Introducción
El reloj de la historia no se detiene y la situación política
evoluciona. Cada vez más sectores de la juventud comprenden que,
definitivamente, la crisis ha pulverizado el margen de maniobra antaño
existente para los ensayos del reformismo. Que el dilema no es ya -ni lo
fue nunca- entre reforma y revolución, sino entre revolución y pérdida
de todas las conquistas históricas. Que si permanecemos dentro de las
instituciones imperialistas europeas, si no expropiamos la banca
privada, y sin la consecuente ruptura total con el sistema capitalista
que ello conlleva, otro mundo no es posible.
Lenin como pos-posmoderno
A despecho de Toni Negris y multitudes, Lenin tenía razón y el centro
del sistema cada vez se reduce más y más, empujando un país tras otro
hacia la periferia saqueada por el imperialismo. Y si antaño países de
nuestro entorno -incluido el nuestro- salían de la crisis de los 70
exportándola, en definitiva, a su periferia a través de la deuda (Cfr. “La crisis boomerang”,
un artículo de Vicente Sarasa), ahora es el "Estado del bienestar"
alemán el que nos condena, de la mano de su oligarquía financiera, a ser
la parte sumergida del iceberg reformista, en la más perfecta
escenificación del proyecto propuesto hace un siglo por el “socialista”
Eduard Bernstein: que el colonialismo alemán mejore el nivel de vida de
la clase obrera... alemana. Reforzando, faltaría más, la explotación y
la opresión del proletariado como clase mundial.
Pero hay más, pues, a despecho de Holloways y posmodernos, Lenin
volvía a tener razón y el mundo sólo puede cambiarse destrozando la
maquinaria del poder capitalista y construyendo, sobre sus escombros, un
poder popular revolucionario, no refugiado en los márgenes del sistema,
sino con vocación de ser el nuevo centro de poder. Cada vez más gente
llana de barrio despierta de la pesadilla institucionalista y
electoralista, comprendiendo que estas reglas del juego sólo
garantizarán el avance sin obstáculos del plan del capital para huir
hacia adelante y, aunque sea reduciéndonos a una vida de perros,
contrarrestar la inevitable caída de su tasa de ganancia. Y con ello
sucede algo aún más avanzado: que cada vez más gente llana de barrio
comprende también las limitaciones del formato-manifestación, si se hace
abstracción de su carácter meramente simbólico y se convierte en un
fetiche ritual o en un objetivo autosuficiente en sí mismo.
Así, paradójicamente, nos encontramos con que “el anticuado Lenin” se
nos va apareciendo más moderno aún que los pos-modernos. Es
pos-posmoderno. Y vuelve con fuerza un siglo después porque explica
lo que estamos viviendo, mientras tan “novedosos” teóricos, ante el
profundo desengaño popular que se extiende, devienen conservadores
defensores de un estéril pasado. Pero, naturalmente, el ojo del sistema
nos observa y no se mantiene de brazos cruzados.
Instinto (de clase) básico
Ya en 2004, antes del retorno de esta nueva/vieja crisis capitalista, un conocido editorial del
ABC se lamentaba del declive de IU. El reaccionario periódico se
preocupaba entonces por las horas bajas de tan útil dique de contención
que canalizaba a la población más descontenta, evitando que muchos
cayeran, y cito textualmente, en "tentaciones rupturistas". No es de
extrañar tan aliviada simpatía. Una IU que amenaza de expulsión a
quienes no pacten con el PSOE para “ni por activa ni por pasiva dejar
que gobierne el PP”; que, cuando hay escraches, expropiación de
carritos en el Mercadona o iniciativas para rodear el Congreso, se desmarca alegando compartir "el fondo pero no las formas"; que pide reforzar la industria militar española; que se posiciona contra
el ejercicio práctico del derecho de autodeterminación nacional, etc.
En fin, esa IU que suprime toda democracia interna si surge el riesgo de
que las bases apuesten por iniciativas como la ruptura con la UE y el euro. Nada nuevo en realidad, sino el viejo “revisionismo carrillista” de toda la vida.
Sin embargo, ahora asistimos a un fenómeno que sí tiene algo de nuevo
y que surge sobre la base de las nuevas tecnologías de la comunicación y
el boom de Internet. Cuando La Tuerka comenzó sus emisiones, muchos
vieron con buenos ojos el esperanzador surgimiento de un formato
televisivo interesante. Y, efectivamente, en cierta medida supuso un
soplo de aire fresco y nos permitió presenciar debates “diferentes”. Por
desgracia, pronto este programa demostró que no dejaría de alimentar
los mismos equívocos que la vieja socialdemocracia, con Vicenç Navarro a
la cabeza, viene alimentando desde hace años: el equívoco de que una
posición antineoliberal equivale a una posición anticapitalista; el
equívoco de que la línea política y sindical de organizaciones como el
PSOE, IU, CC OO o UGT es capaz de lograr mejoras perdurables de la
situación de la clase trabajadora y los sectores populares; el equívoco
de que el keynesianismo es posible y realista actualmente, mientras que
el socialismo es imposible y utópico; y el equívoco de que los logros
sociales obtenidos en otro tiempo en ciertas zonas del planeta no
fueron, en realidad, un mérito de la práctica revolucionaria mundial
(encabezada por la URSS que, ya se sabe, tenía más tanques que el
Vaticano), sino del revisionismo moderno, sus "manifas" y sus mágicas
urnas. Equívocos que ya trató de refutar una declaración política de
Red Roja titulada “El mito de la vuelta del Estado del Bienestar: otro capitalismo es imposible”.
La cantinela, por supuesto, es bien conocida. Los medios de
comunicación del sistema llevan repitiéndola desde hace un siglo. Las
tradiciones del marxismo, del leninismo y del movimiento comunista en
definitiva están desfasadas, anticuadas y llenas de polvo. En su lugar
hay que proponer algo aparentemente muy novedoso, pero más antiguo que
el marxismo en realidad: el “socialismo utópico” (barnizado, eso sí, con
lenguaje algo más chic y cool). En este nuevo
utopismo se mezclan dos rasgos: la ilusión de que, por algún extraño e
inexplicado motivo, mediante concentraciones de plañideras manos alzadas
se logrará que la oligarquía deje de masacrar, bombardear y reprimir
pueblo, entregando repentina y pacíficamente sus seculares privilegios; y
la ilusión de que la clave ya no está en quién detenta la propiedad de
los sectores estratégicos de la economía y los medios de producción,
sino en cuál de los partidos existentes es menos “corrupto”, más
"democrático" y persigue mayor "progre-sividad fiscal" (nunca mejor
dicho lo de progre-).
Como nos recordaba el barbudo, no podemos juzgar a los sujetos por
cómo se ven a sí mismos. Por eso a veces el ABC puede contener más
verdad e instinto de clase que más de una Tuerka.
Ha nacido una estrella
Pablo Iglesias Turrión es un hombre talentoso. Por eso ha logrado
erigirse como el mejor representante de este archipiélago que, en sus
versiones más fieles al original, deriva en un progresismo
institucionalista de factura Mediapró, que sueña con esa futura Moncloa
PSOE-IU que, en definitiva, no dejará de recortarnos (eso sí, con mucha
“mano izquierda” e “imperativo legal”, como en Andalucía). Un
archipiélago que, además, desaprovecha una oportunidad única para educar
a sus espectadores, y especialmente a todo ese espectro de frivolidad
posmoderna descentralizada (asamblearia y vegana, por supuesto, pero
profundamente reaccionaria en esencia) que, afectada aún por la derrota
histórica que supuso la caída del socialismo real, no duda en convertir
todas las manifestaciones en un alegre circo sin pan... o incluso en
entrar, para prolongar el mismo, en buena sintonía con la policía.
Alguien tan inteligente no podía conformarse con aportar su granito
de arena: tenía que volar alto. Por eso, como aspirante a divo de la
comunicación “alternativa”, nuestro amigo no pierde ocasión para
recordarnos cómo de famoso se ha hecho últimamente, algo que plaga su
vida de anécdotas en las cuales la gente se hace fotos con él por la
calle o cosas por el estilo. Lo cual, aunque no lo parezca, acaba
teniendo siempre una insospechada trascendencia política.
Pero ser un divo de la comunicación no es como ser un "anónimo luchador", que diría Barricada.
Para lo primero hay que tener padrinos. Y, para tenerlos, hay que
invitar a muchos tertulianos de IU y del PSOE, aunque a algunos, más que
una tuerca, les falte un tornillo. Y si muere Santiago Carrillo, hay
que escribir un elogioso artículo
conmemorándolo (aunque haya protagonizado una de las mayores traiciones
y sea uno de los más insignes responsables de que suframos un régimen
que la vida y el tiempo han contribuido a desenmascarar). Si echan de
Beatriz Talegón de una manifestación, también hay que defenderla
(aunque ello supusiera algo histórico, pues marcó un punto de inflexión
hacia un nuevo escenario en el que el PSOE lo tendrá más complicado
para apropiarse de la confusa indignación popular). Si gente con los
pies en la tierra sigue apelando a la clase obrera, hay que subrayar que
ya no existe, pues poca gente se pone el "mono azul" (?), y que lo que
hay ahora es una multitud de "los de abajo"
(aunque eso implique un desconocimiento, impropio en tan ínclito
profesor, de la categoría marxista de "proletariado", más rabiosamente
actual hoy día que en los propios tiempos de Marx, como sujeto social
que sólo dispone de su propia fuerza de trabajo para subsistir). Y si
Cao de Benós defiende a un país amenazado y sitiado por resistir al
imperio, como Corea del Norte, hay que desmarcarse
públicamente de él -con cara de asco, a ser posible- y lavarse las
manos; por supuesto, siempre puedes emplear la expresión "burócrata
soviético" como insulto contra Esperanza Aguirre (aunque, como ha documentado
por ejemplo Herwig Lerouge, sin la existencia de la tan "burocrática"
Unión Soviética no se habría logrado una sola de las reformas
"bienestaristas" que nuestro héroe dice defender).
Asustar ricos, pero sólo un poquito
Tal es el aliento político de Pablo Iglesias, con el que se ha
granjeado la admiración de un público muy elegante, ilustrado y
“democrático”, que condena “el terrorismo”, no se cuestiona por qué sólo
el Estado puede tener soldados y sonríe desdeñoso y altanero cuando
alguien defiende “los horrores del comunismo”. Actitudes significativas
que, desgraciadamente, nuestro héroe no combatirá jamás. Por eso sólo a
los más despistados pudo sorprender su discurso en el Corrala Rock
de Sevilla, en diciembre de 2013, en el que defendió la necesidad de
una "izquierda responsable" que entienda el comunismo no como la ruptura
revolucionaria que se produjo en (y léase con ostensible tono
despectivo) "el Este", sino como un movimiento que "asuste a los ricos"
para "obtener algunas reformas" y plasmarlas "en la legalidad". Con esta
sola idea, Pablo Iglesias (un hombre -lo sabemos- encantado de
conocerse a sí mismo) entronca con el viejo revisionismo en dos
sentidos: entronca directamente con el reformismo anti-leninista de
Bernstein en su idea de que "el movimiento lo es todo, y el objetivo
final nada"; y entronca con el “eurocomunismo” de Berlinguer, Marchais y
Carrillo en la falacia histórica de que eran ellos mismos (los
reformistas), y no el revolucionario "Este", quienes asustaban a "los
ricos" para que cedieran las reformas que caracterizaron el llamado
modelo social europeo.
No es de extrañar, en consecuencia, que en dicho discurso Iglesias le
reprochara a Ángeles Maestro su ruptura de hace años con el PCE; o que
le recordara a Diego Cañamero que, más allá de la simpatía popular
despertada por las acciones del SAT, al final son CC OO y UGT quienes
negocian los convenios colectivos. Estas enigmáticas afirmaciones sólo
encontraban solución en la fórmula preferida de Iglesias y de muchos
otros, con la cual finalizó su discurso: la unidad en abstracto. Una
unidad en la que, sin informarte debidamente de los objetivos, del
trayecto, del timonel y del destino, te invitan a subirte a un barco. Y
lo hacen después de que, antes de dicho barco, hayan zarpado otros
cincuenta iguales, naufragando todos en mitad del océano. Pues todo
barco que aspire simplemente a “asustar a los ricos” pero sólo un
poquito, como el gamberro que llama al portero y sale corriendo, está
condenado a un naufragio como el del Titanic, del que sólo se salvan...
los ricos. Y la revolución, la URSS, el socialismo y otras realidades
(probablemente más “viejas y aburridas” que humillar a Marhuenda en
humeantes platós y debates) fueron, ellas sí, especialistas en eso de
asustar -e incluso derrocar- ricos.
La oportunidad no oportunista de las Marchas del 22 M
Por eso dicha unidad en abstracto, que no es una "unidad con" ni una "unidad para",
sino simplemente una "unidad" enigmática, constituye una de las
principales trabas para el desarrollo de la línea revolucionaria que
necesitamos en la actualidad. Más aún por el factor de confusión
que el "unitarismo abstracto" entraña. Pues la línea revolucionaria sí
que contempla, efectivamente, una táctica de "unidad popular", siempre y
cuando se identifique correctamente la contradicción principal
movilizadora, la que actualmente puede construir el bloque histórico
popular -y las relaciones hegemónicas necesarias dentro del mismo- para
hacer avanzar el proceso político en curso. Contradicción principal que,
como ha sostenido Red Roja en sus Informes de Coyuntura
publicados en el último año, no nos enfrenta a Madrid o al gobierno del
PP, sino a Bruselas y a la oligarquía financiera alemana parapetada
detrás de la Unión Europea y el euro.
Esto es algo que deberán tener muy en cuenta los sectores más
consecuentes del heterogéneo bloque que está organizando las Marchas del
22 de marzo a Madrid, a fin de que dichas marchas aprovechen la más que
interesante oportunidad que tienen para lograr que la lucha popular
suba un peldaño y no se centre en ir “contra el PP”, sino en quebrar el
bucle bipartidista reclamando que se vayan todos los que están de
acuerdo con pagar la deuda externa, con la secuela de inevitables
recortes sociales que ello conlleva... y no por decisión de Rajoy, sino
por la ciega acción de las leyes internas del sistema capitalista,
especialmente la de la caída tendencial de la tasa de ganancia. Pues ya
sabemos que, en realidad, la verdadera estafa es decir que la crisis es una estafa.
Así pues, las abstractas llamadas a la unidad de Iglesias y otros son
más peligrosas aún por contener una parte de verdad. El problema dimana
entonces de la mala traducción práctica, fruto de la falta de
concreción y del muy posmoderno miedo a discutir programas políticos;
sin olvidar la ideológicamente construida incapacidad para hacerlo sin
estar maniatados por lo que los taquígrafos del grupo multinacional
Mediapró tecleen.
Llegar cómo a la gente
Efectivamente, no se trata de predicar sin más “el socialismo” y “la
revolución” como abstracciones de salón, sino que es necesaria una
táctica práctica y concreta, un programa democrático y una línea de
masas. Línea de masas que los revolucionarios deben implementar a fin de
que se vayan abriendo espacio las posiciones revolucionarias en las
movilizaciones de masas existentes (Cfr. “Línea revolucionaria y referente político de masas”,
de Vicente Sarasa). Para ello (y la insistencia en esta idea no deja de
ser proporcional a la insistencia en el error que subsana), lo primero
es evitar que dichas movilizaciones populares entren en la órbita
gravitatoria del PSOE, con su “unidad de todos contra el gobierno del
PP”, su “Cumbre Social”, sus sindicatos vendeobreros, etc. En otras
palabras, urge hacer exactamente lo contrario de lo que está haciendo IU
(o de lo que está haciendo el Partido de la Izquierda Europea, al que
IU pertenece y que hace unos días
ha renunciado incluso a luchar por el no pago de la deuda). Y hacerlo
sin complejos, desde la convicción, asentada profundamente en la
experiencia histórica, de que con ello estaremos beneficiando las
aspiraciones populares y dificultando el proyecto de la burguesía para
arrebatárnoslo todo.
Así pues, éste es un debate crucial y necesario, aunque también, para
muchos, un tema tabú. Toda crítica a "la izquierda posible" y
"responsable" es interpretada mecánicamente como sectarismo o
izquierdismo infantil. Sin embargo, la crítica comunista del
izquierdismo se basa en dos premisas: por un lado, hay que participar en
las movilizaciones populares realmente existentes, aunque se basen en
consignas incompletas y no revolucionarias; por otro, esa participación
debe compaginarse con la denuncia implacable de sus líderes reformistas,
pues sólo desbordándolos -y siendo revolucionarios- las bases de dichos
movimientos lograrán materializar sus objetivos (incluyendo los
objetivos... reformistas).
Pero la cuestión va más allá de lo meramente programático y alcanza
dimensiones histórica y políticamente más amplias. He ahí la praxis
revisionista que, a base de concesiones de cara a la galería, ofreciendo
resquicios al enemigo de clase, le muestra grietas por donde penetrar y
acorralarnos con ideología burguesa, desnaturalizándonos
inevitablemente. Pues, cuanto más espacio se les dé, más complejos
inducirán desde sus medios de comunicación. Pero no somos nosotros
quienes debemos pedir perdón, sino ellos. Se empieza por renegar de la
URSS, pero eso te obliga a renunciar a la antigua China Popular, y más
tarde a Cuba y, por supuesto (ya se sabe, hay que cuidar “la imagen”) a
Corea del Norte.
Como unos mass media en los que no deberías confiar (por
ejemplo, alguno propiedad de Jaume Roures) te premiarán o castigarán en
función de lo que digas, acabas renegando hasta del "anticuado Lenin" y
defendiendo simplemente la Revolución Francesa, como Pablo Iglesias.
Concesión tras concesión hasta la claudicación final, lo que nos lleva a
la pregunta crucial: ¿basta con llegar a la gente, sin importar con qué
consigna se llegue, aligerando peso a base de tirar objetivos políticos
por el camino? ¿No se tratará, más bien, de hacer llegar ciertas consignas a la gente? Es obvio que no hay que pensar sólo en cómo llegar a la gente... sino también en llegar cómo a la gente.
Quién es quién
No todo lo nuevo es necesariamente mejor, pero, incluso aunque así
fuera, ¿qué hay de novedoso en todo esto? Los focos, el estilo musical o
determinada corbata pueden constituir algo novedoso. El contenido
político, en cambio, es demasiado antiguo para sorprender a nadie. Así,
este modelo de tertuliano amortigua los golpes, se sale por la tangente,
se niega a enfrentar los debates más cruciales. Y, como dijo el crítico
marxista Lucien Goldmann, en toda producción literaria puede rastrearse
una "poética del silencio": los autores hablan más por lo que no dicen
que por lo que dicen.
Veremos a los tertulianos de turno atacar a Marhuenda, a la
"caverna", al PP. La izquierda consecuente coincidirá con dichos
tertulianos en muchos frentes: si se trata de defender el aborto, de
oponerse a los recortes, de apoyar a Nicolás Maduro. Pero, por otra
parte, estos tertulianos callarán en muchas cosas; incluso coincidirán
con el enemigo en bastantes temas cruciales: si se trata de insultar a
los presos políticos comunistas o a la memoria histórica de los países
que se embarcaron en la construcción del socialismo; de condenar toda
superación revolucionaria de esos métodos de lucha institucionalistas y
legalistas que sólo nos llevarán a perderlo todo; de alabar a la
llamada “democracia” burguesa como si se tratara de un régimen político
superior y/o legítimo. Y es justamente en los temas cruciales donde se
define quién es quién. Quién se pondrá de parte de la policía y quién de
parte de los grupos revolucionarios. Quién, aun estando a favor del
aborto y de Maduro, abortará la posibilidad de que aquí llegue a existir un Maduro (e
incluso de que aquí llegue a conquistarse el aborto libre),
“condenando” y aislando a los que, como Chávez en 1992, se levanten
dando un paso al frente.
Porque en realidad esa es, a nivel histórico, la principal diferencia
entre este "egorrevisionismo" y el fascismo abierto de Marhuenda u
otros. El segundo tiene su propio público. Pero el primero, como diría
aquel significativo editorial del ABC, está ahí para domesticarnos a
nosotros. Es de facto, aunque inconscientemente, un reparto de tareas.
De ahí esa tendencia histórica al bipartidismo que nos anima a creer en
el "voto útil" y en el "mal menor". La cuestión es: a estas alturas
¿podemos caer aún en un truco tan burdo? ¿Debemos, pues, olvidar que el
sistema capitalista (no un “desafortunado empleo”, neoliberal en lugar
de socialdemócrata, del mismo), lejos de ser un "mal menor", es el mayor mal del planeta, el más grande criminal y productor de injusticia y genocidio que existe?
Conclusión
No es casual que el discurso de Pablo Iglesias en el Corrala Rock
defraudara a ciertos sectores hasta entonces esperanzados. La gente lo
está pasando mal; algunos hasta se suicidan; esto no es un juego. Y cada
vez más gente entiende que la hora no es de frase bonita e imagen, sino
de “machete en mano”, que diría Nicolás Guillén:
el machete de priorizar la táctica realmente necesaria para avanzar en
el proceso revolucionario socialista que necesitamos, en un contexto de
crisis capitalista en el que ya no tenemos margen de maniobra
reformista; en el que hasta la más ínfima reforma requiere la
expropiación de la banca privada, cosa que no puede realizarse
"pacífica" ni "institucionalmente", como tanto nos gustaría a todos (y
no sólo a los Anguita, Garzón o Cayo Lara, los cuales, aparte de desear
eso, confunden la realidad con sus deseos). Cada vez más jóvenes sin
futuro se preguntan: ¿cuándo dejaremos de decir banalidades que sabemos
que son mentira? ¿Cuándo dejaremos de recomendarle a Espartaco que se
enfrente a las falanges romanas lanzando besitos y sentimientos amorosos
y fraternales? ¿Cuándo decidiremos ser útiles para los olvidados,
aunque eso nos aleje de platós, concejalías, diputaciones, liberaciones
sindicales y sueldos asegurados? ¿Cuándo dejaremos de buscar el aplauso
fácil, superaremos el liberalismo y pensaremos en función de una ética y
unos intereses no particulares sino de clase?
Comentarios
Publicar un comentario