mayo 3, 2014
Lo digo
en una entrevista que me hicieron hace un tiempo para la agencia IPS: yo
escribo para que me quieran. Como Gabriel García Márquez, como tantos
otros. La verdad es que no quiero formar parte de escuadrones, de
batallones de vanguardia, de líneas de combate. Cuando tenga que
combatir, pues combatiré. Ya lo he hecho en determinadas ocasiones. Pero
no quiero regodearme en discusiones babilónicas. Eso no significa que
sea más neutral que Suiza. Estoy convencido de que no se puede ser
neutral. La absoluta imparcialidad no existe.
La objetividad tiene más
que ver con la honestidad con que se defiende un criterio que con la
aparente falta de opinión. No hay una verdad porque la única verdad es
que somos demasiados para defender una sola verdad. Yo creo en los
consensos, que implican siempre un debate limpio, e implican también la
grandeza de aceptar que nuestra opinión no es la única válida, e
incluso, la grandeza de aceptar que nuestra opinión en determinadas
circunstancias debería ser sencillamente nuestra opinión, sin más
pretensiones. A algunos podrá parecerles una ingenuidad y puede que al
final lo sea (viendo como están las cosas en este mundo, lo más probable
es que en efecto lo sea), pero qué hermosa ingenuidad. Obviamente, la
placidez no nos llegará del cielo. Y hay mucha gente intolerante y
extremista, en todos los bandos, en mi mismo bando sin ir más lejos.
Pero creo en la utopía. Creo, con Eduardo Galeano, que lo más seguro es
que la utopía no se llegue a concretar nunca (la utopía es una entidad
en permanente transformación), pero buscarla nos hará avanzar. Yo
respeto, eso sí, al que se bate todos los días con la pluma en ristre.
El que se bate con pasión, con buena voluntad. Yo mismo lo hago en
ocasiones. Y respeto sobre todo al que se bate para construir, aunque
piense que para construir tenga que destruir primero. Al que no soporto,
el que me enferma, es el que destruye por el mero placer de destruir,
sin ofrecer alternativas. Hay tantos por ahí. En todos los bandos.
Incluso en mi bando. Aunque, pensándolo bien, esos no están en mi bando.
Aunque en ocasiones digan cosas que se parezcan a las que yo digo, no,
no están en mi bando. Más en mi bando están los de otro bando que como
yo crean en la posibilidad de construir una sociedad mejor, y que luchen
honestamente por construirla, aunque su sociedad ideal no se parezca a
la mía. Y perdónenme por el trabalenguas, hay días en que me levanto así
dándomelas de filósofo aunque me queda clarito que no lo soy. He dicho.
Y he
dicho todo eso (vamos a ver cuántos de mis lectores llegaron hasta este
párrafo) para hacerles un cuento. En el preuniversitario tenía un
compañero muy grandilocuente en sus opiniones, muy enfático a la hora de
defenderlas. Era dirigente del comité de base de la Unión de Jóvenes
Comunistas. En las reuniones nos decía cosas como estas: “un
revolucionario no puede darle la mano a alguien que no piense como él,
porque esa es con toda seguridad la mano de un enemigo del proceso”.
Gritaba exaltado consignas al estilo de esta: “¡Al imperialismo ni un
tantico así!”. (Su noción del imperialismo incluía también a los que se
quejaban de lo mala que estaba la comida). En conversaciones más
privadas soltaba perlas como la que sigue: “si mi madre se va para los
Estados Unidos, puedes tener la seguridad que nunca más le miraré la
cara”.
En fin, no los voy a cansar más ni les voy a hacer el cuento más
largo: hace unos días descubrí a esa persona en Facebook. Ahora vive en
los Estados Unidos. Y lo mejor: sigue siendo muy enfático y batallador,
pero ahora desde el otro extremo. Entré por curiosidad a su muro y me
encontré estas muestras: “Todos los cubanos que viven allá son unos
carneros, llevan cincuenta años soportando una dictadura”. “Lo que hay
que hacer es darle candela a todos los que defienden la dictadura”.
“¿Cuánta sangre más van a derramar todos los días en ese país?;
¡asesinos!”.
La naturaleza humana es muy compleja, señoras y señores. Yo
no estoy negando la posibilidad de que una persona cambie de opinión
tan radicalmente, pero desconfío de esos arrebatos. Desconfiaba cuando
se los escuchaba aquí y desconfío ahora que se los leo. Mi abuelo —que
admiraba a la Revolución y a sus dirigentes sin espacio para ninguna
crítica— siempre decía que detrás de un extremista hay un oportunista.
No creo que haya que ser tan absoluto: detrás de algunos extremistas hay
algunos que han perdido sentido común. Pero mi abuelo tenía razón en
algo: con esa gente es mejor no tener nada que ver. Hace algunos días
vino de visita a La Habana una buena amiga de la universidad. Se fue
hace algún tiempo, encontró otro camino. Sé que no coincidimos en
algunas cosas, pero nos queremos mucho. ¿Íbamos a ponernos a debatir
nuestras discrepancias? Ni pensarlo. Nos vimos una tarde y la pasamos de
maravilla. Llegué a la casa y le dije a Lester: ojalá que la gente se
quisiera más allá de sus puntuales diferencias. Lester se rió con ganas:
“El mundo sería demasiado perfecto. ¡Eres tan ingenuo!”. Está visto que
sí.
Tomado de http://www.oncubamagazine.com/columnas/diferencia/
http://elblogdelapolillacubana.wordpress.com/2014/05/03/diferencia/
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