Desde el inicio del Plan Marshall, en 1947, Washington y Londres han venido controlando la unión entre los países de Europa mediante una serie de tratados con carácter supranacional. Todos las críticas que se hagan a la Unión Europea son por lo tanto inútiles mientras no estén basadas en un análisis de los vínculos de subordinación de esa entidad hacia la OTAN.
Red Voltaire
| Roma (Italia)
Mientras se intensifica el debate entre partidarios y opositores de la Unión Europea en el marco de la campaña para las próximas elecciones europeas son pocos los que parecen darse cuenta de que el futuro de Europa depende más de Washington que de Bruselas.
La administración Obama ya inició su programa para Europa, cuyas líneas están siendo expuestas por el secretario [estadounidense] de Defensa Chuck Hagel. Ante la acción de Rusia en Ucrania –declara Hagel para comenzar– los actuales miembros de la OTAN tienen que demostrar que están tan comprometidos con la alianza atlántica como lo estuvieron sus fundadores.
La primera manera de fortalecerla es incrementando el gasto militar. Con el fin de la guerra fría –resalta Hagel– se extendió entre los aliados europeos la sensación de que había terminado la época de la inseguridad, que se debía a la política agresiva de algunos Estados (léase la URSS y sus aliados). Ese mito se ha quebrado con la acción de Rusia en Ucrania. Pero ahora existe un creciente desequilibrio entre el gasto militar de Estados Unidos y el de sus aliados. A pesar de que su producto interno bruto (PIB) es actualmente inferior al PIB total de sus 27 aliados, Estados Unidos gasta 3 veces más que todos ellos juntos en el sector militar.
Para corregir ese desequilibrio, se convocó una reunión de la OTAN con la participación no sólo los de ministros de Defensa de los países miembros sino también de sus ministros de Finanzas ya que el aumento de los gastos de defensa debe convertirse en prioridad de todos los gobiernos de la alianza atlántica. En 2006 todos se comprometieron a dedicar al presupuesto de Defensa al menos un 2% de su PNB [Producto Nacional Bruto], pero hasta ahora sólo lo han hecho –además de Estados Unidos– el Reino Unido, Grecia y Estonia.
Pero no basta con aumentar el gasto militar de la OTAN (que hoy sobrepasa los 1 000 millardos de dólares anuales [1], lo cual representa el 60% del gasto militar total de todos los países del mundo: hay que precisar en qué hay que gastar el dinero. Para eso ha de realizarse próximamente en Gran Bretaña una cumbre de la OTAN destinada a reestructurar las fuerzas de la alianza. Estas deben estar preparadas para hacer frente a cualquier tipo de conflicto, incluyendo el nuclear, contra los adversarios más sofisticados. A corto plazo –subraya Hagel– la OTAN ha respondido resueltamente a las acciones rusas, pero tenemos que prever que Rusia llegue a tratar de poner a prueba nuestro compromiso a largo plazo.
Así que la alianza atlántica tiene que fortalecerse, pero no sólo en el plano militar. Europa debe reducir, en más de un 25% en un decenio, sus importaciones de gas ruso sustituyéndolas con gas natural licuado proveniente de Estados Unidos [2]. Al mismo tiempo hay que concretar la Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión.
Y no se puede olvidar, por otro lado, que las amenazas que la OTAN debe enfrentar no se limitan al territorio europeo. Están apareciendo nuevas amenazas –evidente alusión a China– y son por lo tanto cada vez menos las regiones del mundo que pueden considerarse «fuera de zona» para la OTAN. Esta tendrá que «ayudar» a naciones del mundo entero –desde África hasta el Golfo Pérsico y el sudeste de Asia– a implantar un sistema de seguridad colectiva.
Así queda claro el plan de Washington: después de haber instaurado, con la extensión de la OTAN hacia el este y con el golpe de Estado de Kiev, un nuevo clima de guerra fría, Washington está tratando de aprovechar ese clima para reforzar la influencia militar y económica de Estados Unidos en Europa y para implicar a sus aliados europeos en otros frentes que se abren en la región Asia-Pacífico.
Hablar de Europa fuera de ese contexto se convierte en un ejercicio puramente académico. Sobre todo en un país como Italia, gobernado por una serie de yes-men prontos a obedecer las órdenes de Washington, como la neo-ministra Pinotti que dice estar dispuesta a enviar tropas [italianas] a Ucrania y subraya la necesidad de disponer de armas sofisticadas para defenderse.
Declaraciones que le valdrán ser condecorada por Hagel con la medalla de honor.
Manlio Dinucci
Fuente
Il Manifesto (Italia)
Traducido el español por la Red Voltaire a partir de la versión al francés de Marie-Ange Patrizio
[1] 1 millardo = 1 000 millones
[2] A pesar de las declaraciones de la administración Obama, Estados Unidos no podrá satisfacer las necesidades de Europa occidental y central con su gas licuado. El gas de esquistos no es rentable ni siquiera en los propios Estados Unidos y sólo lo explotan algunas empresas generosamente subvencionadas.
Las grandes compañías no estadounidenses, que no tienen acceso a esas subvenciones, están por lo tanto retirándose de la explotación del gas de esquistos, como ya hizo Shell.
Pero Washington sí ha logrado independizarse en el plano energético y podrá exportar petróleo gracias a la compra de los derechos de explotación de yacimientos en el Golfo de México, que los geógrafos estadounidenses están incluso a punto de rebautizar como «Golfo de Estados Unidos».
Mientras se intensifica el debate entre partidarios y opositores de la Unión Europea en el marco de la campaña para las próximas elecciones europeas son pocos los que parecen darse cuenta de que el futuro de Europa depende más de Washington que de Bruselas.
La administración Obama ya inició su programa para Europa, cuyas líneas están siendo expuestas por el secretario [estadounidense] de Defensa Chuck Hagel. Ante la acción de Rusia en Ucrania –declara Hagel para comenzar– los actuales miembros de la OTAN tienen que demostrar que están tan comprometidos con la alianza atlántica como lo estuvieron sus fundadores.
La primera manera de fortalecerla es incrementando el gasto militar. Con el fin de la guerra fría –resalta Hagel– se extendió entre los aliados europeos la sensación de que había terminado la época de la inseguridad, que se debía a la política agresiva de algunos Estados (léase la URSS y sus aliados). Ese mito se ha quebrado con la acción de Rusia en Ucrania. Pero ahora existe un creciente desequilibrio entre el gasto militar de Estados Unidos y el de sus aliados. A pesar de que su producto interno bruto (PIB) es actualmente inferior al PIB total de sus 27 aliados, Estados Unidos gasta 3 veces más que todos ellos juntos en el sector militar.
Para corregir ese desequilibrio, se convocó una reunión de la OTAN con la participación no sólo los de ministros de Defensa de los países miembros sino también de sus ministros de Finanzas ya que el aumento de los gastos de defensa debe convertirse en prioridad de todos los gobiernos de la alianza atlántica. En 2006 todos se comprometieron a dedicar al presupuesto de Defensa al menos un 2% de su PNB [Producto Nacional Bruto], pero hasta ahora sólo lo han hecho –además de Estados Unidos– el Reino Unido, Grecia y Estonia.
Pero no basta con aumentar el gasto militar de la OTAN (que hoy sobrepasa los 1 000 millardos de dólares anuales [1], lo cual representa el 60% del gasto militar total de todos los países del mundo: hay que precisar en qué hay que gastar el dinero. Para eso ha de realizarse próximamente en Gran Bretaña una cumbre de la OTAN destinada a reestructurar las fuerzas de la alianza. Estas deben estar preparadas para hacer frente a cualquier tipo de conflicto, incluyendo el nuclear, contra los adversarios más sofisticados. A corto plazo –subraya Hagel– la OTAN ha respondido resueltamente a las acciones rusas, pero tenemos que prever que Rusia llegue a tratar de poner a prueba nuestro compromiso a largo plazo.
Así que la alianza atlántica tiene que fortalecerse, pero no sólo en el plano militar. Europa debe reducir, en más de un 25% en un decenio, sus importaciones de gas ruso sustituyéndolas con gas natural licuado proveniente de Estados Unidos [2]. Al mismo tiempo hay que concretar la Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión.
Y no se puede olvidar, por otro lado, que las amenazas que la OTAN debe enfrentar no se limitan al territorio europeo. Están apareciendo nuevas amenazas –evidente alusión a China– y son por lo tanto cada vez menos las regiones del mundo que pueden considerarse «fuera de zona» para la OTAN. Esta tendrá que «ayudar» a naciones del mundo entero –desde África hasta el Golfo Pérsico y el sudeste de Asia– a implantar un sistema de seguridad colectiva.
Así queda claro el plan de Washington: después de haber instaurado, con la extensión de la OTAN hacia el este y con el golpe de Estado de Kiev, un nuevo clima de guerra fría, Washington está tratando de aprovechar ese clima para reforzar la influencia militar y económica de Estados Unidos en Europa y para implicar a sus aliados europeos en otros frentes que se abren en la región Asia-Pacífico.
Hablar de Europa fuera de ese contexto se convierte en un ejercicio puramente académico. Sobre todo en un país como Italia, gobernado por una serie de yes-men prontos a obedecer las órdenes de Washington, como la neo-ministra Pinotti que dice estar dispuesta a enviar tropas [italianas] a Ucrania y subraya la necesidad de disponer de armas sofisticadas para defenderse.
Declaraciones que le valdrán ser condecorada por Hagel con la medalla de honor.
Manlio Dinucci
Fuente
Il Manifesto (Italia)
Traducido el español por la Red Voltaire a partir de la versión al francés de Marie-Ange Patrizio
[1] 1 millardo = 1 000 millones
[2] A pesar de las declaraciones de la administración Obama, Estados Unidos no podrá satisfacer las necesidades de Europa occidental y central con su gas licuado. El gas de esquistos no es rentable ni siquiera en los propios Estados Unidos y sólo lo explotan algunas empresas generosamente subvencionadas.
Las grandes compañías no estadounidenses, que no tienen acceso a esas subvenciones, están por lo tanto retirándose de la explotación del gas de esquistos, como ya hizo Shell.
Pero Washington sí ha logrado independizarse en el plano energético y podrá exportar petróleo gracias a la compra de los derechos de explotación de yacimientos en el Golfo de México, que los geógrafos estadounidenses están incluso a punto de rebautizar como «Golfo de Estados Unidos».
El discurso oficial estadounidense sobre el gas de esquistos no tiene otro objetivo que convencer a los europeos de que pueden renunciar al gas ruso para que se hagan así completamente dependientes de Estados Unidos. Nota de la Red Voltaire.
Pisa, cuando nos presentan la guerra como «solidaridad»…
«El arte de la guerra»
Los artículos de esta autora o autor
Comentarios
Publicar un comentario