Steinbeck contra la pesadilla americana

Steinbeck contra la pesadilla americana

… y en los ojos de la gente se refleja el fracaso; y en los ojos de los hambrientos hay una ira creciente. En las almas de las personas las uvas de la ira se están llenando y se vuelven pesadas, cogiendo peso, listas para la vendimia.
John Steinbeck

En estos días, el telediario vuelve a vendernos el mito de Obama. Mientras las tropas norteamericanas ocupan medio planeta y sus cabezas nucleares nos amenazan a todos, el telediario intenta convencernos de que los verdaderos peligros son Siria e Irán. Los mismos que en Libia, cuando asesinaban a Gadafi, eran “freedom fighters”, al cruzar la frontera y viajar hasta Mali se transforman misteriosamente en “terroristas”. Llamazares propone que el juez Garzón encabece la próxima candidatura electoral del PCE-IU (quizá su táctica electoral para asegurarse la victoria sea ilegalizar al resto de partidos). En fin, el desbarajuste demencial habitual.

Pero el telediario, plagado de anécdotas ridículas y casos supuestamente “graciosos”, alcanza el clímax cuando empieza a vendernos la película de Spielberg sobre Lincoln. ¡Lo compararan con Obama, qué original! Es cierto que, a pesar del genio interpretativo de Daniel Day-Lewis, el Lincoln de la película está lejos del que conociera Marx: el de la pantalla es un politicastro demagógico que nunca dice lo que piensa, manipula a la gente contando absurdas anécdotas y tirando, a falta de argumentos, de su supuesto “carisma”, etc. El Lincoln real, un negrero reconvertido como Suárez, al menos cambió las reglas del juego y, es justo decirlo, abolió la esclavitud. ¿Ha cambiado alguna regla del juego Obama? Apago la tele y abro una página web alternativa. Vaya, Vicenç Navarro nos escribe sobre “lo que Spielberg no cuenta de Liconln”. Pero ¿y lo que Vicenç Navarro no cuenta de Lincoln? Cierro la página web.

Abro mi libro de Howard Zinn y leo: “No estoy, ni nunca he estado, a favor de equiparar social y políticamente a las razas blanca y negra (aplausos). No estoy, ni nunca he estado, a favor de dejar votar ni formar parte de los jurados a los negros, ni de permitirles ocupar puestos en la administración, ni de casarse con blancos… Mientras permanezcan juntos, debe haber la posición superior y la inferior, y yo deseo que la posición superior la ocupe la raza blanca”. “Mi objetivo primordial en esta lucha es la salvación de la Unión, y no el salvar o destruir la esclavitud. Si pudiera salvar la Unión sin liberar a ningún esclavo, lo haría”. Abro mi libro de Domenico Losurdo y contrasto la información. No hay error. Ambas citas son de Abraham Lincoln.

Al dejarlos, en el estante veo mi libro de Albert Manfred y lo abro. Allí veo otra cosa que ni la película de Spielberg ni el artículo de Navarro cuentan: el desarrollo desigual del capitalismo en EE UU, que hizo que en el norte se desarrollara la industria y las granjas agrícolas, frente al sur basado en las plantaciones de tipo esclavista. Nadie habla de algo muy sencillo de comprender: con el capitalismo, a partir de cierto nivel de desarrollo de las fuerzas productivas, a la clase dominante no le interesa tener esclavos. Al fin y al cabo, al esclavo hay que mantenerlo, alimentarlo y cobijarlo, sin poder cobrarle nada a cambio. Al asalariado, en cambio, puedes venderle lo que él mismo produce.

Todo ello me lleva a pensar en algo: el sueño americano tiene también una versión progre, dispuesta a seducirnos con nuestro propio lenguaje. Sí, el neoliberalismo es muy malo, pero ¿y Keynes? ¿Y el New Deal? Sin embargo, en los mismos días en que iba al cine a alimentar el genocidio contra el pueblo palestino (como se sabe, en parte financiado por las donaciones de gente como Spielberg), terminaba de leer una novela que se me antoja el antídoto perfecto contra el sueño americano en cualquiera de sus versiones.

Me gusta diversificar, pero esta vez he leído tres novelas seguidas de John Steinbeck, porque estoy absolutamente sobrecogido con su literatura de denuncia. Primero leí la realista De ratones y hombres, con un nudo en la garganta; una obra que jamás podré olvidar. Luego la simbolista La perla. Y por último Las uvas de la ira, una auténtica novela total, síntesis de simbolismo y el realismo; de lo mejor que he leído en mi vida.

Hagámoslo a modo de anuncio publicitario: ¿estáis hartos de literatura insulsa que no dice nada? ¿Estáis acostumbrados a leer paparruchas contra la Unión Soviética y que niega sus logros? ¿Queréis leer una novela en la que veáis a niños muriendo de hambre en los Estados Unidos de América, en plena mitad de la década de los 30? ¿Queréis leer una novela que no hable de las nubes o de chorradas, sino en la que se vea de una vez la maldita realidad: el desahucio de una familia obrera, la policía al servicio de los señoritos, el patrón pagando menos por tener a muchos parados haciendo cola, la gente buscando trabajo sin encontrarlo, los piquetes, los esquiroles, el hambre, la xenofobia, la injusticia radical de la propiedad privada, el no poder atacar a nadie porque el acreedor no es una persona sino “un banco”, la desesperación de no poder volarle la cabeza a esos hijos de puta porque te colgarían o acabarías en la cárcel y tu familia te necesita? Entonces leed Las uvas de la ira (y ved de paso la adaptación cinematográfica de John Ford).

Una obra cimentada más sobre la imagen que sobre el discurso, quizá porque para escribirla John Steinbeck se basó en sus propios reportajes, escritos en 1936 para The San Francisco News. Estas crónicas describían la emigración a California de los “okies”, los granjeros de Oklahoma desahuciados por las compañías, propietarias legales de la tierra que llevaban trabajando durante generaciones. Steinbeck subvierte los símbolos del sueño americano: si la emigración primitiva hacia el oeste se hizo a costa de la expulsión y el genocidio de los indios, esta vez la emigración forzosa no podrá establecerse en ninguna tierra, porque todas pertenecen a la oligarquía financiera (que, por si había alguna duda, tienen a las fuerzas armadas de su parte). Veremos emigrar a las familias ilusionadas, para acabar presas de la desesperación, dispuestas a trabajar por un plato de comida y un techo… pero que ni siquiera eso logran. Veremos a familias que buscaron el sueño americano hasta debajo de las piedras, sin encontrarlo, porque para el proletario el sueño americano no existe o, en todo caso, es una pesadilla.>

Lo que más llama la atención de este libro es su profunda actualidad. Y, entre otras cosas, viene bien resaltarlo para tachar y eliminar de una vez por todas las tonterías del “Partido X” y similares. Aquí hay gente ignorante que se cree que un desahucio por parte de un banco es una cosa muy nueva (a diferencia de los comunistas, que, naturalmente, estamos "anticuados"). Que antes de la "revolución neoliberal" el capitalismo era distinto, más humano y mejor. Que lo raro, la excepcionalidad histórica, es lo de ahora, no el "Welfare State". Pues bien, esta novela es de 1939 y, al leerla, compruebas que entonces ocurría exactamente lo mismo que ahora, porque, aunque no esté de moda decirlo, la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases; y la historia del capitalismo ha sido siempre (porque en función de sus leyes internas no puede ser de otra manera) la eterna y bárbara infamia que padecemos ahora.>

En 1938, Steinbeck escribió en una carta: “Quiero señalar con el dedo a los codiciosos hijos de puta responsables de todo esto para que se avergüencen, y donde mejor puedo hacerlo es en los periódicos”. Naturalmente, sus artículos y novelas fueron perseguidos. Las uvas de la ira fue denunciada en el Senado y en los púlpitos norteamericanos y, of course, prohibida en muchas bibliotecas. Me he acercado a la biblioteca pública y he encontrado capítulos críticos sobre Hemingway, Faulkner, Scott Fitzgerald, Capote y muchos otros. Pero, a pesar de que ganó el Pulitzer y el Nobel, poco o casi nada sobre Steinbeck. ¿Hay una prueba más clara de que todo tiempo pasado no fue mejor, pero tampoco peor?

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