo en aquellas
tecnologías necesarias para una producción altamente segmentada y
simplificada en la casi totalidad de los procesos productivos.
Por un lado, una población inculta relativa e incluso absolutamente
en muchas cuestiones; por otro lado, una tecnocracia y fuerza de trabajo
altamente cualificada ideológicamente fiel al capital, y en la mitad
sectores intelectuales progresistas que apoyan parcialmente al pueblo en
muchas luchas pero que no se atreven, o no quieren, integrarse en él
porque, al final, saben que su calidad de vida depende de los salarios
relativamente altos que pueden seguir cobrando si se dejan explotar por
el capital.
-Pregunta No 5- ¿Qué llamado le harías a la “intelectualidad”
que no está de acuerdo con el encuentro de los pensadores
anticapitalistas?
-Por desgracia, no estoy al tanto de estos debates; desconozco qué
argumentos tienen para no acudir quienes se han negado a hacerlo y;
también ignoro quienes han sido. No se qué razones aducen en esa
discusión los que sí han participado en el evento. Dicho esto, y
moviéndome con la precaución necesaria, sí pienso que en las condiciones
mundiales y latinoamericanas actuales, en medio de las presiones
imperialistas contra Venezuela, en concreto, y desde la perspectiva de
las necesidades de la izquierda independentista vasca en la que milito,
desde esta perspectiva general y a la vez particular, era necesario
acudir y ha sido positivo hacerlo.
La lucha teórico-política, cultura y ética entre el capitalismo y la
humanidad explotada está entrando en un punto decisivo porque todos los
indicadores de las crisis parciales que se fusionan en una sola,
muestran que nunca antes se han conjugado tantos y tan graves problemas
de supervivencia. Podríamos comparar, salvando todas las distancias y
sin entrar en detalles, el momento y las necesidades presentes con los
contextos que propiciaron la creación de las Internacionales obreras,
incluida la Cuarta, y los debates sobre una hipotética Quinta
Internacional, así como los diversos movimientos de los No Alineados,
por la paz mundial, los sucesivos Foros Sociales, etcétera, así como los
nueve Congresos anteriores de esta Red de Intelectuales y Artistas,
para comprender la importancia de multiplicar los eventos en los que las
diversas corrientes teóricas podamos contrastar nuestras opiniones
sobre la agudización de las contradicciones estructurales del
capitalismo, sobre todo sus nuevas formas de manifestación y en especial
sobre las «nuevas» contradicciones que enfrentan irreconciliablemente a
la propiedad privada burguesa con la vida humana y con la naturaleza.
En mi experiencia particular, limitada, pero también en la más amplia
elaborada por otros y otras asistentes, este encuentro ha sido positivo
porque, entre otras cuestiones, ha dado nuevos bríos a planes concretos
de futuro, sobre los que no me voy a extender porque ya están saliendo
en prensa. No hay que olvidar, sin embargo, que ha habido determinadas
cuestiones urgentes que no se han debatido con la profundidad necesaria,
pero debemos comprender las limitaciones del congreso. Personalmente
estoy muy satisfecho de haber acudido.
-Pregunta No 6-¿Se puede ser un intelectual más allá de las academias, de los títulos universitarios?
-Sí, no hay duda, pero precisando que los «traidores a su clase», los
intelectuales progresistas que van acercándose al pueblo trabajador
hasta integrarse en él, sufrirán rechazos crecientes, aislamiento y
hasta represiones en la medida en la que se independicen de sus cadenas
burguesas materiales y mentales, económicas y psicológicas. Hay mucha
mitología interesada sobre la «neutralidad» de la academia, sobre la
«libertad de cátedra», sobre las posibilidades casi inagotables que
ofrece la Universidad para elaborar un pensamiento revolucionario, pero
la realidad es mucho más dura, pese a lo cual siempre ha habido, hay y
seguirá habiendo revolucionarias y revolucionarios que trabajan
asalariadamente en la Universidad pública y hasta privada, y que a la
vez son militantes organizados en grupos de vanguardia incluso ocultando
esa militancia en su puesto de trabajo por razones obvias.
No son en absoluto «intelectuales progresistas» son revolucionarios
que trabajan en un medio hostil, explotador, como una obrera
sindicalizada lo hace en una gran transnacional. He intentado definir
arriba las diferencias cualitativas entre ambos extremos. Personalmente
me siento orgulloso de ser amigo de militantes de esta tremenda
categoría humana.
La experiencia histórica muestra que las obras teórico-políticas
decisivas para la lucha revolucionaria se han gestado en un medio no
sólo exterior a la academia, sino en un medio social enfrentado a los
valores que sirven de excusa al sistema universitario capitalista. Que
esta experiencia histórica sea así no resta importancia en modo alguno a
la necesidad de un pensamiento racional sistemático, coherente,
elaborado en base a las reglas de la lógica formal y de la lógica
dialéctica, especialmente. Recordemos la autoexigencia de Marx y de
Engels hacia el rigor analítico y las precauciones metodológicas que
tomaban para proceder luego a la síntesis.
Recordemos también la inicial crítica de Engels a Kautsky por su
ligereza en la selección de datos, referencias, bases históricas…, por
citar algunos casos. Ahora bien, el sistema académico burgués rechaza la
dialéctica marxista como la mente sumisa rechaza la creatividad
crítica, aunque se «enseñe» eso que llaman «filosofía marxista» en
algunas clases de filosofía oficial, como se «enseña» a Marx en algunas
clases de economía y de sociología. Precisamente es este contexto
negativo el que multiplica el mérito de las revolucionarias que dentro
de la academia o en cualquier otro medio intelectual burgués elaboran
buena teoría crítica y la divulgan entre el pueblo.
El sistema educativo es una poderosa arma burguesa, controlada
directamente por su Estado y por su «libertad de mercado», de manera que
sus recursos fundamentales siempre están en manos del capital. Un
ejemplo aplastante lo tenemos en la perversa capacidad de la academia
para subsumir e integrar el marxismo intelectualista en la parte
progresista de la ideología dominante. Ya en vida de Marx y Engel quedó
claro cómo universitarios progresistas licuaban la dialéctica del
pensamiento de ambos amigos hasta forzar a Marx a decir que si esa
tergiversación era «marxismo», entonces él no era «marxista». Poco
después Engels criticaba ásperamente la cómoda vagancia de los
universitarios que despreciaban la historia real de la lucha de clases, a
la vez que, poco más adelante, denunciaba a los intelectuales que
perdían el tiempo escribiendo tonterías en los periódicos de la
socialdemocracia alemana.
Lenin fue un irreconciliable crítico del «marxismo legal», académico,
tolerado por la dictadura zarista mientras reprimía sin piedad al
marxismo vivo, crítico, clandestino. Gramsci tuvo que lidiar con el
intelectualismo idealista de Croce para recuperar la dialéctica del
marxismo, y luego, con las dificultades asfixiantes de la censura
carcelaria, tuvo que dejar algunas imprecisas pero valiosas pese a ello
aportaciones sobre la cuestión de los intelectuales, del papel de la
cultura popular-nacional en la lucha por la hegemonía, etc.
Luego vendrían los años dorados del teoricismo marxista fabricado en
las universidades durante el keynesianismo y bajo el astuto y
omnipresente control invisible del llamado «Estado del bienestar» allí
donde estivo activo en Occidente. Además de la plomiza dogmática
stalinista aún vigente en aquellos años, otra razón de la derrota de la
oleada prerrevolucionaria de entre finales de la década de 1960 y
comienzos de la de 1980, con sus altibajos, fue precisamente la pobreza
del marxismo teoricista elaborado en las universidades europeas en
aquellos años, salvo brillantes excepciones.
El eurocomunismo fue masivamente aceptado y divulgado por la
intelectualidad progresista universitaria, al igual que lo sería la
denominada «tercera vía» y todas las modas post sin olvidarnos de otras
modas blandas como la del decrecimiento, el buen vivir, la economía
social, los feminismos reformistas varios y un largo etcétera, hasta
concluir por ahora en la vacuidad de Podemos. De alguna forma
sucedió algo parecido en bastantes lugares de las Américas. El
«marxismo» rusocéntrico y eurocéntrico estaba umbilicalmente unido a los
aparatos académicos y universitarios oficiales en aquellos sistemas,
con excepciones admirables y dignas de revolucionarios y revolucionarias
que, como hemos indicado, mantienen su independencia teórica y política
militando en el seno del pueblo explotado a pesar de ser asalariados de
la industria académica en Occidente, y del poder académico en la URSS y
su área de influencia.
-Pregunta No 7-¿Cuál es el papel de la juventud en la producción de conocimiento?
-He escrito y debatido en varios lugares sobre el poder adulto como
fuerza productora de una juventud dócil y fiel al sistema, una juventud
que refuerce los pilares del sistema patriarco-burgués y que luego,
cuando llegue a la edad adulta, los reproduzca de manera ampliada. Lo
primero que debemos tener en cuenta en la respuesta a esta pregunta es
que la institución familiar patriarco-burguesa, sin mayores
explicaciones ahora, es una trituradora del potencial praxístico
inherente a la especie humana-genérica.
El poder adulto tiene uno de los recursos más efectivos de
perpetuación en la fábrica de obediencia intelectual que es la
universidad, sobre todo la privada, pero su baza fundamental se
encuentra en la institución familiar que es la que ancla las cadenas de
la sumisión y del miedo a la libertad y al placer en la estructura
psíquica infantil durante la decisiva fase de la primera socialización.
Según la política pedagógica que determine y oriente los valores que se
introyectan en la primera infancia, en mayor o menor medida se
determinará la posterior capacidad creativa de conocimiento crítico
juvenil. Durante la segunda socialización las presiones para reforzar la
mentalidad sumisa serán más fuertes porque en esta fase algunos
sectores de la juventud empiezan a desarrollar pensamientos propios que
chocan y hasta pueden enfrentarle al poder adulto.
Quiero decir con esto que para saber qué papel juega la juventud en
la producción de conocimiento antes que nada debemos saber cómo el poder
adulto previamente ha castrado el potencial crítico de la mayoría de
esa juventud. Por tanto, la pregunta debe ir más a la raíz: ¿qué debe
hacer la izquierda para acelerar la emancipación juvenil del poder
adulto como requisito para acelerar su crítica intelectual? Mientras que
amplísimos sectores juveniles acepten activa o pasivamente el poder
adulto, sin cuestionarlo de ningún modo, será muy difícil lograr que
desarrolle su innegable creatividad crítica.
Teniendo esto en cuenta, la izquierda como mínimo ha de hacer tres
cosas: una, agudizar la lucha teórica y práctica contra el poder adulto;
la segunda, batallar por una nueva pedagogía que incentive el
pensamiento juvenil independiente; y la tercera, admitir e impulsar la
autoorganización independiente de la juventud concienciada, dentro de un
modelo organizativo más amplio en el que las experiencias de los y las
revolucionarias de más edad ayuden a la juventud, que ha de aprender por
sí misma.
Dentro ya de esta dinámica, la juventud concienciada tiene un
cuádruple papel: uno, preguntar a los adultos, a sus padres, a los
militantes mayores, qué hicieron y qué no hicieron en el pasado, si
lucharon o no, su aceptaron o no la dominación; otro, avanzar en su
autoorganización y en una forma de vida independizada del poder adulto,
en comunas y locales en los que vivir según sus ideales; además, en base
a esto crear redes y medios de debate y pensamiento colectivo juvenil
en los que participen militantes de más edad pero respetando la
independencia juvenil autoorganizada; y por último, conectar esta praxis
con las necesidades futuras de las fuerzas revolucionarias para que se
realice con normalidad el paso de la juventud a las organizaciones
adultas de vanguardia. Las cuatro tareas inciden simultáneamente sobre
la producción teórica de izquierdas, multiplicándola.
-Pregunta No 8-¿Qué retos y desafíos tiene la intelectualidad
ante la debacle capitalista y la reacción imperial ante el viraje del
timón mundial hacia la visión multipolar?
-El principal desafío que tiene la intelectualidad progresista en
estos momentos es el de atreverse a ser coherente con lo que dice en
determinadas situaciones y escritos. Todo depende para este sector de la
intelectualidad de si está dispuesta a asumir los riesgos
socioeconómicos y políticos que surgen de la práctica de algunas de los
principios que defiende. Por ejemplo, la cuestión del acaparamiento de
tierras, su compra y privatización por grandes transnacionales y/o
Estados imperialistas o subimperialistas; la privatización de la guerra y
de la represión; la cuestión del rearme mundial y de la proliferación
de sofisticadas armas inteligentes; los crecientes ataques a los
derechos democráticos elementales y el reforzamiento de leyes
represivas; el acelerón de las presiones para patentar y privatizar la
vida, desde el conocimiento hasta el genoma; el avance del
fundamentalismo religioso y del terrorismo patriarcal y racista…, estas y
otras dinámicas en ascenso exigen respuestas prácticas de masas que van
más allá de las simples declaraciones bienintencionadas. Pero muchas
burguesías no ven con buenos ojos que los intelectuales «se metan en
política».
Para la intelectualidad progresista, la debacle actual del
capitalismo se expresa en forma de tres grandes problemas que le quitan
el sueño:
Uno, la tendencia a la industrialización y privatización del
conocimiento y de la cultura, o sea, las presiones de la industria
político-cultural para imponer la propiedad burguesa del pensamiento
humano, lo que le va presionando cada vez más para que opte por la
comodidad económica o por el riesgo de la coherencia.
Dos, la tendencia a la supremacía de lo político sobre lo cultural, a
la conversión de la cultura burguesa en arma opresora, lo que reduce
aún más el margen de despiste neutralista, de si-pero-no, del
depende-de, de no-existen-condiciones-objetivas…, excusas tópicas que le
permiten nadar y guardar la ropa.
Y tres, la tendencia a la radicalización y extensión del
incuestionable principio humanista y comunista de la prioridad del
pensamiento colectivo que se practica como valor de uso, sobre el
pensamiento privado fabricado como mercancía con valor de cambio en la
industria cultural y en el capital constante que vertebra la
tecnociencia capitalista.
Las tres tendencias presionan en la dirección única de reforzar la
naturaleza asalariada y mercantil del trabajo intelectual, y en
especial, de poner al intelectual progresista ante el abismo de tener
que decidir entre, por un lado, aceptar se un esclavo asalariado del
capital, fuerza de trabajo compleja y cualificada que produce una
mercancía «simbólica» e «inmaterial» en su forma pero material en sus
efectos sociales, sujeta a la incertidumbre del mercado; y por el lado
opuesto, optar por la militancia revolucionaria volcándose en la lucha
teórica y práctica contra la propiedad imperialista, praxis arriesgada y
sujeta a la incertidumbre de la represión. Las contradicciones del
imperialismo y su relativo debilitamiento frente a lo que se denomina
«multipolaridad», que no es sino un reflejo más de la crisis geopolítica
mundial, multiplican las presiones sobre la progresía intelectualista
que se tiembla nerviosa ante las atrocidades del imperio que no se
atreve a condenar por las razones arribas vistas.
-Pregunta No 9-Históricamente, el marxismo ha definido que
existe un sujeto histórico de transformación social que es el obrero, se
puede ver, que desde la ortodoxia se asume que siempre será así ¿crees
que ese sujeto se amplía, recordando el planteamiento del Comandante
Chávez: que el sujeto histórico de transformación es el Pueblo
organizado, movilizado y consciente?
-El Comandante Chávez estaba en lo cierto, y su planteamiento
respecto al «Pueblo organizado, movilizado y consciente», se mueve
dentro de los parámetros marxistas, al menos tal cual yo los expongo en
el texto Clases y Pueblos. Sobre el sujeto revolucionario de
febrero de 2014, a libre disposición en Internet. La teoría marxista de
las clases integra dos niveles en uno: el genético-estructural de la
contradicción irreconciliable entre capital y trabajo, antagonismo
básico permanente al margen de sus intensidades y formas; y el
histórico-genético que expresa las múltiples formas concretas en las que
esa unidad y lucha de contrarios entre capital y trabajo se materializa
en las formaciones económico-sociales particulares. El Capital y
los textos mal llamados «económicos» se mueven a primera vista en el
lado genético-estructural del método marxista, los textos mal llamados
«políticos» lo hacen en el otro lado, el histórico-genético, y los mal
llamados «filosóficos» simultanean los dos.
Varios investigadores marxistas han hablado del «solapamiento de
conceptos» que existe en el método dialéctico de ambos amigos, que les
permitía moverse con agilidad entre los más densos problemas, y
profundizar hasta sus raíces contradictorias. Así se comprende que junto
al nivel genético-estructural se permitan en El 18 Brumario de Luís Bonaparte de
1851-52, realiza impresionantes análisis detallados de las diversas
clases y fracciones de clase, para luego no tener problema alguno en
recurrir al término de «nación trabajadora», como síntesis de muy
diversas masas explotadas, oprimidas y dominadas, y además lo enfrenta
antagónicamente con el concepto de «nación burguesa».
Y es que su método no es neutral ni positivista, sociológico, sino
crítico y revolucionario a la vez que procesual y relacional, lo que les
permite marcar siempre el movimiento de la contradicción interna en
todo lo real. También en 1852 Engels recurrirá al término de «las
grandes masas de la nación» refiriéndose a toda la población explotada
por la clase dominante. Que este es el método de Marx y Engels lo
comprobamos en El papel de la violencia en la historia de
1887-88, en donde por un lado Engels recurre al concepto de «pueblo
trabajador» como aglutinante de los y las explotadas, mientras que, por
otro lado, disecciona con el mismo rigor que Marx las clases sociales
concretas existentes en ese momento de la historia: los grandes
propietarios de tierras y burgueses, la pequeña burguesía, el
campesinado y los obreros.
La lista de ejemplos es inagotable porque surge del método empleado,
tal como lo comprendió Lenin desde sus primeros textos al recurrir a la
unidad entre lo general y lo particular, lo abstracto y lo concreto, de
modo que integraba diversos niveles de conceptualización para mostrar
los diversos niveles de un mismo problema, según las necesidades
teóricas del momento. Es así como se explica que simultaneara el
concepto esencial y básico de trabajo contra capital con otros como
clase obrera, masas explotadas, masas campesinas, llegando al empleo del
de «pueblo trabajador»como en 1900 cuando estudió la invasión zarista
de China. Lenin comprendió que la teoría del concepto es clave para el
marxismo, una vez depurada de las limitaciones de Hegel, y sus agudas
anotaciones sobre la flexibilidad del pensamiento en los Cuadernos de filosofía de
1914-15 son una de las bases sobre las que se sustenta el proceso
posterior de enriquecimiento teórico en lo que ahora nos concierne, la
interacción entre clase trabajadora y pueblo.
Con la dialéctica del pensamiento abierto, móvil y flexible, Lenin y
los bolcheviques elaboraron entre otros muchos, tres documentos
fundamentales: la Declaración de derechos del pueblo trabajador y explotado, de enero de 1918; La patria socialista está en peligro, de febrero de 1918, y Una gran iniciativa, de
julio de1919. Hubo muchos más, pero los tres resumen perfectamente cómo
el método marxista puede y debe concatenar en un mismo proceso de
pensamiento unitario conceptos específicos que van desde pueblo trabajado y explotado, a la definición canónica de clase social de 1919, tan repetida y aceptada, pasando por el de patria socialista.
Desde la lógica formal y la ideología burguesa, estos aparentes saltos
conceptuales extremos entre clase obrera, pueblo trabajador y patria
socialista, son inaceptables; desde la lógica dialéctica y la teoría
marxista son coherentes y necesarios.
Son tan necesarios y coherentes para la praxis revolucionaria, que es
de lo que se trata en definitiva, que prácticamente todos los procesos
de liberación nacional de clase y antipatriacal los emplean, utilizan el
método dialéctico de concatenación conceptual según lo exige el
movimiento de las contradicciones. Sería excesivo resumir ahora siquiera
lo elemental de la larga experiencia histórica hasta el presente, por
lo que voy a centrarme en un término brillante e imprescindible para
comprender qué sucede hoy mismo en el mundo: en su obra de 1966Neocolonialismo, última etapa del imperialismo,
K. Nkrumah, revolucionario africano que dirigió luchas de liberación
nacional antiimperialista empleó el concepto de «Pueblos militantes»
para designar a los pueblos explotados que se enfrentaban al
neocolonialismo.
El término de «pueblo militante» viene a decir lo mismo que el
empleado por Hugo Chávez, y lo mismo que el de «nación-pueblo» utilizado
a comienzos de 2013 por G. López y Rivas para reflejar la cohesión
interna que subyace bajo una multicolor diversidad se colectivos
aparentemente inconexos. En enero de 2014 M. Aguilar Mora, tras repasar
lo acaecido en 2013 en México, no dudaba en afirmar que ese fue «un mal
año para el pueblo trabajador». A mediados de diciembre de 2014, F.
Aguirre ha escrito una historia de las agresiones norteamericanas a Cuba
desde la conquista de su independencia real y efectiva en 1959. El
autor no duda en emplear el concepto de «pueblo obrero y campesino» para
referirse a la nación cubana en los peores momentos del cerco
imperialista yanqui, a partir de 1962.
El empleo por Hugo Chávez del término de «Pueblo organizado,
movilizado y consciente» se inscribe dentro de la corriente teórica que
aplica el método dialéctico descrito. La definición del Comandante
Chávez es especialmente valiosa en las condiciones venezolanas y de
cualquier otro pueblo oprimido sometido a agresiones como las que sufre
Venezuela. Más aún, un ejemplo de la validez teórico-política de este
concepto lo tuvimos en la contraofensiva popular para derrotar el golpe
fascista de 2002 y en la evolución posterior de los acontecimientos. Si
sólo empleáramos el concepto estricto de clase obrera productora de
valor como único sujeto consciente y activo de la lucha bolivariana, no
entenderíamos nada de nada de lo que sucede aquí, en Nuestra América y
en otros continentes machacados.
La clase obrera es el cerebro y el centro de pueblo organizado,
movilizado y consciente, pero no es el único sujeto social. Como lo
previeron Marx y Engels en su última etapa, desde 1871 en adelante, la
revolución ha estallado y se ha sostenido largo tiempo en los países en
los que el proletariado en su sentido tradicional, la clase obrera
«clásica», era cuantitativamente minoritaria pero cualitativamente
dirigente, capaz de aglutinar alrededor suyo al pueblo trabajador, al
pueblo militante, al pueblo trabajador y campesino, a la nación-pueblo, a
la nación-pueblo, etc., o para acabar con Marx: la clase obrera
vertebra a la nación-trabajadora. Sin duda, Chávez estaría de acuerdo.
-10- ¿Cuál es el papel de la mujer en la actualidad, en el marco de la lucha de clases?
-La progresía intelectual feminista lleva realizando buenas
aportaciones parciales desde hace varias décadas, cumpliendo el mismo
papel que el realizado por una parte del marxismo académico, dicho a
grandes rasgos. Pero, como este último, se detiene ante el muro práctico
y teórico, material y moral, de la propiedad, en este caso de la
propiedad patriarcal sobre la mujer. Sin embargo, cualquier reflexión
sobre el papel de la mujer en la producción de pensamiento y en la lucha
de clases que no parta de la existencia objetiva de la propiedad
patriarcal, nunca supera el límite del reformismo.
La mejor definición que he leído sobre qué es la mujer en el capitalismo es la que ofrece el Manifiesto Comunista:
para la burguesía la mujer es un «instrumento de producción», es decir,
un medio de trabajo en manos del hombre con conciencia burguesa. En
1884 en su obra El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado,
Engels demostró que la mujer fue derrotada socialmente con la
implantación de la propiedad privada patriarcal, siendo desde entones un
muy especial instrumento de trabajo adaptado a los sucesivos modos de
producción dominantes. Semejante derrota fue la primera explotación de
un colectivo humano por otro, bien pronto le seguiría la invasión,
derrota, esclavización o exterminio de un pueblo por otro, y sobre esta
experiencia se asentaría después la explotación de clase dentro del
mismo pueblo. Las formas de propiedad --patriarcal,
tribal/étnica/nacional, y de clase-- se fueron fundiendo en diversas
aleaciones según los modos de producción dominantes y según las
formaciones económico-concretas dentro de cada uno de ellos.
La propiedad capitalista se sustenta sobre el sistema
patriarco-burgués y su poder adulto, de manera que son sus relaciones
sociales de explotación las que subsumen y determinan a las formas de
explotación específicas del patriarcado y del poder adulto.
Naturalmente, esta complejidad genético-estructural de la propiedad
capitalista adquiere múltiples formas concretas, histórico-genéticas,
según las necesidades de la producción en situaciones particulares y
fundamentalmente de la reproducción de la vida explotable, tema en el
que no podemos extendernos ahora.
La verdad del feminismo socialista, del marxismo como su matriz,
radica en que es el único sabe, quiere y puede luchar por la destrucción
histórica de la propiedad capitalista, con su forma patriarcal y adulta
incluida. El error insalvable del feminismo reformista radica en que ni
quiere ni puede ni sabe enfrentarse a la propiedad capitalista en su
complejidad, limitándose sólo a y con mejoras democrático-funcionales e
integradas en el sistema. La mentira del feminismo explícitamente
burgués radica en que quiere mantener la propiedad capitalista en sí
compatible con la «liberación» de la mujer.
El feminismo socialista o mejor las revolucionarias marxistas,
aportan a la lucha de clases la visión programática más radical y
decisiva sobre la emancipación histórica humana. Y lo hace porque sólo
ese feminismo dice y practica la verdad concreta: la mujer es un
instrumento de producción en manos del hombre. Un instrumento único
porque, además de plusvalor mediante la explotación asalariada, produce
muchas cosas más mediante la explotación doméstica y otras explotaciones
privadas y/o públicas. Hablamos de explotación porque hablamos de un
instrumento de producción sometido a las relaciones sociales de
explotación capitalista, sean asalariadas o no. Desde la creación de
vida que puede llegar a ser fuerza de trabajo y su formación posterior,
hasta la producción de placer machista y de «trabajado de cuidado
afectivo», pasando por la producción de trabajo social no mercantilizado
en la unidad familiar y en las redes sociales cotidianas, y así un
largo etcétera.
Lo que determina a estas y todas las restantes explotaciones
concretas de la mujer por el hombre es el hecho de que ella es un
instrumento de trabajo en propiedad de él, que hace con ella lo que
quiere y como quiere, buscando su máxima rentabilidad económica, sexual,
afectiva, cultural… Y lo hace porque la propiedad privada burguesa
tiene un componente patriarcal esencial, tomado y transformado de la
propiedad patriarco-feudal para adecuarlo al capitalismo, de forma
parecida a como la propiedad feudal absorbió y transformó para sus
necesidades la propiedad patriarco-esclavista. El hilo inhumano que
recorre esta cruel historia no es otro que el de la propiedad privada.
La civilización del capital se yergue en parte sobre el patriarcado,
pero es una parte esencial por los ingentes beneficios de toda índole
que le produce, y la civilización del capital oculta esta
sobreexplotación generalizada recurriendo al mito del «amor».
Por tanto, el feminismo marxista y las mujeres revolucionarias son
una fuerza directriz insustituible en la lucha contra la propiedad en
general y contra todas sus variadas expresiones particulares. Dado que
la ideología del capital se sustenta en el derecho burgués a su
propiedad privada, la crítica práctica y teórica del feminismo marxista
da en el clavo de dicha ideología porque saca a la luz la históricamente
primera forma de propiedad privada, y muestra cómo esa forma ha ido
siendo adaptada a y subsumida por los sucesivos modos de producción,
hasta llegar al capitalista.
La lección teórica es innegable: sólo mediante la socialización de la
propiedad capitalista y por tanto de la propiedad patriarco-burguesa,
se liberará la mujer y a la vez la humanidad entera porque sólo así se
llega a la raíz histórica de todas las opresiones y explotaciones, la
que surgió con la de la mujer por el hombre. Las consecuencias teóricas,
filosóficas, intelectuales y ético-morales de esta visión de largo
alcance no escapan a nadie, pero tampoco escapan sus muy presumibles
consecuencias prácticas ya que más temprano que tarde la clase dominante
reprime a quien lucha contra su propiedad privada.
Las advertencias, presiones, amenazas y represiones machistas hasta
culminar en el terrorismo patriarcal, surgen casi de inmediato cuando la
mujer quiere independizarse, ser propiedad de ella misma, dejar de ser
propiedad ajena, del hombre. El feminismo reformista, y en especial su
componente académico e institucional, ha reducido su «estrategia» al
simple marco de los «derechos de género», marco necesario `por cuanto
democrático-formal pero asumible en gran medida por las instituciones
burguesas. El feminismo reformista no avanza hasta el punto crítico de
no retorno: el ataque a la propiedad, lo que le garantiza mucha
tranquilidad económico-laboral, política e intelectual.
No sucede así en el feminismo marxista, sobre todo cuando es
practicado en su praxis más consecuente: las especiales torturas sobre
las revolucionarias que luchan en la liberación nacional de clase y
antipatriarcal de sus pueblos trabajadores oprimidos. Sin llegar a estos
extremos tan frecuentes pero silenciados, cualquier mujer sindicalista
de izquierdas está de acuerdo con lo dicho por Marx de que el
empresario, aparte de la explotación asalariada, considera su fábrica
como su «harén» particular, de igual manera en que frecuentemente la
institución familiar actual encubre un «harén» privado. La lectura del
impactante libro de Bebel La mujer y el socialismo de 1880,
obra maestra en su época, sigue descubriendo las constantes del sistema
patriarco-burgués, por cierto: este libro fue publicado en la
clandestinidad debido a la represión antisocialista en Alemania.
Las feministas obreras, populares, campesinas, sindicalistas,
culturalistas, políticas y militantes revolucionarias, etcétera, saben
por experiencia lo que es realmente el poder patriarco-burgués en su
cotidianeidad y si bien apoyan las reivindicaciones democráticas tal
cual las expresa el feminismo reformista por cuanto necesarias,
advierten que el problema es mucho más profundo y grave porque forma
parte de las raíces de la civilización del capital, de la síntesis
social del modo de producción capitalista. La conclusión definitiva que
podemos extraer de la mujer en la lucha de clases es que ella expresa
mejor que cualquier otro colectivo el antagonismo irreconciliable entre
liberación humana plena, comunista, y propiedad capitalista.
-11- A modo de conclusión y consideración final, si tuvieses
la oportunidad de hablar con cada persona del mundo ¿qué mensaje le
darías?
-Siguiendo el objetivo del cuestionario, el consejo que les daría es
que debatan la larga y esclarecedora experiencia acumulada desde hace
décadas sobre el papel de la intelectualidad progresista en las
revoluciones. Este aprendizaje debe realizarse en función de las
actuales necesidades de los pueblos bajo el imperialismo contemporáneo,
por ejemplo: además del problema de la propiedad intelectual burguesa y
de su industria cultural, también la naturaleza capitalista de la
tecnociencia y el choque frontal entre las constricciones burguesas al
potencial crítico del método científico, y la necesidad perentoria que
tiene la humanidad explotada de multiplicar exponencialmente los avances
científicos liberadores, o para decirlo en términos marxistas, expandir
la ciencia como fuerza revolucionaria.
Sin embargo, históricamente los «ideólogos» como grupo social
específico, casta o élite preclasista que surgió con la privatización
patriarcal de la cultura oral y de la primera escritura, en simbiosis
con las castas de comerciantes y guerreros bajo la centralidad de los
Estados tributarios, se han caracterizado más por la defensa de sus
intereses corporativos y sectarios que por el impulso progresista y
revolucionario. Es lógico que así sea porque el saber generado por ese
entramado de poder es un saber jerarquizado, privado, excluyente y
defensor tanto de sus intereses corporativos como de los de las clases
dominantes. Las burocracias religiosas son un ejemplo de la
adaptabilidad y eficacia de los «ideólogos» para reproducirse
absorbiendo las mejores mentes de su época, como denunció Marx
refiriéndose a la Iglesia medieval, cooptándolas, sobornándolas y
pudriéndolas. Salvando todas las distancias, la industria de la
educación burguesa y la integración del saber y de la tecnociencia en el
capital constante, hacen otro tanto.
La intelectualidad progresista se enfrenta en esta cuestión decisiva a
una tarea que le desborda ampliamente. Y es aquí en donde deben
intervenir las organizaciones revolucionarias facilitando puntos de
encuentro y colaboración, de fusión en la práctica cotidiana, entre el
pueblo explotado y la intelectualidad progresista, impulsando el avance
de esta hacia su conversión en militancia revolucionaria que ejerce el
grueso de su praxis en el campo de la lucha teórica, científica,
cultural, filosófica, ética, estética…. En cada uno de ellos y en su
conjunto, las organizaciones de vanguardia han de resaltar el problema
de la propiedad privada como el nudo gordiano que, unido al del Estado
burgués, ata y centraliza la totalidad de formas en las que actúa la
explotación capitalista.
Especial trascendencia adquiere la recuperación de los «bienes
comunes», colectivos y comunales, relacionados con las condiciones de
pensar y hacer, de vivir en suma, de los pueblos; y muy especialmente
con el complejo lingüístico-cultural, con la lengua como forma de
expresión del ser-comunal que habla por sí mismo, de la cultura popular
como la producción y distribución colectiva de los valores de uso. La
desmercantilización del saber, su desalienación con respecto al dinero y
al valor de cambio y su victoria sobre el fetichismo de la mercancía,
supone, desde esta visión comunista, además de la reinstauración de la
unidad mano/mente también y por ello mismo la extinción histórica del
intelectualismo y por tanto de los intelectuales por muy progresistas
que digan ser.
Por tanto, la pregunta es: ¿cuántos intelectuales progresistas
intuyen que la libertad plena, el comunismo, conlleva su extinción como
élite, y cuántos están dispuestos a impulsar su autoextinción ya desde
ahora mismo? Más aún ¿qué deben hacer los y las revolucionarias
que militan en la lucha teórica, cultural, filosófica, etc., para
acelerar e intensificar esta desalienación y liberación de las y los
intelectuales progresistas?
Aqui el texto completo [PDF]
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