Debate en la izquierda.- Alemania: La crítica de Rosa Luxemburgo a la participación de la izquierda en gobiernos burgueses
Debate en la izquierda.- Alemania: La crítica de Rosa Luxemburgo a la participación de la izquierda en gobiernos burgueses.
MICHAEL BRIE
CEPRID
La participación de la izquierda en gobiernos que están
dominados por otras fuerzas siempre ha generado debate. Normalmente se
habla de cinco objeciones contra la participación gubernamental de la
izquierda: (1) El capitalismo no puede ser cambiando en su esencia; (2)
sólo una revolución puede resolver los problemas básicos; (3) el Estado
es el único instrumento político de control de la clase económica
dominante; (4) la participación gubernamental necesariamente debilita a
la izquierda y (5) entrando en gobiernos de derechas, la izquierda
permite la continuación de políticas de derechas.
Primera objeción: El capitalismo no puede ser cambiado en su esencia
La primera objeción contra la participación de la
izquierda en gobiernos es que hasta ahora no ha resultado en una
transición progresiva del capitalismo. Sin embargo, esto también es
aplicable a todas las otras formas políticas de izquierda, incluso de
las políticas de gobiernos controlados por partidos socialistas o
comunistas- por lo menos si se asume, como hace el autor, que los
acontecimientos que ocurrieron posteriormente a la Revolución de octubre
no estaban en posición de traer un orden socialista que hiciera
justicia, de forma aproximada, con los ideales democrático-emancipativos
que guardarían y extenderían los logros de las sociedades burguesas y
que producirían una nueva forma de desarrollo más avanzada y
desarrollada que el capitalismo.
La confrontación clásica al reformismo se origina en el
debate con Bernstein sobre su serie de artículos “Problemas del
socialismo” (1896-1898) y su escrito “Los prerrequisitos del socialismo y
las tareas de la socialdemocracia” (1899). La respuesta de Rosa
Luxemburgo fue “Reforma o Revolución” que fue publicada por primera vez
en el Leipziger Volkszeitung y que se convirtió en la eminente respuesta
Marxista. Al mismo tiempo, también se revelaron los problemas básicos
del Marxismo ortodoxo. Bernstein había visto la imposición de reformas
sociales por parte de los fuertes sindicatos y reconocía la
democratización política como condición para el cambio en la sociedad
que al final conduciría a un punto más allá del capitalismo. Rosa
Luxemburgo llamó la atención sobre el hecho de que los sindicatos no
podían hacer nada para abolir la “ley de salarios” capitalista. Los
sindicatos no podían, por lo tanto, derrocar el sistema de salarios.
Sólo podían, en el mejor de los casos, contener la explotación
capitalista dentro de unas barreras “normales”, pero de ningún modo
abolir la explotación.
El modelo de sociedad capitalista detrás de tales
posiciones asume que en esas economías y en las sociedades marcadas por
dichas economías, sólo pueden ser influyentes tendencias capitalistas
(si uno ignora el minúsculo sector no capitalista de la producción), con
la excepción, naturalmente, del caso del movimiento obrero
políticamente organizado que pone al conjunto del sistema en cuestión.
La lucha sindical, según esas concepciones, lleva la ley de salarios a
su plena implementación. Las regulaciones del Estado Social solamente
garantizan la utilización ordenada del capital, el Estado no es nada más
que el instrumento de poder de la clase capitalista; cualquier lucha
por una mejora enfocada sólo en lo que se obtiene está, de hecho,
ayudando a los dominadores.
Empezando por las medidas del Estado Social de finales
del siglo XIX, hay acuerdos colectivos y regulaciones legales que han
ido más allá de las soluciones elementales contra los problemas
existentes. Las relaciones económicas empezaron a formarse bajo
principios de justicia social, la reducción de la desigualdad social y
el reforzamiento del poder de los asalariados dependientes. Los
intereses sociales de reproducción a largo plazo fueron impuestos contra
los intereses de la utilización del capital a corto plazo. A través de
todos esos procesos, se han validado tendencias que están en
contradicción con la “lógica del capital”. Déjenme llamar a esas
tendencias de modo general “de lógica social”. Responden al interés
general de la realización de derechos humanos, sociales, culturales y
políticos.
La adopción de tales ideas implica que a través de
luchas sociales y políticas, a través de compromisos forzosos e incluso
de entendimientos temporales con los dominadores (debido a enormes
catástrofes), pueden surgir también elementos, estructuras y tendencias
dentro del viejo orden. Estos elementos no sólo aparecen como
“movimientos políticos anti-sistema”. Es hora de romper finalmente con
la contradicción existente entre el desdén, teóricamente guiado, hacia
estos elementos y estructuras, y la defensa práctica y simultánea de los
mismos.
Segunda objeción: Sólo una revolución puede solucionar los problemas básicos
Rosa Luxemburgo subrayó el contraste entre revolución y
reforma de la siguiente manera: “Y el socialismo propiamente dicho, en
suma, es el resultado de la conquista del poder político por el
proletariado y de un cambio social completo. Para los otros, es el
resultado de cambios imperceptibles en el seno de la empresa capitalista
y los ministerios burgueses”.
Una estrategia de transformación tiene, en el
pensamiento de la política de reformas socialista, elementos esenciales
de una política activa que da forma a las sociedades contemporáneas y a
la extensión de logros emancipatorios. Desde una visión revolucionaria,
se adopta la idea de la inevitable ruptura con la dominación de la
propiedad capitalista privada y de la revolución en las relaciones de
poder vinculadas a dicha ruptura.
Desde ahora, según el Marxismo ortodoxo, las ideas sobre
el capitalismo y las propias del capitalismo deben ser cambiadas, pero
también lo deben ser las ideas sobre la transición de uno hacia el otro.
La concepción Marxista de revolución junto con la concepción de los
reformadores marxistas ha sido marcada por la idea-guía de la
concentración y centralización. Desde el “Manifiesto Comunista”, “El
Capital”, “Del socialismo utópico al socialismo científico”, “La mujer y
el Socialismo” de Bebel, y las obras de Lenin “La catástrofe que nos
amenaza” o “El Estado y la Revolución”, siempre se ha argumentado que
una tendencia del capitalismo era la concentración de la producción
hasta que la clase obrera se encontrara distribuida en unidades muy
grandes. De este modo la gestión anarquizante de la economía que se
produce por la propiedad privada, entra en una contradicción insalvable
con las empresas de gestión social. La revolución socialista, en cuyo
proceso todos los medios de producción estarían concentrados en una sola
mano, sería sólo la concertación de esta tendencia a la centralización.
En el caso ideal, el conjunto de la economía sería supuestamente
regulada, como el servicio postal alemán, como una empresa o fábrica
unificada (Lenin). La diferencia radicaba sólo en si esto iba a ocurrir a
través de la revolución o de la reforma.
Ya es hora de reconvertir las mecánicas revolucionarias
del Marxismo dogmático en la dinámica viva transformadora de un
socialismo libertario que gane fuerza a partir de la liberación de la
gente de las relaciones a las que ha sido sometida por su propio
desarrollo. Esto, sin embargo, requiere una completa revisión de la
filosofía Marxista ortodoxa de la historia, que ve en el capitalismo la
más alta y aguda forma de explotación, aún superando a todas las
formaciones pre-capitalistas en su alienación y crueldad. Como ya se ha
desarrollado en otros textos, no obstante, las “grandes épocas de
formación económica y social” (Marx) en su tendencia son pasos de
liberación sucesivos – pese a que esta liberación fuera limitada a
ciertos grupos sociales, incluso si esta liberación iba acompañada de
una nueva explotación. La respectiva forma superior de producción de
riqueza, donde ciertas sociedades se imponen sobre otras, produce, al
mismo tiempo una mayor productividad y un desarrollo de la
individualidad, aunque esta pueda ser distribuida de manera desigual
desde un punto de vista social.
Basándonos en Marx, la formación y el criterio teórico
del progreso se determina de la siguiente manera: las sociedades
progresistas son aquellas que comparadas con otras permiten una mayor
fuerza de productividad, llevando en ellas un nivel de libertad más alto
del desarrollo individual junto con un nivel más alto de su
transformación en desarrollo social o desarrollo productivo social.
Este progresismo depende, en primer lugar, de las
relaciones de propiedad y poder que definen la distribución de funciones
sociales de la producción de libertad humana. En segundo lugar, está
condicionado por las formas de socialización que determina la forma de
intercambio de la riqueza. La tercera condición es que, en cada caso, ni
la socialización ni las estructuras de poder y propiedad socaven las
“fuentes de toda la riqueza […]: el suelo y el trabajador”.
Tal concepción del potencial real del progreso histórico
evidencia que el socialismo es parte integrante del proceso histórico
de la lucha por la emancipación, que empezó en los siglos XV y XVI y
tuvo importantes etapas en las grandes revoluciones burguesas y en los
movimientos reformadores junto con las luchas del movimiento obrero, el
movimiento feminista, la lucha contra la esclavitud, el movimiento
anti-racista y los movimientos pacifistas y ecologistas. Es un proceso
que se orienta positivamente hacia una creciente libertad e igualdad.
Asume dimensiones socialistas, donde, por la consciente elaboración de
la producción social y las condiciones reproductivas, desplaza la
dominación del beneficio y la represión estatal y busca la eliminación
de su control sobre la vida del pueblo. La política socialista busca
forjar un proceso de transformación que se distinga tanto de la reforma
tradicional como de los paradigmas revolucionarios ortodoxos.
La tercera objeción: El Estado es sólo un instrumento de la clase económicamente dominante
La tercera objeción contra la participación de partidos
socialistas y comunistas en gobiernos fue formulada de la siguiente
manera por Rosa Luxemburgo: “Mientras el parlamento sea un órgano de
clase usado por la burguesía para sus luchas fraccionales, y por lo
tanto, el terreno más apropiado para la resistencia sistemática de los
socialistas contra el dominio de la burguesía, queda excluido para los
representantes obreros el papel de participar en dichos gobiernos”.
Ella ofrece la siguiente justificación para esto: “Cuando uno es llamado
a aplicar el resultado de las luchas entre partidos que se dan en el
parlamento y en el país, el poder central es, principalmente, un órgano
de acción cuya capacidad de vida se basa en su homogeneidad interna”.
El gobierno de un Estado nacional para Luxemburgo
representa una institución que es sólo la organización política de la
economía capitalista y de aquellos en cuyas “acciones únicas” reina una
“total armonía”. Ya que las funciones del gobierno están
inseparablemente asociadas entre ellas, hay una “responsabilidad
solidaria de sus miembros individuales”, y parece ser un “plan
completamente utópico […] el pensar que una rama puede conducir a una
política burguesa mientras otra lleva a cabo una política socialista, y
el poder central podría, de este modo, ser conquistado por la clase
obrera poco a poco o rama a rama”.
Las contradicciones internas de las economías con
estructuras capitalistas encuentran sus formas políticas de movimiento
en la estructura del Estado marcadamente capitalista. En contraste con
Rosa Luxemburgo, Nicos Poulantzas declara que “dentro del Estado” las
contradicciones entre las fracciones de las clases dominantes “asumen
formas de contradicciones internas entre las diferentes ramas y
aparatos”. A causa del funcionamiento del Estado en compromisos de clase
para poder permitir la cohesión de una sociedad dividida en
contradicciones de clase, la acción de su poder ejecutivo es también un
campo de lucha social. No es por casualidad que en los gobiernos de
centro-izquierda a menudo el ministro de finanzas y el responsable del
Banco Central estén dirigidos por gente que forman parte de la élite del
bloque neoliberal, mientras que en otros sectores del poder ejecutivo
aparezcan aquellos cercanos a los sindicatos y a los movimientos
sociales. Esto no sería necesario si el ejecutivo fuera necesariamente
homogéneo. La expulsión de Oskar Lafontaine del gobierno Schröder fue un
paso necesario para hacer posible la exacerbación de la política
neoliberal en Alemania bajo la coalición roji-verde. El Estado es, al
mismo tiempo, foco de cristalización y terreno de lucha social y
conflictos.
Die Linke, por lo tanto, no se opone al Estado como un
ejército asediado que no tiene ninguna influencia sobre la guarnición de
la fortaleza asediada. Sin duda, sus luchas están enormemente influidas
por el Estado, por su forma legal, institucional y cultural, como
cualquier observador de las diferentes culturas nacionales puede
reconocer. Eso también significa que la lucha por la democratización y
socialización del mismo Estado debe ser retomada en una nueva forma.
Joachim Hirsch nombró cinco tendencias básicas del
Estado burgués que en sus funciones son adecuadas para la conservación
de la dominación del beneficio en la economía y en la sociedad: (1) la
preferencia de las prácticas “sociales” como la burocracia, los
partidos, los modos electorales, la representación y el sistema legal
que reafirma y salvaguarda el aislamiento y la relegación del estatuto
único de la socialización capitalista; (2) la prevención de la
reconciliación de los huecos entre los dominados y la creación de la
unidad de las clases dominantes, en particular por la relativa autonomía
y unidad contradictoria del sistema de aparato del estado y su
aislamiento limitado de las influencias sociales; (3) la renuncia de
instrumentos que pongan el dominio del beneficio seriamente en cuestión;
(4) la articulación del personal del Estado como un estrato especial, y
(5) la dependencia sistemáticamente condicionada del Estado de los
impuestos, cuya formación depende de un proceso relativamente sin
obstáculos de utilización del capital. En cada uno de esos campos, se le
pide a Die Linke que formule alternativas para transferirlas a la
reforma del Estado, a su base económica, política, legal y cultural.
Die Linke, por lo tanto, debe luchar por un cambio
emancipatorio de la forma de estado por el cual las mencionadas
instituciones y otras aseguran los diferentes roles y estructuras que
garantizan el dominio de la utilización del capital sin que, en el
proceso, se destruyan los logros de la economía y la política modernas.
El neoliberalismo ha demostrado lo decisiva que es la lucha por los
servicios públicos, el modo y la cantidad del cobro de impuestos, la
constitución de los bancos centrales, etc., ya que son instrumentos para
forzar un cambio en la orientación de la política. Un proyecto central
de la izquierda en Brasil es la transferencia del monopolio del
presupuesto parlamentario a un presupuesto participativo. La reforma
básica de devolver servicios públicos como parte de la producción local
de espacios participativos y solidarios debe ocupar un lugar central en
la agenda política de Die Linke. Una transformación política que debe
partir de las contradicciones contemporáneas y llevarlas más allá.
Además, esta lucha debe ser llevada también al interior del Estado. De
este modo el Estado no se convierte en el único, ni siquiera en el
espacio más esencial; este espacio se llena con la sociedad civil y con
la lucha por la hegemonía, pero, el que deja esta lucha de lado, sentirá
el poder del Estado sin haber aprovechado las posibilidades disponibles
para cambiarlo.
Cuarta objeción: La participación en el gobierno debilita a la izquierda
La cuarta objeción mantiene que sólo se pueden cambiar
las cosas fuera del gobierno. La participación gubernamental
necesariamente debilita al partido. Como escribe Rosa Luxemburgo: “No
obstante, lejos de imposibilitar los éxitos prácticos, las reformas
directas, en particular de carácter progresista, la oposición
fundamental de cualquier partido minoritario en general, y en
particular, sin embargo, para el partido socialista, son la única manera
efectiva de conseguir un éxito práctico”. Era posible controlar las
concesiones de la mayoría burguesa de tres modos: “ofrecer, a causa de
las demandas más avanzadas, una competición a los partidos burgueses y
empujarlos por la presión electoral de las masas; entonces, exponer al
gobierno ante el país y ante la influencia de la opinión pública;
finalmente, agrupar, por su crítica dentro y fuera de la Cámara de
representantes, a las masas populares incluso más allá y, de este modo,
alimentar un poder que genere un respeto que la burguesía y el gobierno
tengan que tener en cuenta”.
Según Rosa Luxemburgo la participación gubernamental
hace que la crítica al gobierno, y por la tanto la ilustración de las
masas, sea imposible, se provoquen compromisos a cualquier precio y, de
este modo, la izquierda se entregue a la mayoría burguesa debilitando su
fuerza extraparlamentaria. De modo que no sólo no se haría más, sino
que se haría menos que desde las bancadas de la oposición.
La condición más importante para escapar de esta trampa de la
participación gubernamental es la fuerza de la izquierda fuera de las
instituciones del Estado. Es imprescindible su poder en los movimientos
sociales y en las organizaciones emancipatorias que buscan los intereses
sociales de las clases subalternas, y también se necesita una clase
media que le tenga simpatía y sea solidaria. Los partidos, en última
instancia, sólo pueden ser potentes fuerzas de izquierda dentro de la
izquierda, y no sus representantes monopolísticos.
La fuerza o la debilidad de la izquierda extra
parlamentaria no es directamente dependiente de los partidos de
izquierda, pero los partidos pueden contribuir a ella. Pueden (1)
mantener una directa, solidaria y crítica cooperación en base a una
forma de diálogo extensivo y transformarla en un fuerte punto de vista
de su estrategia; (2) desarrollar proyectos comunes de apoyo mutuo en
conflictos extra parlamentarios (e intra parlamentarios) hasta llegar a
proyectos legislativos comunes; (3) encontrar formas de integración
personal (en especial en listas electorales de Die Linke); (4) invertir
recursos en reforzar las fuerzas extra parlamentarias que siempre están
discriminadas en relación con los partidos. Es importante también la
lucha común contra las políticas hostiles a los sindicatos y a la
legislación. También al revés, la lucha por nuevas regulaciones que
refuercen las fuerzas de la sociedad civil y la organización de fuerzas
subalternas para poder reducir, de este modo, el desequilibrio en la
acción. La izquierda partidaria en el gobierno no debe, por lo tanto,
restringirse sólo a este rol y la izquierda extra parlamentaria no debe
subordinarse a la lógica de la representación.
Quinta objeción: A causa de la participación gubernamental la izquierda sólo permite la continuación de políticas de derechas
Durante el cambio al siglo XX, Rosa Luxemburgo señaló
una quinta objeción a cualquier participación de la izquierda: “El
ministerio de Millerand significa… lejos de inaugurar una nueva era de
reformas sociales en Francia, el parar la lucha de la clase obrera por
reformas sociales antes de que haya empezado, significa ahogar el único
elemento que podía generar algo de sana vida moderna a la osificada
política social francesa”. Y más de cien años después, mirando el
gobierno de Lula en Brasil, uno puede decir: “Todos los instrumentos
macroeconómicos de intervención hace tiempo que fueron cedidos- pero la
crisis económica hizo necesario buscar un consenso social más amplio.
Con un gobierno dirigido por la derecha tradicional en Brasil, esto
estaba descartado. Aquí amenazaban la agitación y la caída del gobierno
como en Argentina o Bolivia. Entonces, la confianza del capital en el
Partido del Trabajo y en su candidato fue muy útil para poder reciclar
las políticas neoliberales”.
Die Linke puede y debe intentar introducir nuevas formas
de transformación fundamental desde una posición de gobierno.
Como ha
sido argumentado en otras partes, se encara con la contradicción de
enfrentarse a tres líneas conflictivas al mismo tiempo: se confronta con
tendencias abiertas de barbarismo, se sitúa en oposición fundamental a
las visiones imperiales y autoritarias de la política junto al
liberalismo económico y al mismo tiempo entra en conflicto con la
política socialdemócrata y social-liberal basada en el capitalismo
financiero contemporáneo. La social-democracia de hoy es tanto aliado en
la lucha contra las dos primeras visiones como oponente en tanto que no
intenta sobrepasar las bases de la crisis contemporánea.
La ambivalencia de resultados de las participaciones
gubernamentales más recientes se hace evidente en los apéndices que
hacen referencia a las experiencias en América Latina, India y África
del Sur. Pero también en Europa es claro: Los resultados positivos,
hasta ahora, son negativos a causa de la incapacidad de crear una
formación estable contra-hegemónica capaz de retar al neoliberalismo en
sus elementos básicos y tomar una senda de transformación estable. Sin
embargo, esta es la próxima tarea. Rosa Luxemburgo escribió en 1900:
“Así que el barco del socialismo libre de dogmas volvió a puerto de su
primer viaje experimental en aguas de la práctica política con los
mástiles rotos, el timón hecho pedazos y cadáveres en la cubierta”. Hoy
en día la izquierda en proceso de refundación está construyendo el nuevo
barco de la izquierda socialista transformadora. El estudio de los
naufragios del pasado, en ese proceso, es tan importante como el
análisis de las nuevas condiciones.
MICHAEL BRIE es filósofo y director del
Instituto de Análisis Social de la Fundación Rosa Luxemburgo (Instituts
für Gesellschaftsanalyse der Rosa-Luxemburg-Stiftung) de Berlín,
Alemania. También es miembro de la Junta Asesora de ATTAC.
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