"Ayer, la
Patria combatiente disparó en Madrid su voz de primavera, golpeando
miedos, derribando silencios, para llamar las cosas por su nombre y
zumbar, amenazante como un avispero enfurecido, las orejas de los que no
se atreven a escuchar por temor a que se les despierten los
escrúpulos...
Ayer, en Madrid, volvió a
resonar la ronca voz del pueblo... aparecieron los primeros relámpagos
de un futuro con perfume a azahares de cambio. La victoria de la
Dignidad, fue la victoria del pueblo y el principio del fin de tanta
farsa"
UNA FECHA PARA LA
DIGNIDAD
Allí
estaban. Todos. Brillantes sus pupilas de paisajes traídos del Norte, del Sur,
del Este y del Oeste, cargadas las piernas con todas las distancias, con todos
los cansancios, pero enteros y fuertes, como la determinación que los conduce y
llena su conciencia de razones.
Allí
estaban. Todos. Decenas, cientos, miles, cientos de miles, un millón… ¿dos
millones? Allí estaban, valientes, decididos, como una lengua volcánica de lava
que inundara Madrid de pueblo y compromiso. Cada hombre, un clamor; una campana
rodeada de campanas que repicaban sueños y esperanzas, mientras doblaban por un
Sistema que ya hiede a cadáver en la putrefacción de su necrosis.
Allí estaban. Todos. Bajo un viento alegre de banderas de distintos
colores que, sin embargo, formaban una sola: la bandera de la Dignidad, la de
la conciencia ciudadana; la bandera de la rebelión, de la luz, del mañana. La
bandera de cientos de miles de personas, de cientos de millares de espigas germinando
el pan cereal del futuro: el que habrá de alimentarnos de justicia, de paz y
libertad.
Allí estaban. Todos. Haciéndonos comprender que somos la misma tierra,
la misma carne perseguida, la misma espuma maltratada, el mismo espíritu de
lucha, la misma indignación. Allí estaban. Conmoviéndonos con su grito; el
grito del pueblo que, como un sin fin de flores atmosféricas, estallara de
lucha y de mandato en esta tarde grande de Madrid.
Allí estaban. Todos. Una pleamar de combatientes, herederos de aquellos
luchadores que lograron, a cambio de su sangre y de su libertad, sembrarnos la
vida de esos derechos que ahora nos arrebatan y que tenemos la obligación de ir
a reconquistar.
Allí estaban. Todos. Haciendo oír su voz nacida en los surcos agrícolas,
en la indomable llama metalúrgica, en el vientre mineral de la tierra, en las
artes de pesca, en el alma de los hospitales, en las aulas de escuelas e
institutos, en los talleres, almacenes y fábricas, en los departamentos de la
Universidad.
El
día de ayer, sábado, 22 de marzo de 2014, inscribió su fecha en la historia de
España como la del día de la Dignidad. Ayer, en Madrid, los hijos más insignes
de nuestra Piel de Toro, comenzaron a mudar las sombras que nos matan por el
resplandor de una aurora cercana. Ayer, la Patria combatiente disparó en Madrid
su voz de primavera, golpeando miedos, derribando silencios, para llamar las
cosas por su nombre y zumbar, amenazante como un avispero enfurecido, las
orejas de los que no se atreven a escuchar por temor a que se les despierten
los escrúpulos.
Ayer, en Madrid, volvió a resonar la ronca voz del pueblo. La voz
justiciera destilada en los comedores sociales, en la iniquidad de los
desahucios, en la lista infinita de parados; fundida con el timbre amargo de la
desesperanza y el retoñar oscuro de la rabia. Una voz capaz de traspasar
mordazas, policías, mentiras y sobornos hasta despeñarse inquietante sobre los
enmoquetados salones donde, flatulentos de arrogancia y codicia, rumian los
vampiros sombríos de la Troika, los carroñeros del FMI, las sanguijuelas de la
Banca, los esclavistas de la CEOE, los filibusteros de gomina y cuchillo, los
meapilas del becerro de oro, los tiranos del Gobierno y sus cómplices de la
Oposición y el resto de impostores parlamentarios, cofrades distinguidos de la
Ley del Embudo.
No
importa que al final de la pacífica manifestación de cólera, la elite de la
represión que guarda Cifuentes para darle pasto de violencia a la prensa
amarilla que sostiene el Sistema, sacara sus porras, sus pelotas de gomas y
cargara contra la libertad para hacer pagar su tributo de sangre y detenciones
a los hijos del mañana. No importa que la Guardia Civil retuviera durante horas
a un centenar de autobuses que pretendían sumarse a la manifestación. No
importa la burda ocultación de los hechos por unos medios de comunicación que
han quedado desenmascarados de por vida. Ayer, en Madrid, aparecieron los
primeros relámpagos de un futuro con perfume a azahares de cambio. La victoria
de la Dignidad, fue la victoria del pueblo y el principio del fin de tanta
farsa.
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LA ÚLTIMA BARRICADA, por Santi Ortiz
("Esa barricada está compuesta por los mejores hombres y mujeres, muchachos y muchachas de España. La España digna. La España patriota. La España indómita, que sufre, calla y lucha. La España de la aurora y del mañana... Una barricada que marcha... sobre la indiferencia de los súbditos, sobre el veneno de los resignados... ")
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cargadas de razón, con las alforjas llenas futuro, pintadas de rebelión,
marchan a Madrid, tamboreando todo el suelo patrio con la percusión
guerrera de los que dicen no...")
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