'DE LA LIBERTAD, NUESTRA PRENSA Y UCRANIA', por Santi Ortiz

"La manipulación (des)informativa –con todos los señuelos de pluralidad de información, libertad de expresión y disponibilidad de una tecnología sin parangón en otras épocas–, nunca fue tan escandalosa ni tan propagandística, falsa y tendenciosa como en los tiempos que corren...

Ni nos enteramos de lo que pasa dentro ni nos dejan enterarnos de lo que ocurre fuera...

Pensar para decir. Y conocer para pensar. He aquí los supuestos en que debe crecer el verdadero ciudadano"

DE LA LIBERTAD, NUESTRA PRENSA Y UCRANIA
     El ejercicio más elemental de Libertad implica dos elementos: contar con un abanico de posibilidades y un conjunto de individuos con capacidad de elección. Elegir es optar por cierta cosa prefiriéndola a otras. Así pues, ser libre significa poder ejercer la capacidad de optar por una entre toda una serie de propuestas posibles. Cuando esa capacidad se coarta, la libertad no existe.

     El Poder utiliza, tradicionalmente, dos formas de reprimir la libertad. La más burda, común a las dictaduras y otros regímenes autoritarios, consiste en la mera prohibición; en prohibir al individuo el ejercicio de su derecho de elección: prohibido usar el velo, declarar huelgas “salvajes”, manifestarse sin permiso, hacer escraches a los políticos, poder ir a los toros en Cataluña, abortar libremente, etc.

     La otra –común a todas las pseudodemocracias occidentales, incluida la que padecemos–, mucho más efectiva porque el individuo que la sufre puede seguir creyéndose libre aunque no lo sea, consiste en eliminar del abanico real de posibilidades aquellas que son indeseables o molestas para el Sistema. De este modo, el ciudadano puede seguir eligiendo, pero sólo entre aquellas propuestas que el Sistema permite y, entre las cuales, no hay ninguna que suponga para éste una amenaza. ¿Y las demás? Las demás se escamotean haciéndolas desaparecer del lenguaje, del discurso y de los medios de comunicación y, con ello, de la mente de los ciudadanos. Se borran del universo discursivo o, cuando se ven obligados a mentarlas, aparecen demonizadas y tan llena de pústulas sofísticas y supuraciones negativas que, difícilmente, nos sustraeremos a la repugnancia que provocan.

     Es en estos campos donde la Prensa, la Radio y la Televisión, sean públicas o privadas –las primeras obran en beneficio del Gobierno de turno y las otras en interés de sus Juntas de Accionistas a través de los Consejos de Administración–, juegan su papel de eficaz aparato de adoctrinamiento. Sin su impagable concurso, jamás habríamos llegado en España a los niveles actuales de sumisión, sometimiento y convivencia con esta situación instituida de precariedad y pobreza generalizada, de paro inaudito, de desmantelamiento de los derechos ciudadanos, de puñalada a la Democracia y de auge de la desfachatez, impunidad y corrupción a todos los niveles del Estado.

     La manipulación (des)informativa –con todos los señuelos de pluralidad de información, libertad de expresión y disponibilidad de una tecnología sin parangón en otras épocas–, nunca fue tan escandalosa ni tan propagandística, falsa y tendenciosa como en los tiempos que corren. Todavía colea la alevosa maniobra de ocultación de las Marchas de la Dignidad y de la grandiosa manifestación de Madrid –con dos millones de personas en la calle–, escondida, tapada, soterrada, omitida y enterrada en los disturbios originados por unos cuantos violentos y la propia policía y que coparon las primeras planas de todos los diarios e informativos, acaparando el hecho noticiable y amordazando y ninguneando una protesta y unas reivindicaciones absolutamente insoslayables para cualquier gobernante honesto y con vergüenza.

     Ni nos enteramos de lo que pasa dentro ni nos dejan enterarnos de lo que ocurre fuera. Por ejemplo, en Ucrania. Aquí el terrorismo mediático saca su libreto de patrañas, bulos, mentiras, difamaciones, infundios, argucias y fingimientos, siguiendo el dictado de la CIA, y parte de la ya habitual manipulación de las palabras para forzar la carta de un punto de partida cuya aceptación falsea ineludiblemente todo el discurso posterior. Se nos dice, por ejemplo, que Ucrania está dividida entre rebeldes prorrusos y simpatizantes proeuropeos. Aquí ya comienza la manipulación; esto es: se tacha a los primeros de rebeldes con toda la carga peyorativa del término, cuando en el fondo no son más que ciudadanos que han visto interrumpido su modo de vida por un golpe de Estado patrocinado por EE.UU., la UE y la OTAN, que ha derrocado al gobierno –bueno, malo o regular, pero legítimamente elegido en las urnas– del presidente Yanukovich, para poner en su lugar a otro plagado de neonazis y fascistas (véase El polvorín de Ucrania (I)), cuyas tropelías continúan multiplicándose como bien ilustra la salvajada que ha costado la vida a 46 personas tras el incendio provocado en la Casa de los Sindicatos por sus simpatizantes en Odessa.

     También se les llama “prorrusos”, pero eso es una obviedad dados los lazos históricos, culturales, lingüísticos y étnicos que conecta a la inmensa mayoría de los ucranianos con Rusia desde siglos. Más correcto sería denominarlos “antigubernamentales”, dado que se oponen a aceptar como bueno el actual Gobierno golpista e impuesto de Turchínov. Igualmente, los que nuestra prensa retrata como “simpatizantes proeuropeos”, son más bien radicales ultranacionalistas neonazis y fascistas en su inmensa mayoría.

     Nuestros medios de comunicación abundan en su manipulación cuando nos hablan del Gobierno “interino” de Kiev y le otorgan implícitamente todas sus atribuciones, como si hubiese sido democráticamente electo y poseyera el derecho de dirigir las armas de sus tropas contra sus propios compatriotas, a los que tacha de terroristas, activistas, separatistas y rebeldes, cuando no son más que patriotas que tratan de frenarle el paso al fascismo; a ese fascismo y ultranacionalismo pronazi que, para vergüenza de nuestros gobernantes, está bendecido, apoyado, asesorado y financiado por los que se arrogan el papel de adalides de la Libertad occidental; esto es, por una pandilla de mandatarios locos que han olvidado o ignoran los horrores que trajeron nazis y fascistas al mundo y a Europa hace setenta años y lo peligroso que puede resultar brindarles la mínima oportunidad de salir de las cloacas donde acopian odio y planifican sus intrigas.

     Estos mismos medios –que legitiman la “revolución” cruenta de Maidan, protagonizada por unas 20.000 personas en un país de cuarenta y seis millones de habitantes, pero que silencian el grito pacífico de dignidad de dos millones de manifestantes en Madrid–, ayudan a escamotear el golpe de Estado de Kiev convirtiéndolo en “invasión rusa de Crimea”, y nos hablan de la injerencia de Rusia en los asuntos de Ucrania, nación hermana que está a las puertas de su casa, mientras ve natural que la CIA y el FBI, el secretario de Estado yanqui y altos mandos de la OTAN asesoren, dirijan, financien e impongan el gobierno golpista y neonazi de Kiev, desde dentro del propio país, buscando el control geoestratégico de una pieza clave para los intereses imperialistas de EE.UU., nación que, no hay que señalarlo, tiene su territorio a miles de kilómetros de allí. 

     El futuro inmediato más que incierto parece decidido, siempre que descartemos el disparate de una conflagración nuclear. A Rusia no le queda más remedio que frenar los intentos de EE.UU., la UE y la OTAN de convertir Ucrania en otro títere al servicio de los intereses imperialistas para cerrar el telón de misiles que la amenaza a las puertas de sus fronteras y aislarla aún más. Es una cuestión de simple supervivencia y ahí el Kremlin no va a claudicar. Todo depende, pues, de cuánto quieran rizar el rizo el Gobierno golpista de Kiev y sus “aliados”. Si siguen por el camino emprendido, la guerra civil parece inevitable y tras ella la fragmentación de Ucrania, con una mayoría del país proclive a adherirse a la Federación rusa. Si cejan en su aventurerismo bélico –cosa que dudo– y la diplomacia toma el puesto de las armas, puede llegarse a un clima aceptable para la convocatoria de elecciones y a una reforma de la Constitución que otorgue mucha mayor autonomía a regiones que la están demandando para desmarcarse de la política de Kiev.


     En cualquier caso, la fragmentación de hecho o de derecho de Ucrania parece inevitable. El golpe de Estado de Maidan dio el pistoletazo de salida a un proceso radicalmente irreversible que nunca nos retrotraerá a la situación del país antes de que se produjera. En cuanto al papel que juega nuestra “prensa libre” en el teatro de operaciones de la guerra mediática, nos exige estar alerta y prevenidos contra los promotores de la ofuscación y la mentira y ser intolerantes contra todo intento de insulto a nuestra inteligencia al conculcar uno de los derechos básicos aprobados en el marco de la Unesco: el que tienen los pueblos a una información verídica. De él se deriva una libertad más básica e importante que la de expresión: la libertad de pensamiento. Pensar para decir. Y conocer para pensar. He aquí los supuestos en que debe crecer el verdadero ciudadano.

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