EFEMÉRIDES MES DE SEPTIEMBRE Memoria de la transición española. Lecturas contra el olvido IX


EFEMÉRIDES MES DE SEPTIEMBRE

Memoria de la transición española. 
Lecturas contra el olvido IX
Escrito por  El Pavo
Hola, lo prometido es deuda, os adjunto la efemérides de este mes, mes negro este, está el tercero de los reseñados hasta ahora del periodo 1976-1980, detrás de enero y mayo con 15 asesinatos, destacan los Bateadores del Retiro, grupo de fascistas asesinando a tranquilos paseantes elegidos por su aspecto fisíco o indumentaria, y en el contesto histórico la campaña Anti-OTAN.. Salud compañeros/as, amigos/as todos/as.

Fue un sábado - 01 de septiembre 1979 - San Sebastián. El joven de 18 años Ignacio Quijera Celaraín muere por disparo de un policía nacional durante una manifestación pro refugiados vascos, otros 12 resultaron heridos.

Era lunes - 03 de septiembre 1979 – Biarritz (Francia). Muere atropellado por un coche conducido por un comando parapolicial el refugiado vasco Perico Elizaran.

Fue un sábado - 06 de septiembre 1980 –Madrid. Fallece en las dependencias de la DGS, José España Vivas, de 25 años. Su cuerpo presenta signos evidentes de tortura, era Presidente de la Asociación de Vecinos de Alcalá de Henares, y miembro del PCE(r).

Era un domingo - 07 de septiembre 1980 – Hernani (Guipúzcoa). Es asesinado Miguel Arbelaiz Atexebarría y Luis María Elizondo Arrieta. El atentado es reivindicado por el Batallón Vasco Español.
Fue un miércoles - 08 de septiembre 1976 – Fuenterrabía (Guipúzcoa). Durante las fiestas patronales del municipio. Es asesinado Josu Zabala Erasun, por la guardia civil.


Era un domingo - 11 de septiembre 1977 - Barcelona. Durante la Diada de Cataluña, es asesinado, Carlos Gustavo Frecher Solana, de 28 años, con la cabeza destrozada por una bala de goma de la policía nacional.

Fue un lunes - 11 de septiembre 1978 - Barcelona. Justo un año después en el mismo lugar, por el mismo motivo es asesinado el joven Gustavo Adolfo Muñoz Bustillo, de 16 años, por disparos de la Policía Armada durante los incidentes que se producen tras la celebración de la Diada. Que curioso los dos tienen en común el nombre de Gustavo.


Era un jueves - 13 de septiembre 1979 - Madrid. El joven José Luis Alcazo Alcazo, de 25 años, es asesinado a golpes de bates de béisbol por un grupo de ultraderechistas cuando paseaba por el parque del Retiro. Estos son los acusados: El bateador-jefe Eduardo Limiñana Sanjuán, de dieciséis años, Emeterio Iglesias Sánchez, de diecisiete años; José Antonio Nieto García, de diecinueve, con sus dos hermanos, Angel Luis, de dieciocho, y José María Nieto García, de quince; y Pablo Calderón Fornos, de catorce años.

Fue un martes - 20 de septiembre 1977 - Barcelona. Estalla en la redacción de la revista "El Papus" una bomba colocada por elementos fascistas. Muere, destrozado, el conserje Juan Peñalver Sandoval, y resultan heridas 20 personas más.

Era un jueves - 20 de septiembre 1979 - Oviedo. Muere por disparos de la Guardia Civil, Valeriano Martínez Pérez, de 44 años, durante un enfrentamiento de un piquete de huelguistas del sector del transporte con la fuerza pública.

Fue un miércoles - 22 de septiembre 1976 - La Laguna (Tenerife). Muere acribillado a tiros por agentes de la policía nacional, Bartolomé García Lorenzo, estudiante de 21 años,

Era lunes - 27 de septiembre 1976 - Madrid., Es asesinado por un grupo ultraderechista, Carlos González Martínez, estudiante de 21 años durante una manifestación con motivo del primer aniversario de los cinco últimos fusilamientos de Franco.

Fue un miércoles - 27 de septiembre 1978 – Sevilla. Es asesinado Manuel Medina Ayala, militante del PCE, apuñalado por un grupo de paramilitares ultraderechistas durante un acto en solidaridad con el pueblo chileno.

Era un sábado - 30 de septiembre 1978 - Navalcarnero (Madrid). Aparece semi-calcinado el cadáver del mecánico Antonio Carrión Muela, de 42 años, Son acusados del asesinato los ultraderechistas, José Luis Magaña López, Juan José Vega Parra y José Luis Zazo López.


Septiembre negro, 15 personas asesinadas, abarcan todo el territorio español, Barcelona, Hernani, Hondarribia, Madrid, Oviedo, Sevilla, San Sebastián, Tenerife, etc., etc., más otro en Francia. Suma y sigue.

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Mucha gente dice que hay que pasar página, y yo digo, sí, pero después de haberla leído. No es posible que después de 40 años de dictadura arranquemos esa página de la historia para que se la lleve el viento del olvido.” Marcos Ana.




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Los hechos
Jesús María Zabala Erasun
EL PAÍS – 10 de septiembre de 1976
El Ayuntamiento de la localidad guipuzcoana de Fuenterrabía dimitió ayer, en pleno, como respuesta a los incidentes ocurridos en la noche del miércoles, en los que resultó, muerta una persona y al menos otras dos, heridas de bala, por disparos de la Guardia Civil, al disolver una pequeña manifestación, en una zona muy concurrida por el vecindario con ocasión de las fiestas patronales. Según los testimonios de varios testigos presenciales, este es el desarrollo cronológico de los hechos:
Nada hacía presagiar a lo largo del miércoles el dramático final que tendría lugar el día grande de las fiestas de Fuenterrabía. Se calcula que al menos 50.000 personas de toda la comarca se dieron cita en la población costera para presenciar el desfile del Alarde, que conmemora desde hace ya más de tres siglos un victorioso hecho de armas sobre las tropas francesas del príncipe Condé. Centenares de jóvenes llevaban en sus camisas a lo largo del día pegatinas con la ikurriña o bandera vasca, sin que se originasen por ello incidentes en las calles. En previsión de posibles alteraciones del orden público había corrido la voz de que hacia las nueve de 1 a noche iba a celebrarse una manifestación- las fuerzas del orden permanecían acuarteladas o vigilaban a cierta distancia el recorrido del Alarde.
Se prohibió la manifestación convocada por el Ayuntamiento de Fuenterrabía

Por la tarde, ya en el tramo final de la fiesta, cuando las tropas se concentraron en la plaza de Armas para efectuar la descarga general, una gran ikurriña de al menos dos metros, fue ondeada por encima de las tropas. Las distintas compañías desfilarían luego ante el Ayuntamiento para romper filas pasadas las siete de la tarde.

A eso de las nueve de la noche y de acuerdo con la convocatoria antes citada, varios centenares de personas se manifestaron en el barrio de la Marina, eje central de las fiestas, pidiendo la libertad de Pertur y la amnistía total. La manifestación se disolvería un cuarto de hora más tarde, después de recorrer la calle San Pedro, abarrotada de público a esa hora.

En torno a las diez menos cuarto de la noche, miembros de la Brigada Antidisturbios recorrieron la calle San Pedro desplegados por la calzada y sin efectuar cargas. A su paso, gran parte del público que abarrotaba la calle optó por encerrarse en los bares que jalonan ambas aceras.

Las fuerzas del orden permanecieron luego estacionadas en una bocacalle, reforzadas ahora por varios jeeps de la Guardia Civil. Pasadas ya las diez de la noche, una mujer en aparente estado de embriaguez, protagonizó un incidente con la Policía Armada en las cercanías del bar Yola. Grupos de personas se arremolinaron en torno a las fuerzas de orden público, que con ayuda de un megáfono les conminaron a disolverse, lanzando seguidamente varias bombas de gas lacrimógeno y disparando balas de goma.

El grupo, compuesto por algo más de un centenar de personas, regresó de nuevo a la calle San Pedro donde formó una barricada con ayuda de vallas metálicas que serian retiradas poco después. A la vista del cariz que tomaban los acontecimientos, muchos de los participantes en la fiesta, abandonaron la calle.

Mientras los manifestantes retrocedían, fuerzas de la Guardia Civil penetraron en la calle San Pedro a través de un callejón lateral y cargaron repetidamente. Entre insultos y forcejeos cuerpo a cuerpo, parece ser que algún guardia civil fue golpeado con una silla. En medio de esta confusión, otro guardia civil efectuó dos disparos contra el joven de veintidós años Jesús María Zabala Erasun, que quedó tendido en el suelo con dos boquetes en el pecho. Dos médicos, los señores Esnal y Campo, le acompañaron primero hasta la clínica de la Cruz Roja de Irún y luego a la Ciudad Sanitaria de San Sebastián, donde ingresó cadáver. Jesús María Zabala había nacido en Irún y trabajaba como delineante en la empresa Laminaciones de Lesaca, SA.
Pierde un ojo

El joven cayó justamente a la entrada de un callejón, a escasos metros de la galería de arte Txantxangorri, situada en la calle San Pedro. Junto a él, al menos otras dos personas recibieron también impactos de bala. A los pocos minutos de conocerse la noticia de su muerte, en el lugar en el que había caído, sus amigos colocaron la boina roja que había llevado en el, Alarde, varias velas, una ikurriña y claveles rojos.

En el transcurso de los incidentes, más de una docena de personas, resultaron contusionadas y un manifestante perdió la vista de un ojo a consecuencia del impacto de una bala de goma. El que fuera jugador del Real Madrid, Gabriel Alonso, y jefe, regional del Partido Carlista de Castilla la Nueva recibió asimismo repetidos golpes en la cara, de los que hubo de ser atendido en la clínica donostiarra San Antonio, cuando pedía a las fuerzas del orden que no disparasen con fuego real.

Todos los bares de la zona cerraban en señal de duelo y el pueblo entero terminaba de luto una jornada que había empezado en fiesta. Numerosos grupos de personas se concentraban ante la clínica de la Cruz Roja de Irún para obtener noticia de los heridos.

A no mucha distancia del lugar del suceso, en el parador nacional del Emperador se suspendía la cena de gala a la que asistían el gobernador y el Ayuntamiento, mientras las autoridades se desplazaban a la calle San Pedro para conocer el desarrollo de los acontecimientos.

Sobre las doce de la noche, un centenar de personas subió hasta la plaza existente delante del parador, para pedir explicaciones de los hechos a las autoridades. Un concejal comunicó a los reunidos que el gobernador estaba dispuesto a recibir a una comisión, de cuatro personas. Durante el diálogo mantenido con la primera autoridad provincial, éste les prometió que abriría una investigación judicial para esclarecer los hechos. Al objetar uno de los presentes que las armas de fuego no eran el sistema adecuado para disolver una manifestación, el gobernador civil contestó que precisamente por eso había hecho venir a Fuenterrabía a las Brigadas Antidisturbios. Insistió, de todos modos, en el hecho de que varios guardias civiles habían sido agredidos. Ante la posibilidad de celebrar una manifestación de protesta, dijo que si las autoridades locales le garantizaban el orden, estaba dispuesto a autorizarla aunque no pudiera cumplirse el plazo legal de solicitud.

Crespones y pleno municipal

Multitud de balcones amanecieron ayer con colgaduras blancas y, crespones negros. Sobre el lugar en el que había caído muerto Jesús. María Zabala, se improvisó un túmulo, con una ikurriña de fondo, donde se rezó un responso a las 10.30 de la mañana. Varios centenares de personas se congregaron, luego, a las once, ante el Ayuntamiento, para seguir el desarrollo del pleno extraordinario de la Corporación Municipal.

Abriendo la sesión, un concejal expuso sucintamente los hechos y la alcaldesa Mercedes Iridoy, manifestó que consideraba los hechos suficientemente graves como para presentar su dimisión. Algunos concejales discreparon de esta actitud y otros pensaban que debía posponerse. En este momento se estableció un diálogo entre los representantes municipales y los vecinos asistentes a la reunión: Por último se acordó presentar la dimisión en pleno después de los actos religiosos o de otro tipo que se organizasen en memoria del fallecido.

El Ayuntamiento acordó asimismo hacer constar en acta la enérgica protesta y repulsa por los hechos que ocasionaron la muerte de Zabala, suspender las fiestas del pueblo en señal de duelo y acudir a la manifestación que debía celebrarse a las ocho de la tarde de ayer.

En relación con este último acuerdo plenario, un comunicado del Gobierno Civil hecho público a media tarde de ayer, desautorizaría la manifestación, al tiempo que se concentraban fuertes contingentes de policía armada en el casco urbano y se establecían rigurosos controles en las carreteras de acceso. Una de las colas llegaba hasta el mismo centro de Irún en las horas inmediatamente anteriores a la prevista para la manifestación.

Violencia ante el túmulo

Centenares de personas se congregaron, alrededor de las seis de la tarde, en la calle San Pedro, en el mismo escenario de los sucesos del día anterior. Cerca de las siete de la tarde hicieron acto de presencia fuerzas de la Policía Armada que disolvieron a los reunidos disparando balas de goma. En el transcurso de los incidentes numerosas personas resultarían contusionadas. A pesar de la violencia con que fue reprimida la manifestación, un pequeño grupo de 10 personas, entre las que figuraba el escultor Eduardo Chillida, permaneció inmóvil ante el túmulo que recordaba al fallecido. Algunos miembros de la fuerza pública deshicieron el túmulo sin que por ello se disgregase el pequeño grupo.

Sus componentes comenzaron a rehacerlo, cuando la alcaldesa de la población se dirigió a quienes mandaban a las fuerzas, pidiéndoles que no cargasen contra la población. Estos le contestaron que daban un plazo de tiempo para que los reunidos se disolvieran y dirigiéndose directamente al grupo que permanecía ante el túmulo, les dijeron que sentían su dolor pero que abandonasen el lugar porque constituían una invitación a que las demás personas continuasen en las inmediaciones. Poco después de las 8.15 de la tarde, se restablecía la calma en el barrio marinero de Fuenterrabía.

A lo largo de todo el día de ayer, bares, comercios y centros de trabajo permanecieron con sus puertas cerradas y el paro laboral era también prácticamente total en Irún y se extendía a numerosas fábricas de Rentería y Pasajes. Unos 600 trabajadores de la empresa Astilleros Luzuriaga de esta última población se declararon en paro desde primeras horas de la mañana y salieron a la calle en manifestación. Ante la presencia de fuerzas del orden, los manifestantes se encerraron en la fábrica, desde donde arrojaban objetos contra la policía. Esta replicó efectuando disparos de goma. Dos trabajadores resultarían contusionados a consecuencia de estos disparos y un tercero fue alcanzado por una bala en la rodilla, por efecto de una ráfaga de metralleta.

El paro laboral tendía a aumentar durante la jornada y se teme que hoy pueda extenderse a toda la provincia de Guipúzcoa. También pararon ayer las tres factorías que tiene en las localidades navarras de Lesaca y Vera de Bidasoa la empresa Laminaciones de Lesaca, SA, donde el fallecido trabajaba como delineante.

José Luis Alcazo Alcazo
LOS BATEADORES”
El 13 de septiembre de 1979, a las nueve y media dc la noche, José Luis Alcazo, de veinticinco años, paseaba con varios amigos por el parque de El Retiro. Luis Francisco Canicio y Jesús Oyamburu iban delante. José Luis Alcazo («Josefo»), Marisol, Manda y Luciano caminaban un poco rezagados.
Sin previo aviso, aparecieron entre los árboles varios jóvenes armados con bates y palos. Eran niños bien, quinceañeros de pelo muy corto y ropas correctas. «Por la espalda, inopinadamente y por sorpresa», según la sentencia que condenó a «los bateadores», Canicio y Oyamburu fueron atacados y apaleados, mientras Josefo, que salió en su defensa, acabó muerto en la «emboscada». ¿Cuál fue la razón del crimen? Quizá el aspecto de las víctimas, su pelo largo, las barbas, los pantalones vaqueros y la vestimenta informal. Aquél era un barrio poblado por cachorros uniformados, de pelo aplastado con gomina, siempre dispuestos a «limpiar» su Retiro.
Así lo explicarían durante el juicio, tres años más tarde, los letrados Gerardo Quintana y Ángel López Montero, abogados de los militares golpistas del 23-F y defensores de «los bateadores”:
Ante el caos del Retiro, que estaba lleno de drogadictos, homosexuales y delincuentes, varios de los cuales habían agredido a unos amigos, estos muchachos cogieron sus objetos y se defendieron. Fue un homicidio no intencionado porque estos jóvenes quisieron preservar el Retiro de las pandillas de delincuentes que venían atacando a los indefensos paseantes. Esta acción noble y altruista de los jóvenes procesados llevaba en sí un grave riesgo, incluso físico, para ellos.”
La declaración policial, realizada cl 20 de septiembre de 1979, del bateador-jefe Eduardo Limiñana Sanjuán, de dieciséis años en el momento del crimen, despejó cualquier incógnita. Estas fueron sus respuestas durante el interrogatorio a que le sometió la Brigada Regional de Información:
Nunca he sido detenido antes, ni sancionado ni procesado. Vivo con mis padres y cuatro hermanas. La situación económica de mi familia es desahogada. Sí, claro, estoy estudiando el graduado escolar. No, no milito en ningún partido político ni central sindical; antes estuve en Fuerza Joven, rama juvenil de Fuerza Nueva. Aquel 13 de septiembre acudí al Retiro, junto a otros nueve conocidos, para realizar una “acción de hostigamiento” y “limpiar” la zona de drogadictos, homosexuales y delincuentes comunes. En varias ocasiones habíamos sido asaltados por gentuza que nos robaba lo que llevábamos encima.”
El 12 de septiembre, veinticuatro horas antes de aquel «hostigamiento», «los bateadores» habían tenido un encontronazo con varios jóvenes, entre los que se encontraba uno de raza negra. No salieron bien parados y por eso decidieron volver al mismo lugar, pero esta vez armados hasta los dientes para llevar a cabo una «acción de limpieza».
Los “limpiadores” del Retiro
En los bates de béisbol, que serían requisados por la Policía, habían inscrito las leyendas «Viva el Fascio Redentor» y «S.E.”, siglas que significan Sección Especial (la famosa Sección Z) y que; “(…) hacen referencia al grupo que funciona dentro de Fuerza Joven, organización que abandoné porque no comparto sus métodos”, según confesó Limiñana antes dc añadir:
Los bateadores, nos habíamos unido por nuestras ideologías de derechas, pero no teníamos ningún fin político. Cuando acudimos al Retiro a realizar una acción de “limpieza” no pensamos que pudiera resultar muerta una persona y supongo que, debido al nerviosismo, nos cegamos y no llegamos a ver el alcance de nuestro acto.”
Mientras uno de los policías transcribía su confesión en una gastada máquina de escribir, Eduardo Limiñana Sanjuán, totalmente tranquilo, relataba su visión del crimen:
Antes de llegar al parque del Retiro, había quedado citado con los amigos que me acompañaban en la calle Poeta Esteban Villegas, junto a unos bloques de pisos que corresponden, creo, al número 10 dc esa calle. Acudieron Gabriel Rodríguez Medina [dieciséis años], Fernando Pita da Veiga y Corral [sobrino del ex ministro franquista que dimitió cuando se anunció la legalización del PCE], Miguel Fernández Alegre [dieciséis años], y otros seis que viven en la zona Virgen del Puerto.”
Cuando el otro inspector le mostró varias fotos, Limiñana identificó a los restantes «bateadores». Eran Emeterio Iglesias Sánchez, de diecisiete años; José Antonio Nieto García, de diecinueve, con sus dos hermanos, Angel Luis, de dieciocho, y José María Nieto García, de quince; y Pablo Calderón Fornos, de catorce años.
A las nueve y cinco de la noche, aproximadamente, decidimos ir al parque del Retiro. Cogimos unos palos (...)”
Limiñana fue interrumpido para que los describiera—.
Eran..., como los mangos de los instrumentos de labranza. Los teníamos escondidos bajo la terraza de una planta baja, en unos bloques de viviendas de la calle Poeta Esteban Villegas. Cinco del grupo tomaron sus palos. Yo no, porque ya tenía un bate de béisbol que guardaba mi amigo Javier en su casa. Subimos por una rampa y avanzamos hacia una cuesta que da al paseo de Coches del Retiro.”
Aquel atardecen cualquier persona que paseara por el parque y no encajara con los gustos de los jóvenes beligerantes podía convertirse en su víctima. Limiñana recuerda que uno de sus compañeros dijo unas palabras refiriéndose a un grupo de jóvenes que se acercaba, desde la Rosaleda, en dirección hacia ellos. Se trataba del licenciado en Historia José Luis Alcazo y sus amigos.
Para no ser vistos con los palos —prosigue su declaración Eduardo Limiñana— nos escondimos entre los árboles y arbustos que rodean la cuesta. Yo me coloqué en la parte izquierda de la subida de la cuesta, junto a otros que no recuerdo quiénes son, y los demás se ocultaron frente a nosotros, detrás de unos árboles. Cuando los que venían desde la Rosaleda llegaron a nuestra altura, comprobé que eran unas seis o siete personas y creí que todos eran hombres. En ese momento, uno de mis amigos salió de entre los árboles y se dirigió al grupo contrario. Entonces, yo salí de entre los arbustos, fui por detrás a uno de los que iban al final del grupo y le di un golpe en la cabeza con mi bate de béisbol. Otro chico me intentó arrebatar el bate, por lo que comencé a pedir ayuda. Grité: “¡Que me lo quitan, que me lo quitan!” Entonces dos de mis amigos le dieron por detrás varios golpes y dejó de agarrar mi palo... mi bate de béisbol. Ya libre, me volví hacia el chico que había golpeado por primera vez y le propiné otro golpe; no recuerdo si en la cabeza o en los hombros. El tío se fue huyendo hacia la Rosaleda, por donde había venido.”
Luego otro de ellos vino hacia mí. Se había logrado deshacer de quienes le estaban golpeando con sus palos. Me intentó golpear pero le esquivé y luego se marchó corriendo hacia la valla metálica que separa los jardines del Retiro del vertedero de basuras de la calle Poeta Esteban Villegas. Mientras corría, aquel tipo tropezó contra la valla metálica y siguió corriendo por la parte derecha por un camino que también iba a dar al paseo de coches”.
En ese camino, a unos veinte metros de la valla, fue alcanzado por Gabriel Rodríguez Medina y Miguel Cebrián, ambos de dieciséis años, que comenzaron a darle golpes. Ángel Luis Nieto y yo nos unimos a ellos también le golpeamos. Cuando yo llegué, el chico ya estaba en el suelo, recibiendo golpes de todos los que estábamos a su alrededor, entre los que hay que incluir a Fernando Pita de la Viga Corral, Emeterio Iglesias y Miguel Fernández Marín. Ignoro en qué sitio del cuerpo le pegué. Entre la oscuridad, el nerviosismo y el hecho de que él se movía continuamente, no puedo saber en qué sitios le di. Recuerdo que hubo un golpe final, no sé si mío o de otro, que hizo que se convulsionaba repentinamente y quedara inmóvil”.
José Luis Alcazo Alcazo yacía muerto.

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Apuntes

Debemos tener en cuenta que los partidos de estos bestias siguen legalizados, todos los partidos fascistas siguen sin estar prohibidos, con decenas de asesinatos a sus espaldas lo más que se ha hecho es juzgar algunos miembros a título individual, nunca se ha juzgado a sus organizaciones paramilitares, no tenemos remedio.

José España Vivas

Presidente de la Asociación de Vecinos de Alcalá de Henares (Madrid) y miembro del Partido Comunista de España (reconstituido) PCE (r). Es detenido en Madrid, salvajemente torturado hasta su muerte en la DGS. Nadie ha sido juzgado ni siquiera investigado por unos hechos tan graves. Es realmente una muestra más de que en España no ha existido una transición. Estos torturadores son los mismos que había con Franco en el poder, muchos de ellos han sido condecorados y premiados con ascensos en sus carreras profesionales, veamos si no el ascenso de Conesa o el de Ballesteros, esto es la farsa que nos venden como modélica transición española.

Tras su trágica muerte un camarada suyo escribió lo siguiente:

José, madrileño, militante del PCE(r), detenido por difundir las ideas del socialismo, por organizar a los oprimidos, por ir a las fábricas a repartir octavillas que propagaban: Aquí o nos salvamos todos luchando codo con codo o no se salva ni dios, que de uno en uno podemos arder como fugaces brasas que enseguida se apagan y nada alcanzan, pero todos juntos, unidos, como puño monolítico dirigido por el Partido Comunista, seremos el definitivo fuego proletario al que ninguna bayoneta podrá cortarle el paso”.

Sepultado fue José en los lúgubres calabozos de la DGS de Madrid. Lo golpearon con tan fiera saña que los torturadores locos se volvieron de impotencia y rabia cuando nada pudieron para arrasar de su mirada la alta torre de la Dignidad humana”.

José, sentía en todo su cuerpo las fieras arremetidas de un loco enjambre de avispas. Sobre el ruido sordo de los golpes, había un comunista que sellaba sus labios con la lealtad a su clase y a sus hermanos. Suspendido sobre el eléctrico escalofrío de la picana, su grito rasgaba la apacible complicidad de los neutrales. En su voz había un grito desgarrado que interrogaba: ¿Qué hicieron los izquierdistas de salón y los intelectuales varados en el teatro de las vanidades y los pacifistas de venda y parche y los sindicalistas a la diestra del patrón que administran las treinta monedas de la traición, dónde su voz, su grito, dónde para denunciar los crímenes de Estado, la tortura y el terror con que quisieran extirpar el cáncer de la Revolución?”.

José, libró su más terrorífica y definitiva batalla contra unos torturadores que descienden por vía directa de la milenaria España de la cruz y de la espada, de esa negra España que a golpe de Inquisición siempre ha querido abortar el nacimiento de la nueva madrugada. Contra esa España, contra sus ciegos golpes, contra su tortura y su dolor, José y su grito, José y su fe ciega en los pueblos y en los hombres, José venciendo a la muerte y ardiendo y quemándose en las esencias de su clase donde su martirio se vuelve polvo enamorado que organiza la sonrisa y la esperanza”.




Contesto histórico de los hechos

Introducción: la peculiar radicalidad del movimiento pacifista desde la Transición

Pedro Oliver Olmo

Desde 1975, con las nuevas oportunidades que generaban las expectativas y las realidades del cambio político, se fue creando una red de colectivos cuyo repertorio de acciones y mensajes políticos eran los propios de un movimiento pacifista. No obstante, en un país que dejaba atrás una larga dictadura resultante de un golpe militar y una guerra civil, necesariamente, el pacifismo iba a desarrollar algunas características muy peculiares.

En el catálogo de peculiaridades del pacifismo militante que emerge en la Transición, en principio básicamente integrado por grupos de No Violencia, antimilitaristas y objetores de conciencia, destacan dos que se complementan para retratarlo de cuerpo entero e ilustrar el perfil que iba a adquirir desde muy temprano. La primera de las singularidades nos sitúa ante un movimiento pacifista ideológicamente radicalizado, en dos vertientes trascendentes para la época y para el futuro: por un lado, el uso de la desobediencia civil frente al servicio militar obligatorio, cuyo significado, de por sí radical y provocador, se amplificaba aún más de manera circunstancial porque se ejercía frente al ejército heredado de la dictadura; y por otra parte, el hecho de que ganara un peso tan importante la impronta antimilitarista del pacifismo, un rasgo que en otros países nunca adquirió esa relevancia. La segunda peculiaridad importante nos muestra a un movimiento pacifista que tuvo que crecer en solitario pero dentro del imaginario de la izquierda política, algo que no debe interpretarse como sinónimo de aislamiento (buena parte del movimiento pacifista nunca dejó de estar entramado con otros movimientos sociales). El desencuentro estaba servido. La izquierda moderada no se sentía concernida por aquel radicalismo pacifista. Y la izquierda revolucionaria no lo entendía.

El inicio del pacifismo como nuevo movimiento social y sus problemas de enfoque

La experiencia del movimiento pacifista en la Transición ya había sido abordada en los años ochenta por investigadores ligados a ese movimiento. Pero en gran medida sigue siendo un tema pendiente de la historiografía. La sociología se ha empleado más a fondo. Son muy útiles los análisis que han realizado de Jaime Pastor y Enrique Laraña, aunque sus interpretaciones sean discutibles. Igualmente hay estudios sociológicos que, al observar el movimiento de objeción e insumisión, arrojan luz sobre la formación de la primera red de grupos pacifistas. Y por último, en la escasa historiografía que aplica las teorías de los nuevos movimientos sociales, destacan los modelos interpretativos propuestos por los profesores Pérez Ledesma y Álvarez Junco. Es útil el enfoque de Pérez Ledesma sobre la relación entre partidos políticos y movimientos sociales en la Transición, porque incide en un aspecto clave del movimiento pacifista: la independencia de objetores y antimilitaristas respecto de los partidos políticos.

A pesar de estos tratamientos, y quizás en parte por culpa de su escasez, se produce y reproduce una narrativa convencional sobre el movimiento pacifista español que arrastra algunos problemas de enfoque. O no se tiene en consideración su existencia histórica y se elude o menosprecia (lo que casi siempre ocurre con el período de transición de la dictadura a la democracia), o sólo se recogen los episodios que tuvieron cierto impacto político y mediático. Indudablemente, hubo bastante más. Cuando aplicamos las herramientas de la sociología de los nuevos movimientos sociales colegimos que el movimiento pacifista ha sido y sigue siendo mucho más que grandes o pequeñas reacciones, algo más que oportunidades para las grandes movilizaciones. El movimiento pacifista es una experiencia histórica de décadas, con estructuras de movilización construidas, con grupos esporádicos y con recursos y compromisos perdurables, desde el ejemplo vivo de las largas militancias a los grupos de referencia para el resto del movimiento, o las fundaciones (una forma de institucionalizar lo informal), los centros de investigación, las revistas o las páginas WEB. Incluso las movilizaciones ritual izadas. Así han dado sentido a la movilización sus propios activistas. Con marcos de referencia compartidos, lugares de la memoria, figuras históricas, emblemas, músicas… Quizás no sea fácil calibrar el impacto sociocultural de un nuevo movimiento social, pero es imposible no percibirlo. El movimiento pacifista ha creado cultura política. En ella conviven tendencias (como la no-violencia y el antimilitarismo) que interactúan con otras subculturas alternativas —el ecologismo, el feminismo o la contra información—, e influyen en los programas de los partidos y en las agendas institucionales (no sólo como grupos de presión hacia instancias de decisión política, sino como dinamizadores de valores y estilos de vida).

Por todo ello sería un error explicar el devenir del movimiento pacifista dejándose encandilar por su eclosión en el período 1983-1986, cuando tomó cuerpo la Coordinadora Estatal de Organizaciones Pacifistas (CEOP). Así no contemplaríamos como iniciadores a grupos que empezaron a luchar por la paz y contra la OTAN mucho antes que muchos colectivos de la campaña OTAN No, Bases Fuera (la cual tampoco descuidó el plus de legitimidad que añadía a la protesta anti-OTAN ese pacifismo —digamos, con todos los respetos— “más genuino” de los grupos de No Violencia y antimilitaristas organizados en los ‘70). Y tampoco entenderíamos el papel del movimiento pacifista en el cambio sociocultural (en la transición social), en la dinamización de valores de paz y en la construcción de una cultura política pacifista.
Pacifismo militante y pacifismo sociológico: el movimiento pacifista en el cambio social

En los primeros años ochenta la sociología académica se atrevió a medir con rigor los trazos gruesos de lo que categorizó como “pacifismo social”, y ya no pudo dejar de hacerlo durante mucho tiempo. Al escrutar las encuestas realizadas desde los años de la Transición, el perfil del pacifismo socialmente aceptado también tenía unos rasgos ciertamente peculiares.

Por aquel entonces, cuando aún estaba muy fresco el recuerdo del 23-F y todavía brotaban noticias oficiales y oficiosas acerca de supuestas tramas golpistas, al tiempo que arreciaba el movimiento pacifista y anti-OTAN, crecía una honda preocupación entre los mandos militares y los responsables gubernativos del Ministerio de Defensa. En las encuestas de esos años la opinión pública no sólo mostraba un claro “rechazo de la guerra” y una vívida oposición a la OTAN y a las bases americanas. Lo que se hacía evidente era un fondo de desafección mucho más profundo que había ido creciendo desde los años de la Transición y ahora obligaba, tanto a desterrar definitivamente las viejas retóricas militaristas, como a pulir el tono de los nuevos discursos civilistas acerca del papel democrático de las Fuerzas Armadas y su nacionalismo constitucional. Era un problema que debía ser reconocido con un crudo enunciado: “la defensa nacional no preocupa” a los españoles. No obstante, en el estudio del profesor Díez Nicolás se lee otra forma más benévola de describir y atemperar la preocupación principal: el pacifismo español “no es militante“, “el pacifismo de los españoles no es anti militar”.

Algunos análisis de aquel pacifismo sociológico, más aun los que fueron tenidos en cuenta por los nuevos altos mandos militares, adolecían, cuando menos, de falta de perspectiva histórica, y en todo caso, no iban bien dotados de crítica historiográfica. Desconsideraban la trascendencia de dos factores que hubieran completado el diagnóstico del problema y quizás también su tratamiento: por un lado se soslayaba el descrédito de un ejército que seguía recordando a la Guerra Civil y al golpismo reciente, cuando todavía en los cuarteles permanecían las señales de su pasado franquista; y por otro, se despreciaba la capacidad de influencia del pacifismo militante en la nueva estructura de oportunidades que ofrecía el sistema democrático, entre otras cosas, porque aquel pacifismo social (al fin detectado y explicado) indicaba un fuerte desapego juvenil hacia el sistema de reclutamiento, el que poco más tarde iba a sufrir una crisis sin parangón, azuzada por activistas que, evidentemente, sí profesaban un pacifismo “anti-militar”, más bien antimilitarista. Hay estudios sociológicos que valoran el papel proactivo de los nuevos movimientos sociales en la gestación y desarrollo de ese conflicto social y en la construcción de identidades pacifistas.

Comprender el origen histórico de aquel pacifismo sociológico no hubiera exigido echar la vista demasiado atrás. Al recordar o al analizar los años centrales de la transición del franquismo a la democracia es prácticamente imposible negar la importancia de los asuntos relacionados con la paz y la seguridad y, más aún, con la función política que las Fuerzas Armadas ejercían de facto. Antes y aún después de 1977 la “cuestión militar” pesaba demasiado. La presencia imaginaria del ejército de Franco en el proceso de cambio político nunca pudo obviarse. Ni ante el auge gigantesco de la protesta laboral, ni en el vertiginoso proceso político de reforma institucional impulsado por Suárez, ni mucho menos cuando se afrontó la legalización del PCE (junto a la no legalización de otros partidos republicanos y de izquierda), ni tampoco después, ya traspasado el umbral legitimador de las primeras elecciones democráticas, cuando bajo el influjo del “partido militar” se fueron sobrellevando algunos de los debates, acuerdos y pactos (a veces abiertos, a veces soterrados) que dieron a luz la Constitución de 1978.

En todo aquello que afectaba a la escala de valores que los militares franquistas y sus mentores consideraban propios del ámbito de competencia del ejército se les hubo de tener directa o indirectamente en cuenta. Lo que conmovía al sentimiento militar, lo que trastocaba la cultura militar del momento, rápidamente se convertía en material político altamente sensible: la conciencia enquistada de un creciente autonomismo militar que idealizaba al ejército como fiel vigilante de la integridad de la patria y de la unidad nacional; y la representación de los enemigos internos de España y del propio ejército, aunque algunos fueran muy minoritarios (desde comunistas a separatistas, pasando por la UMD, los objetores, los pacifistas o los antimilitaristas, sin olvidar a las organizaciones de soldados que protestaban en los cuarteles).

En definitiva, bajo el sobrepeso de la cuestión militar brotaron posiciones políticas y actitudes socioculturales de todo tipo, entre las que destacó la emergencia de un peculiar pacifismo social -digamos- a la española. Al mismo tiempo, a pesar de (y frente a) la presión de la cuestión militar, también se fue tejiendo un nuevo movimiento social pacifista que, en gran medida por esa misma razón, desarrolló las dos importantes peculiaridades ya señaladas: el sentido que atribuyeron a la radicalidad de la desobediencia civil y el peso ideológico del antimilitarismo. Evidentemente, aquel pacifismo sociológico, convertido en un rasgo inteligible de la cultura política del momento, soplaba a favor de la movilización pacifista.

La primera red de grupos pacifistas

La formación de una primera red de grupos pacifistas hundía sus raíces en algunas experiencias colectivas que tuvieron lugar durante los últimos años del franquismo, al menos desde 1971, con la campaña de apoyo a Pepe Beunza, el primer objetor de conciencia que no era Testigo de Jehová y defendía su actitud desobediente por motivos éticos y políticos. Además de algunos actos de solidaridad llevados a cabo en capitales europeas, los primeros objetores recibieron muestras públicas de apoyo en Valencia, Barcelona y Santander, lo que nos permite trazar un primer mapa de la incipiente movilización pacifista, sin olvidar Alcoy, donde vivía Jordi Agulló, un militante de la JOC que también se declaró objetor en 1971. Pero será ya en el período 1974-75, y sobre todo en 1976, cuando los primeros grupos de No Violencia y de apoyo a los servicios civiles alternativos al servicio militar obligatorio tomaron un impulso palpable y significativo. Así se estructuró con cierta entidad la movilización pacifista, la que de una u otra forma nunca dejaría de estar activa, aunque su red de grupos se fuera renovando, a veces creciendo, o estancándose, e incluso desapareciendo y reapareciendo en localidades concretas.

La primera red del movimiento por la paz en España empezó a tejerse desde la década de los sesenta con grupos y asociaciones de católicos pacifistas —estamos hablando de Pax Christi y Justicia y Paz —y con los promotores de la educación para la paz (los que organizaban el Día Escolar por la No Violencia y la Paz cada 31 de enero, fecha que conmemora el asesinato de Gandhi). Junto con ellos llegaba la irradiación desde Francia de las llamadas Comunidades del Arca fundadas por Lanza del Vasto, un discípulo cristiano de Gandhi, cuyo compromiso vivencial con la paz y la no violencia inspiró a los primeros pacifistas franceses (objetores y refractarios a la guerra de Argelia), y poco después, también a los que promovieron la objeción de conciencia en España. En el camino, y ya en los inicios de la década de los setenta, fueron creándose grupos específicos de No Violencia, muchos de ellos también con una fuerte inspiración católica, destacando entre su militancia curas obreros y miembros de comunidades cristianas populares (como Pope Godoy en Granada, entre otros).

Todo aquello se fue entramando. Creció casi desde la nada, con impulsos a veces demasiado voluntaristas e individuales. Hasta que empezó a hacerse algo más visible a partir de 1974, cuando Gonzalo Arias y Pepe Beunza, con la cobertura de una organización eclesial como Justicia y Paz, recorrieron España dando charlas para impulsar el llamado Voluntariado para el Desarrollo, en realidad, la primera gran campaña colectiva a favor de la objeción de conciencia al servicio militar obligatorio, que llegaron a suscribir públicamente más de 1.200 personas (400 de ellas, mujeres), y que de facto sirvió como pantalla y también caldo de cultivo de la preparación de la desobediencia civil colectiva a través de un “servicio social” alternativo, al mismo tiempo que se presionaba al gobierno, al que presentaron la propuesta y las firmas en mayo de 1975. El ejecutivo de Arias Navarro contestó pidiendo a los objetores que esperaran. Pero la desobediencia ya estaba en marcha. Pepe Beunza, al recordar aquel ambiente de activismo, nos dibuja la red de la movilización a la altura de 1975:

Estábamos bien organizados y coordinados en 1975. Viajábamos mucho y nos reuníamos con frecuencia. Había grupos en Barcelona, Tarragona Vic, Valencia, Bilbao, Pamplona, Madrid, Málaga, etc. También nos reuníamos con grupos franceses. Nos jugábamos mucho y por eso dedicábamos mucha energía a preparar grupos de apoyo.

Fruto de aquellas iniciativas coordinadas sería el servicio civil alternativo del barrio de Can Serra en L’Hospitalet de Llobregat (Barcelona) entre 1975 y 1976, la primera experiencia de objeción de conciencia colectiva. Sin perder el sentido de la mesura podemos afirmar que Can Serra fue un verdadero hito en la pequeña historia española del movimiento por la paz. En los mensajes de los objetores de Can Serra se relacionaban los valores de la no violencia y el antimilitarismo con la reclamación de libertades democráticas y con el rechazo del capitalismo por sus efectos injustos, empobrecedores y alienantes.

El pacifismo en España se impulsó desde el principio en gran medida a golpes de heterodoxia y desobediencia, gracias al compromiso de los primeros objetores de conciencia y de los grupos de apoyo que se creaban cuando aquéllos eran encarcelados, así como al respaldo de las plataformas que se organizaban en asociaciones de vecinos con el fin de apuntalar el reto que lanzaban al Estado quienes, no sólo no acudían a los cuarteles para hacer la mili sino que hacían pública su desobediencia y su presencia en los barrios donde realizaban servicios civiles alternativos. El radicalismo de la desobediencia civil exigía fuertes dosis de sacrificio personal pero asimismo obligaba a evitar el aislamiento, a buscar la comprensión social. A pesar de las distancias con el PSOE y con el PCE, o con la izquierda revolucionaria (que rechazaba la objeción y promovía la lucha de los soldados dentro de los cuarteles), los primeros objetores mantuvieron contactos con todas las fuerzas que empujan a favor del cambio político y democrático:

Creo que fue ya en el 75 cuando comenzó a conocerse que había un cierto movimiento aperturista también en el ejército… muy pronto nos pusimos en contacto con los líderes de la UMD, con quienes llegamos a tener una relación muy franca y respetuosa.

Poco a poco, pero desde muy pronto, a aquella primera red de grupos y de gente que se identificaba con ellos, cuyo signo cristiano cercano a la Teología de la Liberación era bastante palpable, se fue uniendo una serie de colectivos antimilitaristas de orientación libertaria y de izquierda, junto a algún que otro grupo de feministas pacifistas y eco pacifistas o activistas antinucleares, todo lo cual se engarzaba con campañas colectivas y publicaciones que relacionaban el pacifismo y el antimilitarismo con otras luchas sociales.

No faltaba tampoco el capital político acumulado por ciertas personas, como los ya citados Pepe Beunza, Gonzalo Arias y Pope Godoy, o el sacerdote catalán Lluís Mª Xirinacs (candidato al Nobel de la Paz, precisamente, entre los años 1975 y 1977), todos ellos convertidos en referentes morales del pacifismo por su labor pionera de agitación y por su fuerte compromiso con la no violencia política durante el tardofranquismo. La red pacifista fue creciendo e incluso creó estructuras específicas con un potencial movilizador más alto, sobre todo cuando –con el antecedente de la creación en 1974 del llamado G.O.C.E. (Grupo de Objetores de Conciencia del Estado Español)-, en enero de 1977 se fundó el MOC, cuyo decidido activismo a través de la desobediencia civil, al interactuar con la presión que en sentido contrario ejercían unos mandos militares que seguían viendo a los objetores como un peligro para la defensa nacional, debe valorarse como una contribución decisiva en el proceso de “transición militar”, pues, aunque la objeción de conciencia no acabara siendo considerada un derecho constitucional (sino un motivo de exención del servicio militar), logró impedir la regulación legal de la misma y de esa manera ayudó a crear un campo de fuerzas favorable para el MOC.

A la reunión de fundación del MOC acudieron miembros de grupos que mostraban una gran variedad de valores alternativos: cristianos pacifistas y no violentos, antimilitaristas y libertarios, o nacionalistas partidarios de la autodeterminación de los pueblos e internacionalistas promotores de la solidaridad Norte-Sur y la mediación para la solución pacífica de los conflictos. Procedían de las tres capitales vascas, de dos capitales andaluzas (Córdoba y Málaga), del País Valenciano (Valencia, Alicante y Alcoy) y de Cataluña (Can Serra en L`Hospitalet de Llobregat, Vic y Tarragona), además de Mallorca, Madrid, Zaragoza, Valladolid y Oviedo. Pero el movimiento de objeción ya hervía en otros tantos sitios, desde Barcelona a Sevilla, pasando por Pamplona y por otras zonas en las que muy pronto también estaría activado (Cáceres, Salamanca, Murcia, Galicia, Canarias, etcétera).
Desde luego que no ha de perderse de vista la estructura propia del MOC en el mapa territorial del pacifismo que emerge durante la Transición (del que se hablará en el siguiente apartado), pero para entender su inevitable presencia tampoco es necesario detallar su historia específica, entre otras cosas porque cuenta ya con una importante bibliografía que indaga en sus orígenes y en su primera movilización, y con estudios que abarcan un ciclo de tres décadas de protesta y desobediencia. Aunque la cuestión de la objeción de conciencia fuera con mucho la más destacada en la agenda del movimiento pacifista durante la Transición, hubo otras que también generaron opinión y movilización. Los grupos del incipiente movimiento por la paz, y los mismos objetores, no dejaban de lado otras vertientes del trabajo pacifista, desde un rosario de iniciativas encaminadas a la educación por la paz (por ejemplo, las campañas contra el juguete bélico) hasta acciones callejeras (como los encartelamientos que denunciaban la violencia de los grupos armados de la izquierda) y los encierros y ayunos públicos (a veces en silencio) contra las causas del hambre, pasando por los saltos de la verja de Gibraltar (que impulsó Gonzalo Arias desde La Línea), y otras muchas tareas de concienciación contra la carrera de armamentos, la política de bloques militares y las causas de los conflictos bélicos, incluida la investigación sistemática de los mismos, como la que desde 1974 empezó a realizar el Centre d’Analisi de Conflictes (CAC) bajo el impulso de Vicenç Fisas, uniéndose a la labor que en 1968 había empezado a realizar el Institut Víctor Seix de Polemología.

A la altura de 1977-78 aquél era ya un movimiento pacifista cada vez más variopinto, pero identificable como tal. Su irradiación era estatal, y también su pretensión de influencia política, aunque la movilización hubo de estructurarse siempre desde abajo, en ciudades, barrios y pueblos. Nunca tuvieron una amplia repercusión mediática, pero tampoco en eso fueron irrelevantes. No obstante, usaron su propios medios o se sirvieron de medios amigos (desde Cuadernos para el Diálogo a las radios libres y las revistas anarquistas, como Bicicleta y en menor medida Alfalfa y Ajoblanco, pasando por El Ecologista y El Viejo Topo). Además de utilizar las actas y otros documentos internos y publicaciones puntuales (por ejemplo, las que difundía Justicia y Paz para hacer pública su postura sobre la necesidad de regular el derecho a la objeción de conciencia), algunos grupos crearon fanzines y revistas que se distribuían o se difundían a nivel estatal (dos de ellas, La Puça i el General y Oveja Negra, acabarían siendo casi míticas para la militancia pacifista y antimilitarista).

No es difícil encontrar señales del prestigio y el respeto que se iban ganando los primeros pacifistas y antimilitaristas al interactuar con otras culturas políticas, más allá de los desacuerdos y los desencuentros con los partidos de izquierda y las organizaciones anarquistas, no pocas veces sorteados a base de buena relación personal y experiencia compartida, incluso en momentos o en espacios de represión. Esto se comprobó muy pronto, con motivo de las muestras de solidaridad que llegaron a los objetores represaliados de Can Serra, porque algunas desvelaban un fondo de permeabilidad entre disidencias de muy distinto signo, incluso en las que provenían de esa izquierda que estaba lejos de asumir el ideario de la no-violencia.

El primer mapa del pacifismo en construcción

Si hacemos un recorrido breve por el primer mapa estatal del movimiento pacifista, para entresacar las claves más importantes de su estructura de movilización y de su identidad militante, en primer lugar hay que destacar, desde luego, la pluralidad y cantidad de grupos y personas que se organizaron en Barcelona. A finales de los ’60 ya se realizaban algunas actividades públicas gracias a Pax Christi, donde militaban jóvenes pacifistas como Arcadi Oliveres. El activismo subió de nivel hacia 1975 y 1976, con la contribución de Justícia y Pau. Pero el momento fundacional del pacifismo estructurado en Barcelona (y en cierta manera, también en Cataluña) llegó cuando en 1976 se creó el Casal de la Pau, un lugar y una de las experiencias más fructíferas para el encuentro entre tendencias políticas pacifistas y otros movimientos sociales. Prueba del peso creciente del antimilitarismo en el pacifismo organizado y movilizado fue el ingreso, también en el año 1976, de buena parte de los grupos pacifistas de Barcelona en la Internacional de Resistentes a la Guerra, desde el Equip O.C., los Servicios Civiles, pasando por el CAC, la librería l’Arc de Santa Maria, el Grupo Anti-Centrales Nucleares y el Grup de Dones Pacifistes. Con el empuje de Xirinacs, aquel ánimo coordinador de la protesta pacifista, no violenta, antimilitarista, antinuclear y feminista se plasmaría en la creación del CANVI (Co-lectiu d’Acció No-Violenta).

Poco después, al panorama del antimilitarismo catalán llegarían el MOC, fundado a nivel estatal en enero de 1977, aunque en Barcelona al principio se llamaba COLLO (Comité Llibertat Objectors). Después, desde la primavera de 1978, hubo que añadir la decisiva presencia del GANVA (Grup d’Acció No Violenta Anti-OTAN), cuya influencia ideológica irradiaría con el tiempo a otros colectivos antimilitaristas del Estado, ayudando a que se incorporara a la movilización gente proveniente del anarquismo e incluso de un marxismo completamente heterodoxo. El GANVA también agregó a su repertorio de acciones antimilitaristas la lucha contra la OTAN y las bases militares norteamericanas a través de protestas colectivas celebradas en 1978, 1979 y 1980. Publicaba la revista La Puça i el General y a partir de 1981 (reconvertido en GAMBA, Grupo Antimilitarista de Barcelona), además de continuar coordinándose con el MOC a nivel estatal, también lograría influir en el cambio de postura de la izquierda extraparlamentaria, sobre todo MC y LCR, partidos que pocos años después impulsarían los colectivos Mili KK. Quico Porret, al recordar los objetivos que se plantearon alcanzar con la creación del GANVA destaca tres:

“(…) movilizar a gente, grupos, partidos, etc. para impedir la entrada en la OTAN; denunciar las Bases norteamericanas en el Estado español y exigir su desmantelamiento; e iniciar un debate sobre temas como la defensa, la existencia del ejército, alternativas a la defensa (…)”.

También nos recuerda cómo resolvieron el problema de las diferencias ideológicas sobre la cuestión de fondo entre violencia y no violencia, una solución que usarían muchos grupos antimilitaristas en otros lugares, a veces de forma recurrente:

Aunque en el grupo había gente que se definía ‘no-violenta’ también había otra gente (yo mismo) que pensábamos que todas las formas de lucha pueden ser útiles y legítimas, por lo tanto, llegamos al acuerdo de no definirnos ‘no-violentos’ pero sí partidarios de la acción directa no-violenta, entendida como acción radical contra el sistema y proponiendo actuaciones como la desobediencia civil, la no-cooperación y especialmente todo tipo de intervención directa en la calle (teatro de guerrilla, pasacalles, etcétera).

Muy ligados a Cataluña, los pacifistas del País Valenciano se organizaron en las capitales de Valencia y Alicante y en el pueblo alicantino de Alcoy. No era ajeno a todo ello el hecho de que, precisamente en esos sitios hubieran nacido, allá por 1971, las primeras iniciativas individuales de objeción de conciencia por motivos no religiosos, la de Pepe Beunza y la Jordi Agulló, y que en años posteriores también fuera en Valencia donde desarrollara su actividad Rafael Rodrigo, objetor de conciencia desde 1973, muy ligado después a las propuestas de Luís Mª Xirinacs, a los grupos de objetores de Valencia y a otras iniciativas (algunas de ellas con carácter comunal) que se impulsaron en esa capital, como la librería Agredolç, especializada en anarquismo y contracultura y lugar de animación, encuentro y debate sobre temas alternativos, que acabaría siendo cerrada después de ser incendiada dos veces por grupos fascistas. Recuerda Rafael Rodrigo que en Valencia y en otros puntos del Estado, durante la Transición, además de las distintas formas de abordar la violencia y la no violencia o el antimilitarismo, o de los debates que se suscitaron acerca de si realizar o no servicios civiles, y de las polémicas internas sobre otras cuestiones aparentemente menores (como la de legalizar o no legalizar el MOC), hubo una curiosa pluralidad a la hora de armonizar la manera de pensar y la manera de vivir: por un lado estaban los grupos de objetores que vivían en comunas rurales, y por otro, los objetores que crearon comunas urbanas. En Valencia, a partir de 1975-76, junto a las comunas de objetores (la de la librería Agredolç y otra más en la calle Blanquerías), también se organizaron servicios civiles (en el barrio del Cristo y en Nazaret) y se realizaron acciones (las de 1977 estuvieron coordinadas con CANVI, el grupo pacifista catalán ya citado, para pedir la libertad de los objetores). En Alicante, con gente interesada en la no violencia desde los primeros ‘70, también hubo un buen caldo de cultivo para la creación del MOC, y para otras iniciativas pacifistas, como la revista La Oca (editada desde 1981).

Desde Valencia al País Vasco y Navarra pasando por Barcelona (donde el GANVA también se convirtió en una especie de comuna urbana), durante los ‘70 se desarrolla entre la militancia de la no violencia y el antimilitarismo una suerte de ethos vivencial que pretende dar sentido (radical y alternativo) a la lucha política. Precisamente, en el País Vasco, y en uno de sus grupos más activos, el de Bilbao (con gente tan relevante dentro del ámbito estatal del MOC como Mabel Cañada), el arraigo de esa actitud colectiva —no exenta también de discrepancias internas —animó a una parte de sus integrantes a dejar la ciudad en la primavera de 1980 para ocupar un pueblo navarro llamado Lakabe y formar allí una comunidad rural. Tal y como ya se ha destacado, en Bilbao hubo actividad a favor de la no violencia y la objeción de conciencia desde finales del franquismo, y en la asamblea de fundación del MOC hubo grupos de objetores bilbaínos junto a otros provenientes de Guipúzcoa y Álava. Ya desde finales de 1975 y principios de 1976, con el nombre de Bakearen Etxea (Casa de la Paz), los grupos de No Violencia y objeción de conciencia estrenaron sede tanto en Bilbao como en Pamplona. Desde entonces y en adelante, además de la puesta en marcha de algunos servicios auto gestionados, no cesaron las acciones organizadas por grupos de No Violencia en el País Vasco y en Navarra, con encarteladas, encierros o ayunos, casi siempre para airear temas propios —las primeras manifestaciones contra la mili se convocaron en San Sebastián en otoño de 1977 —, pero otras veces para relacionar la no violencia y el antimilitarismo con otros movimientos, como el vecinal, el antinuclear o el obrero (de lo que da fe el encierro y ayuno de veinte personas en marzo de 1976 dentro de la parroquia de San Antón de Bilbao, para protestar por la represión del 3 de marzo en Vitoria y hacer un llamamiento en pro de los métodos de lucha no violenta). Además de aquellos primeros grupos de No Violencia, también el antimilitarismo vasco comenzaría muy pronto a organizarse como tal, concretamente, desde 1977, con el nacimiento de los llamados Comités Antimilitaristas. Sabino Ormazabal, que estuvo en su creación, recuerda algunas de sus reuniones, como la que se celebró en Tolosa en abril de 1977, con una alta participación de gente y colectivos que acudían desde muchos pueblos:

“(…) se trataba de un organismo autónomo, cuyos integrantes eran antimilitaristas con una amalgama que iba desde el apoyo a la deserción hasta la no violencia (…) Las principales líneas de actuación (de los Comités Antimilitaristas) se dirigían no sólo contra la mili obligatoria sino contra el Ejército y la sociedad militarista y autoritaria en la que vivimos. Si bien anualmente las campañas se centraban en las tallas y los sorteos, en los que se convocaban todo tipo de actos y movilizaciones, también había una labor pedagógica que incluía publicaciones, semanas antimilitaristas, charlas, etcétera, coincidente con la denuncia que hacían los Comités Antinucleares de la ocupación del espacio y de las maniobras militares”.

El antimilitarismo avanzaba y al mismo tiempo el valor de la no violencia política continuaba estando presente, incluso en iniciativas posteriores, como la creación de la Asamblea de No Violencia de Euskadi, ya en 1981. Por su parte, el peso específico y el prestigio político del KEM (las siglas en euskera del MOC), junto con algunas personas y unos pocos colectivos (Txustarra, Begi Haundi… y en los ’80 Kakitzat), fue un factor decisivo en el tránsito hacia la movilización pacifista de los primeros ’80, lo que explica su capacidad de liderazgo en un mapa de tendencias fuertemente mediatizado por el peso de la izquierda extraparlamentaria y por la impronta de la izquierda abertzale, cuyo apoyo a la lucha armada siempre estuvo en abierta contradicción con la objeción de conciencia, entre otras razones porque, en el paisaje político vasco, la presencia de colectivos antimilitaristas como el KEM ayudaba a cuestionar de raíz el militarismo de ETA. No hubo de ser fácil difundir ese tipo de valores en una tierra en la que adquiría tanta fuerza la práctica de la violencia política, incluso cuando (ya en la década de 1990) los jóvenes de Herri Batasuna y Jarrai cambiaron de actitud y abrazaron la causa de la insumisión. Sin embargo, tampoco son irrelevantes las acciones colectivas que durante la Transición se inspiraron en métodos no violentos para impulsar otros nuevos movimientos sociales, sobre todo las protestas contra el polígono militar de las Bárdenas Reales (a veces reprimidas muy duramente) y las campañas antinucleares contra la central de Lemoniz, en las que se utilizaron métodos inspirados en la no cooperación, el boicot no violento y la desobediencia civil (como el impago masivo de recibos de electricidad a la empresa Iberduero y, desde el otoño de 1979, los apagones de luz coordinados a la misma hora). Madrid no sólo estuvo en la lista de los primeros sitios de la movilización por la paz y la no violencia. Tampoco se limitó a ser la capital de la coordinación estatal, aunque este rasgo siempre le otorgó una relevancia evidente. Con el impulso y la experiencia de Ovidio Bustillo (objetor del primer grupo de Can Serra) y con algunos otros nuevos objetores se organizó un servicio civil en el barrio de Tetuán. Además de enlazar la lucha por la paz con el trabajo de base que se desarrollaba tanto en la parroquia como en la asociación de vecinos (con fuerte implantación del PTE y la ORT), aquella experiencia serviría de “campamento base” para el trabajo por la desmilitarización social, la no violencia y la objeción de conciencia. Desde allí se coordinaban campañas y se planificaban acciones, a veces locales (circunscritas a Madrid), a veces con proyección estatal (hacia el ámbito MOC). Crearon el CAN (Colectivo de Acción No Violenta) y, hacia 1980, editaron la revista Oveja Negra (muy influyente en el movimiento antimilitarista), y organizaron movilizaciones públicas, como las “sentadas de los sábados en la Plaza de Ópera contra el militarismo y la OTAN”, lo que introducía un matiz de hondura política y de cierta distancia con la campaña OTAN No, Bases Fuera que impulsaba la izquierda.

En Andalucía, donde en los últimos años del franquismo fueron procesados algunos sacerdotes jesuitas que, alegando motivos pacifistas, se negaron a jurar bandera (única obligación militar que se les imponía), durante la Transición cobraron importancia los grupos de No Violencia, en Almería, Granada, Málaga, Cádiz, Algeciras, Córdoba, etcétera. Dentro de esos grupos siguió siendo importante la presencia de las comunidades cristianas populares, esa “Iglesia no jerárquica” que durante aquellos años de cambio y aperturismo, además de lo que ella misma fue capaz de organizar, se convirtió en una suerte de recurso vital para muchos jóvenes cristianos, los cuales, operando dentro del imaginario heredado (el católico, en el que se habían socializado desde la infancia), se encontraron con un modelo alternativo de Iglesia de base que les ayudaba a adquirir conciencia social y, en la práctica, a construir un nuevo imaginario político normalmente escorado hacia la izquierda transformadora, incluso hacia sus opciones más revolucionarias. Así también se explica el impulso que dieron a la idea de no violencia como filosofía de vida y de acción, por ejemplo, en Málaga (donde se creó el Grupo de Acción No violenta), pero también a nivel andaluz, en el seno de la Asamblea Andaluza de No violencia:

En los años setenta había en todos estos movimientos una fuerte influencia de la Iglesia no jerárquica, a través de los curas obreros que ponían a nuestra disposición, de una manera no oficial, las instalaciones de las parroquias, y se conjugaba bastante bien la ideología de izquierda revolucionaria de aquel momento, con el uso de las instalaciones de la Iglesia Católica y el mensaje evangélico”.

Además, la apertura ideológica del MOC hacia otros nuevos movimientos sociales (manifiestamente a partir de su primer congreso estatal celebrado en 1979), también explica algunas experiencias comunes y no pocas dobles militancias. Todo un trasvase de energías y valores en el activismo de base que no debe soslayarse. Según viene a decir Adrián Collado, militante del MOC desde la década de 1980 y participante en muchas acciones de solidaridad con otros movimientos sociales, el movimiento pacifista y antimilitarista ha discurrido en Andalucía desde la Transición claramente entramado con otras experiencias radicales y populares, como la del movimiento jornalero autónomo, cuyo repertorio de acciones siempre ha sido sustancialmente no violento .

Evidentemente, aunque en el repaso territorial destaque Cataluña, País Vasco, País Valenciano, Andalucía y Madrid, habría que dibujar con más detalle ese primer mapa del pacifismo y el antimilitarismo para no excluir otros sitios, a veces aislados y efímeros, a veces en recurrente agitación pero poco o menos estructurados. Además de las primeras iniciativas de los objetores de Zaragoza en 1975, se puede hablar, y por cierto con mucha entidad, del movimiento por la paz en Aragón, con un fuerte auge del antimilitarismo en la capital zaragozana desde finales de los ‘70. Por otro lado, Extremadura fue pionera en la organización de campamentos de No Violencia, en los que se formaron la mayor parte de los activistas de todos los territorios durante décadas. Y asimismo se debería añadir el relato de los orígenes del movimiento por la paz en Murcia (con irradiación hacia Albacete), en Valladolid y en otras zonas castellanas, sin olvidar la extensión del MOC hacia zonas como El Ferrol, Santiago, Badajoz, Santa Cruz de Tenerife, etcétera. Por último, también las islas figuran en el mapa de las primeras etapas del movimiento pacifista, a veces con reivindicaciones muy específicas. Cristino Barroso, al secuenciar la evolución del pacifismo canario, distingue un “primer período” que abarca de 1976 a 1986, en el que los temas centrales fueron “la objeción de conciencia al servicio militar, la presencia de la Legión; la OTAN, las bases militares y campos de tiro; la situación del Sahara”

En conclusión: un movimiento pacifista y antimilitarista que se gesta en la Transición

Es verdad que se ha podido hablar de la existencia del movimiento pacifista desde 1975 porque ya había colectivos que promovían la no violencia y la objeción de conciencia, a los que se fueron uniendo otros con una orientación básicamente antimilitarista; y sobre todo porque se movilizaron personas que se identificaban como miembros del “movimiento por la paz”, como activistas por la paz y el desarme, por la desmilitarización y la no violencia, o con otras fórmulas equivalentes. Pero, para concluir, reparemos en un detalle de la identidad militante que resulta ser altamente significativo: no pocos integrantes de ese tipo de colectivos rechazaron el término pacifismo para anteponer el de antimilitarismo; mientras que otros, los que preferían la no violencia como principal seña de identidad, empezaron a eludir términos como no-violencia para poner en su lugar no-violencia (con las dos palabras juntas), demostrando así que su rechazo radical de la guerra y la violencia en absoluto podía ser asimilable a conformidad, pasividad o sumisión al orden establecido

Paradójicamente, el hecho de que aquellos activistas no quisieran identificarse como pacifistas a secas, al menos sin que se les concediera la oportunidad de matizar el concepto, a la luz de las categorías que aplican las teorías sociológicas de los nuevos movimientos sociales, se convierte en el mejor indicador de la existencia del movimiento pacifista y de su orientación radical, porque esa actitud, aunque expresada en negativo, ayudaba a construir un valor compartido y una identidad colectiva

Conforme fueron encontrándose en los mismos locales y viviendo las mismas experiencias, los no violentos y los antimilitaristas trazaron un mismo camino. Cobró fuerza –en palabras de Rafael Sainz de Rozas- “la perspectiva unificante en que se insertan el antimilitarismo y la no-violencia, entendida ésta tal y como la trabajamos y la entendimos en nuestra teoría y nuestra práctica, que no es sino la forma en que la trabajaron y entendieron tantos otros/as en la línea de la tradición gandhiana, la ‘nonviolent revolution’ de la que habla la Internacional de Resistentes a la Guerra”. Unos y otros jamás discursearon sobre un pacifismo acrítico que no rechazara la guerra y las causas de la misma, que no asociara el valor de la paz al de la justicia, que no objetara al servicio militar sin contradecir la idea misma de ejército y defensa militarizada, y que no promoviera la desobediencia civil como herramienta de acción política. Eran, pues, militantes de un pacifismo genuino, y se movilizaron por y para ello. De esa forma crearon una identidad perdurable, un marco referencial que, aunque transformándose, siempre ha inspirado al movimiento por la paz desde entonces. En la práctica los discursos ofrecían una orientación ideológica con signos inequívocos, lo que nos permiten concluir que en España el movimiento pacifista deviene antimilitarista desde la Transición.

Enfocar correctamente la historia del movimiento pacifista exige verlo en toda esa trayectoria, desde que comenzó a desarrollarse a partir de 1975, no sólo para comprender la envergadura y el interés de sus propias peculiaridades radicales, sino para explicar la perdurabilidad cambiante de sus valores, estructuras de movilización y repertorios de acción. Así también podremos explicarnos algunos desarrollos posteriores de ese movimentismo, etapas en las que, muy a las claras, seguían reverberando los ecos de sus inicios. El movimiento pacifista ha necesitado una y otra vez reconocerse en los valores que lo habían dinamizado y constituido, desde la no violencia a la no colaboración con la preparación de la guerra, lo que seguía dando sentido al rechazo antimilitarista de los ejércitos, los impuestos militares, la industria armamentística, el comercio de armas y, por supuesto, el reclutamiento.

No es otra cosa lo que ocurrió cuando, con el declinar de la movilización por la paz tras el fiasco del referéndum de la OTAN —además de que muchos activistas anti-OTAN y de otros movimientos sociales o de una izquierda radical cada vez más transformada encontraron en el movimiento de objeción e insumisión una suerte de movimiento refugio—, el movimiento pacifista continuó construyendo cultura política y siguió enlazándose todavía más con el ecologismo político, la investigación para la paz, el enfoque feminista del militarismo y la guerra, la denuncia de los gastos militares y de la industria bélica, y el rechazo de todos aquellos proyectos y normativas que fomenten la militarización, la violencia punitiva institucional y los mecanismos de exclusión y control social.

Los grupos y personas del movimiento pacifista de la Transición no fueron el precedente de nada. Estuvieron en el inicio de todo.

Este eslogan fue eso, un eslogan, porque nada más ganar las primeras elecciones en su historia, el PSOE, lo convirtió en; “OTAN de entrada SI”. Esta pudo ser la primera gran mentira de Felipe González, después le sucedieron otras más gordas, el GAL, la corrupción, el desmantelamiento de la poca industria que teníamos, arranque de olivos y viñedos reducción de la agricultura a las exigencias de Europa dejándonos solo los llamados “plásticos” de Almería, reducción de la cuota de leche y la privatización de las empresas públicas, y un largo etc., que daría para escribir más de un libro.

EN MEMORIA DE:

Juan Acaso González, Tomás Alba Irazusta, José Luis Alcazo Alcazo, Ángel Almazán Luna, Salomé Alonso Varela, Manuel Álvarez Blanco, Francisco Javier Ansa, Vicente Antón Ferrero, Liborio Arana Gómez, Miguel Arbelaiz, José Luis Aristizábal, María Paz Armiño, Victoria Arranz, Miguel Arregui, Ignacio Arregui, María Asensio Morales, Joaquín Atismasvere, Francisco Aznar, Juan Barandiarán, Alfonso Bárcena, Romualdo Barroso, Luis Javier Benavides Orgaz, José Miguel Beñarán (Argala), Jorge Benayas, Ana Teresa Berroeta Álvarez, María Bravo, Jorge Caballero Sánchez, Ángel Calvo, José Luis Cano, Antonio Carrión Muela, José Vicente Casabany, Luis Cobo Mier, Vicente Cuervo Calvo, Miguel del Caño, Gladis del Estal, Teófilo del Valle Pérez, Pancho Egea, Luis María Elizondo Arrieta, José Escribano, Perico Elizarán, Luis Elizondo, José España Vivas, Jesús María Etxeveste Toledo, Emilio Fernández Castro, Javier Fernández Quesada, Jesús Fernández Trujillo, Pacífico Fica Zuloaga, José Fraguas Fernández, Carlos Gustavo Frechen Solana, Manuel Fuentes Mesa, Ursino Gallego, José Manuel García Caparrós, Sebastián García García, Andrés García Fernández, Severiano García, Bartolomé García Lorenzo, Ricardo García Pellejero, Juan Carlos García, José Prudencio García Sánchez Soler, Rafael Gómez Jáuregui, Yolanda González Martín, Carlos González Martínez, Valentín González Martínez, Antonio González Ramos, Miquel Grau Gómez, Domingo Gutiérrez Delgado, Serafín Holgado de Antonio, Juan Manuel Iglesias, Carlos Idígoras, Aniano Jiménez Santos, Emilio Larrea, José Lopetegui Carrasco, Juan Mañas, Martí Marcó Barcella, Gregorio Marichalar Ayestarán, Antonio Mariscal, Juan, Jordi Martínez de Foix, Emilio Martínez Menéndez, Pedro Martínez Ocio, Valeriano Martínez Pérez, Manuel Medina Ayala, Norma Menchaca, Martín Merquilanz, José Luis Montañés Gil, Luis Montero, Carmelo Montoya, Juan Muñiz, Gustavo Adolfo Muñoz Bustillo, José Muñoz Expósito, María Luz Nájera Julián, Daniel Niebla, Miguel Obeloiz Atexebarría, Arturo Pajuelo Rubio, Juan Peñalver Sandoval, Ignacio Quejera Celarán, Francisco Rodríguez Ledesma, Germán Rodríguez, Ángel Rodríguez Leal, Francisco José Rodríguez López, Agustín Rueda Sierra, Arturo Ruiz García, Felipe Sagarna Ormazabal, Salvador Sampedro, Carlos Sandise Corta, Manuel Santacoloma Velasco, Francisco Javier Sauquillo Pérez del Arco, José Suspeguerri Aldako, Efrén Torres Abrisketea, Enrique Valdevira Ibáñez, Vicente Vadillo, Francisco Javier Verdejo Lucas, Jesús María Zabala Erasun, Jesús María Zubikaray Badiola.


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