La historia no nos absolverà/ La barbarie tiene un nombre y mas ... Poemas de Silvia Delgado ilustrados por Kalvellido

La historia no nos absolverà

Que no,

que no,

que no pienso callar,

que  son demasiadas las casas

 y son demasiadas las lágrimas

y son demasiados los niños

reventados a la vista de cualquiera.

Que no,

que no,

que no,

que matan porque su oficio es ser verdugo

en una porción de tierra que hoy es tambièn patíbulo.

Que no, joder,

que no,

que no pienso callar

esta rabia que es un tan azul,

esta rabia que es tan blanca,

esta rabia que lleva una estrella

clavada en el paladar.

Que no ,

que no,

que no pienso callar

estos tristes poemas que asoman,

estas tristes palabras,

esta humanidad tan triste

que contempla el infierno

como si fueran los muertos

figuras de piedra,

como si fueran las casas decorados de guerra,

como si fueran las lágrimas salitre de un océano cualquiera.

Que no,

que no,

que no pienso callar,

que el mundo les da espalda
y la historia no nos absolverá.

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La barbarie tiene un nombre


Israel es un estado asesino. Con un ejército asesino, con una población   rematadamente psicótica  que  brinda por las muertes de niños.

Israel es esto y más.

Es una fábrica de exilio, de cárcel, de terror, de exterminio.

Es una bandera tan llena de sangre, tan llena de lágrimas, tan llena de rabia, que  será  recordada  por  el dolor que derramó  sobre un pueblo al que quiso someter como a un esclavo.

Israel día a día ve como caen los cuerpos ametrallados de cientos y cientos de seres humanos y no le tiembla el pulso al apretar el gatillo.

Sabe que puede hacer lo que le venga en gana, Israel manda.

Manda su simbólica podredumbre.

Por eso, no es bastante con decir basta. No es bastante con solidarizarse con los crucificados una y otra vez.

Debemos decir que hay un estado criminal tan siniestro que mata niños.

Un estado que después de una masacre, inventa otra y otra y otra hasta cumplir su objetivo de dejar esa tierra sólo para ellos, para los hijos de Sion, para los hijos de un dios que da terror.

El tiempo corrompe más y más cadáveres.

El mundo consciente se estremece y los cómplices, los aliados, los rentistas, los mercaderes, los cínicos, los hipócritas, los indiferentes, los genuflexos, los poderosos, miran para otro lado, no les importa.

A mí, si me importa,  avergüenzan la humanidad que llevo a rastras.

Horrorizan la vida.

Odio su bandera, odio a los genocidas y odio a los que se quedan a medias, cobardes inútiles, cobardes silenciosos, por vosotros sigue esta barbarie.

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No es un genocidio

No existe la palabra que explique tanto horror clavado en una patria.
La muerte está presente a todas horas pero no importa. Son cadáveres que sobran.

Quieren esa tierra a pesar de su historia.

La quieren como sea, con cráneos de niños, con  cuerpos mutilados, sin pájaros, sin vida.

La quieren afeitada.

La quieren sin primaveras.

La quieren, eso es todo.

¿Cómo no odiar a los que disparan?

¿Cómo no odiar su bandera  y las banderas que la respaldan,

la demencia cómplice de los que pudiendo hablar se callan,

la indiferencia de los que no miran la sangre

que revienta y se derrama?

¿Cómo no odiar este instante tan amargo en el que se llora

y se llora

sobre cientos de sudarios blancos

mientras no muy lejos brindan cada día

por el éxito de una cacería infame

donde hombres y mujeres a medio parir

dan caza a un pueblo herido que por no poder

no puede ni proteger a sus hijos de la lluvia de plomo,
de la ira?

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Que despierten los ciegos



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