Ni siquiera puedo secar vuestro llanto,
mis manos no alcanzan,
no son nada,
apenas un instrumento
que me ayuda a deletrear la infamia.
Ni siquiera puedo imaginar qué sienten los jóvenes en esta hora larga,
en este largo instante
en el que aún los cuerpos no tienen descanso.
Ni siquiera puedo pensar en tanto espanto,
no me cabe,
no tengo sitio para tanta barbarie galopando sobre tantos,
tantos huesos.
No tengo sitio para tanto pueblo sepultado hoy,
ahora mismo.
La guerra
Todos, alguna vez, volvemos de una guerra.
La guerra en la que se convierte el amor,
la guerra con sus mil caras violentas o de desidia.
Volver de cada una de estas batallas,
regresar a la casa derruida,
remendar los andrajos cuando te sientes derrotado,
cuando el dolor está bien clavado, es amargo.
No merecemos tanto disparo a bocajarro.
Vivimos a la intemperie
y caen la pólvora y el fuego
como cae la lluvia,
sin permiso.
Todos, alguna vez,
volvemos de una guerra,
la guerra del amor,
la de la vida,
la de las mis caras violentas o de desidia,
pero no morimos,
sólo van quedando pedazos
de corazón en el camino.
La mala suerte
No es mala suerte que en tu vida
no haya pan que alcance,
que el frío te llegue hasta el tuétano,
que vivir sea un castigo
lento.
No es mala suerte
recibir como herencia
trabajo a destajo,
padres, hijos y nietos también esclavos
.
No es mala suerte,
el destino también se tuerce.
se pone del revés,
se revienta si uno quiere.
No somos seres desafortunados,
somos pueblo hambreado.
La mala suerte es el argumento pobre
de los que tienen miedo a ser libres.
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