"Podemos", el fenómeno mediático que pretende ser político 2/3· EL FETICHE DEL PODER O LA CONFUSIÓN ENTRE OPCIÓN ELECTORAL Y OPCIÓN DE PODER. Por Ángeles Díez Rodríguez
Por eso, aun a riesgo de sobredimensionar el más reciente intento de la plataforma Podemos,
merece la pena abordar la reflexión sobre el carácter fetichista del
proceso electoral en la coyuntura actual, así como las lógicas que hacen
de él el mejor instrumento de disciplinamiento social.
Cualquiera de las opciones políticas que hoy se disputan los votos
asume que elegir un candidato de la amplia - o reducida, según se mire
-, oferta de partidos, implica una opción de poder.
Identifican así democracia con votación, tal y como el propio
sistema lleva sosteniendo desde la generalización del voto, desde que se
constató que gracias al manejo de la opinión pública la gente siempre
acabaría votando lo correcto, de modo que las elites no correrían ningún
peligro de ser desplazadas por las clases populares.
Asumen también que es la vía aceptable para cambiar las cosas. El
campo de la política queda así reducido al ámbito institucional.
De la misma forma que ocurrió en nuestra primera transición
-sostengo que estamos viviendo una segunda transición- se trata de
despojar a lo social de su componente político por la vía de la
institucionalización del conflicto, o lo que viene a ser igual,
neutralizándolo al colocarlo dentro de los márgenes de lo aceptable.
Todas las opciones políticas actuales parten de la aceptación de
las reglas de juego, las mismas que hacen inviable que este sistema
representativo se transforme en una democracia. Incluso aquellos que
sostienen ser anticapitalistas aceptan la forma política del
capitalismo.
Porque en el fondo, parecen decir, las masas quieren que se gestione políticamente su protesta.
Si alguna virtud tienen los procesos electorales es la de sacar a
la luz el abanico extenso de contradicciones de los discursos políticos.
En estos momentos es muy difícil distinguir entre posibilismo y
oportunismo, entre los deseos y los intereses.
Pero la campaña del "spanish we can" ilustra como ninguna lo que da de sí la retórica ilustrada, o la versión nacional de los reality show americanos.
Por lo demás, las estratagemas retóricas no harán sino desarmar el
conflicto social sin apenas arañar el fetiche del sistema . Como
instrumento de disciplinamiento las elecciones han devenido en fetiche,
es decir, objeto al que se le asignan propiedades mágicas.
Karl Marx acuñó
el concepto de fetichismo para referirse a la mercancía, en tanto que
producto manufacturado que oculta las relaciones de trabajo bajo las
cuales fue producido.
Los procesos electorales en el contexto actual no significan poner
en manos de la gente opciones de poder y sin embargo se nos presentan
como si lo fueran.
Por otro lado, las reglas que rigen estos procesos permanecen
ocultas mientras que, el voto, aparece como proceso neutro, mero
procedimientos para seleccionar a los candidatos según las preferencias
de la gente.
El hecho de que algunas opciones electorales que se autoproclaman transformadoras
puedan llegar a disputar alguna plaza en la arena política, sólo
significa que se ajustan al principio de la homogeneidad, es decir, "que se sabe a ciencia cierta que no harán nada esencialmente diferente de lo que hicieron quienes los precedieron" .
La alternancia en las instituciones de los que se consideran "enemigos políticos"
favorece la labor disciplinante del voto ya que la alternancia implica
que la opción que ha conseguido alcanzar el lugar de relevo no ha tomado
ninguna medida para hacer que su ascenso fuera imposible. Sin duda, el
discurso es otra cuestión.
Como decíamos anteriormente, los discursos pueden seguir siendo
radicales e incluso de ruptura. Lo importante es elaborar un producto
político homologado en la práctica.
A día de hoy ninguna de estas vías ha cuajado por lo que, desde
las instancias de poder, la inestabilidad política se sigue considerando
un riesgo para la estabilidad económica, es decir, para la continuidad,
sin sobresaltos, del enriquecimiento de las elites.
Los
resultados electorales de noviembre del 2011 fueron un balón de oxígeno
para el régimen y para sus dispositivos políticos pues, aceptada la
mecánica electoral, se relegitimaba el sistema aunque fuera de forma
precaria y se garantizaba la continuidad de los cambios, tales como el
golpe de mano que significó la aprobación de la reforma del artículo 135
de la Constitución.
En nuestra primera transición
la consigna electoral del cambio, el liderazgo made in USA-UE de Felipe
González, el disciplinamiento del PCE y la aceptación de la monarquía y
de las reglas de la nueva institucionalidad, hicieron viable la nueva
fase liberal.
No era falso que se estuviera por el cambio:
se desmanteló el sistema productivo con la famosa reconversión
industrial, se liberalizó, se privatizó, se inició la desregulación del
mercado de trabajo, se construyeron las bases de la burbuja
inmobiliaria, etc. Algo del régimen cambió, algo del mismo continuó, y
lo sustantivo, la continuidad de la acumulación de las elites y la
explotación, se mantuvieron.
En la coyuntura actual, con o sin el disciplinamiento electoral,
las cosas van a seguir cambiando, se va a seguir recortando el gasto
público, aumentará la precariedad laboral y los trabajos miseria, se
deteriorarán más aún si cabe todos los servicios públicos, aumentará la
represión de la protesta, su criminalización y su silenciamiento
mediático...Todos estos cambios son necesarios para terminar de
implantar la nueva fase de acumulación económica.
La doctrina del shock se aplica en nuestro país adaptada a la
complejidad autóctona y a nuestra ubicación en el sur de Europa. Sin
embargo, para ser implementada necesita poner de nuevo en valor al
maltrecho sistema político. Recuperar el consenso respecto de la
institucionalidad, es decir, volver a apuntalar el sistema fisurado.
En este sentido, las elecciones hoy siguen siendo el instrumento
más eficaz de legitimación del sistema político y de disciplinamiento
social: dentro del sistema todo, fuera del sistema nada.
Que
las elecciones posteriores no reflejaran, a través de la abstención, el
rechazo masivo al sistema representativo no puede interpretarse, como
parecen suponer nuevas formaciones políticas, como la inexistencia de la "opción electoral adecuada". Caben otras interpretaciones.
Una de ellas pasa por poner en relación el presente con la historia de nuestro sistema político. Es decir, el valor simbólico
que el voto tiene para las generaciones que han vivido la dictadura
franquista y también para aquellas que han sido socializadas en la
estandarización europeista.
Otra interpretación sobre la aceptación generalizada del instrumento electoral la encontramos en la cultura política, que generó la primera transición. Una forma de identificar lo político única y exclusivamente con lo institucional.
La atomización y el encauzamiento de la sociedad civil a través del
asociacionismo; y el rechazo al conflicto (identificado siempre con
violencia) "Quien se mueva no sale en la foto", diría Alfonso Guerra, pero la realidad es que quien se moviera aparecería en las fotos de comisaría.
En esta segunda transición el poder de las elites circula entre la
búsqueda del consenso, sumando adeptos al espectáculo electoral, y la
represión y la violencia para los indisciplinados.
Los nuevos partidos surgidos al rebufo del 15M como el partido X, o formaciones como EQUO, o la plataforma Podemos,
hacen una lectura interesada e instrumental de las esperanzas y deseos
que, a modo de fetiche, se depositan en el proceso electoral.
En el mejor de los casos juegan al "como si"
del voto, hagamos como si fuera otra cosa distinta a la que es, como si
fuera algo más que un instrumento del sistema, en el peor de los casos,
asumen las elecciones como el mejor camino de promoción corporativa,
alcanzar una cuota de poder para su grupo a cambio de la pacificación
social.
De ahí que, para la plataforma Podemos, todas las energías se dirijan a captar votos vengan de donde vengan. De
la izquierda transformadora, de sectores reaccionarios,
cuasi-fascistas, de progresistas, de clases medias, de intelectuales, de
gente común y corriente.
Un vistazo a la propuesta electoral y a los siete puntos que, según
su líder mediático, definen quién está con él y quien no, no dejan
lugar a dudas.
Como en su día el PSOE o como el slogan de la Coca-Cola,
el producto ha de ser para todos, para la gente común; solo así se
puede aspirar a ganar. Se rebajan las demandas, se vacía el discurso, se
eluden temas escabrosos, se recogen las consignas más impactantes y con
más seguidores en twiter, y se convierte en enemigo al resto de las
fuerzas políticas a las que se disputa cuota de mercado.
En la coyuntura actual remozar el sistema político sólo se puede
hacer con nuevas caras más mediáticas, con nuevos mensajes más
postmodernos y con el reciclado de propuestas novedosas procedentes de
la protesta social (autogestión, participación, horizontalidad...)
La institución electoral está sacralizada porque lo está el
sistema representativo al que llamamos democracia. La fe electoral se
alimenta de la impotencia, el miedo al vacío, la desesperanza o la falta
de ánimo para cambiar las cosas.
Pero
esta sacralización es en parte responsable del estrangulamiento de las
alternativas de poder popular que únicamente se hacen visibles a través
de situaciones de conflicto como las movilizaciones contra los desahucios, los escraches, la toma de supermercados por el SAT (Sindicato Andaluz de Trabajadores) o la rebelión vecinal de Gamonal.
El miedo, la vergüenza, el aislamiento, son lo que nos conduce a la mistificación del voto, a reproducir la lógica del fetiche que no tendrá más resultado que ahogar en la impotencia las esperanzas democráticas de este país.
Pero no podemos olvidar que todavía, en la memoria colectiva que
se transmite de generación en generación, perdura la utopía posible de
una democracia, y los conflictos, los presentes y los que están por
llegar son sólo síntomas que tratan de convertir en probable lo que de
momento sólo es una posibilidad: la democracia.
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