"Mientras obedezco al poder… me siento seguro y protegido. Mi obediencia
me hace participar en el poder que reverencio y por ello me siento
fuerte…"
Camille Desmoulins
Desde hace un tiempo se están realizando estudios desde el campo de
la psicología de la salud sobre la problemática específica del colectivo
de policías. Así, obran en Internet trabajos sobre psicología de la
salud de dicho colectivo que abundan en la necesidad de desarrollar la
llamada psicología policial basada en la constatación efectuada por el
psicólogo norteamericano Stratton en 1984 según la cual la institución
policial ha desarrollado una "cultura" que refleja un cierto aislamiento
de sus miembros quienes han desarrollado relaciones endogrupales muy
intensas y una visión del exogrupo (los no policías) esteriotipada y a
veces contrapuesta a sus intereses.
Claro está, tales estudios se basan en el tratamiento de la
problemática psicológica del colectivo policial dejando intacta la
función que desarrollan en esta sociedad, por lo que, para las buenas
gentes que han tenido la ocasión de observar in situ la actuación de la
policía en desahucios, represión de manifestaciones y custodia de
personas detenidas, donde se ha puesto de manifiesto que su capacidad de
tener piedad con personas menores y ancianas que han sufrido su
actuación es similar a la que experimenta un virus, la problemática
psicológica de un agresor le puede dejar, no sin cierta razón,
absolutamente indiferente.
No obstante, hacer un somero análisis del mundo policial desde esta
perspectiva permite explicar como actitudes observadas en ciertas
movilizaciones como apelar a la supuesta condición de "ciudadano
engañado/explotado" del antidisturbios, y corear consignas tales como
"vergüenza me daría ser policía" resbalan sobre la paquidérmica coraza
mental del funcionario interpelado.
La selección y formación del policía antidisturbios, los miembros de
las Unidades de Intervención Policial (UIP) está detrás de este modus
operandi: En las escuelas policiales la capacitación de los policías se
concentra en la obediencia y en la disciplina, manteniendo además
vigentes algunos principios de la doctrina militar de seguridad
nacional, por la cual la preparación física, psicológica y técnica era
importante a momento de combatir al enemigo interno sin piedad alguna
sobre él. Las prácticas violentas son sistemáticamente utilizadas en las
instrucciones policiales. No se puede pretender que los policías hagan
uso racional de la fuerza cuando estos han sido entrenados a través del
uso irracional de la misma.
La formación del antidisturbios se realiza en el Centro de Prácticas
Operativas de La Enira, cerca de Jaén, un complejo de entrenamiento en
el que, además de las Unidades de Intervención Policial (UIP), también
afinan sus habilidades los agentes del Grupo Especial de Operaciones
(GEO), la Legión y otras unidades del Ejército, además de policías de
otros países, como Marruecos o México. Por el complejo de La Enira,
donde simulan situaciones reales como detonaciones, asaltos en viviendas
o tácticas de guerra urbana, entre otras actividades, pasan cada año
más de 4.000 agentes y soldados (La Marea, mayo 2014).
La UIP es un cuerpo policial de élite al que se accede por unas
oposiciones internas que incluyen pruebas físicas, teóricas y
psicotécnicas, más exigentes que las necesarias para ser miembro de la
Policía Nacional. Una vez superada esta primera barrera, los agentes
realizan un curso preparatorio, que sólo supera un 70% de ellos, y tras
el cual pasan a integrarse en un cuerpo formado por unas 2.700 personas,
que además del sueldo base (de unos 1.500 euros al mes para agentes sin
rango alguno) perciben un plus anual de 6.500 euros brutos, más dietas.
Esta preparación, así como las jornadas de actualización que se
realizan anualmente, se desarrollan en el centro de La Enira.
En las calles de La Enira, entre las casas abandonadas y cada vez más
deterioradas, los antidisturbios se entrenan con tácticas de actuación
en medios urbanos. Unas prácticas que llegaron a ser denunciadas en 2012
por el Sindicato Unificado de Policía (SUP) por su extrema dureza, ya
que en ocasiones han acabado con heridos. De hecho, el 21 de mayo de
2008, un agente que se estaba formando en La Enira recibió el impacto de
una bala de goma y perdió la visión de un ojo. El policía fue jubilado
por incapacidad permanente e indemnizado con 25.000 euros.
El papel de la selección y formación es básico para entender la
psicología del antidisturbios, según William F. Stone (Manipulación del
terror y autoritarismo, Psicología Política, Valencia 2001), son las
personas autoritarias, débiles psicológicamente, con identidades poco
desarrolladas y por tanto, necesitadas de una autoridad superior que las
proteja y guíe, las más manipulables por el terror inducido o provocado
por el poder establecido. Tal análisis, que hace referencia a las
personas que tienden a acatar acríticamente el poder, y que constituye
por tanto la base social de apoyo al autoritarismo, es transportable a
la selección y formación del policía y del soldado, en el que el temor y
reverencia a la figura del Amo (el oficial), en una estructura basada
en la jerarquía y disciplina, es la piedra angular de su actuación. En
este sentido la formación y subsiguiente actuación del antidisturbios se
basa en la que algunos autores han llamado la "pedagogía del miedo", en
el que la jerarquía está presente en todos contexto, unas veces
protegiendo y otras castigando, pero siempre asegurando la obediencia,
ya que, como dijo Eric Fromm (Sobre la desobediencia y otros ensayos)
"Mientras obedezco al poder… me siento seguro y protegido. Mi obediencia
me hace participar en el poder que reverencio y por ello me siento
fuerte…"
Aunque discrepo parcialmente del afirmación de Fromm que parte de la
base de que, a este respecto, es indiferente el poder al que se
obedezca, ya que un poder no basado en la defensa de una minoría
privilegiada llevaría aparejada un cambio en cuanto a los conceptos de
jerarquía, disciplina y obediencia respecto a la actuación de sus
agentes, la expresión resume a mi juicio, al menos en parte, la
psicología del antidisturbios y su actuación.
Porque, volviendo al comienzo del artículo, el hecho de que tal
selección y formación, así como la posterior actuación de este
colectivo, lleve aparejado en estos individuos, según los informes de
psicología policial, sentimientos de aislamiento, rechazo e
incomprensión social hacia su trabajo, así como una actitud hostil a
toda crítica a su actividad, es para la estructura de poder, en el mejor
de los casos, un efecto colateral a su necesaria robotización
represiva, cuando no una clara ventaja, ya que dichos sentimientos
acrecientan la sobredimensión de los vínculos grupales entre sus
miembros favoreciendo su impermeabilización respecto al resto de la
sociedad.
Se retroalimenta pues la concepción que engloba en el campo de los
enemigos no solo a las personas que desarrollen actividades de
contestación social, sino también a colectivos que ejercen por ejemplo
la abogacía y el periodismo, cuando no a algunos Jueces y Magistrados,
que forman en su mente un mundo hostil y distante, lo que viene de
perlas a quienes de verdad manejan los hilos del poder.
La psicología policial se limita a intentar evitar que el engranaje
se rompa, ya que una profundización cabal en los orígenes de los
problemas que sufren los miembros de este cuerpo podría hacerles
cuestionarse su propio papel.
Además, la violencia ejercida por la policía es, en expresión de
patio de colegio, violencia de cobardes, ya que por un lado se rompe ese
principio tal vez decimonónico que imperaba en nuestra infancia según
el cual no es valor ejercer violencia sobre personas débiles, y por
otro, se basa en la conciencia de que tiene asegurada la impunidad, ya
que el agresor de una persona, sea esta adulta, menor o anciana, es
protegido y ocultado sistemáticamente y, cuando en contadas ocasiones es
juzgado y condenado, se le indulta, asciende y condecora. Ninguna otra
violencia goza de tal sensación de impunidad.
Es digno de reflexionar que cuando está socialmente en cuestión el
ejercicio de violencia física en distintos ámbitos, en la escuela,
respecto a los menores, etc., conductas que en tiempos pretéritos
estaban toleradas, la violencia policial goce de un apoyo institucional y
mediático prácticamente generalizado, como si fuera normal agredir a
una persona antes incluso que realice ninguna actividad concreta. Más
aún, cuando alguien osa afirmar públicamente que la policía tortura
(algo que está acreditado incluso por el Comité de derechos Humanos de
la ONU), la reacción sea la querella para intentar acallar algo que es
vox populi.
Es ilusorio por tanto, además de inútil, pretender que una buena
mañana los policías, ante una orden de desahucio a una familia o de
cargar contra una movilización, los antidisturbios arrojen las armas al
suelo y se nieguen a cumplir las órdenes dadas, esas ensoñaciones son
propias de hermosas películas de ficción pero distan mucho de la
realidad cotidianamente constatada, estos agentes, a través de un
estudiado proceso de adiestramiento, no forman parte del pueblo por la
función que desempeñan, y solo la creación de un poder popular
alternativo evitará que sigan cumpliendo, con en entusiasmo digno de
mejor causa, con la labor que les ha sido encomendada.
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