EPITAFIOS INTELIGENTES O CÓMO REIRSE DE LA MUERTE

Epitafios: la lírica de los sepulcros
Son como las cartas de presentación de los difuntos, textos que ponen al desnudo mundos interiores, aspiraciones frustradas, expectativas satisfechas, amores imposibles, resignaciones de último minuto…

(Un artículo del escritor y periodista cubano Juan Morales Agüero) 

Los epitafios son esos textos breves que los parientes de los difuntos —por iniciativa propia o por encargo expreso de ellos— escriben sobre sus lápidas. Los hay de la más variopinta naturaleza: poéticos, abstractos, humorísticos, nostálgicos, refraneros, literarios… Tienen su génesis en el antiguo Egipto, donde primó una cultura eminentemente necrófila. La mayoría rinde honor a sus propietarios. 

Epitafios que han trascendido más allá de sus mausoleos existen muchos y diversos. Cada camposanto exhibe en sus predios una generosa muestra. Abundan los que se atribuyen a hombres de letras famosos. 

Como regla, reproducen en síntesis la filosofía que alentó en vida a sus autores. (…/…) 

Epitafios divertidos
Algunos epitafios célebres toman distancia de la formalidad y recurren al humor. Como asegura un autor, «reír siempre ha sido un antídoto temporal contra la muerte». 

De manera que abundan los divertidos. En tal cuerda, Enrique Jardiel Poncela (1901-1952), escritor español, ordenó poner sobre su tumba: «Si queréis los mayores elogios, moríos»

Dos íconos norteamericanos del humor, Mark Twain (1835-1910) y Groucho Mark (1890-1977), no podían hacer mutis de la vida sin epitafios que la honraran. 

Encima de la tumba de Twain —empedernido consumidor de tabacos— aparece consignado: 
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Mientras que Groucho, en la suya, ofrece una «disculpa» a tono con su proverbial
caballerosidad: «Señora, perdone que no me levante».
 
 
SIN PALABRAS, PERO TAN EXPRESIVO COMO ROTUNDO.
 
 
 

Entre los epitafios jocosos figuran los que se dedicaron cónyuges mal llevados. Una muestra en un osario mexicano: «A mi marido, fallecido después de un año de matrimonio. Su esposa, con profundo agradecimiento»

Y esta otra, grabada en una suntuosa lápida en el camposanto de Salamanca, España, para una madre difunta: «Recuerdo de todos tus hijos (menos Ricardo, que no dio nada)». 

Y el de un yerno a la madre de su esposa peruana: «Aquí descansa mi suegra, si hubiera vivido otro año más, yo ocuparía su lugar». 

En un cementerio de Bogotá, Colombia, hay un epitafio que hace sonreír. Consta en la lápida de un hombre que, según reseña un sitio web, llegó a pesar 140 kilogramos. Dice la nota mortuoria: «Por fin me quedé en los huesos». 

Y este en un camposanto de Minnesota, Estados Unidos: «Fallecido por la voluntad de Dios y con la ayuda de un médico inepto»

Los epitafios son como las cartas de presentación de los difuntos. Sus textos ponen el desnudo mundos interiores, aspiraciones frustradas, expectativas satisfechas, amores imposibles, resignaciones de último minuto…

En los camposantos tienen ellos su hábitat natural. Porque, como dijo el poeta, «el cementerio es un aeropuerto de almas».
 


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