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La ciudad de Tokio venció en la ciudad de Buenos Aires a las ciudades
de Estambul y Madrid. Jugaban ser sede de los Juegos olímpicos del
2020. Los votantes son unos señores casi anónimos que pertenecen al
Comité Olímpico Internacional y cuya función es ir de acá para allá y de
allá para acá buscando buenos caldos y mejores viandas a cambio del
voto. Para justificar tamaña vida escuchan adormilados las bondades de
las ciudades candidatas tras haberlas visitado y comparado en sus vidas
nocturnas
. La prensa española reveló que para defender a Madrid viajaron
a la capital Argentina nada menos que 320 personas (quizás para
demostrar que la crisis hispana es un invento de comunistas
inadaptados), que se alojaron –faltaría más- en hoteles de 5 estrellas y
comieron en restaurantes afamados. Todo, obvio, a coste del erario
público español. Hasta ahí pocas sorpresas. Lo divertido llegó luego,
cuando se supo que una agencia de comunicación y publicidad fue la que
preparó las intervenciones de los intervinientes. Eso es, la del
Príncipe Felipe de Borbón, la de la Alcaldesa de Madrid, (una tal Ana
Botella, a la sazón señora esposa del funesto José María Aznar), la del
basquetbolista Pau Gasol y la del presidente del gobierno Mariano Rajoy.
Todos ellos estuvieron varias semanas ensayando en Madrid los
discursos; subrayando el lugar donde había que hacer hincapié en el
dramatismo o el sitio exacto donde había que buscar una sonrisa, pero
también el tono de los chistes, el momento en que hay que mirar a las
cámaras, el tipo de saludo a los asistentes, el punto y aparte para
tomar un poco de agua, el instante de ponerse el pelo detrás de la
oreja, la combinación del pañuelo con los colores del traje, los
silencios para arrancar aplausos. Es fácil imaginarlos a todos ellos en
los ensayos previos, en sus casas, en piyama, y cotejando con sus
parejas lo bien que les estaba quedando la lectura interpretada. La
Agencia de Comunicación cobró por su trabajo 300.000 dólares. Les hizo
precio. La casta política de las geografías todas contrata estos mismos
servicios para campañas electorales. Los títeres son manejados desde
arriba por el titiritero pero la gente aplaude y el espectáculo
continúa.
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