El señor Senador. Un artículo de Jorge López Ave

Un artículo de Jorge López Ave

Traicionó. Mintió. Cambió. Olvidó. Llevó. Descubrió. Frecuentó. Viajó. Visitó. Aprovechó. Dio. Mejoró.
Traicionó todo su ideario de juventud, uno por uno cada argumento, cada eslogan, cada ilusión. Mintió para medrar, hizo
negocios aprovechando la información privilegiada a la que accedía como senador. Cambió dos veces de apartamento hasta que la tercera fue la vencida y pudo acceder al chalet soñado en el barrio más pituco de la ciudad. Olvidó amistades que no siguieron su misma senda y se quedaron anclados en la época militante, de la que para olvidar definitivamente donó a un feriante los posters, discos y libros, en un acto de generosidad que le llenó el ego para quince días. Llevó a sus hijos a liceos privados y caros hasta que les llegó la hora de estudiar en sendas universidades americanas (del norte). Descubrió los mejores restaurantes del país, cocina de alta escuela y diseño que le acercaron a la humanidad de los mejores chefs. Frecuentó el hipódromo y se dejó convencer de que no sería un senador con mayúscula si no tenía algún potro con aspiraciones a Gran Premio, y por eso se hizo de una muy peleona pareja de caballos de carrera. Viajó, casi siempre en vip y con gastos a cargo del Estado, por 23 países, con cenas románticas y hoteles de cinco estrellas en el destino, y fotos para enseñar a los nietos que los habrá en algún momento. Vistió con un modisto de prestigio argentino, que le obligaba a viajar a Buenos Aires a medirse franelas importadas de alta gama y confección. Aprovechó uno de esos viajes para comprar un departamento muy pequeño pero céntrico, ubicado en la calle Suipacha como refugio y escapada sexual de week end. Dio vida a un muy selecto grupo para asegurarse el aplauso cercano de los suyos y los golpes en el hombro a cada una de sus intervenciones parlamentarias. Mejoró con una donación de 700 dólares el patio del recreo de la que fuera su Escuela en un acto memorable con la prensa, y el himno tronando y los chiquilines cantando a todo lo que daba: sencillamente inolvidable.

Ahora que hay elecciones y su joven novia Giselle lo mira ahí recostado, mientras hace zapping a los informativos con cara de distraído, y habla en voz alta a modo de respuesta a una pregunta que hace unos días escuchó que le hacían a un colega de otro partido en una radio con ideología antigua: “Mirá, a mí me votan porque supe captar con el alma del pueblo, los que sufragan para que yo siga viviendo así es porque les gustaría verse en mi sitio. No es política ni sociología, es psicología. Antes votaban senadores para la lucha ahora para reflejar sus legítimas aspiraciones vitales. El mundo cambió para bien, Giselle”.

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