'UNA FECHA PARA LA DIGNIDAD', por Santi Ortiz

"Ayer, la Patria combatiente disparó en Madrid su voz de primavera, golpeando miedos, derribando silencios, para llamar las cosas por su nombre y zumbar, amenazante como un avispero enfurecido, las orejas de los que no se atreven a escuchar por temor a que se les despierten los escrúpulos...

Ayer, en Madrid, volvió a resonar la ronca voz del pueblo... aparecieron los primeros relámpagos de un futuro con perfume a azahares de cambio. La victoria de la Dignidad, fue la victoria del pueblo y el principio del fin de tanta farsa"


Vista aérea de la Marcha de la Dignidad, Madrid, 22 de marzo de 2014

UNA FECHA PARA LA DIGNIDAD

     Allí estaban. Todos. Brillantes sus pupilas de paisajes traídos del Norte, del Sur, del Este y del Oeste, cargadas las piernas con todas las distancias, con todos los cansancios, pero enteros y fuertes, como la determinación que los conduce y llena su conciencia de razones.

     Allí estaban. Todos. Decenas, cientos, miles, cientos de miles, un millón… ¿dos millones? Allí estaban, valientes, decididos, como una lengua volcánica de lava que inundara Madrid de pueblo y compromiso. Cada hombre, un clamor; una campana rodeada de campanas que repicaban sueños y esperanzas, mientras doblaban por un Sistema que ya hiede a cadáver en la putrefacción de su necrosis.

     Allí estaban. Todos. Bajo un viento alegre de banderas de distintos colores que, sin embargo, formaban una sola: la bandera de la Dignidad, la de la conciencia ciudadana; la bandera de la rebelión, de la luz, del mañana. La bandera de cientos de miles de personas, de cientos de millares de espigas germinando el pan cereal del futuro: el que habrá de alimentarnos de justicia, de paz y libertad.

     Allí estaban. Todos. Haciéndonos comprender que somos la misma tierra, la misma carne perseguida, la misma espuma maltratada, el mismo espíritu de lucha, la misma indignación. Allí estaban. Conmoviéndonos con su grito; el grito del pueblo que, como un sin fin de flores atmosféricas, estallara de lucha y de mandato en esta tarde grande de Madrid.

     Allí estaban. Todos. Una pleamar de combatientes, herederos de aquellos luchadores que lograron, a cambio de su sangre y de su libertad, sembrarnos la vida de esos derechos que ahora nos arrebatan y que tenemos la obligación de ir a reconquistar.

     Allí estaban. Todos. Haciendo oír su voz nacida en los surcos agrícolas, en la indomable llama metalúrgica, en el vientre mineral de la tierra, en las artes de pesca, en el alma de los hospitales, en las aulas de escuelas e institutos, en los talleres, almacenes y fábricas, en los departamentos de la Universidad.
 
     El día de ayer, sábado, 22 de marzo de 2014, inscribió su fecha en la historia de España como la del día de la Dignidad. Ayer, en Madrid, los hijos más insignes de nuestra Piel de Toro, comenzaron a mudar las sombras que nos matan por el resplandor de una aurora cercana. Ayer, la Patria combatiente disparó en Madrid su voz de primavera, golpeando miedos, derribando silencios, para llamar las cosas por su nombre y zumbar, amenazante como un avispero enfurecido, las orejas de los que no se atreven a escuchar por temor a que se les despierten los escrúpulos.

     Ayer, en Madrid, volvió a resonar la ronca voz del pueblo. La voz justiciera destilada en los comedores sociales, en la iniquidad de los desahucios, en la lista infinita de parados; fundida con el timbre amargo de la desesperanza y el retoñar oscuro de la rabia. Una voz capaz de traspasar mordazas, policías, mentiras y sobornos hasta despeñarse inquietante sobre los enmoquetados salones donde, flatulentos de arrogancia y codicia, rumian los vampiros sombríos de la Troika, los carroñeros del FMI, las sanguijuelas de la Banca, los esclavistas de la CEOE, los filibusteros de gomina y cuchillo, los meapilas del becerro de oro, los tiranos del Gobierno y sus cómplices de la Oposición y el resto de impostores parlamentarios, cofrades distinguidos de la Ley del Embudo.


     No importa que al final de la pacífica manifestación de cólera, la elite de la represión que guarda Cifuentes para darle pasto de violencia a la prensa amarilla que sostiene el Sistema, sacara sus porras, sus pelotas de gomas y cargara contra la libertad para hacer pagar su tributo de sangre y detenciones a los hijos del mañana. No importa que la Guardia Civil retuviera durante horas a un centenar de autobuses que pretendían sumarse a la manifestación. No importa la burda ocultación de los hechos por unos medios de comunicación que han quedado desenmascarados de por vida. Ayer, en Madrid, aparecieron los primeros relámpagos de un futuro con perfume a azahares de cambio. La victoria de la Dignidad, fue la victoria del pueblo y el principio del fin de tanta farsa.

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