Desde la Red de Corresponsales Obrerxs y
Populares queremos rendir homenaje a Leonela Relys, su obra, y en ella a
la revolución cubana, a lxs cientos de miles de internacionalistas que
han luchado y luchan contra el imperialismo, por la emancipación de los
pueblos y por la humanidad, llevando la salud, el conocimiento y el
calor del corazón de la revolución, (y formando a cientos de miles de
profesionales de la sanidad, de la educación…) de ese digno y valeroso
pueblo sin la cual esta grandiosa obra no hubiera sido posible.
Vuestro ejemplo nos enseña el camino de
la libertad, de la dignidad en la lucha hacia el poder de nuestra clase y
nuestros pueblos.
Si un pueblo pequeño como Cuba ha sido
capaz de tales gestas, ¿de que no serían capaces los pueblos de la
tierra si tuvieran en sus manos el poder y la riqueza que les pertenece y
la que producen…?.
Gracias Leonela, gracias Cuba.
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El aula era su felicidad y ella
lo celebraba con un gesto discreto, porque la humildad de Leonela era
tan grande como su genio pedagógico.
“Estoy viviendo los mejores momentos de mi vida”, me dijo en La Habana Leonela Relys,
una mujer pequeñita, de 67 años y herida de muerte. Yo no tenía ni idea
de que padecía un cáncer de pulmón y ella tampoco dio señales de llevar
tal peso encima. Todo lo contrario. Sonreía como siempre y respondió a
un comentario que le hice sobre el abuso de las tecnologías en la
enseñanza, con su opinión volcada a los hechos y enhebrada con
discreción y sabiduría. Esa prudencia en la firmeza (y aun diría en el
combate) es lo que conocía de Leonela, la mujer que inventó el método “Yo sí puedo”, para enseñar a analfabetos de cualquier edad a leer y escribir en pocos meses.
El programa comenzó a aplicarse en el año 2001 en Haití, donde la
mitad de la población era entonces analfabeta. La primera palabra que
aprendió en creole, lengua que llegó a dominar, fue “grangou”, que
quiere decir “hambre”. “El analfabeto no entiende bien por qué tiene que
aprender a leer. Su urgencia es alimentar a su familia. Algunos
preguntaban cuánto se pagaba por estar allí, y otros, cuando le
entregamos por primera vez un lápiz, lo apoyaron por la parte de la goma
de borrar, en pleno Siglo XXI”.
Allí comprendió la relación del analfabetismo con la pobreza, el
hambre, la insalubridad. “El analfabetismo existe, porque existen
iniquidades e injusticias sociales. Existe porque no hay educación para
todos”.
Más de 100 000 personas fueron alfabetizadas en Haití con el método
de Leonela, desplegado a través de la radio. Ella elaboró una cartilla
en pocas páginas en las que combinó los números con las letras –“los
pobres siempre aprenden a contar a la fuerza, y había que ir poco a poco
de lo conocido a lo desconocido, de lo sencillo a lo complejo”, me
explicó. En Haití sufrió un accidente que la obligó a regresar a Cuba y
someterse a varias operaciones en una pierna. Convaleciente, recibió una
llamada de Fidel Castro.
El líder cubano le habló de su niñez en Birán, de los campesinos
analfabetos que conoció y no sabían contar, pero asociaban el número de
los billetes con las imágenes que traían. El diálogo con Fidel dio a la
experiencia de Leonela una dimensión homérica: quería que aquel método
para enseñar a leer pudiera llegar a todos los analfabetos del mundo,
comenzando por los de los países latinoamericanos que quisieran sumarse a
la aventura. El gobierno del Presidente Hugo Chávez era el primero en apuntarse.
Leonela recordaba perfectamente esa primera conversación, y las que
se sucedieron después. Fidel estaba convencido entonces de que sólo se
consigue erradicar el analfabetismo si los países que lo sufren se
empeñan en acabar con él. Sabía perfectamente que en algunas naciones,
ser analfabeto equivale a ser menor de edad para el ejercicio de los
derechos cívicos. “Si no sabes leer, no sabes votar, no puedes reclamar
nada”, y Leonela insistía en esos diálogos en una dimensión esencial: la
autoestima. El analfabeto carga, además, con la vergüenza de serlo.
La persistencia de los altos porcentajes de iletrados depende de
factores estrictamente políticos, argumentaba Fidel en encuentros que a
veces se prolongaban hasta la madrugada. El mundo tiene 700 millones de
analfabetos, el 10 por ciento de la población humana que habita este
planeta. La historia de la mujer –ellas suponen el 64 % de los iletrados
actuales- que acude al vecino para que descifre la carta de su hijo; el
drama de los analfabetos que se ven asaltados en las grandes ciudades
por señales incomprensibles, por impresos que para ellos son papeles
garabateados; la escena del analfabeto que quiere redimirse y no halla
en la sociedad los instrumentos precisos para procurarse la cultura, son
imágenes que reflejan el fracaso de una política alfabetizadora
internacional que no ha alcanzado sus objetivos primordiales.
La metodóloga nacional de Español y Literatura del Ministerio de
Educación, que había organizado una primera cartilla en creole, se vio
de la noche a la mañana dirigiendo “un equipo multidisciplinario”, que
incluía técnicos y actores vinculados al recién creado Canal Educativo,
de la Televisión Cubana. “Comenzamos a escribir los guiones, a hacer el
trabajo de mesa, a reunirnos para ver las imágenes y la música, y nació
el ‘Yo sí puedo’”.
La idea que encabezó en el 2001 con un vocación latinoamericana, se
materializó en 2002, cuando comenzaron las grabaciones. Los actores
dramatizaban las historias e intervenían maestros locales y alumnos
iletrados que aprendían observados por las cámaras. El sistema incluyó
manual, cartilla, apoyo audiovisual y capacitación para los
facilitadores, siempre “con la premisa de que fuera agradable, ameno y
alegre, porque no había que sumar cargas nuevas a la vida de los pobres,
que ya es de por sí bastante dura”.
Los programas se grabaron en quechua y aymará (Bolivia), creole
(Haití), tetum (Timor Leste), inglés (Nueva Zelanda), Suajili
(Tanzania), portugués, francés y varias versiones del castellano (para
un numeroso grupo de países latinoamericanos y España). También, armó
cartillas “ecológicas” –con más de 300 imágenes de árboles y animales- y
otras que utilizaban la computadora y el teléfono móvil: “descubrí que
los pobres en muchos de estos países no tenían para comer, pero andaban
con celulares”. Los signos de la computadora y el móvil son números y
letras. “La tecla 2 del móvil, por ejemplo, va con las letras ABC. Es
como un ‘Yo sí puedo’ masificado… No hay que fajarse con los
instrumentos populares, hay que utilizarlos. El mensaje que siempre
quisimos llevar es ‘aprender a leer es bueno, útil y divertido’”.
Este resultado de la pedagogía latinoamericana –ella nunca permitió
que dijeran que el “Yo si puedo” era sólo cubano-, logró alfabetizar en
33 países de diversos continentes, México entre ellos. Graduó a más de 8
millones 800 mil personas, y tuvo un beneficio colateral que Leonela no
podía prever: “Cuando lo estábamos implementando en distintas partes de
América Latina nos dimos cuenta de que había personas que no podían
leer ni escribir porque tenían problemas en la vista. Entonces comenzó
la Operación Milagro para devolver la visión a todas esas personas y que
eso no fuera limitante para aprender.”
Alfabetizadora con 13 años
El aula era su felicidad y ella lo celebraba con un gesto discreto,
porque la humildad de Leonela era tan grande como su genio pedagógico.
Su metodología no solo era una enseñanza útil para la alfabetización,
sino una pedagogía que, como tal, comprendía también una filosofía sobre
el ser humano y la sociedad, que está atada a su biografía, en
particular a su niñez y adolescencia.
Nació en Camagüey, en las llanuras del centro oriental de la Isla. Su
madre murió cuando ella era muy pequeña, y fue criada por sus abuelos.
Su abuela la enseñó a leer en una Biblia y era una niña todavía cuando
en 1961, dos años después del Triunfo de la Revolución y contra la
voluntad de su familia, se apuntó como alfabetizadora para la gran
campaña donde un millón de cubanos aprendió a leer y la
contrarrevolución asesinó a maestros voluntarios y a sus alumnos
campesinos. Leonela tenía 13 años y fue destinada, con otra compañera, a
Brisas de Yareyal, un pueblo del norte de la Isla que ni siquiera
estaba en el mapa.
Ahí encontró su vocación y descubrió que su vida iba a ser “más que
una lucha por la alfabetización, simplemente una lucha contra el
analfabetismo, que es algo cambiante con la evolución de la sociedad y
mucho más complejo que el no saber leer y escribir”. Se graduó de
maestra primaria en 1964, dio clases de Español y Literatura, años
después se hizo doctora en Pedagogía, escribió una veintena de libros y
recibió los más altos honores del país –incluido el Título de Héroe del
Trabajo de la República de Cuba, que muy pocos ostentan. La UNESCO le
otorgó dos Menciones Honoríficas Rey Sejong (del 2002 y 2003), y el
premio del año 2006, mientras la Universidad de Gerona le entregó el Premi Mestres 68, en su edición del 2012.
Todo eso lo hizo mientras, como cualquier otra cubana, hacía
malabares para llevar el hogar y atender a sus dos hijos, una hembra y
un varón ahora cuarentones, que le dieron tres nietos a los que adoraba.
Sus últimas horas las vivió en la casita verde que ella y su esposo
levantaron casi desde los cimientos en una calle llena de baches y
grietas de la barriada de Diez de Octubre, en la periferia de La
Habana.
Aquel día, el último en que conversé con ella, volví a la carga sobre
el método audiovisual del “Yo sí puedo” y el peligro de sustituir al
maestro por el televisor. “El problema no es la tecnología. Sin
humanismo tendremos una generación dotada de capacidad profesional pero
sin corazón. La competencia habrá de prevalecer entonces sobre la
solidaridad y el capital sobre los seres humanos. Y así iremos a la
barbarie”, anoté en mi agenda y sus palabras quedaron ahí, hasta este 17
de enero, en que amanecimos con la noticia de su muerte. Un dato, por
cierto, que quedó relegado en los titulares, porque lo único que parecía
importar de la Isla eran las conversaciones entre los gobiernos de
Estados Unidos y Cuba.
Nadie en la prensa dijo, por ejemplo, que el fraile dominico Frei
Betto dio una conferencia en la Casa de las Américas, de La Habana,
dedicada a otro gran pedagogo, el brasileño Paulo Freire, profeta de la
educación solidaria. Al terminar su disertación y cuando ya sonaban
atronadores los aplausos, Betto pidió a su audiencia que se pusiera de
pie y que esas palmas batieran para abrazar y despedir a una mujer:
Leonela.
El reloj se detuvo
El rostro de esta mujer, que hizo tanto y cuyo nombre aparece en
miles de referencias en Google, apenas aparece en Internet. Ni siquiera
se asoma en su propia casa, fiel a su personalidad, capaz de mover el
mundo sin estridencia. Rolando Hernández, su esposo por “30 años más
cinco prestados, de novios”, entra en la pequeña habitación donde
Leonela tenía su estudio y va sacando de una en una las fotos que ella
guardaba, en la que se le ve con los presidentes Fidel Castro, Hugo
Chávez, René Preval, Martín Torrijos…
Es la primera vez que Rolando abre la puerta del estudio desde la
muerte de su mujer y se disculpa, porque le cuesta hurgar entre sus
papeles, todavía desordenados, como ella los dejó. Leonela trabajó
mientras tuvo fuerzas, casi hasta el final cuando, teniendo todos los
premios de su profesión y la posibilidad de mantenerse como académica en
el Instituto Pedagógico Latinoamericano y Caribeño (IPLAC) de Cuba,
decidió volver al punto donde había comenzado: maestra. El agravamiento
de su enfermedad la sorprendió en el preuniversitario “Tomás David
Roig”, del Vedado habanero. Se había jubilado para retomar sus clases de
Español y Literatura y cuando el médico advirtió a la familia que el
cáncer apenas le permitiría tres o cuatro meses de vida, le dolió dejar
el trabajo de psicopedagoga en ese preuniversitario.
“Mire, yo soy ateo, pero Leonela tenía algo, un don, no sé…”,
confiesa Rolando. “Ella me regaló este reloj en 1999 –se lo quita de la
muñeca y me lo muestra-. Lo he llevado desde entonces y jamás se
adelantó ni se atrasó un minuto. Leonela murió a las 10:55 de la
mañana, lo sé porque a esa hora cerré sus ojos. Cuando llegué a la
funeraria, el reloj seguía detenido en las 10:55, y ha seguido así, sin
moverse, por más que le doy a la cuerda.”
Periodista
cubana y editora del sitio Cubadebate. Es Doctora en Ciencias de la
Comunicación y autora o coautora de los libros “Antes de que se me
olvide”, “Jineteros en La Habana”, “Clic Internet” y “Chávez Nuestro”,
entre otros. En twitter: @elizalderosa
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Leonela Relys, creadora del método cubano de alfabetización `Yo, sí puedo, Heroína de la República de Cuba, educadora, internacionalista, seguira viva en nuestros corazones y en la memoria de los pueblos…videos y mas…
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Yo, sí puedo. Un programa para poner fin al analfabetismo en Sevilla
A continuación un vídeo-documental de 27 minutos que recoge la experiencia de la aplicación del programa cubano de alfabetización “Yo, sí puedo“* en la ciudad de Sevilla.
Desde su puesta en marcha a finales de 2009, se han desarrollado en nuestra cuidad (Sevilla) un centenar de puntos de alfabetización repartidos por barrios de toda la cuidad. En esos puntos se ha alfabetizado un millar de sevillanos y sevillanas de todas las edades y nacionalidades. Personas que han conseguido, gracias a su esfuerzo, dedicación y fuerza de voluntad, y con la ayuda solidaria de los facilitadores, conquistar un nuevo espacio de su vida y arrebatárselo a un modelo injusto y desigual de sociedad.
* El éxito de la aplicación del programa cubano de alfabetización “Yo, sí puedo”
se explica por el gran trabajo que los especialistas cubanos en
educación han realizado durante años para lograr un método que sea capaz
de alfabetizar de forma masiva.
Sólo así, gracias a la labor de cientos de especialistas y
colaboradores, se entiende que el programa cubano haya permitido que,
desde 2005, cerca de cuatro millones de personas hayan aprendido a leer y
a escribir con este método, y que tres países hayan conseguido
declararse territorios libres de analfabetismo.
La universalidad del programa gracias a su contextualización ha sido
clave en el éxito de su aplicación en países de todo el mundo.
Venezuela, Haití, Paraguay, Argentina, México, Ecuador, Bolivia, Brasil,
Perú, Panamá, Guatemala, Uruguay, Honduras, Nicaragua, República
Dominicana y la ciudad de Sevilla liberan a sus ciudadanos de la lacra
del analfabetismo gracias al programa cubano. También Nueva Zelanda,
Mozambique, Nigeria, El Salvador, Colombia, Guinea Bissau, Guinea
Ecuatorial y Timor Oriental aplican el exitoso programa.
La aplicación en países de América Latina y el Caribe, África, Asia y
América del Norte ha sido posible gracias a la contextualización del
programa a la realidad de cada país, incluida la adaptación al idioma.
Así, los pedagogos y asesores cubanos han llevado a cabo catorce
versiones de “Yo, sí puedo”, incluidas ocho en idioma español para
Venezuela, México, Argentina, Ecuador, Bolivia, Colombia, Uruguay y
Panamá.
También se han realizado adaptaciones para el portugués, inglés, el
creole para Haití y el tetum para Timor Oriental, además de quechua y
aymará con el objetivo de preservar las lenguas indígenas… Continúa en El programa Yo, sí puedo a disposición de Sevilla.
Relacionado:
* Venezuela: (Misión Robinson) Un logro a los ojos del mundo.
* Bolivia: libre de analfabetismo (Reportaje en vídeo – 3 partes)
* Venezuela: (Misión Robinson) Un logro a los ojos del mundo.
* Bolivia: libre de analfabetismo (Reportaje en vídeo – 3 partes)
- Bolivia: libre de analfabetismo 1 de 3
- Bolivia: libre de analfabetismo 2 de 3
- Bolivia: libre de analfabetismo 3 de 3
Yo, sí puedo. Un programa para poner fin al analfabetismo en Sevilla
IMPACTO Y OBJETIVOS DEL PROGRAMA “YO SÍ PUEDO”
Impacto obtenido a partir del YO, SÍ PUEDO
- Devuelve a las personas otra oportunidad de acceder a la educación que alguna vez le fue negada.
Propicia un vínculo de contención familiar. - Estimula la reinserción en el sistema educativo.
- Impulsa la incorporación de la población iletrada a la vida social y económica, mediante su participación plena en la vida pública.
- Eleva la autoestima y la calidad de vida del adulto alfabetizado, y con ella la de su entorno familiar y la sociedad toda.
- Eleva el nivel cultural del pueblo, de modo que cada ciudadano sea consciente de su dignidad personal y sea capaz de comprender su entorno social.
- Estimula la retención escolar de los niños en la escuela primaria, a partir de la revalorización de la educación en el seno familiar.
- Motiva a las personas hacia una superación permanente.
- Propicia e impulsa el mejoramiento humano.
- La alfabetización de un pueblo, tanto como el hecho educativo mismo, es un acontecimiento social y político cuyo éxito depende de la participación masiva y unánime de todas las instituciones existentes y de todos los sectores de la sociedad.
Objetivo general
Iniciar el proceso de erradicación del analfabetismo absoluto y
funcional a una población sevillana de 35.000 personas, pertenecientes a
sectores socioeconómicos desfavorables y excluidos del sistema
educativo, aplicando el método “Yo, si puedo”, en la gestión 2007 a
2011.
Objetivos específicos
- Desarrollar en los participantes habilidades para leer y escribir en castellano como lengua materna, afirmando su identidad cultural y lingüística.
- Mejorar la calidad, acceso y permanencia de sectores excluidos, principalmente en los barrios más desfavorecidos.
- Incidir en la formación y fortalecimiento de los valores y normas de convivencia comunitaria, locales y universales.
- Promover la integración y formación de personas con necesidades educativas especiales, en el programa de alfabetización y en la sociedad en general.
- Formación de recursos humanos especializados en procesos organizativos y de alfabetización, con la aplicación del programa “Yo, sí puedo” (coordinadores, supervisores y facilitadores).
- Establecer mecanismos de seguimiento para el control y evaluación de la calidad educativa del Programa.
- Generar un marco institucional de apoyo al proceso de alfabetización a nivel municipal y distrital.
- Desarrollar mecanismos de control de la alfabetización, con las organizaciones originarias que comprenden fundamentalmente a entidades vecinales, movimientos sociales y religiosos.
Fuente y más información en Yo sí puedo Sevilla.