por Víctor Atobas
Unos adolescentes que se aburren.
Relato sobre la rebelión en las clases.
El objetivo principal era conseguir
que nos expulsaran y, sobre todo, alborotar las cabezas de los
maestros-tiranos que se arrastraban en las tarimas, los profesores
acarreaban un ladrillo y escupían en la masa los papeles de un teatro
social como el instituto.
Una clase es un ensayo social; los que mejores
notas obtienen son quienes tienen un entorno estable y padres que,
además de encomiarles a emprender la absurda tarea de la memorización de
cara a la obtención de altas calificaciones – ¡Tienes que subir la
media, hija!!-, controlaban que los adolescentes estudiaran y, según las
estadísticas, los muchachos que provenían de familias en los que papá o
mamá habían sido universitarios o habían conseguido una formación
orientada a la producción y la técnica, y por tanto trabajaban y podían
comprar muchas cosas que no necesitaban, eran adolescentes con más
probabilidades de ascender en el sistema educativo. Y los alumnos que
sacaban las mejores notas eran los privilegiados de todas las clases.
Los alumnos que nos resistíamos éramos
apartados de dichos privilegios; nosotros seríamos el núcleo central de
Desidia, una organización radical de jóvenes de la que habrán oído
hablar. Los profesores se empeñaban en culpabilizar y humillar delante
de toda la clase a aquel que se atreviera a disentir o no se plegara al
control y fuera desobediente.
Los profesores del OPUS de Jesuitas, un
centro ocupado por los hijos de los trabajadores que optaban al ascenso
social, hijos de abogados y de médicos, se espatarraban en sus gordas
barrigas de cerdos fascistas que nos abroncaban por comentar en clase
que, según las últimas informaciones que se manejaban en el patio, su
hija era una hortera acomplejada por su aspecto físico… había heredado
el hocico de puerto con el que nuestro profesor husmeaba nuestros
caretos de asco, su hija salía con un imbécil que ponía esa estúpida
música electrónica a la salida de clase, su hija había tenido un hijo,
otro pequeño monstruo al que aleccionar en su familia religiosa y
estricta, otro caso perdido.
Ese tipo de personajes culpabilizaban a
cualquiera que se atreviera a abrir la boca, segregando la clase entre
los que sacaban unas calificaciones notables y quienes íbamos
suspendiendo, asignatura a asignatura, mientras escribíamos canciones de
rap que luego cantaríamos – las míticas batallas de gallos- en El
Crucero, esbozábamos los diseños de los grafitis que habíamos planeado
dibujar por la noche o, simplemente, fantaseábamos durante el transcurso
de la clase.
El bedel estaba jodido de frío
instalando una mesa de ping pong en el patio. El sol empezaba a asomarse
afuera y las luces de la clase parecían los focos de emergencia de un
submarino que se hundía en las profundidades del océano. Todos los
marineros se habían quedado dormidos mientras el comandante les
reprendía por haber sugerido la idea de virar el rumbo de la nave, los
navegantes habían fumado marihuana temprano y habían empezado a flipar
con el Nautilus y con las bestias submarinas de las que hablaba Julio
Verne, misterios escondidos en las profundidades y peces linternas que
iluminaban el fondo de oscuridad, los marineros se habían quedado tan
dormidos como nosotros.
El profesor del OPUS del que os hablaba
impartía la asignatura de matemáticas. Escribió una ecuación en la
pizarra apretando la tiza con cuidado, dibujando los números con
elegancia, después le dijo a Joel Estuardo, al que seguramente conocerán
por las noticias referentes a la actividad de Desidia… sinceramente, la
mayoría de la tinta que se ha derramado sobre nuestra organización
podrían habérsela ahorrado los imbéciles de los periodistas que se
ocuparon no sólo de manipular, sino también de criminalizar a los
muchachos de Desidia, el caso es que el puerco le dijo a nuestro líder
que resolviera la ecuación.
Joel había estado escribiéndose notas
con algunos compañeros y terminando uno de los cuentos que nos pasaba
durante las clases para que los leyéramos, expensándole nuestra opinión.
Joel escribía cuentos sobre el director, que olía como una mofeta
atropellada por un camión de estiércol que avanzaba perdiendo su carga,
los compañeros de clase que pertenecían a lo que Desidia denominaría
como juventud tecnológica aparecían como personajes de sus
cuentos, que escribía en un cuaderno con la tapa roja al que había
pegado las pegatinas de Resaca Castellana CASTILLA SERÁ LA TUMBA DEL
FASCISMO. La juventud tecnológica era compuesta por jóvenes
vencidos por el mundo adulto, por una familia que ahogaba los sueños en
pesadillas que se imprimían a las sábanas y gritos que rebotaban contra
el muro, la educación era uno de los ladrillos del muro. Por el
contrario, los adolescentes que perseguíamos la consecución de la
libertad con una rabia desatada, también nos valíamos de estrategias y
de engaños, defendíamos nuestro mundo adolescente de libertad sustentado
sobre la confrontación con los padres y los profesores, contra todos
aquellos que nos dictaban órdenes.
— ¿Le ocurre algo? ¿No puede levantarse? – preguntó el profesor.
— Estoy anclado al suelo – respondió Joel.
— ¡Salga de una vez! – dijo el profesor.
— Estoy ocupado en asuntos más interesantes – dijo Joel.
— Atención – dijo el profesor sonriendo-
nuestro compañero Joel Estuardo ocupa su tiempo mejor que nosotros, que
reforzamos el conocimiento sobre las ecuaciones de segundo grado… y,
díganos, ¿Qué estaba haciendo? – preguntó el profesor.
— Escribía – respondió Joel.
— Estamos aquí para aprender matemáticas – dijo el profesor.
— Lo sé, general Estupefacto, pero estaba pensando en una teoría matemática – dijo Joel.
— ¿Y en qué consiste su supuesta teoría? – preguntó el profesor.
— Si los compañeros y compañeras quieren
sacar sus modernas calculadoras, les recomiendo que prueben a
introducir un número al que sumarán ceros. Sólo tenéis que mantener
pulsada la tecla del cero, después exponerla a una cifra igual de
elevada y qué ocurre ¡¡ERROR! ¡¡LA CALCULADORA DA ERROR!! LO QUE NO SE
PUEDE CALCULAR NO SE PUEDE CONTROLAR y, en caso de que algún procesador
pudiera calcular el resultado de la operación de la que hablo, la cifra
resultante perdería una minúscula porción de su valor real, es decir,
LOS DIENTES DE SIERRA de la operación conducirían a qué, en definitiva, a
una verdad terrible; es imposible calcular el control al que nos vemos
sometidos los adolescentes, uno llega a casa y la madre se pone a gritar
porque su hijo ha suspendido la asignatura que imparte este general
Estupefacto… ¿Os acordáis de su hija? – preguntó Joel.
— ¡SILENCIO! – gritó el profesor.
— Este es un general estupefacto que,
sentado a la mesa de su tarima autoritaria y resbaladiza, piensa atónito
sobre cómo su hija ha podido terminar así, una muchacha a la que habían
criado lo mejor que habían podido, este señor que nos enseña a resolver
complejas operaciones matemáticas ni siquiera alcanza a comprender que
la forma en que se comporta con su hija, trasladando la posición
autoritaria que tiene ante esta clase al salón de su casa… la familia se
sienta allí y su hija, que ahora ha sido bendecida con el nacimiento de
su hijo primogénito, permanece callada… - dijo Joel Estuardo.
— ¡FUERA DE ESTA CLASE AHORA MISMO!!!
¡ESPÉRAME AFUERA!! ¡¡TE QUEDAS SIN IR A LA EXCURSIÓN Y SIN PISAR EL
POLIDEPORTIVO EL DIA DEL BAILE! – gritó el profesor, que había sufrido
el monólogo de Joel Estuardo plegándose como si le hubiera acorralado en
una esquina una noche en la que la luna se reflejaba en los charcos
recorridos por barcos construidos arrugando el plástico de las
chocolatinas, se había asustado ante la amarga perspectiva de que todo
el instituto hablara sobre las actividades de su hija en el asiento
trasero de un coche tuneado y cutre.
Ante la perspectiva de que Joel, el
líder de nuestro curso, se quedara sin asistir al baile que habían
programado en el polideportivo, lo cierto es que ni siquiera contrataban
a un grupo, los altavoces retumbaban contra las paredes, nuestra clase
barajó la posibilidad de boicotear el baile; una farsa inflada de
hipocresía, negando nuestra asistencia como colectivo.
Al final acordamos asistir.
Abrí el armario y busqué unos pantalones
rasgados y una camiseta de Nirvana, Kurt Cobain se desgarraba frente al
micrófono oteando el horizonte como si quisiera zambullirse en los
furibundos gritos en los que prorrumpía el público. Saqué una chivata de
yerba del cajón sobre el que descansaban los trabajos inacabados que
debía entregar en clase y arranqué una parte del cogollo, que trituré
con el grinder. Salí de casa y caminé por La Quinta, un jardín botánico
abandonado al silencio de la noche, ensuciado de la hipocresía que
apestaba la ciudad, donde todo era siempre relegado a la apariencia
estéril, censurado y criticado; cualquier experiencia que desechara
atenerse a los cánones establecidos era condenada sin miramientos.
Aparté las húmedas ramas de un arbusto. Los bancos de piedra habían sido
volcados y descansaban sobre el camino como barcos escorados en la
tempestad.
Encendí el porro y unos cocodrilos
empezaron a coletear, los cocodrilos de golosina verde a los que podía
morder saboreando el sabor tropical de la lima, caimanes que abrían sus
fauces y silbaban en el río, que yo había cruzado siguiendo un puente
desangelado que se adentraba en la frondosidad del jardín abandonando
las aceras… dos pasos eran la diferencia entre la parte blanca y la
parte roja de la calzada; rectángulos dibujados en los planos que había
adscritos a las calles, los planos seguían las trayectorias de todas las
personas que habían transcurrido por allí pensando en sus problemas que
surgían, en realidad, de la forma absurda en que piensan los adultos,
que iban y venían apurados por la cantidad de tareas que debían realizar
aquella mañana; papeles, multas, compras, reuniones y otra serie de
tonterías, aquí y allá, al tiempo que los adolescentes se emborrachaban
de vida en las zonas apartadas donde bebían la última gota de las
sensaciones. Para nosotros, los adultos estaban muertos o eran unos
zombies que siempre decían los mismo CEREBRO CEREBRO. La falta de
libertad había hilado unas cuerdas a los brazos de los adultos
convirtiéndolos en marionetas de un macabro teatro donde todos los
actores estaban siempre sordos.
Apagué el porro y entré en el polideportivo. Un idiota del grupo que preparaba aquella fiesta me pidió la entrada que había sido dispensada a todos los alumnos a los que se les hubiera permitido la asistencia.
— La he perdido… - dije.
— ¿Seguro que no te han castigado? – preguntó el idiota.
— Fijo – dije.
Le tapé la nariz a ese empollón y fui
dentro. Me acerqué a una mesa que había sido inundada de refrescos y
aperitivos, las cervezas sin alcohol se agolpaban en la esquina. Observé
el polideportivo; Joel Estuardo no había llegado o no había conseguido
acceder a la fiesta. Los muchachos éramos presa de la desidia,
permanecíamos aburridos y sin ganas de bromear sobre aquella pantomima
cuando el general Estupefacto, por desgracia, cogió el micrófono.
— Sé que estáis disfrutando, pero os
ruego un minuto de atención. El curso ha sido muy productivo, habéis
adquirido una sabiduría que, aunque hoy no os resulte demasiado útil,
servirá para que os desenvolváis el día en que encontréis un empleo. Los
profesores estamos satisfechos de vuestro comportamiento, aunque
algunos han causado molestias al transcurso de las clases, entorpeciendo
así el aprendizaje del resto de compañeros, lo cierto es que os
merecéis esta noche, que es para vosotros. Si no me equivoco… - dijo el
general Estupefacto.
— ¡AHORA! – gritó un compañero.
Entonces todos los compañeros nos unimos en un grito mudo, levantando las manos.
HUMMM HUMMMM NO NOS DEJÁIS HABLAR.
Joel Estuardo se parapetó tras un grupo
de compañeros que empujaron al empollón que pedía las entradas en la
puerta. Fue hacia la mesa, abrió una cerveza sin alcohol y escupió ¿PERO
QUÉ…? VEEEAMOS EL GENERAL ESTUPEFACTO DIRIGIENDO A SU TROPA, PERO ESTE
ES NUESTRO DÍA Y PIDO LA PALABRA. Joel le arrancó el micrófono de las
manos al general Estupefacto y dijo:
— Probando, probando… Bien, me gustaría
explicarle a nuestro profesor una teoría matemática… me refiero a las
curvas de indiferencia, las curvas de indiferencia son la representación
gráfica de nuestra desidia no sólo hacia las estupideces que dictas,
querido general Estupefacto, ni siquiera sabes enseñar y eres profesor…
¿Tú qué vas a enseñarnos? Estamos hartos de que hables de lo mediocres
que seremos en el futuro. El futuro lo construiremos nosotros.
Acabaremos con gente como tú, necios adultos que se han olvidado de
vivir. Pero los adolescentes sabemos muy bien que el camino es defender
nuestros valores, entre los que predomina la libertad… y ustedes no nos
dejan ser libres, nos encierran en este instituto construido con la
funcionalidad represiva de la cárcel, los barrotes condenan nuestras
ideas, los muros de piedra… todo nos recuerda el presidio al que nos
sometéis… a lo que iba, nuestra desidia se dirige también contra el jefe
de estudios y contra el director, contra los borregos de la juventud
tecnológica y, ante todo, lo que más indiferencia nos produce, es la
forma en que actuáis los adultos… Sí, sí, perfecto, las mesas primero –
dijo Joel Estuardo.
Un grupo de compañeros había volcado las
mesas y las botellas se esparcían por el suelo. Salté y arranqué el
ridículo cartel de la fiesta. Tiramos botellas y piedras al marcador que
se alzaba en las paredes del polideportivo y derrumbamos las porterías.
El general Estupefacto salió corriendo.
Nota: en el este relato se hace
referencia a Desidia, una organización radical formada por adolescentes
que le han declarado la guerra al mundo adulto, jóvenes que se organizan
con el objetivo de derrumbar el régimen del 78, liderada por Joel
Estuardo, que se adentra en disparatadas misiones en el Manifiesto ni-ni, novela de próxima aparición.
tomado de Kaosenlared
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