La carrera hacia el poder hace extraños compañeros de escaños. Durante los dos años de comicios que se avecinan, derecha e izquierda institucional van a trucar su tradicional hostilidad por una escenificación de rivalidad en las urnas.
Sin embardo, esta concupiscencia política toma visos agresivos cuando
analizamos las amenazas y cantos de sirena que gobierno y oposición
lanzan contra las manifestaciones y actos de protesta en el espacio
público con que los ciudadanos muestran su rechazo frontal al statu quo.
Aquí y ahora, la derecha utiliza un arsenal de medidas legales y
administrativas, que van desde el Código Penal hasta la Ley de
Protección de la Seguridad Ciudadana, para meter en vereda a quienes se
salen de los cauces de lo políticamente correcto al plantear sus
quejas. La izquierda franquiciada, por su parte, emplea todas sus
energías en convencer a los disidentes sobre la bondad del voto útil,
saboteando el activismo público como un gesto tan romántico como
testimonial. Así, una y otra opción, coinciden en su voluntad de
desarmar la razón de ser de los movimientos sociales autónomos.
Casualidad o premeditación, lo cierto es que ambas reacciones están
totalmente justificadas: la ocupación radical del espacio público es una
de las situaciones que rompe la circularidad del sistema. Y por tanto,
mientras esta iniciativa siga impulsando un imaginario alternativo al
oficial, hace imposible la reproducción del modelo que precisamente
promueve la consabida competición electoral. La “bronca” en la calle; la
ocupación activa de lo común; la protesta sin bozal; las movilizaciones
masivas; las irreverentes y lúdicas performances en el espacio público;
las interrupciones y sabotajes de la normalidad en lugares como bancos e
instituciones responsables del malestar social; el abordaje de recursos
ociosos; los mítines y asambleas participativos; los grupos de consumo;
el cooperativismo integral y otros tantos registros de la sociedad
civil sin delegación, son algunos de los vectores que purgan el efecto
agenda instruido a diario por los omniscientes agentes del sistema. Se
trata de un tipo de agitación, una subversión, que supone la prueba más
depurada de la autoorganización social, la construcción de
abajo-arriba, la más alta expresión del orden.
La reinvención de la polis como principal foro democrático afirma la
hegemonía de lo concreto y la refutación de la política de la
abstracción. Por eso existe tanta obstinación en devolver a la gente a
la privacidad solipsista de sus casas. Esos santuarios donde la labor de
zapa de los medios (radio, prensa y televisión), con su cotidiana e
ininterrumpida dosis de placebo y la martilleante opinión pauloviana de
líderes, dirigentes, tertulianos y famosos, solapan los efectos
desestabilizadores de la realidad creativa que inunda el espacio público
insurgente. La ´”jaula de hierro” de que habló Max Weber como
atrapalotodo de la mentalidad capitalista está siempre lista para
recibir al hijo pródigo de vuelta al redil.
La calle sin miedo es una escuela de personas, una paideia
insobornable que interfiere en la estrategia de recodificación de los
poderosos porque erige como referente soberano la solidaridad, la acción
directa, la inclusión, la ética democrática y la desmercantilización de
vidas y experiencias. De ahí que los institucionalistas la combatan,
porque, como sostiene Noam Chomsky, “solo es posible conseguir la
capacidad de razonar mediante las propias experiencias y hay que ser
libre para poderlas llevar a cabo” (El gobierno en el futuro, pág.41). Y
no cabe experiencia vital desagregada cuando la delegación sin freno se
instala en el mundo como modelo de convivencia.
Si la voz de la calle se alza porque, como decía Luisa Michel, desde
las alturas solo caen mentiras, el panóptico social invierte su
dinámica. Ya no son los de arriba aferrados a la cúspide de la pirámide
social los que nos vigilan, controlan y dominan, sino que al revés. Es
la amplia base ciudadana la que empieza a percibir la inutilidad de una
minoría dirigente y explotadora, mientras ella estrecha lazos de empatía
humanitaria. Todas las revoluciones han tenido su punto de ignición en
la calle, y ahora el reto reside en que ese espacio público adquiera
dimensión propia, más allá del intento de ventrilocuización que siempre
emana de los despachos del poder y sus pretendientes. En esto no hay
gran diferencia entre dictaduras, democracias y dictablandas. Los
militares egipcios del golpe contra el legítimo gobierno de Morsi no han
tardado en prohibir las manifestaciones y la ocupación de plazas y
espacios públicos para acabar con el espíritu iconoclasta de la “primera
árabe”.
En la formalmente democrática España, el ejecutivo del Partido
Popular persigue la misma deriva con la propuesta de Ley de Seguridad
Ciudadana, que no es sino un obús dirigido contra la línea de flotación
del 15M, cuyo radical presentismo está logrando cortocircuitar el
discurso oficial. Y como los valores que representa han desbordado al
panóptico y acosan la lógica de la jaula de hierro, como demuestra el
gran apoyo social que reflejan las encuestas, se ha convertido en el
enemigo a batir. En estos momentos de expectativa electoral, todo a
derecha e izquierda conspira para desactivar el activismo público.
Desde el poder y desde la oposición (el banquillo del poder) ven en la
“toma de la calle” por la ciudadanía el mayor enemigo potencial del
sistema institucional al haber logrado esta unir razonamientos y
sentimientos, que según algunos sociólogos como Vilfredo Pareto y Raymon
Aron es el umbral que precisa la acción social para hacerse política
transformadora.
Rafael Cid
Capitalismo de suma cero: la nueva frontera
“La propia dominación occidental no es sino
una nueva expresión del reino de la cantidad”
(Rene Guénon)
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La calle sin miedo es una escuela de personas, una paideia
insobornable que interfiere en la estrategia de recodificación de los
poderosos porque erige como referente soberano la solidaridad, la acción directa, la inclusión, la ética democrática y la desmercantilización de vidas y experiencias.
... si hasta ayer el 15M lideraba el frente cívico al sistema,
ahora el abrumador apoyo a la consulta en esa comunidad amplia y
complementa el rechazo al statu quo.
Igual que el perro de Paulov, de tanto comer a toque de campana
terminó segregando jugos gástricos cuando percutía el badajo aunque la
escudilla estuviera vacía, las personas asociamos lo que sale en la
tele, se escucha en la radio o se lee en la prensa con la realidad.
En la letra de la Internacional escrita en 1871 se vislumbraba la
categoría ética con que el movimiento obrero irrumpía en la escena del
primer capitalismo industrial: “no más deberes sin derechos, ni derecho
sin deber”.
La crisis desatada en la Unión Europea (UE) con terribles
consecuencias para los sectores más desfavorecidos de la sociedad ha
reavivado los rescoldos del nacionalismo como elemento de reacción
defensiva hacia un proyecto político que imita los códigos más crueles
del capitalismo imperialista.
Hay victorias holgadas que pueden incubar pírricas derrotas. Todo
depende de si los derechos han sido conquistados desde abajo o, por el
contrario, otorgados desde arriba. Sobre la Ley de Seguridad Ciudadana
planea ese conflicto.
La revolución devora a sus nietos
Otra vez se cumple la advertencia del poema “Ellos vinieron”
(“Primero vinieron a buscar a los comunistas y no dije nada porque yo no
era comunista) del alemán Emil Martin Niemöller , aunque erróneamente
atribuido a Bertolt Brecht.
Ahora que ya hemos rebasado el ecuador dictadura-democracia
(franquismo-juancarlismo), dejando atrás 36 años de democracia orgánica
(1939-1975) y cumplidos otros 38 de democracia representativa
(1975-2013), parece aconsejable encarar uno de los problemas más
peliagudos de esta nueva etapa...
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