¿Socialdemocracia o socialdesgracia?
por Rafael Castaño Rendón
Decía el Che que tenemos tres enemigos “el primero, el imperialismo;
el segundo, el imperialismo; el tercero, el imperialismo”. El “estado
del bienestar o keynesiano o socialdemócrata” es producto del
imperialismo, luego,…
La noche del 15 de enero de 1919
la policía alemana, bajo las órdenes del gobierno socialdemócrata pega
un tiro en la cabeza a “una mujer indefensa con cabellos grises,
demacrada y exhausta. Una mujer mayor, que aparentaba mucho más de los
48 años que tenía”....
Era Rosa Luxemburg.
Con este asesinato y lo que
significaba, el Partido Socialdemócrata Alemán creía salvar al estado y
al capitalismo alemanes frente al socialismo. Aquel día simbólico la
socialdemocracia demostró lo que siempre ha sido, la corriente que,
“inserta” como un quiste purulento en el seno del movimiento obrero y
bajo el pretexto de mejorar la situación de las clases obrera en el
capitalismo -o incluso de llegar al socialismo pacíficamente- cumple
siempre su misión: salvar el orden capitalista cada vez que este se ve
amenazado. No importa el precio. El capitalismo no puede sobrevivir sin
la socialdemocracia.
Cuatro años antes el Partido
Socialdemócrata Alemán había votado el presupuesto de guerra con el que
Alemania participó en la Guerra Imperialista. La excusa, como es
costumbre antes de todas las guerras, que el gobierno ruso podía acabar
con la civilización alemana, con los derechos adquiridos por los
obreros alemanes durante los últimos cuarenta años anteriores; por
tanto, muy a su pesar, el SPD (Partido Socialdemócrata Alemán) vota los
créditos para participar en la Guerra.
Luego, tras perder la guerra, en una
Alemania convulsionada y moviéndose hacia la posibilidad (siempre es
una posibilidad) de la revolución socialista, la socialdemocracia pega
el tiro en la nuca a Rosa Luxemburg, a la revolución. Así salvaba de
nuevo al capitalismo alemán en bancarrota.
Es la creencia más extendida el
identificar, frente al partido de la revolución y el socialismo, la
socialdemocracia como aquella corriente obrera que no acepta el que
“para nosotros no es cuestión reformar la propiedad privada, sino
abolirla; paliar los antagonismos de clase, sino abolir las clases;
mejorar la sociedad existente, sino establecer una nueva” (Karl Marx).
A lo largo de su historia, la
socialdemocracia ha desempeñado un papel básicamente reformista y por
ello socialdemocracia y reformismo se han identificado. Sin embargo, lo
que ha demostrado siempre la socialdemocracia es ser el partido de la
tranquilidad: cuando está el capitalismo, busca la tranquilidad, a
cualquier precio, aceptando reforma o aceptando, como hoy día,
recortes: “En concreto: aspiran a corromper a la clase trabajadora con
la tranquilidad, y así adormecer su espíritu revolucionario con
concesiones y comodidades pasajeras” (Karl Marx, 1850).
Cuando se crea un estado
revolucionario y socialista, siempre aparece una corriente que, a falta
de otro nombre, también llamaré socialdemócrata, por su miedo a la
revolución y al cambio, y que intenta vivir en su estado, conservar su
estado, mantener los privilegios de la clase dirigente y burocrática de
ese estado, y para conseguir la tranquilidad del “estado socialista” no
duda en acabar con cualquier revolución externa que la ponga en peligro,
como fue la política desplegada en el exterior por la Unión Soviética
burocratizada: en las jornadas de mayo de 1937 en la revolución
española, con la griega después de la II Guerra Mundial, el intento de
impedir de todas las formas posibles que los comunistas chinos hagan su
revolución (Mao dice que muy bien, pero él hace la revolución),… El
partido de la socialdemocracia es, simplemente, el partido de la
cobardía. Entre la esclavitud o la lucha consecuente, siempre elegirá la
primera.
La socialdemocracia no es, en
sentido estricto, un partido formal, sino una tendencia que irrumpe con
las más variopintas formas, se alimenta del miedo que pueda tener el
pequeño tendero, el funcionario, el campesino que medra en su trozo de
tierra, el obrero asustado ante la gigantesca labor que tiene por
delante,…frente a la bota del banquero como ante una clase
revolucionaria en rebeldía. Entre ambos debe elegir, y si la revolución
no muestra su fuerza, se acogerá a los brazos del banquero. Pero si la
revolución tiene fuerza, el campesino, el funcionario, el pequeño
burgués, el obrero no temerá unirse a ella. Sólo la lucha los lleva al
campo de la revolución; cuando esta –y los partidos que debieran haber
llamado a rebato- flaqueó en los años treinta, sabemos en manos de quién
cayó. Hoy, como entonces, el fascismo está a la vuelta de la esquina, y
no va a ser precisamente con luchas pacíficas y mendigando reformas
pusilánimes como se le va a detener.
La socialdemocracia es la falta
de fuerza y confianza de los de abajo ante la posibilidad de cambiar el
estado de cosas existente, y se agarra a todo para que su pequeño mundo
no se hunda bajo sus pies. Así Rodríguez Zapatero, el hombre de las
pequeños reformas, el 10 de mayo de 2010, ante una simple llamada
telefónica de Washington o Berlín, opta por deshacer de la noche a la
mañana lo que quedaba del precario estado del bienestar en España. El
doce de mayo de 2010 se nos anunciaba a los españoles que la política
que a partir de entonces iba a seguir el país no iba a emanar de las
decisiones de Madrid, que en aquel momento pasaba a convertirse en una
sucursal únicamente responsable ante el gobierno de Berlín.
La socialdemocracia es
colaboradora: en España colaboró institucionalmente (me refiero a Largo
Caballero y al PSOE de la época) con la dictadura de Primo de Rivera
para obtener pequeñas concesiones, aunque luego abandona dicha
colaboración en 1928 cuando los vientos de la tranquilidad navegaban de
otra parte. A fines de la Guerra Civil, cuando había posibilidades de
unir la revolución española con una más que hipotética Guerra Mundial,
organiza un golpe de estado contra el legítimo gobierno de la República y
acepta (Besteiro) la rendición incondicional doblando las rodillas ante
Franco.
Cuando va cayendo la dictadura,
a lo Tarrancón, los representantes de la socialdemocracia (un
resucitado PSOE con el dinero alemán y un PCE que se deja llevar por el
ansia de ser respetable e institucional), impiden la posibilidad del
cambio, mientras cerca de doscientos muertos de luchadores de izquierda
durante la transición (léase el libro de Alfredo Grimaldos) y un clima
caldeado y combativo consiguen para una clase obrera en lucha las
mejores condiciones laborales y sociales de toda su historia. Para
acabar con todo ello se alza toda la tramoya del 23-F de 1981 y un año
después nos hace su visita el socialismo de “la tercera vía”: aceptado
el liberalismo político, se acepta el económico con todas las
consecuencias. Misión cumplida.
En la crisis actual, la
socialdemocracia española –por sentido de responsabilidad- apoya en
líneas generales la política del PP (en el Euro, en el pago de la deuda,
en la Unión Europea,…) mientras que el otro cuerno de la
socialdemocracia encabezado por Cayo Lara se asusta ante la degradación
de la situación existente y la consiguiente posibilidad de un estallido
social; como Vicenç Navarro, como Juan Torres, como Alberto Garzón (los
cito, por el famoso libro escrito por "el trío", palabra acuñada
certeramente para ellos por Manuel Navarrete) se espanta ante la
“ineptitud” de la burguesía que no comprende que se está llevando a sí
misma a la catástrofe y al alimón lloran porque al actual gobierno
“malo” no le sustituye uno progresista que haga las consabidas y debidas
reformas, que ellos divulgan diariamente y por todos los medios
posibles con una tenacidad digna de mejor causa.
De esta forma, el sector
izquierdista de la socialdemocracia no encabeza los movimientos sociales
que surgen por todas partes, sino, simplemente, los acompaña en la
retaguardia, un poco por cumplir y otro poco por obligación (en
Andalucía, sin obligación, se coaliga con un gobierno neoliberal), de la
misma forma a como se va a la boda de los amigos o al entierro del
compañero de trabajo: para que nos vean.
¡Ay, dignos amigos! Tener que
recordaros cien años después las palabras de Lenin sobre la misión y la
tarea de todo buen socialista, que no es otra que “la organización de
la lucha de clase del proletariado y en la dirección de esta lucha, cuyo
objetivo final es la conquista del Poder político por el proletariado y
la estructuración de la sociedad socialista”. Pero quizá no sois
socialistas, sino keynesianos, lo que quiere decir que sois defensores
del capitalismo, o ¿acaso pensáis que Keynes era socialista? Creo que en
vuestras sesudas cabezas incluso ha penetrado la idea de que aquel
caballerote inglés, burgués hasta la médula, era un revolucionario de
tomo y lomo.
Nuestra actual socialdemocracia,
como toda socialdemocracia, lo espera todo del estado. En el origen del
movimiento obrero se desarrolló el socialismo utópico, debido a la
debilidad del movimiento que hacía buscar la conmiseración de dicho
estado y la compasión de los capitalistas frente a la miseria del
proletariado.
En un momento de auge de luchas
sociales, buscar la salida de la iniquidad del presente, en lugar de en
estas, en la ayuda y la reforma del estado capitalista sólo puede
recibir los calificativos más denigrantes. Como dijera en 1914 Rosa
Luxemburgo, la víctima de la socialdemocracia, “antes de Marx, e
independientemente de él, surgieron diversos movimientos obreros y
doctrinas socialistas, cada una de las cuales fue, a su manera,
expresión teórica, según las circunstancias del momento, de la lucha de
la clase obrera por su emancipación. La teoría que consiste en basar el
socialismo en la concepción moral de la justicia, en la lucha contra el
modo de distribución, en lugar de basarlo en la lucha contra el modo de
producción, en la concepción del antagonismo de clases como antagonismo
entre pobres y ricos, ya existían antes de ahora. Y estas teorías, a
pesar de su insuficiencia fueron, en su momento, teorías efectivas para
la lucha de clases proletaria. Fueron las botas de siete leguas
infantiles con las que el proletariado aprendió a caminar en la escena
histórica. Pero después de que el desarrollo de la lucha de clases y su
reflejo en las condiciones sociales condujeron al abandono de dichas
teorías y a la elaboración de los principios del marxismo, no podía
haber lucha de clases socialista fuera del marxismo. Es por eso que el
retorno a las teorías sociales premarxistas ya no significa retornar a
las botas de siete leguas de la niñez del proletariado, sino a las
débiles y gastadas pantuflas de la burguesía”.
El trío y los que propugnan una
política reformista encabezada por un gobierno de izquierdas practican
un socialismo primitivo, un socialismo utópico. Les conviene con
toda claridad las palabras de Lenin, que adapto en su lenguaje a los
nuevos tiempos, referente a los que critican “la sociedad capitalista
(neoliberal), la condenan, la maldicen, sueñan con su destrucción,
imaginan un régimen superior (el keynesiano), y se esfuerzan por hacer
que los ricos se convenzan de la inmoralidad de la explotación.” (No
sólo piensan que los ricos se convenzan de la inmoralidad de la
explotación, sino que si son inteligentes y se hacen keynesianos como
ellos incluso les irá mejor, porque la economía saldrá de su crisis,…).
El keynesianismo, el estado del
bienestar, esa excepción que se dio en unos cuantos países europeos y
EEUU después de la Segunda Guerra Mundial, en unas circunstancias
especiales, y a costa de la explotación del Tercer Mundo y la
destrucción de la naturaleza, es su única y milagrosa solución para
todo.
Si el keynesianismo fuera factible
de reestablecer (que no lo es: ni las clases del Tercer Mundo se dejan
explotar, el petróleo –esa fuente de energía casi gratuita que regaló la
naturaleza- está consumido y las materias primas del planeta
exhaustas), quizá no lo fuera deseable moralmente. El estado del
bienestar es un sueño que ya no va a venir: los capitalistas ya no
pueden permitirse repartir unas migajas de los beneficios entre sus
obreros como les permitió durante un tiempo el imperialismo. Y de ser
posible la vuelta a aquel (imaginemos que el planeta se agrande por
todos lados, que aparezcan riquezas naturales por doquier, que las
revoluciones de la periferia sean contenidas,…), habría que renunciar al
mal llamado estado del bienestar por inmoral: condena al hambre, la
miseria y la muerte a cuatro quintos de la humanidad. Si somos
socialistas, queremos el socialismo para todos. ¿Qué fue del
Internacionalismo? ¿Tan difícil es comprender que los electrodomésticos
que llenaron nuestras casas durante décadas es el producto de la
explotación de millones de personas en el Planeta?. Nuestro objetivo es
abandonar la carrera del consumismo y destrucción de la naturaleza.
Transformar la sociedad del bienestar en la del buen vivir, donde haya
salud, educación, trabajo, comida y una vida digna para todos los
hombres y mujeres de la Tierra.
Decía el Che que tenemos tres
enemigos “el primero, el imperialismo; el segundo, el imperialismo; el
tercero, el imperialismo”. El “estado del bienestar o keynesiano o
socialdemócrata” es producto del imperialismo, luego,…
Muchas frases y gestos, pero poca
voluntad de lucha. Se precisa abandonar las frases bonitas, las buenas
intenciones, las hermosas teorías que parecen explicarlo todo y luego
conducen a la paralización de la acción, del deseo de ver el final de
la inmoralidad financiera o ver en la Troika el origen de todos los
males, y cambiar todo ello por una actitud de lucha, de organizarse, de
unirse a los grandes movimientos sociales que se disparan por España y
Europa, o de lo contrario estamos condenados a ser lo que los hombre y
los explotados han sido siempre, las “víctimas necias del engaño ajeno y
propio, y que seguirán siendo mientras no aprendan a descubrir detrás
de todas las frases, declaraciones y promesas morales, religiosas,
políticas y sociales, los intereses de una u otra clase. Los que
abogan por reformas y mejoras se verán siempre burlados por los
defensores de lo viejo mientras no comprendan que toda institución
vieja, por bárbara y podrida que parezca, se sostiene por la fuerza de
determinadas clases dominantes. Y para vencer la resistencia de esas
clases, sólo hay un medio: encontrar en la misma sociedad que nos rodea, las fuerzas que pueden -- y, por su situación social, deben -- constituir la fuerza capaz de barrer lo viejo y crear lo nuevo, y educar y organizar a esas fuerzas para la lucha” (Lenin).
Sin embargo ni IU ni sus
alrededores son capaces de detener esos movimientos, por mucho que se
agiten, por mucho que busquen una solución un día y otra diferente al
siguiente, buscando en lugar de los actuales, empresarios buenos que
creen riqueza y no estafen, un Banco Central Europeo de nueva
reglamentación que no sirva a los intereses de las clases capitalistas,
una Unión Europea de los pueblos y no de las élites,…En fin, pobres
víctimas del engaño propio y ajeno…
Sin embargo, no podrán impedir el
desarrollo de los enfrentamientos de clase, que se recrudecerán en los
próximos años, porque como decía Rosa Luxemburg (del que este artículo
pretende ser un homenaje, por su lucha incansable contra todo tipo de
reformismo, por su in transigencia con cualquier tipo de explotación,
hasta ser asesinada por los “reformistas”) cuando se piensa que se va a
lograr atraer a los capitalistas buenos y acabar con los malos, o
conseguir la armonía social a través de unas bases capitalistas más
justas, hay que recordarles que “la lucha de clases no es un invento
marxista que se puede dejar arbitrariamente cada vez que parezca
oportuno. La lucha de clases proletaria es más antigua que el marxismo,
es un producto elemental de la sociedad de clases. Apareció en Europa
apenas el capitalismo se adueñó del poder. El comunismo no llevó al
proletariado moderno a la lucha de clases. Por el contrario, la lucha de
clases creó el movimiento socialdemócrata internacional para darle
objetivo y unidad conscientes a los distintos fragmentos locales y
dispersos de la lucha de clases”. (Donde Rosa dice socialdemocracia, yo
he colocado marxismo o comunismo, porque con la palabra
“socialdemocracia”, ella se refería al socialismo revolucionario, y hoy
día ha pasado a significar algo bien diferente).
Para acabar, ya que está de moda
identificar “estado del bienestar” con socialdemocracia y que ese estado
es una de las grandes esperanzas para muchos, una especie de regreso a
un paraíso perdido, hay que recordar que el capitalismo es centenario,
en tanto que el “estado del bienestar” duró una generación y sólo en un
pequeño número de países. Para Vicenç Navarro, Juan Torres o Alberto
Garzón (a pesar que este último gusta de decir que él lucha por el
socialismo, por otra sociedad, que lo suyo es otra cosa) el estado del
bienestar es norma del capitalismo y su forma neoliberal la excepción a
aniquilar.
El famoso pacto socialdemócrata que
siguió a la Segunda Guerra Mundial, no fue ni siquiera un pacto, pues de
haber sido un pacto, el capital no hubiera acabado con él de un día a
otro. Fue una concesión del capitalismo que ahora no siente la
obligación de conceder y, mucho menos, una concesión impuesta por los
partidos socialistas o socialdemócratas.
Una concesión impuesta por el vigor de
los partidos comunistas en Francia, Italia y otros lugares (el
yugoslavo, el chino, el checo, el español que con tanta bravura se
enfrentó al franquismo,…) después de su gigantesca lucha en la
resistencia contra los fascismos, una concesión impuesta también por el
poder de unos sindicatos obreros no domesticados, por las nuevas fuerzas
de liberación que se fueron desarrollando en las viejas colonias, a la
fuerza de una Unión Soviética que pese a sus errores trajo el pleno
empleo, la sanidad para todos y un sinfín de derechos sociales.
Ante la mojigata socialdemocracia, la
burguesía no hubiera cedido en nada; fue ante los hechos anteriormente
mencionados por lo que cedió y dobló el brazo. Conquistar y mantener lo
conquistado siempre es producto de la lucha, y acabado el modelo
soviético, vueltos archirreformistas los partidos comunistas oficiales y
los sindicatos, el capitalismo vuelve a su senda normal.
Sólo una lucha internacional y tenaz
(como la de Venezuela, como la de Cuba, como la de tantos lugares) podrá
traer una nueva sociedad y un nuevo mundo. Poner las esperanzas en la
buena voluntad del capitalismo, es darse por derrotados desde el
principio y dar la batalla por perdida. No hay un capitalismo bueno y un
capitalismo malo; hay un único capitalismo que conocemos de sobra.
Y acabo como empecé, recordando estas
clarividentes palabras de Rosa Luxemburg “el Estado existente es, ante
todo, una organización de la clase dominante. Asume funciones que
favorecen específicamente el desarrollo de la sociedad porque dichos
intereses y el desarrollo de la sociedad coinciden con los intereses de
la clase dominante y en la medida en que esto es así. La legislación
laboral se promulga tanto para servir a los intereses inmediatos de la
clase capitalista como para servir a los intereses de la sociedad en
general. Pero esta armonía impera sólo hasta cierto momento del
desarrollo capitalista”.
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