Boltxe kolektiboa | Category: Azala - Portada
Tal y como comentamos era la intención de Boltxe Kolektiboa llevar
el debate que iniciamos el pasado 16 de noviembre a Otxarkoaga, todos
los puntos de Euskal Herria que así lo deseasen, pues pensamos que es
un debate necesario y lleno de actualidad en la Euskal Herria de hoy
día, en la Euskal Herria del año 2013.
El texto que propusimos era ¿Qué puede aportarnos el ¿Qué hacer? de
Lenin? y para refresacar memorias estaría bien que enlacemos con el
texto para quien desee relerlo o volver a leerlo. Puede hacerlo al final de este texto o en este enlace:
http://boltxe.info/?p=61708
Compañeros y compañeras de Gasteiz, han valorado la posibilidad de
realizar este debate en la capital arabatarra y allí iremos. La cita es
el día 6 de diciembre, a las 10 de la mañana en e los locales de
Gasteiz Txiki, calle Las escuelas 9 de Alde zaharra. Allí esteremos y
nos vemos, para pensar, debatir y sacar conclusiones.
Recordar que cualquier barrio o colectivo o pueblo que quiera
realizar el debate no tiene sino ponerse en contacto con nosotras y
nosotros mediante nuestro correo electronico
***********
¿QUÉ PUEDE APORTARNOS EL ¿QUÉ HACER? DE LENIN?
1. Lenin y el marxismo
2. Reforma o revolución
3. Reformismo abertzale
4. Dispersión u organización
5. Marketing o teoría
6. Formación económico-social
7. Nación e imperialismo
8. Independencia socialista
9. Resumen
Una,
la teoría de la formación económico-social y del capitalismo en Rusia,
de 1899. Dos, la teoría del partido de vanguardia, que toma cuerpo en
1903 pero que fue luego retocada y adecuada varias veces. Tres, la
teoría de la insurrección y de la violencia revolucionaria que toma
cuerpo entre 1905-1906. Cuatro, la teoría marxista del conocimiento, del
materialismo y de la dialéctica, que empieza a formarse en 1908 y da un
salto significativo en 1914. Cinco, la teoría del derecho a la
autodeterminación que existiendo como tal en 1900 avanza en 1913 para
concretarse definitivamente a partir de 1917. Seis, la teoría de
transformar la guerra mundial en guerra civil de 1914. Siete, la teoría
del imperialismo de 1916. Ocho, la teoría de la hegemonía política de la
clase obrera en alianza con el campesinado de 1917. Nueve, la teoría
del Estado y del poder soviético, de 1917. Diez, la teoría de la
transición al socialismo en un país empobrecido y en medio de un cerco
imperialista, de 1921. Once, la teoría de la burocratización del
partido, del Estado y de los sindicatos desde 1922. Y doce, la esencia
de la teoría de la revolución cultural de esta misma época pero que no
tuvo tiempo de desarrollar.
Los
periódicos reverdecimientos y rejuvenecimientos del marxismo, por
llamarlos de algún modo, se producen sólo y exclusivamente a partir de
las situaciones críticas en las que se concentran y estallan todas las
contradicciones de la sociedad burguesa, forzando que sea la práctica
política organizada la que sintetice todas las luchas en aportaciones
teóricas. Las condiciones sociales que permitieron que fuera la
revolución bolchevique la que produjera ese salto rejuvenecedor en el
marxismo ya se estaban formando antes de que naciera Lenin. De hecho,
Marx y Engels ya eran conscientes en 1877 de que la revolución
socialista estallaría no en Inglaterra ni en Alemania, en el centro del
sistema, sino en Oriente, en Rusia, en Asia como sucedió. Las
aportaciones enriquecedoras siempre se han producido en los contextos de
crisis sistemáticas, estructurales, prolongadas y violentas, porque
sólo estas vivencias extremas pueden romper el ciego y estático
dogmatismo del llamado sentido común, tan reaccionario. Por el
contrario, la cómoda parsimonia de la casta intelectual, incluso
progresista y hasta marxista, a lo máximo que puede llegar es a realizar
aportaciones muy parciales en el plano estrictamente teórico-abstracto
en cuestiones secundarias o terciarias, y sin apenas radicalidad
política.
Fue
el devenir crecientemente áspero y duro del capitalismo en el imperio
zarista, en Oriente, el que creó las contradicciones para que allí
surgieran además de Lenin otras muchas y muchos revolucionarios sin los
cuales, sin su militancia política y teórica, el primero no hubiera
podido hacer tanto. Sin la lucha de masas espontánea y organizada
sostenida desde hacía años, Lenin no habría podido estructurar tres
constantes en esta prolongada creatividad teórico-política: una, las
doce aportaciones se apoyan mutuamente, forman un conjunto que va
enriqueciéndose en medio de la lucha, como parte de la lucha, aunque a
ritmos diferentes según las prioridades de ésta: es la necesidad
revolucionaria la que marca el desarrollo de las teorías parciales, pero
siempre dentro de una coherencia que se sustenta en la vuelta a los
textos clásicos marxistas anteriores en el momento de iniciar una nueva
investigación. Lenin tenía un riguroso y exhaustivo método de estudio
que, además de otras exigencias, se caracterizaba por empezar leyendo
todo lo posible de lo escrito por los marxistas anteriores sobre esa
cuestión.
Además,
damos por demostrada ya, a esta altura del siglo XXI, la valía y
corrección de las aportaciones de Lenin porque la lucha contra el
imperialismo ha demostrado que el poder político revolucionario es una
conquista imprescindible para asegurar el avance al socialismo y a la
independencia nacional, y que este poder sólo puede conquistarse
mediante una efectiva práctica organizada. Vamos a volcarnos en esta
característica leninista para analizar nuestra situación y nuestras
perspectivas. ¿Por qué procedemos así? Porque pensamos que es la mejor
forma de comprobar la validez de Lenin en la Euskal Herria de 2013:
mediante el criterio de la práctica como base del criterio de verdad.
Básicamente,
dos líneas contrarias recorren la historia de la lucha socialista. Una,
la que sostiene que al socialismo puede llegarse mediante la
acumulación lenta o rápida de reformas alcanzables con la conjunción de
las luchas de masas e ideológica con la institucional y parlamentaria,
de modo que se vaya creando una mayoría ciudadana tan amplia y
convincente que no le quede otro remedio a la burguesía que ir cediendo
paulatinamente cotas de poder y de propiedad, hasta que llegue el día en
que ya lo haya entregado todo al pueblo, algo así como ese dicho
popular según el cual la primavera ha llegado pero nadie sabe cómo ha
sido. Se trata de ir creando la hegemonía de la sociedad civil y
democrática sobre la envejecida sociedad política, burguesa y
reaccionaria. Lograda esta hegemonía civil, la clase política no podrá
seguir manteniéndose en el poder y, más tarde o más temprano, tendrá que
cederlo a la ciudadanía. Ésta procederá a democratizar la economía, a
potenciar el sector público y estatal, y a repartir la riqueza y la
propiedad según los principios de equidad y justicia social.
La
otra sostiene que se puede y se debe avanzar limitada y parcialmente al
socialismo mediante las reformas, mediante el parlamento y las
instituciones, mediante la lucha de masas y el desarrollo de una
hegemonía popular de clase que atraiga a la pequeña burguesía en peligro
de proletarización, así como a otros sectores de la clase obrera en
claro empobrecimiento como consecuencia de la crisis. Ahora bien, esta
corriente sostiene que el simple aumento de las reformas llega a un
límite insalvable a partir del cual se endurece al máximo la represión
apareciendo el problema del poder de clase, y de nación oprimida, como
el punto decisivo a conquistar. Cuando el aumento cuantitativo de las
reformas llega al punto cualitativo de cuestionar radicalmente el poder
burgués, y/o del Estado ocupante, y sobre todo la decisiva cuestión de
la propiedad privada, entonces, se quiera o no admitir, la lucha por la
reforma ha de transformarse en lucha por la revolución.
Históricamente
y también ahora -al igual que seguirá ocurriendo mañana-, la primera
corriente sostiene que la vía revolucionaria ha fracasado en todas
partes, que la teoría revolucionaria que la sustentaba se ha demostrado
errónea, superada; que no se pueden extraer lecciones válidas de la
historia que avalen la vía que predice que tarde o temprano reaparece
con su decisiva prioridad la cuestión de la propiedad y del poder y por
tanto la cuestión de la violencia reaccionaria represiva y brutal, para
la que hay que prepararse con antelación. Esta corriente sostiene que el
capitalismo mundial ha tenido tales cambios que ahora ya es posible el
tránsito si no totalmente pacífico al socialismo sí con una
insignificante tensión social que no tiene por qué llegar a los niveles
de violencia de las revoluciones y del fascismo. Esta corriente está
convencida que incluso ya no es necesario recurrir a conceptos como
clase trabajadora, explotación asalariada, lucha de clases, e incluso no
emplea ya el de burguesía, sino que amalgama todo esto dentro del
concepto de ciudadanía, o a lo máximo de multitud. Sostiene que, con la
denominada desobediencia civil y con el ambiguo «derecho a la
resistencia», se puede hacer la presión democrática y política, que
separan de la presión violenta y pre-política, suficiente como para
debilitar al poder y no espantar a las franjas indecisas, sino atraerlas
mediante las buenas formas, el convencimiento dialogado de las
ganancias socioeconómicas cotidianas, de calidad de vida, inherentes a
la justicia social, y al soberanismo interclasista en los casos de
opresión nacional.
Pero
la otra corriente, afirma que para poder hablar de «derrotas» y
«fracasos» revolucionarios y «victorias» capitalistas hay que estudiar
este sistema como mundial, planetario, y no sólo en el Occidente
posterior a la Segunda Guerra Mundial. Hay que estudiarlo en su
evolución y en comparación al optimismo triunfalista de la burguesía del
siglo XVIII, triunfalismo que ha desaparecido para devenir en brutal
retroceso autoritario y explotador. Además, en Occidente, el llamado
«Estado del bienestar» (¿?) ha sido sólo un interludio muy fugaz
motivado por el miedo burgués ante la derrota del nazifascismo a manos
de la URSS y de las luchas obreras y populares, además de otras razones.
Aprovechando la crisis de 2007 la burguesía occidental está terminando
de destrozar este sistema, volviendo a las formas de explotación que
necesita para mantener su hegemonía mundial. La crisis confirma la
esencia del capitalismo, la realidad de la lucha de clases, la
existencia de una masa de población muy mayoritaria que carece de todo y
que sólo sobrevive aceptando ser explotada, etc. En el capitalismo
occidental siempre que existe una fase expansiva o depresiva aparecen
modas intelectuales obsesionadas por «demostrar» el definitivo «fracaso
del marxismo», y sobre todo de Lenin, pero estas modas se esfuman
conforme vuelven a agudizarse las contradicciones y las crisis tienden a
reaparecer con más virulencia que antes.
Es
innegable que en Euskal Herria fue creciendo la primera tesis, la
reformista, dentro de las diversas formaciones políticas, sindicales,
sociales, etc., en sucesivas fases: de entrada, venía ya alimentada en
lo básico por la ideología del PSOE y de la UGT, y de sectores no
democristianos duros del PNV y de ELA, así como en la ideología
reformista e interclasista reforzada desde la segunda mitad de la década
de 1970. Desde la primera mitad de los ochenta esta ideología fue
reforzada por el llamado «desencanto político», por la acción del
eurocomunismo y sobre todo por la degeneración de un sector de la
izquierda abertzale, el surgido de EIA-EE, algunos de cuyos sectores
apoyaron esta ideología reformista.
La
implantación creciente de esta ideología fue facilitada además por la
debacle del dogmatismo sectario de la izquierda estatalista empecinada
en supeditar la realidad vasca a sus diversas interpretaciones de los
«libros sagrados» marxistas: si la realidad no coincidía con el dogma,
peor para la realidad. A la vez, el deterioro creciente de la URSS y del
socialismo realmente inexistente, más la guerra cultural imperialista y
los cambios sociales provocados por la larga expansión de los «treinta
gloriosos» del keynesianismo y Taylor-fordismo, todo esto propició la
expansión de la versión reformista de la ideología dominante, que es la
ideología de la clase dominante en sectores crecientes de la sociedad
vasca. Pero en la medida en que la izquierda abertzale autoorganizada en
forma-movimiento con una vertebración interna en la que actuaban
determinadas organizaciones de vanguardia que cumplían el papel del
partido leninista en aquellos contextos, en esta medida la izquierda
abertzale pudo responder y contrarrestar el ascenso de la ideología
reformista, logro sustentado en la dialéctica de la lucha de liberación
nacional de clase, sucesivamente enriquecida con aportaciones
antipatriarcales, antinucleares y ecologistas, etc.
Sostenemos
la tesis de que una de las razones decisivas de la efectividad de la
izquierda abertzale en aquellos años para luchar contra el reformismo
fue la hondura consciente en el núcleo de la militancia independentista
de las aportaciones de Lenin vistas al principio de este texto, unas más
que otras, pero todas en su conjunto, en especial la simbiosis entre su
teoría de la formación económico-social específica, de la organización,
de la opresión nacional, de la violencia y del Estado, del imperialismo
y del conocimiento. Iremos viendo cómo un sector del Movimiento de
Liberación Nacional Vasco (MLNV) en concreto, y en menor medida el
movimiento en su conjunto, aunque con intensidades internas diferentes,
se han alejado de estas aportaciones fundamentales. No seguiremos el
orden cronológico arriba visto, sino uno adecuado a nuestra
investigación presente: empezaremos por la cuestión organizativa;
seguiremos con la teoría del conocimiento; avanzaremos al concepto de
formación económico-social; pasaremos a la cuestión nacional en la época
imperialista; y concluiremos con el problema del Estado y de la
violencia.
El cierre de Egin en 1998 y de Euskaldunon Egunkaria
en 2003, junto a otras muchas represiones, sirven de paradigma para
ejemplarizar la transformación de dos instrumentos fundamentales de la
lucha de liberación. Ciñéndonos al primero, a Egin, su sustituto, el diario Gara, es cualitativamente diferente a su predecesor. Con el tiempo, Gara se ha convertido en vocero de un reformismo de «vía vasca» sin apenas herencia alguna de Egin, que representaba e impulsaba una lucha de liberación nacional de clase que sólo aparece muy puntualmente en Gara. Pero 2003 no es importante sólo por el cierre de Euskaldunon Egunkaria
sino también por los 60.000 votos abertzales «perdidos» o «devueltos»,
según se mire, a la coalición autonómico-estatalista dirigida por el
saltimbanqui Ibarretxe. Además, exceptuando los Encuentros de Sokoa,
en estos años se intensificó el paulatino abandono de cualquier
reflexión teórica sobre el socialismo en general y especialmente sobre
su conexión irrompible con la reivindicación nacional, de manera que la
unidad «liberación nacional-lucha de clases» se escoró hacia el primer
componente abriendo una brecha que todavía sigue sin cerrarse en una
parte del movimiento de liberación, la formada por Sortu, Bildu y
Amaiur.
Como
se aprecia, permanentemente nos referimos a diferentes sectores de la
izquierda abertzale, como un todo con sus partes. Desde la teoría
organizativa de la forma-movimiento, en la que siempre es necesaria la
existencia una organización de vanguardia, leninista, estas partes
tienen una clara autonomía debido a las áreas específicas en las que
luchan, y de las cuales extraen una serie de experiencias que
sintetizadas sirven para el conjunto del movimiento en cuanto tal,
sirven por su contenido esencial y necesario para la totalidad de las
organizaciones, sindicatos, movimientos, colectivos, grupos, etc., que
se sienten parte del movimiento en su unidad y que aportan y reciben,
enseñan y aprenden. La teoría marxista del partido de vanguardia,
perfeccionada por Lenin, explica por qué y cómo éste ha de centralizar
lo esencial y común, a la vez que ha de respetar y potenciar lo autónomo
y particular de cada sector del movimiento.
Uno
de los objetivos prioritarios de Lenin en 1903 y en todas las mejoras
introducidas por él, tras las correspondientes autocríticas al ver cómo
la realidad siempre va por delante de la teoría envejecida, fue mantener
esa dialéctica del todo y de sus partes a la vez que se contrarrestaba
la enorme fuerza centrífuga que emana de las condiciones internas de la
dominación política capitalista. Desde siempre, la burguesía ha buscado
dos vías para vencer a las luchas revolucionarias, ambas
complementarias: dividirlas y evitar su unidad, enfrentándolas entre
ellas si es posible, y/o exterminarlas de un solo golpe represivo o
mediante sucesivos golpes menores pero más efectivos a la larga para
mantener la ficción democrática. Cualquier estrategia de
contrainsurgencia aplica estos dos métodos que, además, son reforzados
por la naturaleza disgregadora y pulverizadora del capitalismo. La
tendencia a la disgregación de las organizaciones político-sindicales
revolucionarias nace de la escisión entre la teoría y la práctica, entre
el trabajo intelectual y el manual, también de los efectos políticos e
ideológicos del individualismo metodológico burgués, del fetichismo de
la legalidad burguesa y parlamentaria, así como de las obsesiones
dirigistas de la mentalidad pequeño-burguesa tan arraigada en el
reformismo.
Mal
que bien, decimos, porque ahora ni eso, ahora no existe en la práctica
diaria un único MLNV sino dos, como mínimo, coordinados muy débilmente
para el día a día. Desde un punto de vista marxista, no existe el MLNV
como unidad de objetivos y de estrategia, sí existe como unidad de
táctica coyuntural, nada más. Es muy significativo que sea la lucha por
la amnistía la que siga aglutinando al MLNV, mientras que en el resto
sea visible una clara diferencia que alcanza su expresión más clara en
los programas concretos de las organizaciones y movimientos del MLNV
comparados con las huecas vaciedades de Sortu que por ahora no tiene
programa, no tiene eso que se denomina «bases ideológicas». Por ejemplo,
el sindicalismo independentista sociopolítico tiene unas «bases
ideológicas» que se mueven en otra realidad totalmente diferente a la de
Sortu por el simple hecho de que esta organización no tiene programa
oficial, como hemos dicho, excepto una breve declaración hecha para su
congreso fundacional. Otro tanto debemos decir del internacionalismo
abertzale que siempre ha sido radical y explícito, y se ha enriquecido
todavía más en los últimos meses, a diferencia de Sortu. Por su parte,
el movimiento popular, fuerza central del MLNV, se recompone por vías y
con objetivos que chocan abiertamente con la ponencia oficial de Sortu,
ponencia para el debate de cuyo resultado no se sabe todavía nada.
Podríamos seguir con otros componentes del movimiento de liberación,
pero basta decir que ya es corriente escuchar el comentario callejero
sobre la creciente distancia que separa al grueso de la izquierda
abertzale de Sortu.
Hace
pocos años hubo, al menos, dos tesis enfrentadas pero una de ellas fue
boicoteada y otra publicitada ampliamente a través de Gara, después se consensuó una intermedia, Zutik Euskal Herria,
y por fin se hizo pública la ponencia oficial de Sortu que sorprendió
muy desagradablemente por su ideología reformista de fondo oculta bajo
una vaguedad conceptual disimulada por algunas ideas de izquierda
revolucionaria perdidas entre las páginas. Además, el debate fue
organizado para impedir el contraste entre dos opciones diferentes
argumentadas con rigor. Existen métodos muy efectivos para, en una sola
ponencia oficial, ofrecer dos o hasta tres posturas diversas sobre el
mismo problema, métodos que esclarecen las divergencias facilitando su
comprensión y con ello la toma de decisiones unitarias y su posterior
síntesis oficial. No se empleó ninguno de estos métodos, sino una
versión del marketing empresarial.
Sin
extendernos en este lamentable y significativo episodio, lo cierto es
que aún hoy, a casi un año de concluido oficialmente el debate y a casi
diez meses de la presentación pública de Sortu, todavía se desconocen
sus resultados. Actualmente, una parte muy importante del MLNV, la que
tiene como objeto de su militancia el campo institucional y electoral
dentro de una «alianza estratégica» con fuerzas socialdemócratas,
exeurocomunistas y democrático-progresistas, como EA, Alternatiba y
Aralar, así como con grupitos e independientes que hace poco no
participaban en el MLNV y hasta lo criticaban con dureza en cuestiones
decisivas, esta parte del MLNV, Sortu, actúa diariamente sin lo que se
denominan «bases ideológicas» oficial y definitivamente consensuadas.
Dicho radicalmente, camina a ciegas y sin rumbo si tenemos en cuenta el
papel crucial de la definición de objetivos históricos y de la
estrategia para conseguirlos. Las «bases ideológicas» son la brújula y
el compás en la vieja terminología de una organización, o el GPS en la
moderna y para entendernos.
La
primera aportación significativa de Lenin al marxismo fue la de
recuperar y adecuar a las condiciones del imperio zarista el decisivo
concepto de formación económico-social, que se refiere a las condiciones
sociohistóricas, económicas, culturales, nacionales e internacionales,
etc., en las que se desarrolla una lucha de clases particular, en
nuestro caso un proceso de liberación. Mientras que el concepto de modo
de producción es abstracto, el de formación económico-social es
concreto. Como lo indica la praxis, toda estrategia política triunfante
ha empleado ambos conceptos, pero en sus respectivas áreas dentro de la
elaboración estratégica. El estudio de Lenin sobre el desarrollo del
capitalismo en el imperio zarista utilizó este método, y debe decirse
que la revolución bolchevique nunca hubiera triunfado si ya en 1899 no
hubiese quedado definitivamente esclarecido el contexto objetivo de la
lucha, en especial el hecho de que el campesinado ya había dejado de ser
el sujeto revolucionario, pese a su aplastante mayoría cuantitativa en
la época, para pasar a serlo el todavía reducido proletariado, bastante
más reducido en cantidad pero cualitativamente superior. Y unido a este
avance, justo muy poco tiempo después, en 1900, Lenin salió abiertamente
en defensa de la necesidad del pueblo chino a resistir a la invasión
zarista para mantener su independencia nacional.
Si
así han procedido las luchas triunfantes, al margen de su resultado
último, las que nunca han triunfado ni siquiera durante un tiempo
inicial, y peor aún las que fueron derrotadas antes de las crisis
decisivas, todas estas luchas se han caracterizado por asentar su praxis
en el conocimiento riguroso del contexto en el que luchan, de su clase
propia y de la burguesía a la que se enfrentan, sobre todo de su nación
oprimida. Hemos de reivindicar el decisivo acierto teórico y político de
lo que entendemos como proceso del V Biltzar, aproximadamente desde
inicios de 1964 hasta 1980, en la fijación del marco nacional de clase y
socialista del independentismo vasco. Un logro comparable, salvando
todas las distancias, al de Lenin a finales del siglo XIX, un logro que
explica, que hasta finales de la década de 1990, el grueso del MLNV
tuviera los pies en el suelo de las contradicciones a pesar de los
profundos cambios que estaba sufriendo Euskal Herria como efecto de la
reorganización imperialista iniciada a mitades de la década de los años
setenta y acelerada a mitades de la de los ochenta.
Los
factores expuestos arriba, desde la represión hasta las nuevas modas
ideológicas, pasando por los cambios sociales acumulados, todo esto
explica que en los años de euforia consumista y de tópicos sobre la
«nueva economía», el poscapitalismo, etc., desapareciera prácticamente
el estudio de los cambios en la estructura social vasca. Exceptuando muy
contados eventos realizados por grupos y colectivos relacionados
directa o indirectamente con el MLNV, la desidia teórica fue penetrando
en amplios grupos del independentismo socialista y, peor aún,
determinadas corrientes repitieron los errores de otros colectivos al
volcarse en la casta intelectual académica, considerándola la única
fuente de saber. El neopositivismo y las corrientes post eran
mayoritarios en estos ámbitos.
Como
hemos dicho, desde comienzos de la década de los ochenta el capitalismo
español inició una feroz desindustrialización de Hego Euskal Herria,
con el apoyo de la burguesía vasca, que supuso un debilitamiento
cuantitativo considerable de la fracción industrial de la clase obrera,
del «trabajador de mono azul», para entendernos. Fue esta fracción la
que vertebró hasta entonces al pueblo trabajador vasco, la que inició
las grandes huelgas insurreccionales de 1890-1934, la que sostuvo la
resistencia de 1936-1937 y los largos años de plomo de la dictadura
franquista, la que tras el impacto del Plan de Estabilización de 1957
logró integrar con mucha eficacia la oleada emigrante y dirigir la larga
fase de lucha de liberación nacional de clase del tardo franquismo y
del post franquismo. La denominada «batalla de Euskalduna» de 1984 marcó
el final de una fase y el inicio de otra en la desestructuración del
pueblo trabajador de la «Euskadi del hierro y el acero» y el intento de
romper definitivamente su centralidad para aniquilar el sujeto colectivo
de liberación. Esta ofensiva continúa en el presente con renovados
bríos, para cuya explicación nos remitimos al texto de debate del Lenin
Eguna de 2012 -Lenin, Txabi, Argala: sobre la actualidad del V Biltzar- que ha quedado validado en este año transcurrido.
Desde 2009, y
también antes, el pueblo trabajador está sosteniendo una feroz lucha de
clases contra la burguesía vasco-española, contra su Estado. En muy poco
tiempo han habido seis huelgas generales e innumerables huelgas
parciales en empresas concretas, en zonas y pueblos, así como otros
muchos conflictos provocados por la sistemática ofensiva del capital.
Durante estos combates tiende a aumentar la estrecha alianza entre la
clase obrera y los movimientos populares dando forma, mediante la propia
lucha, a un «nuevo» pueblo trabajador «diferente» en su forma pero
idéntico en la esencia al «viejo», que empezó a agotarse a partir de
1984.
La
formación de un «nuevo» sujeto colectivo de lucha, de un «nuevo» pueblo
trabajador requiere tiempo, lecciones aprendidas en las luchas y en las
derrotas, las nuevas formas no aparecen de inmediato sino que deben
superar muchas barreras, entre ellas, además de las obsoletas formas de
pensamiento ya periclitadas que se resisten a morir, también las
mentalidades interclasistas y reformistas que han aparecido al calor del
desasosiego, de la incertidumbre y del cáncer reformista que sigue a
toda desestructuración impuesta por el poder opresor, especialmente en
franjas de la antigua militancia que se ha adaptado a la lógica
dominante, la del poder. Para contrarrestar estas tendencias ya
presentes en su época, Lenin insistió en la necesidad del estudio
permanente de la formación económico-social del propio país. Tarea que
sólo podía realizarse mediante una organización revolucionaria de
vanguardia.
7. Nación e imperialismo
Una
necesidad tanto más imperiosa cuanto que los cambios en el imperialismo
occidental, en respuesta a su crisis propia interna y a las presiones
exteriores de otras potencias, están a su vez forzando ataques muy duros
a sus clases trabajadoras y en especial a los pueblos que oprimen.
Aquí, de nuevo, las aportaciones de Lenin son decisivas, y muy en
concreto la de la cuestión nacional y la del imperialismo. A grandes
rasgos, existen en Lenin dos grandes fases en su investigación sobre la
opresión nacional, siendo el año de 1913 el que las separa. En la
segunda, la cuestión nacional está más estrechamente unida a las
contradicciones capitalistas mundiales, al imperialismo, que en la
primera que es vista más en lectura estricta de derechos democráticos y
políticos, mientras que en la segunda estos derechos nunca negados son
complementados y enriquecidos a partir de una comprensión muy superior
del papel del imperialismo en la opresión nacional.
Si
analizamos el contexto vasco vemos que tanto el pacto entre PNV, PSOE y
PP en Vascongadas como el apoyo básico del PSOE a UPN en Nafarroa
aúnan, por un lado, sus intereses autonómico-regionalistas con los
estatales y, por otro lado, con los del imperialismo occidental en este
período. Lo mismo sucedió, en esencia, en los pactos estratégicos de
1975-1978, pero con la diferencia de que entonces el imperialismo
occidental y el europeo, en concreto, se encontraban en otra fase. La
dialéctica entre la opresión nacional y el imperialismo se ha fusionado
del todo en este casi último medio siglo, pero sin embargo una parte del
MLNV no presta la atención suficiente a esta realidad objetiva. Sin
querer hacer leña del árbol caído, de la ponencia oficial de Sortu, y
menos aún de la perspectiva internacional defendida por la ponencia
publicada por Gara a finales de 2009, sí hay que decir que aquellas perspectivas han resultado totalmente erróneas.
Lo
malo es que se crearon falsas expectativas en las franjas abertzales
más débiles teórica y políticamente al sugerir la idea de que el
imperialismo podía hacer la vista gorda ante una lucha de liberación
nacional de clase, socialista, incluso dejándola avanzar si aceptaba el
marco legal impuesto. El imperialismo sólo acepta autoderrotas de los
autovencidos, excepto en aquellas luchas que logran victorias
cualitativas, como la del IRA frente a Gran Bretaña con los Acuerdos del
Viernes Santo de 1998. Ante la ausencia de tales victorias cualitativas
de la izquierda independentista debe comprenderse el reforzamiento de
la opción proestatalista de la burguesía autóctona en Hego Euskal
Herria. PNV, UPN y PSOE, cada uno en su medida, representan al bloque de
clases dominante en el Estado español y a su sucursal en la parte vasca
bajo dominación española. El bloque burgués -PP, UPN, PSOE y PNV, y de
manera especial el Estado- sabe que la línea impulsada por Sortu no se
basa en victoria cualitativa alguna previa, como fue el caso del IRA
provisional el 1998 -no entramos en valoraciones críticas internas al
independentismo irlandés-, sino en una decisión «unilateral» sin base
previa conquistada.
La
cuestión del poder y del Estado era central en Marx y Engels, pero el
reformismo socialdemócrata la diluyó para abrir una brecha por la que
colar la supremacía del parlamentarismo en detrimento de la lucha de
clases, de la lucha de las masas en todos los espacios en los que
existiera explotación, opresión y dominación. Fue la izquierda, y Lenin
en especial, la que recuperó esta problemática, restituyéndola en su
lugar prioritario. La conquista del poder político-estatal aparecía ya
desde el Manifiesto del Partido Comunista
de 1848 como un objetivo a lograr mediante la interacción del programa
mínimo con el programa máximo, de la táctica con la estrategia y con los
objetivos irrenunciables. Mantener la dialéctica entre el programa
mínimo y el programa máximo, entre lo que ahora mismo se quiere
conquistar como paso táctico que acelera y acerca la conquista de los
objetivos históricos expresados en el programa máximo, es una constante
revolucionaria, mientras que al contrario, romper esa dialéctica y
priorizar lo inmediato, lo táctico a costa de debilitar, olvidar o
renunciar a los objetivos y a la estrategia adecuada, es una constante
reformista.
En
la izquierda abertzale fue un sector de EIA-EE el que primero abrió la
puerta al abandono de los conceptos que explican las contradicciones
irreconciliables que enfrentan a opresores y oprimidos, imaginando que
la explotación desaparecería de la realidad simplemente dejando de
hablar de ella. Una ideología mágica e idealista que cree que es el
lenguaje el que crea la realidad: se adora al tótem de la democracia
abstracta y al fetiche del parlamentarismo, y no se cita al tabú de la
explotación. Con el tiempo, otro sector del MLNV «se olvidó» del
socialismo, de la reivindicación permanente del Estado vasco
independiente, empleando cada vez más expresiones ambiguas y polisémicas
como «naciones sin Estado» en sustitución de naciones oprimidas o
pueblos nacionalmente oprimidos, etc., hasta llegar en el presente a
priorizar el concepto de soberanía sobre el de independencia, del mismo
modo que el de Amnistía está desapareciendo del lenguaje oficial, por no
citar al de lucha de clases, desconocido prácticamente en Sortu, pero
cobrando vigencia en otros sectores del MLNV.
La
reivindicación permanente del Estado vasco inserto en una República
Socialista es una necesidad urgente para la supervivencia de Euskal
Herria. Pero su reivindicación requiere de una pedagogía política diaria
en la que las conquistas del programa mínimo estén siempre relacionadas
con los objetivos históricos. El pueblo trabajador tiene que vivenciar
en su experiencia cotidiana que la independencia socialista puede ser
conquistada y que, en cierta medida, lo está siendo ya en algunos
aspectos no cualitativos mediante los logros políticos, sean de lucha de
masas, de movimientos populares y obreros, de victorias electorales e
institucionales, etc. Una vez más, y ante la lentitud de Sortu también
en esta cuestión, son otras partes del MLNV, como el movimiento obrero y
el sindicalismo sociopolítico, además del movimiento popular, quienes
asumen esa tarea. Por ejemplo, el texto colectivo sobre el Estado vasco
coordinado por Ipar Hegoa busca avanzar en este camino, a la vez que
muestra las grandes diferencias y hasta contradicciones existentes
dentro del amplio mundo abertzale.
Pero
en cada explicación pedagógica sobre la dialéctica entre conquistas
tácticas actuales y objetivos irrenunciables a conquistar en el futuro,
debe siempre insistirse en que la República Socialista Vasca es
irreconciliable con el imperialismo, con la Unión Europea; que por mucha
indefinición que se mantenga en Sortu sobre la Unión Europea, a pesar
de ese silencio suicida no se extinguirá pacíficamente la contradicción
antagónica entre el independentismo socialista y el imperialismo, sino
que irá agudizándose más si cabe en la medida en que el pueblo
trabajador se radicalice y se autoorganice fuera del sistema
parlamentario franco-español y contra él, por lo que debemos ir
preparándonos mental, política y materialmente para ello. Y nada de esto
se hace. Al contrario, de mil modos se intenta asentar entre las bases
la creencia de que se puede avanzar pacíficamente «gotita a gotita»
hasta niveles altos de «democracia vasca» sin contenido de clase,
indefinida en el aspecto crucial de la propiedad privada. Un sector del
MLNV está cometiendo el mismo error del reformismo a finales del siglo
XIX y tras la Segunda Guerra Mundial: abandonar la lucha por la
conquista del poder estatal en su sentido fuerte, rompiendo la
dialéctica entre el programa mínimo y el programa máximo, limitándose
sólo al primero.
Segunda,
es urgente demostrar argumentativamente que hay reivindicaciones en las
que no se puede ceder abierta o solapadamente, porque son las que
definen al MLNV como la amnistía, la euskaldunización, el
independentismo socialista, el Estado vasco, el derecho a la revolución,
el papel rector del programa máximo sobre el mínimo, el papel de la
lucha obrera y popular autoorganizada en movimiento, el carácter
secundario aunque importante del parlamentarismo, la democracia directa y
el control obrero y popular, etc.; o dicho en el sentido contrario,
debe activarse al máximo la lucha teórico-política contra las tesis que
relativizan o niegan actualidad a estas y otras reivindicaciones
esenciales.
Petri Rekabarren
Euskal Herria, 15 de octubre de 2013
(Versión definitiva)
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