'PREGUNTAS', por Santi Ortiz

"¿Tanto dolor, tanto esfuerzo, tanto sacrificio, tanta sangre derramada, para ver ahora al pueblo haciendo cola en los comedores de caridad o rebuscando como espectros por los contenedores de basura? ¿Tantas esperanzas para ver a la muerte vestirse diariamente de suicidio y al corazón inhumano de las hipotecas expulsando a la gente de sus casas?"

PREGUNTAS

Hedor a esclavo damos, mientras reptamos por la luz deshilachada de los días sin futuro, con las ideas mal cubiertas de harapos, las ojeras demacradas del hambre asomadas a cada vez más rostros, y el estómago, más yerto aún que la conciencia, conformado cuando no complacido con el pan de piedra de los miserables.

¿Cómo hemos olvidado que el hombre es más ancho que el mar, más alto que los cielos, más hermoso que la primavera, más digno que coronas, mitras, mercados, blasones o tiaras? ¿Quién nos indujo a arrastrarnos como viles gusanos teniendo alas para volar por encima de las constelaciones?

¿Qué se hizo del legado celtíbero de Indortes e Istolacio, de Orisón, que opusieron la fuerza de su brazo para la libertad contra el empuje colonizador de Cartago; qué de Indíbil y Mandonio, que inmolaron su vida en holocausto a la independencia patria frente al poderío de Roma; qué de Fernando de Córdoba y Valor, aquel Abén Humeya que levantó las Alpujarras contra la despiadada cruz de Cisneros; qué fue de los Comuneros, comandados por Juan de Padilla, Juan Bravo y Francisco Maldonado, defensores con la vida del primer proyecto de Constitución –la llamada Constitución de Ávila–, germen de las que después le seguirían a lo largo de la historia de nuestro país, y en la que tenían cabida los derechos tanto de hidalgos como de labradores; qué de los patriotas amotinados en Aranjuez contra Godoy y Carlos IV; en qué olvido reposan el ejemplo del sevillano Daoiz y el montañés Velarde, alineándose junto al pueblo de Madrid, contraviniendo las órdenes de sus superiores, frente a los invasores franceses; dónde la abnegada valentía de los guerrilleros españoles que hicieron retroceder a los ejércitos de Napoleón; qué se hizo de Diego Muñoz Torrero y el resto de liberales que en Cádiz dieron forma a nuestra primera Carta Magna contra el absolutismo de la Monarquía; qué de aquel valiente Rafael de Riego, alzado en armas contra la felonía de Fernando VII para volver a proclamar la derogada Constitución de Cádiz; dónde se nos extravió el espíritu republicano del 14 de abril de 1931; en qué hondón de la historia se quedó aquel “pueblo de leones” que defendió la República de uniformes traidores y sotanas manchadas de odio purulento; dónde Miguel Hernández; dónde Antonio Machado; dónde Garcia Lorca; dónde los milicianos; dónde La Pasionaria; dónde los brigadistas internacionales, ejemplo de coraje y lucidez; dónde Unamuno; dónde Rafael Alberti; dónde el heroico resistir de los maquis; dónde las décadas de esforzada clandestinidad del Partido Comunista; dónde la Carta de Derechos Humanos; dónde la postergada Constitución española; dónde la recuperación de la Democracia, hoy asesinada por banqueros, mercaderes y capataces de la política?

¿Tanto dolor, tanto esfuerzo, tanto sacrificio, tanta sangre derramada, para ver ahora al pueblo haciendo cola en los comedores de caridad o rebuscando como espectros por los contenedores de basura? ¿Tantas esperanzas para ver a la muerte vestirse diariamente de suicidio y al corazón inhumano de las hipotecas expulsando a la gente de sus casas? ¿Tanta lucha para criar una juventud de brazos cruzados, cuando no trotacursos, masters, diplomas, programas de profesionalización, pero sin un trabajo remunerado que llevarse al bolsillo de las esperanzas? ¿Tantos partidos, tantas elecciones, tanto derecho a voto, para llegar a consentir tan memorable ejército de desempleados, cuyo único destino es ser utilizado, como arma arrojadiza contra su propia sangre hermana y trabajadora, por caciques, traficantes de vidas y patrones limpios de todo escrúpulo?

Malditos sean mil veces los malditos que han traído esta ruina a España.

Cuando callaron los cañones y las tapias de los cementerios descansaron de los fusilamientos, una plaga de desventura y hambre se extendió sobre la vieja Piel de Toro. Apareció entonces una casta de buitres llamados a colonizar el predio conquistado por los espadones de la traición y los crucifijos del resentimiento. Fueron los dueños del mercado negro, las perlas del estraperlo. Mientras, los patrocinadores de la masacre pasaban al cobro los servicios prestados adjudicándose haciendas, falsificando escrituras y comprando con monedas de miedo y delación el derecho a sentirse y ser llamados amos.

Enseguida vinieron los cuervos sin frontera a poner sus huevos en la herida de España, con su leche en polvo, su pelargón y otros pioneros productos que abrían la puerta desde nuestra escuálida despensa a otras piezas de la casa esquilmada. Nunca hubo mejor mercado que la desolación para que los ricos engordaran barriga y sotabarba. Chapoteando entre la sangre seca, los torrentes de miedo, la osamenta calcinada de millares de muertos, se estableció sonriente la usura de la Banca, con su invisible y artero puñal bajo los créditos, las gangas engañosas de duros a real que tan gravosas nos habrían de salir. Ella pagó las luces de neón, las moquetas, las suculentas regalías a los de la sartén por el mango y España comenzó a venderse en almoneda.

Casi cuatro décadas más tarde llegó la Democracia, el despilfarro de las campañas electorales, los partidos políticos y sindicatos, las autonomías, los ayuntamientos…, todos entrampados hasta los corvejones y, por tanto, en manos de una Banca que daba con una mano lo que cobraba con pingües intereses con la otra mientras iba clavando sus garras despiadadas en la espina dorsal de un sistema corrupto y sobornado casi antes de nacer.

De aquellos polvos vienen estos lodos. Los traidores de la Izquierda, haciéndola pasar por tal sin serlo, aprovechaban su falsa condición para allanarle el camino a la Derecha al cargar sobre sus espaldas los asuntos más sucios. ¿Cuántos años de cárcel llevaría ya Botín de no ser por María Teresa Fernández de la Vega? ¿Cuántas empresas públicas seguirían llenando las arcas del Estado en vez de cuentas privadas de no ser por Felipe González? ¿Cómo podríamos haber subordinado todas las necesidades del país al pago de la Deuda sin la reforma de la Constitución pactada con Rajoy por José Luis Rodríguez Zapatero, el mismo que antes de hacer mutis por el foro nos dejó, por sorpresa, el caramelo envenenado de convertir Rota en una base de submarinos atómicos yanquis?

De la Derecha no encubierta, ¿qué vamos a decir? Entre los hijos ideológicos de Girón de Velasco y Fraga Iribarne, los tecnócratas de la modernidad y los neoliberales, todos ellos con la voracidad hambrienta, la ética del pillaje, los escrúpulos hundidos bajo lastre en el mar del olvido, transformaron en amplias avenidas lo que antes la pseudoizquierda abriera como nuevos caminos. Aznar privatizó diez veces más que Felipe González, Zapatero tanto o más que Aznar, y Rajoy casi todo de lo poco que queda. ¡Pasen y compren! ¡Liquidación total de España por derribo!... Pero los ricos, cada vez más ricos. Y el pueblo, paralizado por un ictus social, sin voz ni voluntad, salvo un pequeño reducto que continúa vivo escupiendo de sí el veneno de la resignación, reivindicando lo más elemental con tesón admirable, mientras sufre de ver el deplorable estado en que se encuentra el resto de su inerte organismo.

Entremezclado con tanta involución, un aire pestilente de revancha se abre paso desde la cueva donde Caín alza su crucifijo. Ahí están, algunos con sotanas, otros con caros trajes; esos sin careta, éstos con el carnet del Opus cosido a las entrañas. Son los descendientes de Cisneros; de los inquisidores que quemaban personas y libros, vidas y culturas; del fraile dominico Juan Hurtado, que excitaba a las tropas imperiales a no tener piedad de los Comuneros, de quienes era implacable enemigo; del cardenal Segura y toda la caterva de sotanas alzadas en odio por Dios y por España contra el pueblo que decidía en quién creer y a quién seguir.

Aquí están de nuevo, rezumando hipocresía por sus buenos modales, dándose golpes de pecho mientras sostienen que las criminales cuchillas de la valla de Melilla no hacen daño; invocando a la Virgen para que nos salve del infierno en que ellos o “los suyos” nos metieron; defendiendo la vida no nacida mientras condenan a morir por desatención a miles de enfermos, o de hambre o desesperación a otros tantos, o hacen la vista gorda a que los cancerberos fronterizos de Ceuta practiquen el tiro al blanco con los desgraciados que intentan llegar a nado a tierra española.

En esas malvivimos, en la España de cuchara vacía y paro pleno, de los legionarios de Cristo y los mercados del infierno, de las leyes fecales y el garrotazo presto, de las mil y una multas y muy flacos derechos. Y, mientras tanto, ¿dónde estamos? ¿Dónde los hijos del carbón y la mina, dónde los pescadores de mar y madrugada, dónde los jornaleros de terrones y surcos, dónde los maestros de semilla y cultura, dónde los profesores que cultivan espíritus y abren los ventanales de la inquietud por el conocimiento; dónde los dependientes, los médicos, los estibadores, los ferroviarios, los carniceros, los pescaderos, los verduleros, los conductores de transporte público, los funcionarios, los bomberos, los camioneros… y dónde los parados, los excluidos, los jóvenes entregados a la nada?... ¡Qué vacías las calles sin vosotros! Aprended de Madrid. Aprended de los hijos de la Sanidad, de los madrileños que hicieron piña en ellos, con ellos, por ellos, tras ellos, hasta parar la barbarie que pretendía tasarnos la hospitalización en moneda de cambio para lucrar bolsillos de amiguetes y otras hienas privadas. Esta vez, no pasaron. Grabadlo en vuestra mente y en vuestros corazones. Y volved a conquistar vuestra condición de ciudadanos.
 
Publicado por

Comentarios