Cristina Cifuentes, Ada Colau y el eje del mal
Pedro Luis Angosto.
El artículo 47 de la Constitución española de 1978, que es violada
una y otra por los poderes públicos y privados sin recibir la respuesta
adecuada de los órganos encargados de velar por su cumplimiento, dice
textualmente: “Todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una
vivienda digna y adecuada. Los poderes públicos promoverán las
condiciones necesarias y establecerán las normas pertinentes para hacer
efectivo este derecho, regulando la utilización del suelo de acuerdo con
el interés general para impedir la especulación. La comunidad
participará en las plusvalías que genere la acción urbanística de los
entes públicos”. Ya, es cierto, ese artículo está en lo que ustedes
llaman parte declarativa de la Norma Fundamental, esa que enuncia por
dónde debe ir la legislación y por dónde la actuación de los gobernantes
al respecto, pero da la casualidad que los poderes, al fomentar desde
la llegada de Aznar y su ley del suelo el ladrillazo y la especulación
inmobiliario-financiera, demostraron que para ellos no existe ley
fundamental, ni artículo cuarenta y siete ni otros derechos diferentes a
los de quienes siempre los tuvieron por nacimiento, consanguinidad o
afinidad.
El artículo 25 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos,
firmada por el hasta ahora llamado Reino de España, reconoce también el
derecho a la vivienda entre los que merecen especial tutela por los
poderes públicos: “Toda persona tiene derecho a un nivel de vida
adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar,
y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia
médica y los servicios sociales necesarios; tiene asimismo derecho a los
seguros en caso de desempleo, enfermedad, invalidez, viudez, vejez u
otros casos de pérdida de sus medios de subsistencia por circunstancias
independientes de su voluntad”. Por tanto, el artículo 47 de la
Constitución Española y el 25 de la Declaración Universal de los
Derechos Humanos no dejan resquicio alguno sobre el derecho que tienen
todos los ciudadanos a tener un techo digno bajo el que cobijarse y
desarrollar sus vidas.
Ada Colau, fundadora y portavoz de la Plataforma de Afectador por las
Hipotecas (PAH), al contrario que Cristina Cifuentes, no ha hecho otra
cosa en cuantos foros ha intervenido o actuado que exigir el
cumplimiento de la ley máxima que rige en España y de la que lo hace en
todo el mundo civilizado, es por ello ferviente constitucionalista y
defensora de la Declaración Universal de Derechos Humanos. No es Ada
Colau quien protege mediante el uso de la fuerza bruta a quienes dejan a
las familias en la calle destruyendo su presente y su futuro; no es Ada
Colau quien actúa violentamente contra quienes salen a las calles a
defender del legítimo derecho de todos los ciudadanos a tener una
vivienda digna; tampoco es Ada Colau quien protege a los banqueros que
prestaron dinero que no era suyo sin pedir garantías suficientes: Eso lo
hace Cristina Cifuentes, y es normal, porque mientras Ada Colau tiene
una formación ciudadana impecable y cree en los valores democráticos,
Cristina Cifuentes se crió de la mano del franquista Manuel Fraga
Iribarne en Alianza Popular, partido al que hoy llaman Popular, sin
alianza. A nadie, pues, puede extrañar que desde que fue nombrada
Delegada del Gobierno en la Comunidad de Madrid –lo mismo ocurre con Boy
Ruiz en Barcelona, la derecha es ansí-, la capital de España parezca
una ciudad ocupada policialmente ni tampoco el uso que hace de la Fuerza
Pública, que pagamos entre todos, contra ciudadanos que exigen sus
derechos pacíficamente porque en su subconsciente, y a flor de piel,
sigue rondando como palabrita del Niño Jesús aquella célebre frase del
fundador de su partido: “La calle es mía”.
En cumplimiento de la actual Constitución y de los derechos que ella
protege –reunión, manifestación, expresión, trabajo, vivienda,
educación, sanidad, vejez, dependencia- Cristina Cifuentes, nombrada
jefa de la porra en Madrid por Mariano Rajoy el de las estirpes y por
Fernández Díaz, el hombre que habló con Dios en Las Vegas (Nevada),
debería ordenar a su policía que investigase y vigilase a quienes por
haberse dedicado a la especulación y haber hecho quebrar al sistema
financiero español dejan a la gente sin hogar, a quienes tienen el
dinero en paraísos fiscales, a quienes defraudan sistemáticamente al
Erario, a quienes despiden a miles de trabajadores cada día o les hacen
trabajar en condiciones infrahumanas, a quienes se corrompen y
corrompen. Eso sería cumplir con la actual Constitución, pero a Cristina
no le gusta leer, le va la marcha y en su concepción autoritaria y
violenta de la política piensa que ciudadanas como Ada Colau son un
peligro para el buen orden establecido, por eso, como en los viejos
tiempos, no duda en utilizar el infundio, la confusión ni la
provocación, ora diciendo que hay que restringir el derecho de
manifestación, ora infiltrando policías de paisano en las
manifestaciones para que alboroten, ora acusando a Ada Colau, que dio
una lección magistral de ciudadanía en su comparecencia ante el Congreso
de los Diputados, de connivencias con la banda criminal eta, empleando
para ello tácticas tan viejas como las de aquel ministro del Interior
apellidado Ibáñez Freire que en diciembre de 1979 excusó el asesinato
por la policía de dos jóvenes -Emilio Martínez y José Luis Montañés- en
las inmediaciones de la madrileña Plaza del Progreso –hoy Tirso de
Molina- alegando que estaban a sueldo de Moscú.
Cristina Cifuentes puede utilizar los resortes del poder que quiera,
porque los tiene todos, toda la fuerza bruta, porque parece que es lo
suyo, pero es un personaje del pasado, alguien que ya existió, una
reminiscencia de la oscuridad que tantísimo daño ha hecho a este país.
Ada Colau, representa a la España vital, civilizada, solidaria,
preparada, luchadora, humilde, valiente y tenaz. Con ella está la fuerza
de la razón, con ella y el ejemplo de miles de personas como ella, una
ventana abierta a la esperanza de un día mejor para todos, el pulso
latente, rápido y vigoroso de una ciudadanía que resiste y vencerá. Toda
mi gratitud.
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