Somos conscientes de que no hay práctica
revolucionaria sin teoría revolucionaria. Pero, por encima de todo,
sabemos que la práctica es la única prueba de la verdad.
El capitalismo en su fase actual, al
igual que otras sociedades que a lo largo de la historia han estado
divididas en clases (como las sociedades feudales o las esclavistas), se
caracteriza por que existe una minoría explotadora que arranca la
riqueza fruto del trabajo colectivo a la gran mayoría trabajadora.
Para garantizar la opresión y la
explotación que mantienen al capitalismo funcionando, esa minoría
propietaria del poder económico y político pone en marcha una serie de
mecanismos basados, en su mayor parte, en la violencia explotadora en
diferentes grados: desde una violencia sutil, implícita, invisibilizada,
hasta una violencia abierta que desencadene el terror a gran escala.
La represión es una parte de esa
violencia explotadora tan necesaria para el funcionamiento “normal” del
capitalismo: la violencia, más o menos abierta o soterrada, que se
desencadena para frenar el avance de las fuerzas oprimidas hacia su
liberación, y por tanto garantizar que el poder y la riqueza generada
por la mayoría esté en manos de un pocos.
Así, al contrario de otro tipo de
violencia explotadora, la represión está siempre unida al empuje de la
resistencia. El poder dominante no siente la necesidad de reprimir si no
siente amenazados sus privilegios.
Trasladándolo a nuestro marco estatal de
lucha, la represión es el conjunto de agresiones, prohibiciones,
chantajes, torturas, y demás herramientas con las que el Estado español
mantiene su dominación contra todas aquellas fuerzas que pretenden
liberarse, en todas sus esferas de opresión: militantes revolucionarios,
feministas, independentistas, etc.
Como es natural, la represión se ejerce
con más crudeza contra aquellos sectores del pueblo trabajador más
conscientes y que más duramente plantean la lucha contra la opresión y
la necesidad de la organización
de pueblo para construir un contrapoder. Ejemplo de ello, tanto de
nuestro marco estatal como de otros, pueden ser: la lucha militar y la
criminalización de las FARC-EP dentro y fuera de las fronteras legales
de Colombia, el intento de aniquilación del PCE(r) o la Cruz Negra
Anarquista, el proceso que lleva al fin del Partido Panteras Negras, el
secuestro estatal de Alfon o el caso de los cinco militantes anarquistas
de Barcelona, o el grupo ecologista Eguzki de Euskal Herria.
Debido a que atravesamos una etapa de
crisis estructural del capitalismo en la cual la clase dominante es
incapaz de ejercer su dominación como antes, y que cada vez más sectores
del pueblo trabajador comienzan a sentir en su carne unas cadenas que
antes eran invisibles, la represión se generaliza y recrudece, como
hemos podido comprobar en estos últimos años en zonas del Estado español
que no habían sufrido más que puntualmente la represión estatal.
Por ello, es imprescindible y urgente
realizar un análisis lo más certero posible de la represión para poder
entenderla, prevenirla, minimizar sus efectos, y combatirla.
La represión, como otras violencias explotadoras, obedece siempre a la lógica de la opresión.
Por ello existe un estrecho vínculo entre represión e ideología dominante.
Es necesario comprender que,
precisamente porque la represión existe porque existe la resistencia, el
sistema más opresor es el que no necesita realizar una represión
abierta o a gran escala.
Lo más adecuado para la clase dominante
es mantener el control social con un mínimo grado de violencia
represiva, por ese motivo, las formas de gobierno más útiles para el
capitalismo han sido históricamente los regímenes constitucionales
burgueses. Otras formas de Estado que emplean el uso masivo de la fuerza
represiva, tales como el fascismo o las dictaduras militares, sólo han
sido aplicadas como último recurso por una minoría explotadora
claramente amenazada por el avance del poder popular.
A medida que avanzaban y se
perfeccionaban las estrategias de explotación a lo largo de la historia,
la clase dominante descubría que la violencia propia de la explotación
es más efectiva cuanto más invisible es, y actuaba en consecuencia. Por
ejemplo, el esclavo explotado por el imperio romano producía riqueza
para sus amos bajo la amenaza directa de la tortura y la muerte,
mientras que los trabajadores y trabajadoras suplican ser explotadas en
el capitalismo. Los mecanismos de opresión han avanzado tanto que a los
“esclavos” actuales no les queda otra que buscar ellos y ellas mismas el
trabajo que los explota. Aunque no podemos desarrollarlo en este texto,
eso tiene mucho que ver con el avance de la propiedad privada sobre la
colectiva.
Al capitalismo le interesa mantener la
violencia propia de la explotación con la que funciona de la forma más
oculta posible. Lo mismo pasa con la violencia represiva: lo más útil
para la clase dominante es mantener la mayor parte de la represión en un
nivel implícito, desencadenando una violencia abierta sólo de forma
selectiva contra personas o movimientos más avanzados en la conciencia
de la lucha de clases.
Esta represión selectiva (que puede ir
desde una carga policial, hasta detenciones, desapariciones y torturas
de figuras clave de los movimientos) tiene una lógica que va más allá de
la supresión de las personas seleccionadas: su objetivo principal es
infundir el miedo en el resto de la resistencia para que no continúen
con su trabajo emancipador. La represión masiva tiene el mismo objetivo
que la selectiva: no sólo eliminar a gran parte de una generación de
luchadores, sino aterrorizar a las personas supervivientes de tal forma
que no transmitan a las generaciones siguientes de los pueblos
invadidos, mujeres oprimidas, o clases explotadas, la identidad
colectiva de lucha.
Como consecuencia de esta lógica, para
garantizar la efectividad máxima de la represión (y asegurar que sigan
intactas las relaciones de explotación y opresión), las clases
dominantes necesitan asegurarse de la mejor manera posible el monopolio
de la violencia.
No es necesario hacer un repaso de todos
los mecanismos que los Estados actuales ponen en marcha para ello,
desde las leyes represivas o de excepción, hasta las estrategias más
sutiles como extender la idea desmovilizadora del “pacifismo a ultranza”
o “pacifismo absoluto”.
Consideramos que la libertad pasa, necesariamente, por el derecho y la capacidad de la autodefensa.
¿Es posible represión sin Estado? Muchas
de las modas ideológicas de los últimos años han extendido la idea de
que los Estados ya no tenían un papel activo en la relaciones de
explotación, o que poseían un carácter neutro.
Mientras al capitalismo le interesó
mantener el “modelo social europeo” (garantizado por otra parte por la
explotación masiva de los pueblos de la periferia económica o el “Tercer
Mundo” y por la existencia de movimientos obreros fuertes), se pudo
permitir la “partición” de parte del poder estatal en numerosos
micropoderes. Pero tras el estallido de la crisis capitalista, se ha
visto claramente que los “micropoderes” no flotaban en la nada, y que
todos ellos estaban centralizados por el poder del Estado, al servicio
de la explotación capitalista.
Algunos representantes de los engranajes
del sistema, incluyendo la supuesta izquierda que pactó la Transición,
han intentado e intentan difundir la manipulación de que el Estado no es
si no un actor neutro, sin intereses propios, un agente que media entre
todos los grupos de la sociedad y que obedece tan sólo a la voluntad
mayoritaria de la “ciudadanía”.
Como bien comprendió el gobierno de
Allende el Chile con el golpe militar de Pinochet y la aniquilación de
la Unidad Popular, el Estado jamás es neutro, tiene siempre un
componente de clase. El Estado es un órgano de dominación de clase
fundamental para el mantenimiento de las relaciones de opresión y
explotación que sustentan el sistema capitalista. El Estado burgués es,
sin ninguna duda, una dictadura permanente de una minoría sobre la
mayoría trabajadora, independientemente de la forma que tome.
La totalidad del Estado está en permanente actuación represiva, cambiando únicamente la intensidad o las características de las fases represivas (tanto en cantidad como en calidad represiva), que evolucionan y se adaptan según el contexto y la lucha.
Dado que la represión es el mecanismo de
lucha contra las resistencias que se oponen a la explotación, la
represión se da fundamentalmente en las tres grandes ejes de opresión
capitalista: género, clase y nacional.
La opresión patriarcal
es en gran parte sutil e implícita. Existen toda una serie de mecanismos
ideológicos que funcionan para que la lógica del patriarcado se
considere “normal”, y la violencia patriarcal se vea. no como un ataque
contra la identidad y la libertad de las personas, sino como algo
perfectamente natural. Prueba de que esta violencia continua, pero
normalmente invisible, es el rechazo y desprecio que la sociedad impone
hacia el cuerpo de las mujeres (por ejemplo, la visión negativa de la
menstruación) o los micromachismos.
Esta situación de opresión continua pero
invisibilizada de las mujeres es esencial para el capitalismo. Aunque
la opresión de género es previa al capitalismo, éste la centraliza, la
redimensiona y se beneficia enormemente de ella. Al margen del hecho de
que las mujeres cobran de media menos que los compañeros varones por el
mismo trabajo, las mujeres realizan un trabajo importantísimo para el
capitalismo, que garantiza que la mayoría trabajadora continúe
produciendo riqueza para una minoría, que no es remunerado en absoluto.
Nos referimos con esto al cuidado de los niños y niñas, y de las
personas mayores, al mantenimiento del hogar, y a garantizar que el
hombre esté en perfectas condiciones para seguir produciendo desde que
sale de su puesto de trabajo hasta que vuelve a entrar.
La minoría explotadora capitalista es
también patriarcal: por eso no se puede alcanzar la liberación de las
mujeres sin la destrucción previa del capitalismo.
Al margen de que la opresión de las
mujeres sea en gran parte implícita, la represión patriarcal (o
patriarco-burguesa) actúa con contundencia contra las mujeres luchadoras
cuando éstas toman la decisión de liberarse, como parte del género
oprimido y de la clase explotada.
Una de las barbaridades sistemáticas de
las guerras de invasión imperialista, que siempre buscan el
mantenimiento o la mejora de la explotación, es la violación y los
abusos como armas militares contra el bando resistente. Otro ejemplo es
la estrategia de la represión contra el bando republicano antifascista
tras la victoria de los militares golpistas en la guerra civil: las
mujeres antifascistas eran despojadas de sus hijos e hijas, que eran
entregadas a familias leales a la reacción; aquí se ve perfectamente
como la represión capitalistas está unida indisolublemente a la
patriarcal.
La opresión nacional
también es previa al capitalismo, pero la dominación (tanto material
como simbólica, cultural, etc.) de un pueblo por parte del imperialismo
para expoliar sus recursos naturales y humanos es otro de los grandes
pilares sobre los que se asienta el capitalismo en su fase actual.
Hay muchos ejemplos de ello, como pueden ser los caso de la China o la
Cuba prerrevolucionarias, pero ninguno más cercano que el conjunto de
pueblos oprimidos por el Estado español. La violencia opresiva también
tiene mucho de implícito, sobre
todo en su aspecto cultural o lingüístico, pero el Estado español no
teme recurrir a la represión abierta, más o menos selectiva, cuando lo
considera necesario: las leyes de excepción, la creación de cuerpos
parapoliciales de asesinato, los macroprocesos contra militantes
independentistas, etc.
Consideramos que la opresión de clase es el motor de las relaciones de explotación,
y que centraliza y sirve de eje a las demás: hemos visto cómo la
opresión patriarcal y la nacional están al servicio de la opresión
económica. Así, la minoría explotadora es también imperialista y
patriarcal por definición.
Al igual que las opresiones (y la
represión consecuente a la resistencia), están fuertemente
interrelacionadas, también lo están las luchas liberadoras. Hay muchos
ejemplos de ello, por más que las clases dominantes quieran
invisibilizar esas luchas.
Tang Sa'ier, heroína indiscutible del
pueblo chino, fue la principal líder del levantamiento campesino de
1490. Como consecuencia de esta lucha de las clases oprimidas, la
represión cayó sobre decenas de miles de monjas taoístas.
Otro ejemplo de la unión entre lucha de
clases, lucha antipatriarcal y lucha por la independencia nacional lo
tenemos en la milicia obrera Irish Citizen Army. Luchó por el socialismo
y por la liberación de Irlanda en la Insurrección de Pascua de 1916 y
tenía entre sus filas a la misma cantidad de mujeres de que hombres,
muchas de ellas en puestos de oficiales.
La destrucción del Estado capitalista no significa la “solución” del problema nacional o la opresión de
género, pero la liberación de las mujeres y la independencia real de un
pueblo pasa necesariamente por ello. Eso quiere decir que toda fuerza
anticapitalista revolucionaria debe considerarse, necesariamente,
antipatriarcal, y al mismo tiempo implicarse en la defensa activa del
derecho de autodeterminación de los pueblos oprimidos como un deber
internacionalista.
Asimismo, toda lucha feminista debe ser,
por fuerza y para poder triunfar, de clase, pues sin la destrucción del
capitalismo no es posible la liberación del patriarcado.
Los pueblos oprimidos deben tener muy
claro que su lucha pasa por el combate contra el capitalismo, ya que si
no tienen un carácter anticapitalista revolucionario, pueden alcanzar
una independencia “nominal”, pero jamás la independencia real, ya que el
imperialismo les seguirá dominando mediante relaciones económicas de
explotación.
Todas las luchas son la misma lucha.
Podemos encontrar en todos los procesos
represivos tres estrategias generales de las clases dominantes para
combatir la resistencia de las mujeres oprimidas, las clases explotadas,
y los pueblos dominados:
1. Borrar
de la memoria colectiva los elementos que no sean útiles al poder.
Desde la eliminación de fiestas populares hasta la manipulación
histórica en centros de estudio, esta ha sido una estrategia fundamental
del poder establecido para arrebatar a los pueblos su memoria de lucha,
su conexión con aquellas personas y colectivos que combatieron en el
pasado. Un pueblo sin lengua es un pueblo sin alma, y el imperialismo lo
sabe bien. Ésa es la lógica que ha movido y mueve dentro del Estado
español la ofensiva al euskera o el intento de destrucción sistemática
del gaélico irlandés por parte del poder británico.
2. Mecanismos
para captar, moderar e integrar en el sistema aspiraciones y
reivindicaciones populares. El paso de una organización o movimiento de
luchar contra el sistema a luchar desde
el sistema ha supuesto históricamente acabar trabajando por tibias
reformas de corte social que finalmente le llevan a jugar el papel de
ser uno de los elementos que sustentan el orden establecido. Un ejemplo
perfecto lo encontramos en la trayectoria del PCE, que ha ido rebajando
su carácter revolucionario y de clase: de los planteamientos de la época
de José Díaz y el Frente Popular, pasó por el aro de la legalización
traicionando la bandera tricolor por la que tantos y tantas de sus
militantes habían muerto y asumiendo la rojigualda y al hijo político de
Franco como Jefe del Estado. Hoy, integrado en IU, es un partido
puramente parlamentarista burgués que no plantea el más mínimo pulso al
poder si eso obstaculiza su gran objetivo: sumar votos y cargos en las
instituciones. Otro caso de un proceso parecido es el recorrido político
del Sinn Féin en Irlanda, que pasó de formar parte de un movimiento de
liberación nacional con un componente de insurgencia a formar parte del
entramado del Estado irlandés y del británico.
3. Contener
y aplastar la resistencia y la lucha mediante la violencia (física,
cultural, psicológica, etc). La eliminación física o la destrucción
moral o mental de los militantes revolucionarios es la manera más rápida
y tajante de frenar una amenaza contra el poder establecido. El
exterminio de la Unión Patriótica en Colombia, con más de tres mil
dirigentes y cargos políticos asesinados por distintos cuerpos
paramilitares, es sólo uno de tantos dramáticos ejemplos que salpican de
sangre la lucha de los pueblos y de la clase trabajadora.
La represión explícita y el nivel de
lucha popular guardan una relación directa. Como hemos dicho, al Estado
no le interesa ejercer de forma generalizada la violencia represiva, muy
al contrario, le interesa que su represión sea lo más sutil e implícita
posible. Sólo emplea la represión abierta cuando se ve obligado a ello.
La represión tiene su efecto, eso es
innegable. Puede cumplir con efectividad su objetivo de frenar la
legítima lucha del pueblo trabajador simplemente mediante la destrucción
directa de algunas personas clave y la desmoralización del resto.
Ante esto, la organización es una necesidad.
Sólo la organización puede sustentar y
dar continuidad a la lucha popular, mantener ardiendo la llama de la
rebeldía a pesar del carácter temporal de los estallidos populares.
Además, es esencial para sostener y poner en pie de nuevo a las personas
represaliadas. Es necesaria para convertir su rabia impotente en
voluntad revolucionaria. Como una red de seguridad, impide que la
militancia se quiebre y permite que siga combatiendo.
La organización permite que las personas
cambien de mentalidad, que pasen de estar a “la defensiva” a estar “a
la ofensiva” y, lo más importante, da una respuesta surgida del análisis
colectivo frente al caos de preguntas sin respuesta del individuo.
La represión, en este caso la represión
explícita, también está sujeta a la dialéctica. Aunque su objetivo sea
aplastar la resistencia, la experiencia de lucha que las personas y las
organizaciones extraen de la represión sufrida tiene un gran valor: no
existe desarrollo sin conflicto.
En el contexto actual, es imprescindible
tener en cuenta la naturaleza dinámica de la represión y la necesidad
incuestionable de la organización revolucionaria para combatir y vencer
al sistema capitalista (controlado por una minoría imperialista y
patriarcal) y toda su maquinaria opresiva.
La agudización progresiva de la crisis
económica está llevando a un aumento de la conflictividad social y a una
respuesta acorde de la represión -a todos los niveles- por parte del
Estado. Aun así, podemos ver que los estallidos de rabia popular, cada
vez menos comedidos, no han conseguido aumentar el grado de organización
del pueblo y carecen de continuidad. La construcción del poder popular,
que hace posible la acumulación de fuerzas, es aún incipiente.
El esperable recrudecimiento de la lucha
de clases y el endurecimiento paulatino de las masas populares -cuya
lucha está vertebrada por la lucha de la clase trabajadora- tendrá su
efecto, pero el movimiento popular será fácilmente dispersado y
controlado por los mecanismos de represión estatal si carece de una
coordinación efectiva de las luchas locales y sectoriales.
La práctica es la única prueba de la verdad.
Y la organización es una condición imprescindible de la victoria.Septiembre de 2013
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