El problema no es a quién votar sino en cómo organizarse. Jorge López Ave.



Acabo de ver por segunda vez en esta semana a tres adolescentes subidos a un contenedor de basura buscando comida. Una vecina me dice que son de un Centro de acogida, muchos de ellos emigrantes llegados de las formas más insospechadas, y que con los recortes empieza a haber problemas con los alimentos. Me dice incluso que, a esta altura, dependen casi de lo que le puedan llevar los monitores que quedan y alguna ONG solidaria. 

¿Qué carajo/coño nos pasa? Cómo nos cuesta tanto vertebrar un Socorro Rojo, una organización que lejos de la caridad religiosa, practique la solidaridad revolucionaria con las miles de personas que se han caído de todos los umbrales de pobreza. ¿No es esta razón primera para que la gente con conciencia de clase, y que anda aletargada desde hace años, salga de sus casas a organizar, a meter el hombro, a crear poder popular de base? Ya no se trata de asumir un compromiso militante con la vida, el asunto tiene que ver con la propia dignidad, porque las semanas pasan, los meses también y el entorno se desmorona a una velocidad que lo hace irreconocible casi de un día para otro. Los flecos de la Transición dejaron un descreimiento atroz, el acomodo institucional de militantes que, con oportunismo interesado, nos dijeron que el único camino para los cambios era conseguir reformas dentro del sistema, y que sumando una tras otra obtendríamos un capitalismo amable y justo, que esa era la forma de mejorar la calidad de vida de los más castigados por el régimen y, por si fuera poco, nos ponían de ejemplo la socialdemocracia escandinava, ocultando su cara imperialista y saqueadora que les permitía mantener el estatus. También aquí nos engañaron algunos de los que tenían apellidos de izquierdas en sus siglas. Pero ahora pienso en la buena gente, en compañeros y compañeras que han desconectado de la realidad social con búsquedas introspectivas, con la vieja milonga de que para cambiar el mundo primero tiene que cambiar uno. Casi una frase lapidaria que han hecho suyas intelectuales de tipo Bisbal, y que los poderosos, que las clases dominantes, abrazan como una idea magnífica porque a la postre supone descartar gente que podría cuestionarles el poder pero que han optado en cambio por darle vida a su alma y practicar la bondad espiritual interclasista.

Mientras, los chiquillos que buscan en la basura irán aumentando y los trabajadores obligados a aceptar condiciones laborales que los retrotraen al túnel del tiempo con el miedo inoculado a perder lo poco que tienen. Y encima de todo tendremos que soportar algunos argumentos enanos, del tipo que si todos remamos en el mismo sentido (y somos el 99% dicen, en un perfecto autoengaño), podremos cambiar el gobierno en las próximas elecciones porque habrá más diputados buenos que malos, y acabaremos entonces con la necesidad de buscar en los contenedores, y el capitalismo estará, otra vez, reluciente. Se aceptan ideas más inteligentes.


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