Los media nos
aleccionan estos días: "Ultras de extrema derecha y de extrema
izquierda", "radicales", "grupos enfrentados", "extremistas"...
A uno puede no gustarle el fútbol. A uno puede no gustarle ni ciertas formas ni ciertas estéticas. A uno puede
parecerle una profunda estupidez el
identificarse con algunas pasiones, colores y banderas. A uno le puede
parecer todo una profunda memez.
A uno puede no gustarle el fútbol. A uno puede no gustarle ni ciertas formas ni ciertas estéticas. A uno puede
Pero por ahí no pasamos. No. No es lo mismo. No son lo mismo.
No es lo mismo, cantar y gritar contra los desahucios, contra el fascismo, contra la clase política, contra el estado y sus represores, contra la desigualdad, contra la injusticia social que cantar y gritar consignas contra los negros, los inmigrantes, los homosexuales, los rojos y los mendigos. No. Ni es lo mismo. Ni son los mismos.
Ponerlos a todos
en el mismo saco, sólo puede ser propio de quienes tragan las consignas
de que en la moderación está la armonía. No nos lo tragamos. No creemos
que nuestros hijos, que nuestros vecinos del barrio, los que frecuentan
los mismos bares y las mismas calles sean iguales que esas bandas de
hooligans fascistas subvencionadas por las élites de los clubs de
fútbol. Esas bandas fascistas que hoy se amparan entre las masas de
aficionados como hace 30 años se escondían bajo los pantalones de sus
padres, policías y militares del régimen. El contexto ha cambiado pero
las formas y su impunidad continúan.
No es lo mismo. Ni son los mismos. No nos convenceréis aunque nos leáis mil veces la biografía de la víctima y lo malo que era. Que nadie hemos nacido santo.
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