En el fascismo . Jorge López Ave

El crecimiento de la ultraderecha en los barrios obreros de muchas ciudades europeas no es un tema menor. No se trata de un problema de coyuntura, ni de equívocos, sino del trabajo político que desarrollan al albur de la crisis del capitalismo. Es sabido que el fascismo es el plan B del sistema capitalista, su cara menos amable para que las clases dominantes no pierdan un ápice de poder. Pero esa subida, a veces espectacular, de organizaciones homófobas, racistas y virulentamente anticomunistas, tiene un primer y casi único responsable: la izquierda.

Presenciar como un auto llega a un barrio obrero, masacrado por la droga, la resignación y la falta de perspectiva, del que salen tres personas con indumentaria nazi y no son perseguidos a pedradas, es síntoma de enfermedad grave. Más aún cuando esos individuos se bajan y empiezan a repartir bolsas de comida a mujeres que se amontonan entorno al coche. También dan unos papeles para informar que médicos patriotas atenderá tal día a tal hora a quien necesite con la sola condición de ser naturales del país, excluyendo de esa manera a miles de emigrantes que se amontonan en esos barrios a compartir miseria. Un viejo militante revolucionario se pregunta a gritos dónde están los suyos, dónde las formaciones que predican un mundo mejor por más justo e igualitario. Grita y sigue gritando, mientras las mujeres pasan a su lado con desdén, mirando el contenido de las bolsas de comida. “Antes, -me dice-, en este barrio, había un local donde íbamos los comunistas, los anarquistas y gente revolucionaria, pero la pasábamos discutiendo y lo que empezó siendo un espacio donde más de cien personas nos encontrábamos, acabo cerrado. Mire a los nazis, ahí van, en ese coche, están dando cosas a gente que lo necesita y luego vendrán a recoger la cosecha, van a sacar miles de votos agradecidos, la gente no sabe nada, no entiende nada de política, no le sirve nadie, sólo agradece al que le da. La semana que viene dicen que empezarán con patrullas armadas en las esquinas para disuadir a los ladrones y golpear a los drogadictos. Hay gente que los apoya, es increíble pero es cierto”. Un hombre sale de un local de comprar cigarrillos en una máquina, asiente con la cabeza el final de la intervención de mi interlocutor. Apostilla, “acá van a presentar (se refiere a un grupo fascista) a un candidato a Concejal que estuvo preso seis meses por matar a un emigrante, de Etiopía creo que era,  le dio como cien patadas en la cabeza mientras le gritaba comunista maricón negro. No hay memoria, es increíble que la gente lo vote ahora”. El barrio se cae a pedazos, se ha generalizado el robo de los cables con cobre porque tienen buen precio en el mercado negro, pero eso deja sin luz a las casas, la gente llama una y otra vez a las autoridades municipales, a la empresa que explota el servicio de luz y nada de nada, pero luego aparece como si fueran supermanes un escuadrón fascista con escaleras y cables y les pone la luz, la gente aplaude desde las ventanas y repite las consignas neonazis con el saludo del brazo extendido y todo. Dicen que ellos mismos están detrás de los robos de cobre pero la gente no lo cree, prefiere pensar que son emigrantes africanos y rumanos. En otras zonas han acondicionado tiendas para vender fruta, verdura y luego colocan a personas desempleadas; funcionan como la mafia, los fascistas se quedan con lo recaudado pero llevan un pedido de carnes y cosas de limpieza a la casa del trabajador semicontratado en su local. Vuelvo a preguntar por el paradero de la izquierda, una mujer feminista, vieja militante del barrio, se me encoge de hombros, “ni está, ni se le espera”, me dice antes de darse la vuelta y confesarme que va a tener que dejar el barrio tras 32 años de militancia social porque la han amenazado de muerte, y anda mayor para seguir dando la pelea. Cuando camina treinta metros, vuelve al lugar y dice. “La izquierda debe andar discutiendo en qué Internacional se perdió y en a quién pone de candidato a algo”. Abandono el barrio, al llegar al coche que dejé junto a una parada donde ya no llega el bus, un joven con un claro perfil ultraderechista sazonado con un tatuaje de la SS en el hombro, me pregunta si pienso volver a la zona a hacer preguntas. 

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