Comandante Víctor Bordón Machado: Una mitad de león y otra mitad de sinsonte. Por José A. Fulgueiras

Iba a escribir una décima tras la nefasta noticia de su muerte, pero me detuve en esta cuarteta con la cual creí definirlo de cuerpo y alma:

De sol, de estrella y de monte
así era Víctor Bordón:
una mitad de león
y otra mitad de sinsonte. Llevaba la apariencia de un hombre hosco y huraño, mas no creo que mucha gente sobre la tierra lo haya igualado en bondad, humanismo, honestidad y corazón abierto hacia los más desvalidos.

Poseía el sentido del humor original del aprendiz de lechero, el cortador de caña frustrado y el estibador buscavida del central San Isidro (hoy Panchito Gómez Toro), capaz de echarse un saco de 320 libras sobre el hombro, subir por las tongas hacia el copo del almacén y, luego por la tarde, irse al bar Yara, de Quemado de Güines, y gastarse lo ganado con sus mejores amigos de entonces.

Nacido en la finca Sevilla el 16 de agosto de 1930, portaba un apellido agudo y un vozarrón, que le daban aún más vigor a su guapería guajira, probada y respetada. Fueron muchas las trompadas que dio en defensa de un amigo de constitución física más endeble que la de él. Fueron muchas las gentes que socorrió en su paso por la historia y por la vida.

Siempre expuso que entró como revolucionario por la puerta de la justicia. Por eso se incorporó en las filas del Partido Ortodoxo, de Chibás, y al Movimiento 26 de Julio. Por eso se alzó en la manigua quemadense en un noviembre de 1956 en la espera del arribo de su ídolo de ayer y de hoy. Nunca se ocultó para decir: «El nombre de mis ideas es Fidel».
 
Bordón abraza a su destacado combatiente Julián Morejón luego de que este último fuera declarado Hijo Ilustre de Quemado de Güines. (Fotos del autor y cortesía de la familia)

Atacó el cuartel de Quemado de Güines en busca de armas para apoyar la Huelga del 9 de Abril con un grupo de hombres fieles, que nunca lo abandonaron ni a los que él abandonó. Se fue hacia el Escambray nombrado de comandante, aglutinó a cerca de 300 hombres y recibió allí al legendario Che Guevara en octubre de 1958. 
Así definía el encuentro en el lugar conocido por Las Piñas:

«Vi delante de mí a un hombre pálido que venía con un ataque de asma y sin un atomizador en la mano. Tanto él como sus hombres se veían destruidos por el cansancio, pero destilaban moral combativa por todos los poros». Y me dije: «Este argentino está poniendo a prueba hasta su salud». Imponía respeto por encima de sus problemas físicos.

«Me pareció una figura legendaria y un hombre distinto. Y no me equivoqué. Lo vi como un gaucho que venía a pie desde Oriente mandado por Fidel. Por eso, a primera vista me subordiné. Y a más de 50 años de aquella idea, la contemplo como la actitud más correcta que he tenido en mi vida».

Dentro de un secadero de café iniciaron las conversaciones los dos jefes guerrilleros. El Che se ceñía en la cabeza una boina negra con una estrella de color dorado. Bordón sujetaba su gorra verde olivo en la mano izquierda y daba molinetes con la otra a un tabaco casi apagado.

Guevara señaló la férrea disciplina que debía prevalecer dentro de la Columna 8, y la unidad que se proponía materializar con las demás fuerzas guerrilleras que operaban en el Escambray.

Degradó a Bordón al grado de capitán dentro de las fuerzas reorganizadas; y Víctor, sin sorpresa, le respondió escueto y transparente:

«No estoy aquí por aspirar a ningún cargo, déjeme combatir a su lado como un soldado más».

Esta respuesta caló muy hondo en el Che, quien no esperó escuchar aquella frase. Después, en un mensaje, le expresaba a Fidel que al conocer a Bordón le había dado la impresión de ser una persona noble y honesta.

Apenas 20 días después, tras la toma exitosa del aeropuerto de Fomento, el Che le devolvió los grados a Bordón con esta frase ingeniosa: «Buen trabajo, comandante».

Sin embargo, a Fidel se le quedó impregnada en la mente aquella actitud y en la década del 90 le preguntó:

Bordón, ¿cómo en el Escambray subordinaste al Che tu tropa de más de 200 hombres y permitiste que te rebajara los grados de comandante a capitán?

Y Víctor le respondió:

«Por varias cosas, comandante: alguien de mayor grado que él le pidió que me llevara recio a ver lo que yo daba; y tuve muy presente que ese argentino no fue por gusto el primer comandante que usted graduó en la Sierra Maestra.

«Además, me encontré frente a un hombre que, a pesar de sus fuertes ataques de asma y sus ropas totalmente raídas, mientras hablaba iba creciendo ante mis ojos con un lenguaje ajeno a toda politiquería barata. Yo buscaba la unidad como único medio posible de la victoria, pues las divisiones, el regionalismo y el caudillismo habían provocado las derrotas de las anteriores guerras de independencia».

Entonces, Fidel lo abrazó y expresó ante un grupo de jóvenes:

«Miren a este guajiro, quien en aquel momento era un simple estibador de sacos de azúcar, con solo un tercer grado de escolaridad, la ideología patriótica y revolucionaria que tenía».

Con el Che en la toma de Cabaiguán.

Víctor Bordón se distinguió junto al Che en los combates de la ofensiva final en la toma del cuartel de Fomento, la liberación de la ciudad de Cabaiguán, Guayos, Placetas y Santo Domingo. Impidió de forma homérica, al frente de su tropa, la entrada de un convoy de refuerzo de Occidente a Santa Clara, y capturó al sanguinario Casillas Lumpuy, quien asesinara por la espalda al líder azucarero Jesús Menéndez.

El Che lo designó como su segundo al mando en La Cabaña, y luego anduvo como edificador de presas en la parte oriental de Cuba y jefe del sector de Construcciones del Ministerio del Interior en Matanzas, hasta fundar la niña de sus ojos: la empresa de construcciones metálicas, Cometal.

Villa Clara lo recuerda como el hijo que nunca olvidó a su terruño y aportó siempre lo que pudo y más de lo que pudo. Fue su diputado por dos mandatos, y podía estar presente la visita más importante en la provincia, que siempre sus máximos dirigentes buscaban un espacio para saludarlo y abrazarlo. Hombre con un concepto trascendental sobre la familia, crió junto a Magaly, su inseparable esposa, una prole respetuosa y afectiva de hijos, nietos y bisnieto.

Por todo ello, no sería un poeta pertinente si dejara mi décima sin sellar los seis versos que faltan:
Fue cielo, mar y horizonte,
feliz, audaz, campechano
mejor padre, buen hermano;
y tendrá siempre respiro
mientras exista un guajiro
con un fusil en la mano.

Gustaba relacionarse con el pueblo. En la foto, cantando su canción mexicana favorita: Sigo siendo el rey.
Tomado de Periódico Vanguardia

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