La fragancia de la liberación. Francisco González Tejera ...y mas del autor

"...Se miraron por última vez pendientes de cualquier señal nocturna, de la consigna inevitable de resistir, atacar al monstruo fascista donde más le dolía, sobrevivir para refugiarse de nuevo en el lecho tendido sobre flores perfumadas, nubes de colores, la fragancia de la liberación...."
 
Blindado "Guernica" de La Nueve entrando en París el día de la liberación.
La caricia parecía formar parte de aquel ritual añejo, Patricia y Luján pasaban algunas tardes del exilio amándose, desnudos en la pequeña habitación del hotel Manila, en el viejo barrio del París ocupado por los nazis. Sus encuentros clandestinos ya formaban parte de la cotidiana lucha armada contra la barbarie, la misma que les hizo huir como polizones en el minúsculo barquito de vapor, escondidos en la bodega desde la partida de Puerto Cabras, en la Fuerteventura sometida por el terror del golpe de estado del 36.

No paraban de besarse, cada beso evocaba el recuerdo de su tierra amada, la salinidad imperturbable de la ternura en cada gesto, en la mirada, navegando en la sangre como dos náufragos del amor eterno, dos supervivientes en el pequeño oasis entre la masacre, flotando entre sabanas y almohadas perfumadas, buscando una salida al sangriento vendaval de dolor, la inmensa crueldad del totalitarismo en Canarias y Francia, en los desiertos de arena de la isla africana, en los prados verdes del país de la libertad.

Era muy difícil sobrevivir comprometidos con la resistencia, los dos trabajaban, ella de camarera en un restaurante del centro, muy cerca de la Torre Eiffel, él de leñador en las afueras, en los bosques que rodeaban aquella ciudad acorralada, dos vidas, dobles personalidades, la de extranjeros migrantes, la de comprometidos milicianos, ella como enlace y correo en las frías noches, jugándose la vida en cada segundo, él como guerrillero de “La Nueve”, integrada por partisanos de varios países, héroes del pueblo, libertadores  gloriosos alzados contra el holocausto de la esperanza.

En medio de la lluvia los amantes no daban tregua a la tristeza, Patricia miró aquella noche a los ojos de Luján, se decían todo en silencio, tanto sufrimiento, los miles de camaradas asesinados en las islas, las noticias que llegaban de los que ya no estaban, aquellos que habían sido arrojados al mar dentro de sacos, atados de pies y manos, vivos, también tirados a los pozos y oscuros agujeros volcánicos, fusilados en los campos de tiro de los sediciosos cuarteles, un genocidio orquestado por una oligarquía isleña corrupta, la Iglesia Católica, como siempre, falangistas psicópatas, sanguinarios, los generales que vinieron de África para cercenar y destruir la democracia de las flores republicanas.

Los dos abrazados miraban al techo, una arañita tejía su telita insignificante en una esquina como ausente del mundo, la suciedad de las paredes de la humilde habitación, la cama revuelta y las pieles erizadas por el recuerdo, por seguir juntos a pesar de todo, sabiendo que podían estar muertos en cualquier momento, desde el preciso instante en que se decidieron a luchar hasta el final, desde la islita perdida y lejana, escondidos en el barco, para verse ahora combatiendo en el inmenso continente del miedo.

Llegó la hora de salir, afuera la noche era oscura, premonitoria de sueños terribles, se besaron en la puerta mientras pasaba un convoy alemán, se soltaron la mano y partieron hacia la tarea habitual, frágil, secreta y heroica, siempre Luján volvía la cabeza varias veces esperando una última mirada por si no se volvían a ver, cada vez se encontraba con los ojos verdes de Patricia, una sonrisa que parecía iluminar la flagrante injusticia de un pueblo invadido, dar calor a cada campo de exterminio, donde millones de seres humanos sufrían la tortura y la masiva muerte.

Se miraron por última vez pendientes de cualquier señal nocturna, de la consigna inevitable de resistir, atacar al monstruo fascista donde más le dolía, sobrevivir para refugiarse de nuevo en el lecho tendido sobre flores perfumadas, nubes de colores, la fragancia de la liberación.
 
 

 

La placentera oscuridad

El camino real hacia Teror era casi un riachuelo del agua pura que caía del cielo, los dos luchadores subían aprovechando la nocturnidad del frío verano, un tiempo extraño en agosto del 36, ambos iban callados, adaptando el paso, el pausado ritmo, al embarazo de la mujer de Antonio Soto, la pobre Lidia Alonso, que avanzaba lenta con las manos acariciando suavemente su vientre, donde cálida iba bien resguardada la chiquitita Rosita, calentita, sin saber que la huida era terrible, que se jugaban sus jóvenes vidas, subiendo San José del Álamo, un ascenso desesperado hacia lo desconocido entre la oscuridad de una noche que se avecinaba estrellada entre el olor a incienso moruno y tabaibas (1)....
 
 
 
 

El sagrado ritual

Don Juan, el cura, con sotana y pistola al cinto, puso como condición al grupo de siete hombres, que para poder escribir una carta a sus familias antes de ser fusilados tendrían que confesarse. Los condenados miraban indignados el papel en blanco, el viejo lapicero de la destartalada mesa, desesperados por la muerte inminente. Solo faltaba media hora para la ejecución en el campo de tiro de La Isleta. Algunos decidieron humillarse aunque no creyeran en aquella sanguinaria religión que apoyaba el golpe fascista, mientras el sacerdote mostraba su satisfacción con media sonrisa, gesto marcial, sentado al fondo del viejo habitáculo utilizado como prisión provisional para los reos antes de masacrarlos.....

 

 

La huída de Carla y Martinita

Carla Ramírez subía a toda prisa el barranco de Guayadeque a la altura de Cuevas Muchas. Avanzaba rápido, mojada y llena de barro con su niña en brazos bajo la lluvia, la bebita de solo once meses se aferraba al pecho de su madre, al escaso calor, al sudor del miedo. En el pequeño bolso una foto enmarcada de Pedro Morales, su joven marido asesinado, arrojado a la Sima de Jinámar por los fascistas el día anterior....
 
 

El rastro de la sangre

La pobre Pilar bajó presurosa la cuesta del barrio de San Juan y ya sabía que habían fusilado a su marido Pablo, iba directa al cementerio de Las Palmas con la esperanza de llegar a tiempo para ver el cadáver antes de que lo arrojaran a la fosa común, la habían avisado de que el “camión de la carne” ya salía del campo de tiro de La Isleta cargado de hombres asesinados, dejando un reguero de sangre por toda la calle Faro, avanzando por Triana mientras todo el mundo veía el liquido rojo como una especie de marca, de señal de que lo más siniestro y brutal de la especie humana ahora tomaba las riendas del poder, seres sin escrúpulos para asesinar masivamente, para destruir la esperanza de todo un pueblo....
 
 

El presagio del agua

Los llevaban barranco de Tamaraceite Abajo a los cuatros muchachos de la CNT, todos bien atados por el cuello con cadenas, las manos a la espalda con las muñecas casi rotas por la soga de pitera, el verdugo de Tenoya se encargaba de azotarlos salvajemente con la pinga de buey, venían desde cerca de La Milagrosa dándoles leña sin parar, dejaban tras de si un reguero de sangre y vómitos.

–¿Les sigo pegando mi amo? –Preguntó el tenoyero mayordomo de los Betancores en los tomateros de Los Giles-

-Arráncales el pellejo a estos hijos de puta, -afirmó tajante el tabaquero Eufemiano-....
 
 

La inmensidad del dolor eterno

Santiago Rodríguez, decía en la oscuridad del alpendre que los mayores criminales habían sido los hijos del Conde y de la Marquesa, el empresario tabaquero, los terratenientes ingleses del sur y el norte de Gran Canaria con apellidos raros, difíciles de pronunciar, ellos los llamaban “Chonis”. El viejo pastor lo comentaba en voz muy bajita mientras ordeñaba las cabras de la viejita Florencia, el diminuto espacio olía a estiércol y queso curado. La ausencia de los miles de camaradas asesinados por los fascistas presidía cada mañana el encuentro de los cuatro amigos....
 
 
 

 

El lecho de la brisa

En la vieja cama retozaban con esa inmensa ternura que solo se consigue cuando existe un amor verdadero, parecían conocerse desde siempre, desde lejos. Juvenal Machado y Elvira Galindo se pasaban la tarde entera de cada viernes amándose en la vieja casa de El Palmar de Teror, era de la tía del muchacho, le dejaba las enormes llaves de hierro colgadas del clavo del alpendre, el refugio donde descansaba la cabrita con sus dos baifos (1), las gallinas del pescuezo pelado, el pequeño grupo de gallos ingleses de pelea, que usaba su marido el docente de Arucas en las riñas de Cardones, antes de que se lo llevaran para siempre....
 
 
 

La sagrada tierra colorada

La madrugada del aquel septiembre era más estrellada que nunca, apenas corría la brisa y un olor a romero inundaba las calles del pequeño pueblito de Taganana (Tenerife), el silencio de siempre, ancestral, el mismo de cuando los indígenas canarios recorrían con sus cabras los acantilados, aquella altitud repleta de magia y vegetación, viendo los roques inundados de la espuma del Atlántico inmortal, el azulado océano de donde vinieron los primeros pobladores desde el misterioso norte del continente africano....
 
 

Tormenta en la memoria en las manos de Alfon

Después de publicar el libro “Tormenta en la memoria” (Editorial Hades), sobre los miles de crímenes franquistas en las Islas Canarias, de las primeras cosas que me pasaron por la cabeza fue que el preso político, Alfon, pudiera tenerlo, leerlo, conocer lo que sucedió en esta tierra olvidada por el estado español, víctima de sus políticas de recortes y generalizada corrupción política....

 
 
 

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