por iñaki gil de san vicente
Cualquier izquierda que manipule, tergiverse, posponga u oculte el
ejercicio práctico de la verdad abrirá un abismo insondable entre ella y
la juventud militante
«Se sobreentiende que aún
no hay claridad teórica ni firmeza en el órgano juvenil y quizá nunca
la haya, precisamente porque es un órgano de la juventud impetuosa,
burbujeante, indagadora. (…) Una cosa son los adultos que confunden al
proletariado, que pretenden guiar y enseñar a los demás; contra ellos
hay que luchar despiadadamente.
Otra cosa son las organizaciones de la juventud,
que declaran de forma abierta que aún están aprendiendo, que su tarea
fundamental es preparar cuadros de los partidos socialistas. A esta
gente hay que ayudarla por todos los medios, encarando con la mayor
paciencia sus errores, tratando de corregirlos poco a poco, sobre todo
con la persuasión y no con la lucha. No pocas veces sucede que los representantes de las generaciones maduras y viejas no saben acercarse como corresponde a la juventud que, necesariamente, está obligada a aproximarse al socialismo de una manera distinta, no por el mismo camino, ni en la misma forma, ni en las mismas circunstancias en que lo han hecho sus padres. Por lo tanto, entre otras cosas, debemos estar incondicionalmente a favor de la independencia orgánica de la unión juvenil, y no sólo
porque esta independencia sea temida por los oportunistas, sino por la
esencia misma del asunto. Porque sin una total independencia, la
juventud no podrá formar de sí misma buenos socialistas ni prepararse para llevar el socialismo hacia delante»
Lenin: La Internacional de la juventud, diciembre 1916
- Presentación
- Breve historia del poder adulto
- Surgimiento del concepto de poder adulto
- Qué es el poder adulto
- Cómo funciona el poder adulto
- Juventud revolucionaria e izquierda adulta
1. Presentación
Asistimos a una nueva oleada de luchas y
movilizaciones de la juventud. Pero también asistimos a un
endurecimiento del poder adulto, y lo que es un mal presagio, vemos cómo
la izquierda revolucionaria apenas dedica esfuerzo alguno a su crítica
radical, a su terrible eficacia en el control, vigilancia y represión de
las ansias de libertad de la juventud en general y muy especialmente de
la trabajadora. Movidos por esta situación recientemente se han
celebrado debates en varios lugares, como en la Universidad de Filosofía
de Valencia y en la Universidad Pública de Nafarroa, ambos organizados
por la juventud independentista y socialista, así como también se ha
recuperado esta reflexión en otros colectivos de debate teórico y
político de Euskal Herria.
Hay que decir bien claro que si
comparamos el esfuerzo teórico y político de la izquierda europea actual
en relación a la explotación juvenil con el realizado por esta
izquierda entre finales de la década de 1960-1970, si hacemos esta
comparación, la actual queda ridiculizada en extremo, sobre todo
considerando que la juventud trabajadora actual se enfrenta a un ataque
capitalista más devastador que el de hace medio siglo.
Y la izquierda actual sale todavía peor
parada si la comparamos con la de finales del siglo XIX y comienzos del
XX, sobre todo durante la explosión de creatividad crítica en lo
relacionado con la llamada vida privada, familiar y matrimonial, con la
emancipación sexual de la mujer y de la juventud, con la crítica
inmisericorde de la familia autoritaria, con el desarrollo de una
pedagogía revolucionaria, etc., entre 1917 y 1933. Recordemos que fue
este año en el que el nazismo tomó el poder y endureció al máximo la
represión desencadenada una década antes por el fascismo, y aseguró
definitivamente el posterior exterminio franquista de todas las
conquistas sociales en estas cuestiones. De hecho, la izquierda de
1960-1970 se basó en los logros de este período anterior para sustentar
los suyos.
Pero pasemos de la crítica a la
izquierda en general en este aspecto tan decisivo, a la crítica de la
izquierda independentista vasca. En efecto, si la izquierda en general
ha sufrido un retroceso alarmante en la lucha contra el poder adulto,
mayor ha sido el retroceso de la izquierda abertzale en esta cuestión.
Aunque la juventud vasca está recuperándose rápidamente de los duros
mazazos represivos sufridos durante los últimos años, demostrando una
muy encomiable capacidad de reacción, debemos reconocer que globalmente
se encuentra todavía lejos de desarrollar una implacable lucha de
liberación contra el poder adulto.
2. Historia del poder adulto
El poder adulto es tan viejo como el
poder en sí en toda sociedad basada en la explotación, opresión y
dominación necesarias para mantener la propiedad privada de las fuerzas
productivas. Dado que la primera y principal fuerza productiva es el ser
humano, la formación de un ser humano dócil y obediente, que se deje
explotar y que, a poder ser, facilite la explotación de otros seres
humanos, crear semejante chollo para la minoría propietaria, es una
necesidad imperiosa. Dos son las instituciones fundamentales
precapitalistas que han cargado sobre sí la mayor parte de la tarea de
producir docilidad: el poder patriarcal y el poder adulto.
Aunque el grueso de la investigación del libro coordinado por Ll. deMause (Historia de la infancia,
Alianza Universal, Madrid 1991), trata sobre el duro, avasallador y
violento trato dado a la infancia en la civilización occidental hasta el
siglo XIX, también es cierto que los diez autores que exponen sus
investigaciones ofrecen suficientes datos o indicios sólidos que
muestran frecuentemente el insufrible trato adulto padecido por la
juventud desde que existen fuentes históricas fiables. Las
investigaciones muestran que, en contra de quienes sostienen la tesis
del buen comportamiento de los adultos hacia la infancia, en realidad
fue un comportamiento muy estricto, cruel y hasta asesino con frecuentes
casos de infanticidio. Todo indica, además, que apenas había mejora
sustancial en el trato cuando se pasaba de la infancia a la adolescencia
y de aquí a la juventud.
También queda establecido de manera
irrefutable que «en todas partes, en todo tiempo» han sido las niñas,
las adolescentes y las jóvenes las que peores tratos han sufrido en
comparación con los niños, los adolescentes y los jóvenes. Ello es
debido a la fusión entre el poder patriarcal y el poder adulto, fusión
de poderes que debemos descomponer analíticamente en cada situación
concreta para proceder luego a su síntesis. De entre los miles de
ejemplos que confirman lo revelado por este libro, podemos citar el de
la radical denuncia que en 1879 hizo A. Bebel (La mujer y el socialismo,
Akal, Madrid 1977) contra el sistema educativo burgués no sólo porque
su objetivo es producir «trabajadores tontos» a partir de una juventud
sometida a la ignorancia, sino también por los continuos abusos físicos
en escuelas y colegios. Abusos físicos que no han desaparecido en modo
alguno.
J. L. Murga (Rebeldes a la república,
Ariel, Barcelona 1979) ha estudiado «las posturas rebeldes pacíficas y
violentas» de la juventud en la Antigüedad greco-romana, rebeldías que
se daban incluso en los períodos de florecimiento económico porque:
«bajo el barniz brillante de la riqueza y del poder, el espíritu joven
intuye el dolor y la injusticia». A pesar de las represiones que sufren
los jóvenes temprano o tarde renacerá la semilla rebelde: «Morirán los
jóvenes contestatarios, se aplastará quizá el descabellado movimiento
rebelde, pero la semilla volverá a aparecer repentinamente - trasvasada
en otra religión, en una escuela filosófica o, incluso, en una mera
postura republicana arcaizante- como una esperanza que rebrota cuando
menos se esperaba: en los poetas, en los sabios, en los espíritus
elevados».
Uno de los episodios de rebelión juvenil
más implacablemente reprimido fue el movimiento báquico en la Roma
republicana el siglo –II, minuciosamente investigado por J. L. Murga. M.
I. Finley (El nacimiento de la política, Crítica, Barcelona
1986), también ha estudiado este movimiento juvenil, que en sí es un
impresionante y terrorífico ejemplo de lo que es el poder adulto en
funcionamiento: la ejecución de varios miles de jóvenes del movimiento
báquico en la Roma del -186, la mayor parte de ellos pertenecientes a
las clases trabajadoras; las mujeres fueron asesinadas en el escondido
secretismo de sus familias. M. L. Finley muestra cómo actuó al unísono
el conjunto de poderes parciales romanos hasta descubrir y matar a miles
de personas en defensa del orden establecido. Roma no disponía de un
aparato policial en el sentido burgués, pero su sistema represivo era
muy eficiente, sobre todo contra la mujer joven vigilada en todo
momento.
Comenzando sus investigaciones desde la Edad Media, R. Muchembled (Una historia de la violencia,
Paidós, Barcelona 2010) desmenuza el conjunto de métodos, sistemas,
amenazas, castigos y recompensas mediante los cuales los poderes
burgueses en ascenso fueron aplacando, desviando, reprimiendo e
integrando las múltiples formas de violencia juvenil, de resistencia
pasiva o activa, material o simbólica de la juventud hasta comienzos del
siglo XXI en las barriadas empobrecidas. Sin recurrir al concepto de
poder adulto, el autor muestra cómo en cada época el poder presionaba a
las familias campesinas, artesanas, trabajadoras y obreras para que
intervinieran activamente en la represión de las complejas resistencias
juveniles y de sus formas violentas. El autor explica la desaparición
casi total de los asesinatos cometidos por jóvenes desde 1945, pero
sostiene que crecen las formas de resistencia mediante bandas juveniles:
«constituyen la forma moderna de expresión de un poderoso descontento
juvenil frente al mundo de los adultos y de la sociedad establecida».
Fue en este largo período cuando se
generalizó el mito del «instinto maternal», mito básico de la familia
autoritaria. Entre otras muchas investigadoras, Elizabeth. Badinter (¿Existe el amor maternal?,
Paidós, Barcelona 1981) ha demostrado que el tal «instinto» es una
construcción ideológica de la familia burguesa en ascenso y Norma Ferro (El instinto maternal o la necesidad de un mito,
Siglo XXI, Madrid 1991) ha demostrado cómo fue creado durante la
génesis de la dominación social y psicológica de la mujer por el hombre.
El supuesto «instinto maternal» es inculcado en las mujeres desde su
nacimiento y reforzado siempre mediante toda clase de triquiñuelas,
artimañas y engaños. Que no exista ese «instinto» en cuanto tal no
significa que no exista amor materno-filial, sino que este debe ser
evaluado desde criterios no patriarco-burgueses sino socialistas. El
poder adulto utiliza el «instinto maternal» para fusionar la dominación
sexo-afectiva de las jóvenes con la reproducción del capitalismo. Del
mismo modo que el lenguaje machista abusa de la palabra «Amor» que
«encubre un conglomerado heteróclito» según Rosa María Rodríguez Magda (Femenino fin de siglo, Anthropos, Barcelona 1994), para manipular y confundir los sentimientos sexo-afectivos.
En el contexto de resistencia juvenil
reciente, lo máximo a que llega la pedagogía «progresista» en lo que
concierne al papel de la institución familiar «no autoritaria» en la
educación de la juventud es a los consejos que ofrecía a finales de la
década de 1960 A. S. Neill (Hijos en libertad, Altaya, Madrid
1999) a los atribulados padres y madres sobre los actos de «rebeldía de
la adolescencia», consejos destinados a evitar que sus hijas e hijos no
cayeran en la delincuencia y en las drogas, pero en absoluto para
ayudarles a que desarrollaran una conciencia crítica y solidaria, libre,
suficientemente formada para que tuviesen una visión político-juvenil
de sus problemas y perspectivas de vida futura. La pedagogía mostrada en
este texto puede inscribirse plenamente en la muy valiosa aportación
realiza en aquellos mismos años por P. Brückner («Sobre la patología de
la desobediencia», Psicología política, Barral Editores,
Barcelona 1971) cuando se preguntó: «¿Qué es lo que realmente pretenden
nuestros esfuerzos pedagógicos y políticos: tranquilidad o libertad?».
Constatamos con alarmada tristeza la
capacidad de recuperación del poder adulto para contraatacar y vencer a
la emancipación revolucionaria de la juventud releyendo ahora a R.
Vaneigem en su clásico texto editado en 1967, justo antes de las
barricadas del mayo francés (Tratado del saber vivir para uso de las jóvenes generaciones,
Anagrama, Barcelona 1977), cuando al final del libro reproduce un
trocito de la carta de los Sans-Coulottes a la Convención, del 9 de
diciembre de 1892: «¿Os reís de nosotros? No os reiréis por mucho
tiempo». Pues bien, el poder adulto pudo recuperarse de los ataques de
la juventud revolucionaria de 1960-1970 y terminar riéndose de ella.
Recordemos que estos tres últimos textos
fueron escritos a finales de los años 60 cuando aún no se había
iniciado el sistemático ataque monetarista y neoliberal contra la
juventud trabajadora y popular, ataque que se iniciaría en su globalidad
en 1973, aunque con significativos adelantos parciales en algunos
países. La recuperación del poder adulto, la derrota de la oleada de
luchas juveniles a las que se refería R. Vaneigem fue facilitada por la
nueva estrategia represora del neoliberalismo, uno de cuyos objetivos
centrales era y sigue siendo el de generalizar la pasividad, la
indiferencia y el desinterés político de las masas explotas y de su
juventud. Fue en este mismo 1973 cuando D. Sibony («De la indiferencia
en materia de política», Locura y sociedad segregativa, Anagrama,
Barcelona 1976) recurrió a la expresión «figura del Amo» para mostrar
cómo la negación de la dialéctica entre deseo y política sólo acarrea el
desinterés pasivo de las masas. Dos décadas después la figura del Amo
tomaba forma en Berlusconi, presidente electo de Italia gracias al apoyo
adulto y en medio de una contestación juvenil muy fuerte.
La figura del Amo, la dependencia
inconsciente hacia la autoridad protectora, es tanto más fuerte y está
más arraigada en lo profundo de la estructura psíquica de masas, en la
medida en que estas sufren una precarización creciente de su existencia.
Precariedad y fragilidad emocional van unidas. Por esto, el
neoliberalismo se lanzó a fragilizar los sujetos sociales para que no
pudieran oponer resistencias coherentes y estratégicas, como demostraron
Julia Varela y F. Álvarez-Uría (Sujetos frágiles, FCE, México
1989). El dilema entre tranquilidad o libertad se ha agudizado con la
fragilidad creciente de la vida social. Un ser social frágil optará por
la tranquilidad en detrimento de la libertad. La fragilidad es
inseparable de la inseguridad existencial, del miedo, de la ansiedad y
de la angustia cotidiana, y es por esto que amplias franjas sociales
sacrifican sus libertades para disponer de mayor seguridad policial y
judicial que tranquilice su vida y expulse de ella la inseguridad y
todas las formas de temor.
G. Kessler (El sentimiento de inseguridad,
Siglo XXI, Argentina 2009) ha estudiado el proceso de construcción
desde el poder de la inseguridad colectiva en Argentina, aunque sus
tesis son de aplicación general en lo básico, descubriendo que «los
jóvenes aparecen en general como el grupo más victimizado y el que menos
temor expresa, mientras que con los adultos mayores sucede lo
contrario». El autor sostiene que el concepto de vulnerabilidad es
decisivo para comprender la inseguridad adulta, y en especial la de las
mujeres jóvenes ante el riesgo de violencia sexual en cualquiera de sus
formas y ante el trato que recibirán si la denuncian. Fragilidad,
inseguridad y vulnerabilidad presionan fuertemente para sacrificar la
libertad a favor de la dura ley tranquilizadora. En la medida en que la
juventud opta por la libertad es marginalizada, perseguida y
criminalizada.
La fragilidad del sujeto juvenil obrero y
popular es una necesidad imperiosa de todo capitalismo y en especial
del contemporáneo. O. Jones (CHAVS. La demonización de la clase obrera,
Capitán Swing, Madrid 2012) ha estudiado cómo la demonización del
proletariado pasa inevitablemente por el ataque a su juventud,
criminalizándola y marginalizándola lo más posible, condenándola al paro
y al subempleo estructural en barriadas desindustrializadas podridas
por el narcocapitalismo sospechosamente introducido en masa y apenas
perseguido por la policía. Y en medio de este contexto, echándola de sus
zonas de vida cotidiana, de donde ha crecido y en donde se ha formado
colectivamente: es decir, desarraigándola interna y externamente,
condenándola al nomadismo urbano a la búsqueda de un empresario que les
explote en un trabajo-basura.
El término de nomadismo urbano juvenil también es empleado por G. Standing (El precariado,
Pasado&Presente, Barcelona 2013), cuando analiza quienes son los
colectivos concretos que sufren con mayor daño la precarización
creciente. Sostiene con razón que en primer lugar son las mujeres y en
general todas las personas que de un modo u otro ven profundamente
cambiadas sus condiciones de existencia cotidiana, incluidas las
sexuales y afectivas, la masculinidad en el caso de los hombres. Sobre
la juventud dice que si bien siempre se ha incorporado al trabajo en una
situación precaria, en la actual fase capitalista la precarización y la
flexibilización son mucho más largas que lo requerido para formarse en
el trabajo, yendo unidas a peores condiciones salariales y sociales:
«los jóvenes se resienten de la inseguridad», de la fragilidad de sus
condiciones de malvivencia.
3. Surgimiento del concepto de poder adulto
Una de las primeras veces en las que se
utilizó de manera no sistemática el término de «poder adulto», que
nosotros sepamos, fue justo a finales de los años 90 y comienzos del
siglo XXI durante unas reflexiones en sectores de la izquierda
independentista vasca, siendo a finales de febrero de 2001 cuando este
concepto aparece ya explícitamente teorizado en un largo texto sobre Poder adulto, prensa de ocupación e independencia juvenil
a libre disposición en internet. En esta época se debatía sobre un
conjunto de problemas que afectaban cada vez más a la juventud vasca,
como fue el ataque a la juventud gasteiztarra analizado en el texto Gaztetxe de Gasteiz y poder adulto, de agosto de 2001, también disponible en internet.
Al final de los años 90 se endureció aún
más la represión, el Estado adaptó su doctrina represiva para
«movilizar a la sociedad civil», a la «ciudadanía democrática» contra la
izquierda independentista, reactivando grupos fascistas; eran tiempos
en los que nuevas formas de drogadicción golpeaban a la juventud a la
vez que la reciente implosión de la URSS y el auge económico espurio del
ladrillazo, el dinero barato y la especulación financiera parecían
haber acabado definitivamente con lo «peor» del capitalismo para quedar
definitivamente sólo lo supuestamente «bueno» de este sistema
explotador. Todo ello en un contexto ideológico de flatuidad
intelectual, de banalidad y snobismo superficiales aupados sobre las
modas post, sobre la fácil palabrería post-modernista, post-marxista,
post-estructuralista.
Dentro de esta coyuntura que muchos
creían que era el definitivo contexto de lo que se empezaba a denominar
«post-capitalismo» basado en la «economía cognitiva» e «inmaterial»,
parecía de locura alucinada empezar a estudiar qué era el poder adulto y
qué función clave jugaba en la explotación capitalista. Conviene
recordar lo que sucedió después, a comienzos del siglo XXI, con la
arremetida imperialista tras el 11-S de 2001 - diseñada con anterioridad
a esta fecha, no hay que olvidarlo-, con las ilegalizaciones de los
movimientos y partidos abertzales, con la prolongada euforia burguesa
por las sobreganancias financieras, con la victoria de Zapatero en 2004,
con la hecatombe definitivamente desencadenada en 2007, etcétera.
Mientras que en sectores del
independentismo vasco se debilitaba la larga y fructífera tradición del
debate organizado, fuerzas revolucionarias internacionales, algunas de
ellas integradas en el Movimiento Continental Bolivariano bajo la
influencia de pensadores como Narciso Isa Conde y otros, recuperaron
este imprescindible concepto. También fue debatido en pueblos oprimidos
por el Estado español como Galiza y Països Catalans, lo que hizo que en
2010 se redactase un resumen de lo reflexionado hasta entonces, Poder adulto y emancipación juvenil
disponible en internet, texto que fue la base para otro encuentro en
2014. Por fin, después de trece años ha vuelto a debatirse en Iruñea, la
capital de Euskal Herria, en marzo
pasado, y sólo muy recientemente un prestigioso colectivo dedicado a la
investigación y debate teórico-político, y a la divulgación pedagógica
de sus conclusiones, ha decidido volver sobre la actualidad del poder
adulto. Algo es algo.
Era necesario este rápido repaso porque no es lo mismo hablar del poder adulto en la Euskal Herria
de 1998-2001 que en la actual, y menos aún es lo mismo hacerlo en las
naciones y clases explotadas ahora por la burguesía española. Los tres
lustros transcurridos se caracterizan por un empeoramiento brutal,
inmisericorde, de las condiciones de vida de la juventud trabajadora y
popular. Siendo el mismo poder adulto en su naturaleza, algunas de sus
características internas y muchas de sus formas externas se están
transformando rápidamente para realizar mejor su función.
Sin embargo, como hemos dicho arriba, la
mayor parte de la izquierda abertzale, su gran mayoría, no es
consciente del poder real controlador y represor del poder
adulto-burgués. Hoy por hoy, la izquierda abertzale apenas lucha contra
este instrumento de opresión porque desconoce no solo lo que es el poder
adulto en sí mismo a lo largo de la historia, sino que ni siquiera
tiene conciencia de que existe como tal. Solamente colectivos y
movimientos muy localizados y relativamente pequeños mantienen la lucha
teórica y práctica contra partes precisas del poder adulto, como la
sexualidad patriarco-burguesa y su violencia terrorista, pero apenas
contra la familia autoritaria, pieza clave del poder adulto; tampoco se
mantiene una lucha radical contra el sistema educativo adulto, y menos
aún contra la ideología patronal que, según veremos, en el componente
decisivo del cemento ideológico del poder adulto.
Hemos de insistir en que a pesar de
haber transcurrido muchos siglos desde las luchas juveniles en la
Antigüedad, y de que ahora estamos en otro modo de producción muy
diferente al esclavista, siendo esto cierto no lo es menos que existen
tres grandes constantes básicas que se mantienen a pesar de los cambios:
una, la eficaz pervivencia adaptativa del poder adulto; dos, sus
conexiones con el poder patriarcal, dotado de la misma capacidad
adaptativa; y tres, la eficacia de ambos para movilizar grandes fuerzas
reaccionarias y represivas volcadas en primera instancia contra la
juventud y contra la mujer, pero también contra el conjunto de las
clases trabajadoras. A lo largo de los sucesivos modos de producción,
tanto el patriarcado como el poder adulto han sabido recuperarse de sus
derrotas parciales, incluso han sabido adaptarse a y subsumirse en los
nuevos modos de producción. De hecho dos de los más fiables indicadores
de que un proceso revolucionario empieza a pudrirse en sus propias
entrañas es la recuperación del poder patriarcal y adulto.
4. Qué es el poder adulto
En el texto citado arriba -Poder adulto, prensa de ocupación e independencia juvenil-
se ofrece una definición que sigue siendo válida y que vamos a intentar
completar con este añadido: el poder adulto es el conjunto vasto,
tentacular y generalmente invisible de relaciones de poder mediante el
cual la clase dominante, gerontocrática por lo común, castra el
potencial emancipador y creativo que late en la juventud, convirtiéndola
en una masa amorfa, manipulada y pasiva en su gran mayoría, marginando y
criminalizando a la minoría no manipulable.
La marginación de esta minoría se logra
mediante determinadas tácticas como el empobrecimiento y la
precarización, con el paro juvenil permanente; con la drogodependencia
como arma de exterminio biológico y enclaustramiento carcelario, lo que
oficialmente se denomina «delincuencia social»; con la potenciación de
modas, costumbres y «tribus» que buscan quedarse fuera de la vida social
burguesa, modas a las que se les toleran sus guetos porque en realidad
son funcionales a la reproducción del sistema adulto capitalista.
La criminalización también afecta a
áreas de la marginalidad juvenil, y cada vez más, pero opera sobre todo
contra los colectivos juveniles que avanzan en su conciencia
revolucionaria y en su autoorganización al margen de la «izquierda»
reformista que ha interiorizado buena parte de los fundamentos adultos.
El poder adulto va ampliando el proceso que va desde el control social a
la represión pasando por la vigilancia en la medida en que más y más
sectores juveniles se emancipan de la alienación que sufren, se
organizan y se suman a las luchas existentes, y muy especialmente abren
frentes de lucha específicamente juveniles. Como veremos, el poder
adulto dispone de sofisticados medios de control social para detectar lo
antes posible los primeros signos de malestar y rebeldía juvenil.
La marginación y criminalización de la
juventud trabajadora y popular van en aumento porque es el único recurso
que tiene el capitalismo para impedir que el malestar juvenil objetivo
que nace del impresionante desempleo, subempleo, empobrecimiento,
precarización, falta de perspectivas de futuro, prolongación de la vida
en el domicilio paternal en estas condiciones con los efectos que ello
acarrea, incremento de la represión sexual, etcétera, avance hasta
plasmarse en conciencia subjetiva, revolucionaria. En estas condiciones,
el poder adulto activa todos sus instrumentos de control, vigilancia y
represión, de alienación e incluso de oferta de falsas alternativas que
únicamente favorecen al sistema.
Cometemos un serio error con graves
consecuencias políticas si menospreciamos la capacidad de control y
alienación del poder adulto sobre todo en situaciones de crisis, su
capacidad de adaptarse en algunas cuestiones mientras que en otras
practica una represión selectiva contra los sectores más concienciados o
incluso más amplia como en las represiones de manifestaciones y actos y
las detenciones intencionadas o aleatorias de participantes, o en la
disciplina laboral con el despido fulminante en el trabajo submergido, o
en el trabajo legal con sus contratos-basura que el explotador puede
rescindir con cualquiera de las miles de excusas que le permite la ley.
El poder adulto ha creado una especie de
burbuja flexible en grado sumo que impide a la mayoría de la juventud
crear por ella misma una visión de futuro que no sea la burguesa, de
forma que muchos jóvenes envejecen sociopolítica y éticamente antes de
ser adultos porque ha sido castrado su potencial para autoorganizarse y
crear una visión no adulta. El adulto, dicho a grandes rasgos, no se
caracteriza por su edad sino por su apatía e indiferencia intelectual y
creativa, por su incapacidad siquiera de imaginar el potencial de la
heurística, cualidad imprescindible para la emancipación humana. El
adulto no piensa en base a la relación presente-futuro sino sólo en la
de pasado-presente, a lo sumo llega a imaginar el futuro como el
presente continuo mejorado en sus formas pero intocable en su identidad
eterna. Lo nuevo desquicia y atemoriza al adulto porque lo viejo es la
esencia de su presente.
La maleable flexibilidad de la burbuja
que envejece en vida a la juventud adquiere tantas formas como
necesidades tenga el poder adulto para reproducirse. Desde las amplias
libertades consumistas de la juventud burguesa hasta las modas
intelectuales que distraen a la juventud «inquieta», pasando por la gris
y anodina vida diaria de la masa juvenil trabajadora que deambula como
un zombi en un mundo que no entiende pero que lo ve como el único
posible pese a sufrirlo. Atrapada en este universo cerrado, asfixiante e
incomprensible el grueso de la juventud cree que las alternativas
posibles son las que el sistema adulto le ofrece, sean legales, alegales
o ilegales. Por si fuera poco, en muchos casos el sistema suele mostrar
comprensión y tolerancia con los «deslices juveniles» producidos de esa
«enfermedad que se cura con el tiempo» que se identifica con «el acné
juvenil» de la juventud «fogosa e inexperta», que «sentará cabeza» con
los años, pues todos los adultos la hemos sufrido incluso con alguna
«añoranza»: «¡si tuviera treinta años menos!».
Ahora bien, en la medida en que las
contradicciones del capitalismo destrozan la normalidad idílica y
ficticia, multiplicando las tensiones e injusticias, en esta medida
tienden a aumentar los grupos juveniles críticos. Solamente cuando se
llega a este punto de ebullición social podemos estudiar seriamente cómo
funciona el poder adulto porque del mismo modo en que solo la crisis
sistémica descubre qué es el capitalismo, también solo la crítica
práctica juvenil descubre qué es el poder adulto. En realidad, el nivel
de malvivencia de la juventud obrera y popular empezó a deteriorarse
bastante antes de la crisis de 2007, pero era un empeoramiento apenas
visible aunque real, por lo que muy pocos colectivos juveniles y todavía
menos de los adultos de izquierda, levantaron la voz contra el ataque
capitalista.
5. Cómo funciona el poder adulto
El poder adulto capitalista funciona en
estrecha conexión con otros poderes burgueses, y mantiene relaciones de
autonomía relativa con respecto al Estado. Sintetizándolo mucho, los
otros poderes que refuerzan al adulto son: el patriarcal, el educativo e
ideológico, el religioso, el laboral-empresarial y el estatal, que es
en realidad el centralizador estratégico de todos ellos. El Estado es a
la vez el punto de bóveda y la piedra basal del sistema en su conjunto.
Hay que decir que estos poderes o
sub-poderes concretos están integrados en el sistema total de
dominación, opresión y explotación capitalista, un sistema
cualitativamente superior que engloba y dota de sentido a los
sub-poderes citados, integrados en el poder de clase del capital. No
son, ni pueden serlo, sistemas de explotación independientes y ajenos a
la lógica de la acumulación ampliada del capital: es esta la que le
determina estructuralmente en las grandes líneas de evolución, y nunca a
la inversa.
En sentido general, la interacción
permanente entre poder adulto capitalista y sistema patriarco-burgués es
decisiva para garantizar la producción de fuerza de trabajo adecuada a
las necesidades productivas. Incluso cuando se rompen las unidades
familiares por divorcio de los padres, o por cualquier otra razón,
quedándose hijas e hijos bajo la autoridad de las madres, incluso en
estos casos no desaparece del todo el poder patriarcal dentro del poder
adulto al ser sustituido por el poder maternal libre ya de la
insoportable presencia del padre. Y no desaparece del todo porque el
sistema patriarco-burgués es una fuerza social objetiva profundamente
anclada en la estructura psíquica dominante, en la ideología y en la
cultura dominantes, y por desgracia también en muchas mujeres. Tampoco
debemos olvidar que alrededor de esas «nuevas familias» uniparentales
femeninas, en su círculo envolvente, domina abrumadoramente el sistema
patriarcal.
La institución familiar no puede ser
definida al margen del modo de producción existente en ese momento, y al
margen de las ideas políticas, sociales, religiosas, económicas de los
padres y madres que dirigen esa familia en la medida de sus
posibilidades. La familia del comunismo primitivo era totalmente
diferente a la familia capitalista, lo mismo que lo han sido las de los
modos tributarios, esclavista y feudal. En las sociedades basadas en la
propiedad privada de las fuerzas productivas, la familia es uno de los
elementos claves en la reproducción de esa forma injusta de propiedad,
injusta y oprobiosa; pero en estos modos de producción explotadores
también existen algunas familias no autoritarias, familias que se
enfrentan a la opresión, que intentar educar una juventud progresista y
revolucionaria.
Aunque el poder educativo e ideológico
está dado en la esencia misma del poder adulto y patriarcal en todas las
épocas, ahora nos referimos tanto a los aparatos estatales y
paraestatales, con todas sus gamas intermedias, de educación e
ideología, como a las empresas pequeñas o grandes de la industria
cultural con sus intereses empresariales propios, incluidos los negocios
religiosos de drogadicción espiritual. En este marco de análisis, por
educación entendemos el proceso inacabable de adoctrinamiento en los
valores de la civilización del capital, que es más que en los valores
del modo de producción capitalista. Dado que la civilización es la
síntesis social de un modo de producción, los valores de los sub-poderes
que facilitan su reproducción ampliada -adulto, patriarcal, educativo,
religioso, etcétera,- son también componentes de esa síntesis, de esa
civilización. Ahora bien, lo fundamental desde la perspectiva histórica
no es la civilización en sí sino la matriz social que asegura
internamente la reproducción del modo de producción, en nuestro caso el
capitalista. Pues bien, el sistema educativo-ideológico burgués se
entronca en la matriz social capitalista mediante la diaria e invisible
efectividad del poder adulto reforzado por el poder patriarcal.
Patriarcado, educación e ideología
facilitan sobremanera el ágil desarrollo de la explotación empresarial.
El poder adulto no solo garantiza que la impronta de la sumisión
inconsciente al capital arraigue férreamente en la estructura psíquica
de las clases y naciones explotadas en los decisivos tiempos de la
socialización primaria, sino que además garantiza luego que el orden
adulto tal como lo hemos definido arriba sea aceptado acríticamente como
el único posible y razonable, no como el menos malo de entre varios,
sino como el único posible y por tanto necesario e incuestionable. La
ideología que mitifica al empresariado y denigra al pueblo trabajador es
utilizada durante la educación infantil, adolescente, juvenil y adulta
como la virtud en sí misma dentro de la síntesis social capitalista,
acompañada en escalones más bajos por valores precapitalistas como el
sacerdocio, la carrera militar, la nobleza, honores y cargos de toda
índole dados con liturgias feudales y tributarias, etcétera.
El poder adulto, además de educar a la
juventud en la suprema virtud burguesa, el empresario triunfador,
también se sostiene en este mandato ético y axiológico en cuanto que su
existencia misma depende de la aceptación de la dictadura del salario,
es decir, el poder adulto sabe que su supervivencia depende de la
explotación asalariada presente y futura, cuando la juventud deba
dejarse explotar o deba buscar un empresario que lo explote, aceptando
sus leoninas condiciones. Para asegurar su supervivencia, el poder
adulto ha de comportarse con sus hijos e hijas como un empresario
especial: exigiendo la máxima productividad cultural y simbólica en los
estudios y en la vida cotidiana para obtener más adelante el máximo
salario posible.
Aunque las hijas e hijos se
«independicen» formalmente de la unidad familiar, en la mayoría inmensa
de los casos los lazos de obediencia paterno-filial perviven disfrazados
de «amor filial» capitalista a los padres. Estos lazos de dependencia
afectiva presionan para que la hija y el hijo ansíen «triunfar en la
vida» y padezcan una sensación de «fracaso vital» si no lo lograron. La
sensación de fracaso les lleva a estos a multiplicar las presiones
sobre sus correspondientes hijos e hijas para que al menos «triunfen»
ellos. Se establece así una cadena intergeneracional de dominación
ideológica burguesa basada en la exigencia de «triunfar en la vida»
según el modelo empresarial, o al menos de no «fracasar».
Mientras que los servicios públicos, los
salarios diferidos, la asistencia social para reducir la pobreza o
mantenerla congelada, y los salarios menos injustos, es decir, el
keynesianismo y el mal llamado Estado del bienestar (¿?) han estado
vigentes, en estos decenios el poder adulto ha reducido el contenido
económico de la familia trabajadora, que es una de las tres formas de la
familia patriarco-burguesa como institución central en la reproducción
capitalista. Pero con los ataques a las conquistas sociales descritas,
con la privatización generalizada, la familia trabajadora ha de volver a
cargar sobre sí funciones económicas directas e indirectas. Lo mismo
sucede con la familia pequeñoburguesa y de «clase media» que deben
suplir con su trabajo doméstico los recortes económicos y sociales.
Solamente la familia burguesa puede mantenerse libre de estas cargas.
Del mismo modo, las nuevas tareas
culturales, formativas, de reciclaje técnico y científico, de sumidero y
colchón de las crecientes frustraciones psicológicas, afectivas y
sexuales causadas por las formas de vida inherentes a la
financiarización de la sociedad, estas y otras funciones no solo no han
desaparecido ni debilitado por la crisis, sino que se han incrementado y
en las peores condiciones imaginables al no disponer de los recursos
sociales públicos del keynesianismo, al aumentar la precarización de la
vida, el empobrecimiento, etcétera. Las familias trabajadoras son las
más golpeadas por estos cambios que multiplican las tensiones
intrafamiliares tradicionales de una institución como la familia
patriarco-burguesa, y a la vez añaden tensiones nuevas que surgen de las
nuevas formas de explotación flexible generalizada y muy en especial de
la precarización definitiva de la existencia.
El cristianismo, en su versión católica,
es un sólido anclaje simbólico del poder adulto. Decimos simbólico más
que material porque la lenta laicización de la sociedad va penetrando
con enervante lentitud en la vida cotidiana de la familia autoritaria,
en la que el poder material de la drogadicción religiosa va cediendo.
Sin embargo no desaparece su poder simbólico que es permanentemente
reforzado por la alianza Iglesia-Estado. La religión cristiana tiene uno
de sus mitos más irracionales en la Sagrada Familia patriarcal,
autoritaria, racista y asexuada. Este mito está profundamente enraizado
incluso en personas laicas y hasta agnósticas con cierta cultura
eurocéntrica porque expone uno de los principios fundadores que la
civilización del capital adaptó y subsumió procedentes de civilizaciones
precapitalistas, lo que demuestra su efectividad en el mantenimiento
del orden simbólico de la familia patriarcal en la historia. Sin embargo
en la matriz social capitalista este mito, como el irracional dogma de
la Virgen María, sólo coadyuva muy superficialmente a la reproducción
ampliada.
Un ejemplo de la efectividad
simbólicamente castradora de la irracionalidad de la Sagrada Familia y
de la Virgen María lo tenemos en las resistencias tenaces y hasta
fanáticas del poder adulto y del sistema patriarcal a permitir la libre
práctica de la sexualidad emancipada de las jóvenes, infinitamente más
controlada que la de los jóvenes. Las reaccionarias «asociaciones de
padres de familia», apoyadas por la alianza Iglesia-Estado, son
sub-poderes obsesionados por multiplicar la infelicidad y la miseria
sexo-afectiva de la juventud mediante el terror ético-moral inherente a
la liberticida política antisexual del cristianismo. Y eso que solo nos
hemos limitado a la parte del consentimiento por el poder adulto del
ejercicio seguro y libre, consciente, de la sexualidad juvenil. La
siempre triste y frecuentemente trágica miseria sexual y afectiva de la
juventud -abortos ilegales, nacimientos no deseados, enfermedades
venéreas, ignorancia del poder liberador de la sexualidad, miedos
profundos, creciente machismo juvenil con tópicos falocéntricos
violentos y racistas, etcétera- exige de una intensa pedagogía
sexo-afectiva que también debe realizarse en el interior de las
familias: ¿cómo reaccionará el poder adulto cuando se empiece a exigir
la práctica que esta imprescindible pedagogía?
6. Juventud revolucionaria e izquierda adulta
Como advertía Lenin, la juventud ha de
aprender por sí misma, ha de descubrir ella misma su camino al
socialismo. Los adultos sólo podemos aconsejarles para que no cometan
los errores que nosotros cometimos, para que los eviten y no los
repitan. Siguiendo este premonitor y sabio consejo leninista, cuyo
desprecio ha acarreado funestas consecuencias a las izquierdas en sus
relaciones con la juventud revolucionaria, aquí solo adelantamos algunas
reflexiones críticas sobre las relaciones entre la izquierda adulta y
la juventud revolucionaria.
Primera: la juventud ha de pedir cuentas
al poder adulto por sus errores, cobardías y pasividad, por sus
traiciones en los momentos decisivos de lucha en los que los adultos
abandonaron, se rindieron o incluso colaboraron con el sistema
explotador. La juventud obrera y popular malvive hoy debido en gran
medida a la cobardía, egoísmo y pasividad de sus padres, que no se
enfrentaron al sistema cuando este les atacó, que no lucharon por ellos
ni por sus hijas e hijos hasta vencer. En los casos en los que sí hubo
resistencia, y fueron muchos aunque desconocidos, la juventud ha de
saber por qué apenas les han contado aquellas luchas, sus lecciones
negativas y positivas, por qué no les han transmitido la memoria de
lucha y de heroísmo, y la conciencia que a ella va unida. La juventud ha
de saber que sus madres y padres sufrieron derrotas honrosas, las que a
pesar de todo generan ilusión y ánimo de seguir luchando, de transmitir
dignidad y orgullo; mientras que las derrotas deshonrosas son aquellas
que se producen por cobardía, por egoísmo.
Segunda: la juventud debe generar una
conciencia política y debe luchar contra todo apoliticismo. La política,
en su sentido revolucionario, es la síntesis de la conciencia de
libertad y de los medios necesarios para lograrla. Hay que saber que son
las personas llamadas apolíticas las que deciden el resultado último de
todo conflicto social, desde los más pequeños a los más grandes, porque
el apoliticismo es la expresión más sibilina e invisible del poder
alienante de la política contrarrevolucionaria. Pero politizar la vida
juvenil es abrir un permanente campo de batalla en el interior de la
cotidianeidad familiar, laboral, estudiantil, social en su conjunto, ya
que es chocar frontalmente con la política adulta y con su careta
apoliticista. Más temprano que tarde la politización juvenil se
enfrentará a las reacciones de las fuerzas «progresistas» y
«soberanistas» aliadas con la izquierda revolucionaria, con la excusa de
que el radicalismo juvenil «espanta votos», «aleja a sectores menos
concienciados», divide con reivindicaciones «no urgentes», etcétera.
Tercera: la politización de la vida
juvenil ha de girar alrededor de tres ejes básicos, como mínimo: la
propiedad, el poder y el deseo. Los tres confluyen en el criterio
decisivo de independencia juvenil del poder adulto. En la medida en que
la juventud no asuma la necesidad de esta independencia, en esta medida
nunca podrá emanciparse. Pero llevadas a su radical coherencia, las tres
cuestionan lo esencial del poder adulto: la propiedad colectiva de la
juventud sobre sí misma niega la propiedad capitalista, adulta y
patriarcal; el poder juvenil revolucionario niega el poder estatal
reaccionario que es la forma más concentrada y decisiva del poder
adulto-burgués; y el deseo, es decir, la conciencia de libertad como
necesidad deseada vitalmente en pleno sentido, como deseo de felicidad y
autorrealización plena, niega el deseo burgués basado en la renuncia
abierta o encubierta de la felicidad como ideal de lucha. La política
del deseo juvenil es el deseo juvenil de la política, algo inaceptable
por cualquier poder adulto, también de la izquierda biológica y
mentalmente envejecida.
Cuarta: la independencia juvenil sólo
puede pensarse, sentirse y desearse en la lucha misma por conseguirla,
pero ello obliga a la izquierda adulta a reabrir antiguos campos de
lucha abandonados hace tiempo porque sólo así puede ayudar a la juventud
mediante dos avances: uno, al reabrir aquellas luchas abandonadas
recupera una memoria teórica imprescindible que la juventud ha de
actualizar y enriquecer; y otro, hace un necesario ejercicio de
autocrítica frente a la juventud revolucionaria al reconocer que ella,
la izquierda adulta, los ha dejado de lado por diversas razones que debe
explicar. La inagotable capacidad juvenil no puede desarrollarse si
desconoce el pasado de lucha de otras organizaciones juveniles
anteriores, de sus logros, conquistas y derrotas honrosas. Los silencios
y olvidos de la izquierda adulta con respecto a lo que hizo cuando fue
joven fortalecen al sistema opresor. El silencio es reaccionario, la
verdad es revolucionaria.
Quinta: la izquierda adulta tiene miedo a
la verdad en todo lo relacionado con la lucha juvenil aunque diga
apoyarla. Lo hace en la medida en que esa juventud renuncia a su
independencia y acepta una simple autonomía tolerada por la izquierda
adulta, cuyo afán oculto o abierto es atarla a su «aparato juvenil»
interno, supeditado no solo a su burocracia sino sobre todo a la
mentalidad adulta de esa izquierda. Un punto decisivamente crítico en el
afán burocrático de sujeción de la juventud es el de la pedagogía del
derecho humano elemental a la rebelión contra la injusticia. Una
constante de la izquierda adulta es la relativización de ese derecho, o
su negación práctica con la excusa de que ya no es necesario el
ejercicio de la rebelión, de que la «desobediencia civil pacífica» y las
«vías democráticas» no son las mejores vías sino las únicas aceptables.
El poder adulto siempre ha negado el derecho/necesidad juvenil a la
rebelión, y la izquierda pacifista no hace sino reforzar los efectos
demoledores que la renuncia al derecho elemental a la rebelión causa en
la conciencia juvenil.
Sexta: la izquierda en proceso de
envejecimiento mental y político ha de aceptar que la insurgencia
juvenil es un necesario proceso complejo, múltiple e interactivo en sus
tácticas variadas, práctica necesaria para la formación de cuadros
revolucionarios de edad adulta pero de mentalidad joven. Sin insurgencia
juvenil nunca se rejuvenecerá la izquierda que se dice revolucionaria.
Una juventud obediente y mentalmente envejecida reproducirá los valores
adultos aunque en su forma «democraticista» pero nunca revolucionaria.
La izquierda debe ayudar a la rebelde emancipación juvenil impulsando
todas aquellas conquistas sociales que aceleren su independización:
domicilios o casas subvencionadas para que las y los jóvenes rompan con
la cárcel de la familia autoritaria y vivan colectivamente, en comunas o
de cualquier otra manera. El espacio convivencial libre de ingerencias
controladoras siempre ha sido una necesidad radical de todas las
juventudes ya que es en ese espacio libre en el que ella aprende de sus
errores y de sus aciertos.
Séptima: nunca la izquierda adulta ha
comprendido la importancia central de los espacios juveniles libres. Una
señal alarmante de estancamiento y retroceso de las revoluciones es la
del aumento de las restricciones legales para crear comunas juveniles, o
peor la de su clausura. Estas restricciones van unidas al lento o
rápido restablecimiento del poder patriarcal y de su familia
tradicional, al estancamiento o retroceso de las libertades
sexo-afectivas, artísticas, culturales, pedagógicas, etc., políticas en
suma. En la sociedad capitalista, la pasividad de la izquierda adulta en
la conquista de espacios convivenciales libres se muestra en la muy
tímida política urbanística, sobre la vivienda, sobre la propiedad del
suelo, sobre la ayuda a la iniciativa juvenil, etc. La izquierda apenas
se atreve a intervenir sobre las viviendas desocupadas con criterios
democrático-radicales en beneficio de la juventud y de cualquier familia
o persona necesitada. La izquierda siente pánico cuando se le plantea
racionalizar con varemos democrático-radicales el irracional mercado de
la vivienda y el poder de las constructoras y de la banca.
Octava: pero la conquista de espacios
convivenciales libres del poder adulto directo, además de una necesidad
imperiosa en sí misma, debe ir acompañada de otra serie de conquistas
socioeconómicas que garanticen materialmente la independencia juvenil
para poder embarcarse en experiencias comunales o de vida en pareja, o
individual. La disponibilidad de un salario lo menos injusto posible,
seguro, etcétera, es un requisito previo o paralelo a la vida colectiva.
Del mismo modo, la democratización educativa y cultural, la formación
sexo-afectiva libre y responsable, el restablecimiento de las libertades
ahora reprimidas, los medios de prensa juvenil interactiva y crítica,
estas y otras necesidades juveniles urgentes deben ser impulsadas por la
izquierda. Debe hacerlo respetando la independencia juvenil,
proponiendo y argumentando pacientemente y sobre todo mediante la
pedagogía del ejemplo, nunca buscando imponer y menos aún utilizando
esas propuestas como anzuelos para atrapar a jóvenes introduciéndolos en
el cesto del «aparato juvenil del partido».
Novena: la izquierda debe asumir que
semejante cambio radical en la intervención estratégica le generará
tensiones con fuerzas «progresistas» aliadas con las que tiene pactos
electo-institucionales que, según se dice, exigen cierta «moderación en
el discurso». Llegados a un nivel preciso de acción política sistemática
en ayuda a la lucha juvenil, la izquierda debe ser consciente del
dilema al que se enfrenta: o emancipación juvenil o votos adultos. Del
mismo modo toda opción incondicional por el gradualismo
electo-institucional y pacífico siempre termina ante el dilema entre
lucha de clases o voto reformista, lucha independentista o voto
autonomista, lucha antipatriarcal o voto patriarcal, lucha de masas en
la calle o voto institucionalista, etcétera, del mismo modo en que este
dilema termina surgiendo, otro tanto ocurre en el apoyo a la
emancipación juvenil. La izquierda puede intentar torear, sortear el
dilema con oportunas maniobras tácticas pero al final le será imposible
mantener esa calculada ambigüedad.
Y décima, la juventud revolucionaria
tiene la virtud de la coherencia, de la sinceridad y de la verdad.
Cualquier izquierda que manipule, tergiverse, posponga u oculte el
ejercicio práctico de la verdad abrirá un abismo insondable entre ella y
la juventud militante. Algunas lo hicieron hace tiempo y por eso han
desaparecido o están en proceso de desguace. Otras lo acaban de abrir y
no parecen dispuestas a corregir ese error suicida.
Iñaki Gil de San Vicente
Euskal Herria, 31 de marzo de 2014
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