El oro rojo lleva el sudor, la explotacion, los abusos..., las duras condiciones de trabajo y de vida de decenas de miles de trabajadoras y trabajadoras. Info, documentos....
SAT anuncia una campaña en Europa sobre la "dramática" situación de los trabajadores de la fresa
Preguntado por si esta situación de los trabajadores es mayoritaria,
el portavoz ha reconocido que "no lo es", aunque ha matizado que muchos
"no se pronuncian porque tienen miedo". A su vez, ha asegurado que el
SAT ha denunciado los hechos ante la Delegación de Trabajo porque "hay
gente que llega al sindicato llorando por las nefastas condiciones
laborales".
En cuanto a estas condiciones que han denunciado trabajadores ha
citado varias como el hecho de que "en el campo no se pueda ni hablar,
que no paguen las horas extras, abusos laborales, viviendas saturadas,
despidos al antojo de los empresarios, cierre de cancelas para evitar
que salgan por la noche y la no llegada de agua potable a los tajos",
entre otras.
Por último, ha manifestado que la producción de la fresa de
Huelva, que genera "cinco millones de jornales y casi 200 millones de
euros de beneficio, no puede llevar consigo la explotación y la
humillación del personal", una situación que "año tras año va a peor".
Esta situación viene de muy atras y empeora cada año como se puede comprobar en los enlaces adjuntos
Detenidos varios empresarios agrícolas por explotar a sus trabajadores inmigrantes
El no hogar de los que no cuentan
Víctimas del oro rojo
Temporeras extranjeras denuncian abusos de sus patronos en la recogida de fresa en Huelva - La explotación sexual en el campo es un secreto a voces, pero nunca hasta ahora han prosperado acusaciones contra los responsables de una actividad competitiva en Europa
Tienes que ser buena".
Los patronos se deslizaban por la noche en los barracones de las
trabajadoras marroquíes. Las casas, prefabricados llenos de literas,
quedan en medio del campo, perdidas entre los invernaderos de fresas, a
kilómetros del pueblo más cercano.
Levantaban las sábanas y contemplaban el cuerpo de las mujeres
desnudas sobre la cama. Luego pasaban al baño. Si alguna se estaba
duchando, la obligaban a continuar delante de ellos. Y después:
-O te dejas, o te quedas sin trabajo.
Dos denuncias de abusos sexuales contra cinco patronos españoles
presentadas por ocho mujeres marroquíes de entre 18 y 30 años siguen su
curso en juzgados de Huelva. Hasta ahora, las trabajadoras de la fresa
(mayoritariamente marroquíes, rumanas y polacas) que cada año recogen
250.000 toneladas de frutos nunca habían levantado la voz contra
empresarios y encargados. Contra otros extranjeros responsables de
agresiones y violaciones, sí -en los andenes de las carreteras, en los
campos de noche, a las puertas de las discotecas-, pero las acusaciones
no tocaban a los jefes y, en los contados casos en que lo hacían, no
llegaban a juicio. Todo a pesar de que hace 20 años que en Huelva se
habla de visitas nocturnas a la caseta de las mujeres.
"Uno de los acusados afirmó que ella le pidió que lo hiciera. Claro: dos ya la habían violado y ella quería terminar"
Decir "no" nunca es fácil. Shadia, de 25 años, lo hizo. "Desde entonces he tenido problemas por los papeles, pero lo prefiero"
-O eres buena conmigo, o no vuelves el año que viene.
Eso es lo que presuntamente los acusados, de Palos de la Frontera y
Moguer, susurraban al oído de sus víctimas. Mujeres que soportaban el
acoso a cambio de no ser despedidas. El fiscal de extranjería de la
Audiencia Provincial de Huelva, Miguel Ángel Arias, ha reconocido la
existencia de ambos procesos.
El primero nace de la denuncia que cuatro chicas interpusieron en
abril de 2009 contra el propietario de la finca en la que trabajaban, su
hijo y un encargado, todos entre 30 y 55 años. Les acusan de coacción,
amenazas y acoso sexual continuado. Las humillaciones se trasladaban al
campo. Si no se portaban como ellos querían, les prohibían ir al baño y
beber agua a 40 grados bajo el sol. "Hazme caso o te cuento menos
cajas", recuerda una de las mujeres que le decía riendo el encargado. El
regreso de la trabajadora al año siguiente depende siempre de los kilos
recogidos.
Las víctimas permanecieron calladas durante tres meses. Fue un
testigo, un trabajador rumano, quien se personó ante la Guardia Civil de
Moguer. Los agentes se encontraron en la finca con un amplio relato de
horrores. El juzgado de la localidad entendió que existían suficientes
indicios y envió el caso a la Audiencia Provincial de Huelva, en donde
se espera el juicio para el otoño.
El segundo proceso está en fase de investigación. A finales de la
campaña pasada, en junio, otras cuatro marroquíes de una finca de Palos
de la Frontera denunciaron acoso sexual directo bajo amenaza. Los
argumentos de los agresores eran los mismos: tenían que ser "buenas".
Presuntamente se consumaron actos sexuales en numerosas ocasiones. A
este cuadro habrá que añadirle un delito de prostitución coactiva si
llega a probarse que el jefe recibió dinero de amigos a cambio de
franquearles el acceso a las chicas.
Que tras una denuncia contra los patronos se llegue a juicio es tan
infrecuente que la Guardia Civil decidió grabar todos los testimonios
para que no se frene el proceso si las mujeres desaparecen. Fuentes
judiciales apuntan la extrema complejidad del asunto: "En muchos casos
hablamos de consentimiento viciado. Los empresarios no tienen ni que
forzarlas. La situación de desprotección absoluta predispone todo. No
hay uso de fuerza, no les ponen un cuchillo al cuello".
El presidente de la Asociación de Productores y Exportadores de Fresa
de Huelva (Freshuelva), Alberto Garrocho, no ha oído hablar de las
denuncias, y recuerda que estos casos son delicados porque pueden
esconder venganzas o chantajes. Pero para eso haría falta denunciar, y
eso no es lo más común: "Yo sólo recuerdo un caso en el que se hayan
visto envueltos mis asociados. Además, se desechó enseguida su
culpabilidad", cuenta.
Resulta difícil encontrar en Huelva a alguien que acepte hablar mal
de la fresa a cara descubierta. El fruto se conoce como el "oro rojo" y
factura anualmente 320 millones de euros. Guardia Civil, jueces,
políticos, empresarios, periodistas... Todo el mundo ha oído algo sobre
abusos, pero no es un tema de conversación agradable: la fresa es el
sustento de media provincia. Hace dos semanas, una campaña institucional
intentaba relanzar su proyección internacional después de que una serie
de documentales en Francia y Alemania hayan atacado las condiciones de
trabajo y el desgaste medioambiental que supone el cultivo.
Probablemente la indignación europea no sea completamente altruista: la
presión de Huelva, que exporta el 80% de su producción, está siendo
atroz para los freseros de Europa central, que han encontrado en la
buena voluntad de ecologistas y activistas un asidero para relanzar su
producto contra la "perversa" agricultura española.
La cosecha de este año, a punto de finalizar, ha empleado a unas
65.000 personas, bastantes menos que otros años debido a la crisis
económica y a las pérdidas provocadas por el temporal del invierno. El
cupo mayor lo componen 50.000 trabajadoras locales, es decir,
extranjeras con residencia en España, europeas (rumanas y polacas) y un
mínimo de españolas. La situación más dura corresponde a las marroquíes
contratadas en origen, que deben abandonar sus países durante cinco
meses. Este año han sido unas 4.500, un contingente muy inferior a los
35.000 extranjeros que acudieron a Huelva en 2005, cuando los nacionales
cambiaron el campo por El Dorado del ladrillo. Los empresarios
prefieren mujeres por una retahíla infinita de argumentos (mansedumbre,
resistencia al dolor después de horas agachadas...), pero sobre todo
porque conservan lazos familiares que les invitan a regresar a sus
países. Tener niños suma puntos a la hora de lograr un contrato.
Pese a las suspicacias que pueda suscitar la cruzada europea, la
realidad de la fresa es indiscutiblemente dura. Desde que el reportaje La rançon de la fraise
(El precio a pagar por la fresa) de France5 señaló los invernaderos
onubenses, Europa los observa con lupa. Una delegación de eurodiputados
los visitó hace casi un mes para elaborar un informe. "No me quedan
ganas de comer fresas", anunció la eurodiputada de los Verdes Hélène
Flautre al fin de la inspección. La francesa calificó la situación de
"trágica". Protestó por la ausencia de agua potable, el hacinamiento y
la "complicada" situación de las mujeres, "muy vulnerables y
absolutamente dependientes de su empleador". Lejos de los gritos de
indignación de Bruselas, en su despacho un abogado de oficio de Moguer
pasa silenciosamente las páginas de una agenda: dos o tres casos de
violencia de género por semana, alguna rueda de reconocimiento por
violación... Un paseo por varios bufetes del pueblo deja un muestrario
de historias terribles. "Tres marroquíes a una polaca", rememora un
letrado: "Lo más frío que he visto. Uno de los acusados afirmó que ella
le pidió que lo hiciera. Claro: dos ya la habían violado y ella quería
terminar".
Todos los abogados coinciden en que les llegan muy pocos abusos por
parte de patronos. Aun así, son capaces de enumerar varios. Por ejemplo,
el de una chica que presentó una denuncia jurídicamente redonda después
de que su jefe la subiera a un coche y la violase. Recordaba el modelo
del vehículo, la matrícula, habían quedado huellas de los zapatos de él
en el barro... Pero a última hora la mujer retiró la denuncia y
desapareció. "Le pagó", dice el abogado. Hay más historias: "Cuatro
polacas; una de ellas denunció porque un pariente suyo conocido en el
pueblo tomó la iniciativa. Un chico de la finca iba allí con otros tres
amigos y se aprovechaban de ellas".
El riesgo total en el que viven las braceras queda confirmado por una
visita al cuartel de la Guardia Civil de Mazagón. Un agente relata
llamadas de mujeres acorraladas en sus barracones por borrachos que
intentan entrar.
Mujeres acosadas. Para verlo basta con pasear por la tarde por la
carretera de Moguer a Palos. En los lindes no hay pinos ni vegetación,
sólo el plástico de los invernaderos, un océano y, más allá, el skyline
humeante del polo químico. Por el arcén camina una procesión de
trabajadoras tras hacer la compra en el pueblo más cercano. Algunas,
cubiertas con pañuelos; otras, las europeas del Este, a menudo escotadas
y con grandes aros. Dos hombres marroquíes se acercan a un grupo de
chicas cargadas de bolsas. Les dicen algo; las mujeres se alejan con
cara de asco. Unos metros más allá les esperan tres subsaharianos
desocupados, habitantes de los poblados chabolistas que abundan en la
zona: las devoran con los ojos.
El sexo y la dominación son componentes de la crónica privada del
campo onubense. Las mujeres trabajan con camisetas anudadas por encima
del ombligo. No quieren gustar a nadie, explican en voz baja;
simplemente, no soportan el calor. A la hora de recoger la mercancía,
camioneros y capataces se pasean entre ellas. Se detienen y lanzan algún
piropo no demasiado elegante. Las muestras de hombría se aplauden. "Ser
guapa no siempre es bueno", sentencia el dueño de un cibercafé de
Mazagón al que las chicas acuden para llamar a casa. Allí dice que le
cuentan todo tipo de violaciones, agresiones, maltratos, abusos de
poder... pero, a la hora de la verdad, ninguna quiere oficializarlo.
Acosadas, abusadas y también moneda de cambio. En la finca El
Morcillo se destapó en 2008 una trama de corrupción que desembocó en la
imputación de cuatro técnicos de Medio Ambiente de la Junta de
Andalucía. Los funcionarios hacían la vista gorda a la hora de denunciar
la destrucción de monte público para convertirlo en terreno agrícola.
En la investigación aparecieron fotos de chicas abrazadas a los
guardias, y en las casas forestales, preservativos.
Una de las naves en terreno ilegal estaba destinada a fiestas con las inmigrantes. La sala-discoteca
se iluminada con luces tenues y tenía una barra para servir bebidas. El
trasiego de coches era constante, tanto que la policía llegó a
sospechar que existiera una red de prostitución. Las chicas declararon
que eran "novias" de los imputados. El juicio se celebrará en los
próximos meses y el fiscal solicita 20 años de prisión por cohecho,
negociaciones prohibidas y omisión del deber de denunciar delitos. "Esos
cargos están muy claros, pero en lo sexual no se puede demostrar nada
más allá de que existía un trato de favor hacia las chicas que los
guardias identificaron como sus novias", apunta una fuente de la
investigación. Entre los beneficios, las mujeres trabajaban menos horas y
contaban con habitaciones individuales.
El de El Morcillo puede parecer un caso en el que se difumina la
relación explotador-explotado. Las braceras proceden en muchos casos de
realidades sociales duras. En España recolectan fresas durante seis
horas y media diarias y, en ocasiones, después trabajan por la noche en
los almacenes. La recompensa por jornada es de unos 36 euros, como marca
el convenio del campo más bajo de Andalucía (junto al de Almería, reina
de la fórmula "invernaderos e inmigrantes"). Caer en los juegos de
seducción de los patronos puede resultar rentable, repiten muchas de las
fuentes consultadas.
Pero no hay que perder de vista que hay ocasiones en las que no queda
opción: aceptar los envites del patrón puede ser la única alternativa,
más aún cuando se han detectado casos de mujeres que pagan altas cifras
en sus países para conseguir un contrato. Con deudas, hijos, etc. es
difícil negarse a nada, ni resistir amenazas.
El silencio es una consecuencia lógica. Ante los abusos sexuales
algunas mujeres no sólo temen perder el trabajo, también quedar
señaladas, convertidas a ojos de los demás en fresas podridas. "Si se
entera su familia, es un problema", explica el secretario general del
Sindicato de Obreros del Campo, Diego Cañamero. "No tienen una
mentalidad reivindicativa ni feminista. Temen que las culpen a ellas".
Plantarse nunca es fácil. Shadia, de 25 años, lo hizo. Como muchas
marroquíes, llegó a Huelva dejando en su país a un niño de pocos meses y
empezó a trabajar en las fincas. Pero ante la presión de su jefe -un
empresario español- para que mantuviera relaciones con él, se despidió a
las seis semanas. "Le gustaban las chicas que venían de Marruecos",
cuenta. "Cuando una no quería estar con él, la mandaba de vuelta a casa.
Muchas decían que sí, pero yo no quería eso, así que me fui a Almería.
Desde entonces he tenido muchos problemas por los papeles, pero lo
prefiero".
En los invernaderos se suda y se sufre, pero afuera hace frío. Así lo
relata Milouda. Añora con todas sus fuerzas los años en los que
trabajaba en la fresa. Quiso quedarse en España, se convirtió en una
ilegal y ahora en ninguna finca quieren contratarla. Vive de la
prostitución, y habla de clientes viejos que le hacen cosas que no
quiere. Ese parece ser el destino de parte de las mujeres que pasan por
la fresa: terminar haciendo cosas que no querían. El presidente de
Freshuelva insiste en que no puede demonizarse a la ligera un negocio
del que viven miles de familias, pero es innegable que los invernaderos y
barracones mueven mucho dinero, tanto como para crear una euforia
similar al sentimiento de impunidad. Un caldo de cultivo ideal para el
abuso de poder. -
Fuente: el Pais
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