Iba yo un día por la calle y me encontré a cuatro tipos pegando a un
hombre. “¿Me meto o no me meto?”, le dije a mi mujer. “No te metas,
hombre”, respondió ella. Y al final me metí, y
entre los cinco le dimos
una paliza. Este chiste de Gila resume a la perfección una cierta
bravuconería muy española, una actitud de ensañamiento con el débil. Es
algo que se está viendo con la crisis actual, la exclusión del sistema
de los pobres y los enfermos: el desmontaje del estado del bienestar se
está llevando a cabo perjudicando primero a aquellos cuyas quejas nunca
serán escuchadas. Una de las últimas pruebas la teníamos esta semana con
un movimiento perverso, la noticia de que la Comunidad de Madrid le
ofrece primero empleo a los desempleados con prestación, dejando aún más
en la cuneta a los que no tienen nada.
Mientras, en los medios de comunicación no paran de sonar
llamamientos a la responsabilidad. Los mismos medios que se callaban la
boca ante la corrupción generalizada cuando la burbuja económica estaba
en su pleno apogeo ahora nos presentan el panorama como si fuéramos un
país serio, que tiene que exigir cuentas cuando, eso sí, ya no hay
dinero para nadie, ni siquiera para pagar con publicidad institucional
el silencio mediático. Sin embargo, las críticas se hacen, en el fondo,
con la boca pequeña, al tiempo que se buscan chivos expiatorios contra
los que descargar la frustración generalizada. Y el cine español es uno
de los débiles con los que mola cebarse.
Hace dos meses, todo un ministro de Economía cargó contra los actores
de nuestro cine diciendo que el problema de todo era que no pagaban
impuestos. Y todo porque hay algunos actores (no muchos, la verdad) que
son unos auténticos rojeras, que no siguen el ejemplo de los
futbolistas, de hacer declaraciones sólo con monosílabos mongoloides
ante el aplauso de la gente. Se eleva a la categoría de ejemplo a los
millonarios mascachapas analfabetos y se demoniza a los actores que
dicen lo que les da la gana, expresando cosas que se salen del guión
establecido. A ésos se les niega todo, y se les remata cuando están
derrotados.
El último caso es el del actor Willy Toledo. Hace unos días, el actor
comentó en una entrevista en una televisión venezolana que se iba a
vivir a La Habana. La noticia llegó a España de inmediato donde los
medios de comunicación le dieron por todos lados, en un amplio abanico
que iba desde la sorna displicente hasta el insulto más despiadado. En
general, hubo un clamor anti-Willy Toledo en plan, “jódete”, auspiciado
por una derecha mediática ávida de sangre, que lleva años arremetiendo
contra el actor, jaleando un estado de opinión que promueve incluso que
le den una paliza.
Da la sensación, si uno lee las noticias y comentarios, que Willy
Toledo se va a Cuba con millones escondidos en diversas cuentas suizas. O
que lleva años cobrando dinero público en sobres sin declarar. O que ha
estado estafando a pensionistas y trabajadores, prometiéndoles
inversiones para después robarles el dinero. Cuando lo que sucede es que
Toledo se marcha a La Habana para trabajar en un proyecto teatral ante
el ostracismo al que le ha sometido la industria del cine español: en
los últimos tres años, únicamente Pedro Almodóvar le ha dado trabajo, un
papel en Los amantes pasajeros. El resto de proyectos en los
que ha participado se reduce a cortometrajes, una curiosa interrupción
en la carrera de uno de los actores más conocidos del cine español.
Lo malo es esa sensación de aislamiento cuando uno cae en desgracia.
El miedo está instalado también en la industria del cine. Existe un
cierto desánimo y un aire de comprensión cobarde. “Es que hay que
entender cómo es Willy”, es el tipo de comentarios que se puede escuchar
desde dentro de la profesión, una manera de apartarse del apestado y de
justificar que el actor tenga que irse de este país a buscarse la vida.
Y un acto de fariseísmo sonrojante: si el que se marcha es un
científico, es una vergüenza, la prueba máxima de lo mal que va España;
si el que se larga es un actor, ni siquiera se le tiende un puente de
plata, sino que se le remata.
La prueba de ese remate la volvemos a ver en Esperanza Aguirre,
experta en señalar con el dedo a quienes no le ríen la gracia. Ya lo
hizo con El Gran Wyoming y ahora vuelve a por Willy Toledo. Se puede ver
en el siguiente vídeo, con la lideresa jaleando a uno de sus voceros
pelotas, que le espeta a una manifestante que se vaya a Cuba con Willy
Toledo.
El actor ha quedado convertido en un icono del rencor más cainita,
del odio más irracional. Poco importa ya si se está de acuerdo o no con
sus opiniones políticas porque es un problema de libertad de expresión. Y
de ensañamiento con un actor que lo único que hace es participar en
películas, expresar sus opiniones en los medios y manifestarse. No
contentos con el drama de que el paro expulse a la gente fuera (sean
científicos, actores o licenciados en busca de trabajo), muchos medios
de comunicación aplauden esta situación cuando se trata de determinadas
personas. Y los demás a reírles la gracia o hacer como el chiste de
Gila, a unirse en el linchamiento.
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