A
las buenas revolucionarias que nos importa el sufrimiento de los seres
oprimidos, debe importarnos aún más si cabe por ser hoy día una
carencia, el sufrimiento de los seres doblemente oprimidos,
independientemente de su género. Y es que, hasta que no se asuma esta
cuestión, todos los pasos que demos hacia la revolución serán siempre
insuficientes...
Primero fue el proyecto de ley de la
interrupción voluntaria del embarazo, que condena a las mujeres a
abortar bajo las condiciones éticas de los gobernantes; después la
eliminación de la seguridad social de los anticonceptivos más efectivos
con menor daño para la salud por contener menores cantidades de
hormonas, y por último (de momento), modificar las estadísticas de
víctimas de violencia de género excluyendo los partes de lesiones y sólo
contabilizando los ingresos hospitalarios de más de 24 horas.
Esta última medida, que se está
estudiando y que hay que combatir desde este mismo momento, es
especialmente llamativa. Por su frivolidad, por su hipocresía, y sobre
todo, por la legitimación de la violencia patriarcal.
Por un lado, niega de forma implícita la
violencia simbólica o psicológica, quizá la más dañina para las
mujeres, puesto que no requiere de golpes, pero es necesaria para que
éstos se den, y porque es un mecanismo fundamental de opresión ya que
aumenta la sumisión inhibiendo la capacidad de respuesta de quien la
sufre, en el caso del patriarcado, las mujeres.
Por otro lado, la medida legitima la
violencia física. Un puñetazo, un brazo roto, una brecha en la cabeza, y
un largo etc. es violencia, y ninguna de ellas requiere ingreso
hospitalario, y menos, de 24 horas. Las mismas 24 horas que muchas
enfermas, tras ser operadas no pasan en el hospital, gracias a la
privatización encubierta de nuestra sanidad pública que premia las altas
hospitalarias y la disminución de los ingresos para aumento de los
beneficios de la empresa "gestora".
La invisibilización de estas víctimas,
que por otro lado, son la mayoría, no sólo no logrará "acabar con esta
lacra social" como presupone la señora ministra, sino que además las
dejará sin recursos para poder afrontarla. Un menor número de víctimas
en las estadísticas es sinónimo de eliminación progresiva de recursos
mediante el cierre de instalaciones y la eliminación de servicios:
puntos de encuentro, concejalías, casas de acogida, etc. Lo que no se
usa, se elimina. Aunque la estadística esté falseada. Peor, pese a que
lo esté.
De nuevo, el gobierno ataca. ¿El
gobierno, o el sistema? La importancia de aclarar, identificar y definir
al enemigo es fundamental para luchar, resistir y combatirlo; por lo
que no puede quedar duda alguna sobre su caracterización.
Si bien es cierto que el patriarcado es
un sistema de opresión sui generis, no es menos cierto que es
fundamental para el capitalismo, debido a que no es una consecuencia de
éste, sino que le proporciona la base del bienestar del individuo y la
familia, función vital para la explotación de las trabajadoras por el
sistema económico.
Esa transversalidad propia del
patriarcado, así como su interesada reproducción por el sistema
capitalista, hace que no podamos obviar que nuestro enemigo no es el
capitalismo, sino el capitalismo patriarcal; de la misma forma que
nuestro feminismo no puede ser otro que de clase.
Un feminismo de clase porque es la clase
trabajadora quien sufre necesariamente el patriarcado. La mujer del
presidente de la CEOE no necesita que la seguridad social cubra el
aborto si el feto sufre discapacidad, porque gracias a la explotación
del pueblo puede costearse un aborto "a todo trapo" en Londres. Tampoco
le supondrá un problema a Ana Botella la eliminación de los
anticonceptivos de tercera generación en las prestaciones públicas,
porque puede pagarlos íntegros e incluso mejores tratamientos.
Un capitalismo patriarcal porque son las
mujeres a quienes más afecta la reforma de las pensiones, por su
incorporación más tardía al mercado laboral y su paso intermitente
debido a su capacidad reproductiva; porque la discriminación salarial
por sexo hace que las mujeres cobren al menos un 21% menos que los
hombres en iguales condiciones (1).
Por esto, ninguna organización política,
asociación, movimiento político-social contra el sistema, etc. será
revolucionario si no defiende y trabaja por un feminismo de clase,
aunque lo ponga en letras mayúsculas en su definición.
La lucha contra el patriarcado, como
contra la explotación requiere que cada día, cada una de nosotras,
llevemos el mensaje a todos y cada uno de los espacios donde trabajamos
de forma constante. Requiere que la importancia de una manifestación
contra la futura ley del aborto sea la misma que otra contra la reforma
de las pensiones. Pero no sólo. También es necesaria la denuncia de la
opresión cotidiana, como por ejemplo, con el cambio del lenguaje. Y no
sólo por hacerlo inclusivo. El lenguaje categoriza nuestra realidad y
nuestra estructura mental, y por ejemplo, con la utilización de términos
como "esto es la polla" para lo bueno o sorprendente y "esto es un
coñazo" para lo aburrido o pesado no hacemos sino perpetuar la
desigualdad estructural
A las buenas revolucionarias que nos
importa el sufrimiento de los seres oprimidos, debe importarnos aún más
si cabe por ser hoy día una carencia, el sufrimiento de los seres
doblemente oprimidos, independientemente de su género. Y es que, hasta
que no se asuma esta cuestión, todos los pasos que demos hacia la
revolución serán siempre insuficientes.
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Fuente: RedRoja
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