La respuesta a esta pregunta ha aparecido en el No. 243 de la
revista 'Herria 2000 Eliza', en el artículo que lleva el título «De la
necesidad a la libertad»
Tras nada menos que cinco años y medio de una situación mundial
apenas imaginable desde los tópicos reformistas de siempre, e
inimaginable desde la economía burguesa en cualquiera de sus corrientes,
esta pregunta cobra ahora mismo una actualidad decisiva. Como
disponemos de muy poco espacio, vamos a ir al núcleo del problema que no
es otro que el de la teoría de la crisis. Antes de exponer por qué hay
que optar por la salida del capitalismo en crisis, debemos recordar dos
cuestiones:
1.-
La crisis apenas es estudiada en la economía política burguesa que
mayoritariamente se basa en la tesis de la armonía entre la producción y
el consumo, armonía que nace de la supuesta eficacia reguladora del
mercado que se rige en última instancia por la hipotética racionalidad
del consumidor individual. Puede éste equivocarse algunas veces, pero la
fuerza inercial tiende a la vuelta del equilibrio, o así se cree. Esta
tesis subjetivista e idealista, la del marginalismo neoclásico que
domina de nuevo ahora con el nombre de neoliberalismo, surgió en el
último tercio del siglo XIX en respuesta a la teoría marxista de la
crisis, y a la vez para borrar para siempre las angustiosas e
inquietantes dudas no resueltas que dejaron los grandes economistas
burgueses clásicos de finales del XVIII y comienzos del XIX.
Básicamente, estos llegaron al borde del abismo teórico pero no pudieron
seguir porque les faltaban instrumentos conceptuales y el método
adecuado para emplearlos. Muy probablemente también les sobró miedo al
intuir que tarde o temprano que el capitalismo chocaría con sus propias
limitaciones internas, esenciales, iniciando su caída por ese abismo.
Era esta una hipótesis teóricamente plausible desde sus esquemas que
se haría realidad poco tiempo después, en la crisis de 1830 y sobre todo
en la de 1848, como veremos. La crítica marxista de la economía
política surge precisamente a partir de ese miedoso vacío burgués, en el
contexto de crisis cada vez más duras, recordemos la de 1871,
desarrollando un método dialéctico frontalmente opuesto al burgués ya
que donde éste veía las soluciones y las respuestas, aquél ve los
problemas y las preguntas. O sea, se ha dado la vuelta al calcetín. La
reacción burguesa no se hizo esperar apareciendo en forma de
marginalismo, como hemos dicho. Pero la tenebrosa y estremecedora duda
planteada por los clásicos se transformó en la espantosa hecatombe de
1929, demostrando la nulidad irracional del marginalismo. En medio de
revueltas, masacres y guerras, algunas burguesías comprendieron que para
aplastar al «peligro comunista» debían dar un giro de 180º movilizando a
su Estado para salvar el capitalismo. La versión más publicitada de
este giro fue la keynesiana.
Durante los llamados dos «treinta gloriosos», en un reducido espacio
del capitalismo mundial, algunas burguesías aplicaron en las
excepcionales condiciones posteriores a la II GM el pacto interclasista
denominado por algunos como «Estado keynesiano taylor-fordista». Visto a
escala histórico-mundial, fue un espejismo; pero en el capitalismo
imperialista sirvió para prolongar su legitimidad durante dos décadas
más, hasta finales del siglo XX. Ahora bien, la realidad es
contradictoria y siempre se niega a sí misma. Durante1968-1973 emergió a
la luz la objetividad siempre negada de la ley de la caída tendencial
de la tasa media de beneficio, que se había ido agudizando lustros
antes. Desde 1973 el capitalismo arrastra pesados anclajes que le
impiden reiniciar una nueva onda larga expansiva a pesar de puntuales
repuntes en algunas zonas geográficas y ramas productivas. Mientras
tanto, sectores crecientes de la clase dominante volvían desde comienzos
de 1950 al marginalismo ultrarreaccionario, aplicándolo mediante
atroces dictaduras militares en el Tercer Mundo desde 1960 y sobre todo
con Pinochet desde 1973.
2.-
Hemos hablado de las crisis de 1830, 1846, 1871, 1929, 1968… que no
son estrictamente económicas, sino que también lo son sociopolíticas. Lo
hemos hecho porque la teoría marxista de la crisis sostiene que si bien
éstas surgen por razones internas, endógenas al desarrollo de las
contradicciones económicas, sin embargo y a la vez, simultáneamente,
tienen también causas sociales, de lucha de clases entre el capital y el
trabajo, inseparables del devenir económico. Ahora bien, si nacen de
las contradicciones socioeconómicas, su agravamiento posterior va
adquiriendo cada vez más contenido político, y sobre todo, su salida
siempre es política. Como proceso, las crisis van siendo cada vez más
inseparables de las decisiones políticas de la burguesía, pero también
de las clases y naciones oprimidas.
Por ejemplo, la crisis de 2007 no se inició realmente entonces,
porque podemos rastrear sus causas remotas, muy profundas, ya en la
primera crisis financiera holandesa del primer tercio del siglo XVII,
pero acercándonos al presente, vemos que ya desde mediados de la década
de 1990 y en especial desde 1997 se acumulaban las contradicciones que
fueron confluyendo, tras el corralito de 2001, en el estallido de 2007. A
lo largo de esto años es imposible separar las causas únicamente
financieras, de las causadas por la tendencia a la caída de beneficio,
de las decisiones políticas y de la lucha de las clases y de los pueblos
explotados; pero lo que ya es manifiestamente innegable es que desde
2007 hasta ahora las decisiones políticas y las contradicciones
interimperialistas, así como las resistencias de los pueblos, influyen
determinantemente en su evolución.
La razón básica de las crisis radica en la ley de la caída tendencial
de la tasa de beneficio, ley siempre negada por la burguesía y
cuestionada parcial o totalmente por el reformismo ya que ella nos
explica por qué, tarde o temprano, reaparecen las crisis, y por qué son
más graves cada vez. Los Estados disponen de seis contratendencias
básicas que pueden retrasar durante tiempo la agudización de la ley
tendencial, lo que demuestra tanto la importancia vital de los Estados
como de la lucha de clases, así como que al final siempre dispone de la
salida represiva extrema y/o de la guerra para resolver el problema
durante unos años. Sobre esta ley tendencial actúan otras tres causas
menores de la crisis, por orden: la sobreprodución de capitales
excedentarios; la desproporción entre la producción de bienes de
producción, o sector I, y la producción de bienes se consumo, o sector
II; y el subconsumo. Según contextos, coyunturas y circunstancias, varía
el orden de interacción de estas cuatros razones de la crisis, siempre
sobre el fondo de la caída prolongada del beneficio.
Cada vez más desde finales de la década de 1960 irrumpen
negativamente en la economía otras tres contradicciones profundas del
capitalismo: los sobrecostos añadidos de la crisis socioecológica en
agravamiento; los sobrecostos improductivos a medio plazo de la
militarización; y los sobrecostos añadidos del agotamiento de las
reservas materiales y energéticas, de manera que ahora mismo, el capital
mundial se enfrenta a obstáculos estructurales de una gravedad
cualitativamente superior a la de la crisis de 1929-33-39, de la que
salió gracias a la IIGM.
3.-
2007 es el detonante que produce el salto de una fase a otra de la
crisis que se venía incubándose en un primer momento, desde la política
de liberalización financiera impuesta sobre todo a finales de los ‘80 y
en lo esencial con las dificultades del neoliberalismo desde 1973 para
reactivar realmente la economía en su conjunto, que no únicamente en
algunas de sus áreas. Ahora, a mediados de 2013, todos los datos y
tendencias fuertes indican la prolongación de la crisis mundial y el
agravamiento de bastantes de sus componentes internos. Es en este
contexto, y no en otro irreal, donde tenemos que preguntarnos sobre el
por qué salir del capitalismo en crisis y a dónde debemos dirigirnos.
Las razones para salir del capitalismo en crisis son las mismas que las
que existían 1848, fecha del Manifiesto Comunista, pero agudizadas y
ampliadas tanto por el aumento de la brutalidad imperialista como por la
reducción de alternativas de futuro. En el Manifiesto Comunista se
advierte que la burguesía es un brujo que ya no puede domeñar las
fuerzas infernales que ha desatado con sus conjuros. Años después, en el
Anti-Dühring se nos dice que el capitalismo es un tren lanzado a toda
presión cuyo maquinista no puede activar el freno.
Las advertencias marxistas en este sentido irán en aumento, siendo
superadas por la creciente irracionalidad de un sistema inicuo que en
2012 echaba a la basura la mitad de los alimentos producidos, cuando en
2011 se hubiera acabado con el hambre en el mundo sólo con el 1% del
rescate bancario global. No hace falta seguir aportando datos y
porcentajes. En la década de 1980 los marxistas discutimos sobre la
teoría del exterminismo, que era la adecuación al contexto de entonces
de la tesis de Socialismo o Barbarie de 1915, de Caos o Comunismo de
1919, o de la proximidad de la catástrofe mundial a finales de los ’30.
Ahora, a las espeluznantes verdades científicas sobre el invierno
nuclear confirmadas desde mediados de los ’80 hay que sumarles los
efectos aniquiladores de la guerra bioquímica, de la guerra espacial y
de la ciberguerra. El capital es el brujo enceguecido en su loca
soberbia, es el maquinista incapaz de detener el tren que ha puesto en
marcha y se precipita al desastre. Ya lo había advertido el Manifiesto
Comunista: la lucha de clases puede terminar en el exterminio mutuo de
los bandos enfrentados.
Las razones para salirnos del capitalismo son innegables y urgentes,
son razones humanas y políticas, que en nivel actual de gravedad vienen a
ser lo mismo. ¿Pero salirnos cómo y hacia dónde? La sociedad burguesa
no va a implosionar, colapsando por ella misma en una especie de
derrumbe súbito e inesperado. Semejante catastrofismo podría ser incluso
una desesperada pero vana ilusión ante el terrible futuro que nos
aguarda si no acabamos antes con la dictadura del capital. El modo de
producción capitalista puede prolongar su existencia retrocediendo en
las condiciones de vida y trabajo de la humanidad explotada pero
mejorando las condiciones de vida de la burguesía, de modo que a la
depauperación relativa en aumento se le añadan franjas mayores en
depauperación absoluta. La civilización del capital siempre encontrará
fieles peones egoístas en las burguesías clientelares y dependientes que
ayudarán a explotar a sus pueblos, aniquilando toda oposición interna
cuando fuera necesario. Las presiones económicas y guerras locales cada
vez más duras y cercanas, intimidarán a las burguesías menos dóciles
obligándoles a acatar la dura hegemonía del imperialismo occidental, que
siempre podrá recurrir a la guerra más atroz.
Por tanto, la perspectiva de salir del capitalismo sólo puede pasar
por la lucha revolucionaria para acabar con él, lo que nos lleva a la
cuestión crucial del problema del poder político como quintaesencia de
la economía, como economía concentrada. Insistimos en que no hay que
entender lo económico como enfrentado a lo político, sino como elementos
de la misma realidad. Desde esta posición, el camino no es otro que el
de avanzar en la toma del poder, que a la vez es la construcción de un
poder estatal nuevo, un Estado obrero. Cuando hablamos de toma del poder
nos referimos a la cuestión clave del poder popular, del poder del
pueblo en armas que vigila desde fuera del Estado y de las instituciones
para que estas no se corrompan, no degeneren en burocracias con
intereses propios enfrentados al pueblo. El pueblo trabajador debe
dirigir al Estado y a las instituciones, vigilándolas desde fuera de sus
múltiples tentáculos corruptores, y acelerando su autoextinción.
La respuesta a la pregunta de hacia dónde salir, hacia eso que llaman
tan imprecisa y ambiguamente como «postcapitalismo», o hacia el
socialismo, queda encauzada por lo dicho arriba: el camino anuncia la
dirección. No es tan cierto que no hay camino, que se hace camino al
andar. Tras casi dos siglos de lucha revolucionaria obrera sostenida en
las peores condiciones, podemos decir que sí existe una teoría básica
que nos advierte de los errores que no debemos cometer de nuevo, y de
algunos aciertos que muy probablemente nos valgan. Teoría que, en parte,
podemos empezar a aplicarla dentro incluso del capitalismo actual si
tenemos decisión política de hacerlo y la fuerza de masas suficiente.
Por ejemplo, la crucial reivindicación del tiempo libre y crítico: una
de las medidas inmediatas que ha de acometer todo poder popular y obrero
es la de la reducción drástica del tiempo de trabajo asalariado para
ampliar el tiempo libre, y para ampliar la oferta de puestos de trabajo,
reduciendo el desempleo lo más posible.
Por ejemplo, la nacionalización de la banca, el fin de la doble
contabilidad, la reforma fiscal justa, el control obrero y la
recuperación de empresas, la nacionalización de las grandes propiedades
cerradas y abandonadas y de capitales improductivos y especulativos, la
prohibición de fuga de capitales, la planificación socioeconómica desde
criterios ecologistas; la nacionalización de la tierra y de la vivienda
como derecho/necesidad, la nacionalización de los transportes y de los
servicios públicos y sociales; la depuración drástica de los aparatos
represivos en su globalidad, la creación de milicias populares como
antesala del pueblo en armas, la reforma drástica de la justicia, la
socialización de la prensa, la vivienda pública para los colectivos y
las personas que quieran vivir otras afectividades, amores y placeres
sexuales, en comuna o en pareja; la laicización social y el derecho a
todas las creencias….
Muchas, que no todas, de estas medidas pueden ser tomadas ya ahora
mismo en un proceso ascendente siempre que haya decisión política
impulsada y sostenida por una mayoría obrera y popular, como ocurre en
muchos pueblos de Euskal Herria ahora mismo, y otras muchas deben ser
divulgadas ya, debatidas públicamente mediante la democracia popular,
antesala de la democracia socialista. Se debe socializar y popularizar
el debate crítico sobre todas estas cuestiones decisivas a corto y a
largo plazo.
Y debe debatirse públicamente, sin miedo, sobre la preparación de
cuatro avances fundamentales sin los cuales el capitalismo volverá a
renacer como el ave Fénix tras su muerte: Uno, la necesidad de superar
históricamente la propiedad privada, la ley del valor-trabajo y la
mercantilización de la vida. Dos, la necesidad de superar la explotación
sexo-económica y el sistema patriarco-burgués como pilares actuales de
la larga dominación y opresión humana. Tres, la necesidad establecer una
solidaridad internacionalista entre los pueblos que no esté regida por
la transferencia de valor a escala internacional sino por los principios
socialistas. Y cuatro, la necesidad de medir y valorar el desarrollo
socioeconómico desde parámetros no burgueses, sino desde criterios
insertos en las leyes de la termodinámica y de la disipación de la
energía, sabiendo que vivimos en un mundo finito en el que la
racionalización del gasto energético es axioma científico-crítico.
Lo que aquí se plantea en modo alguno es utopía. Es una necesidad
consciente. La utopía fue una fase del deseo humano constreñido por la
dictadura de la necesidad ciega. Debemos dar el paso a la libertad
comunista que es la superación consciente de la necesidad, en una
espiral creativa sin fin.
EUSKAL HERRIA 07-05-2013
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