Me preocupan las personas que se adaptan, que son capaces de vivir con el horror diario, que pasan página y miran para otro lado.
Me preocupa que los hijos de estos despreocupados crezcan
indiferentes al sufrimiento ajeno, lejos de ellos mismos, entrenados para la
docilidad, acostumbrados a la escasez de preguntas o de ideas, al
desconocimiento de la libertad y sobre todo me preocupa que hagan borrón y cuenta nueva y crean que la empatía
es algo que no sirve.
Creo que la colonización de la humanidad será completa el
día que la infancia desconozca que hay quien llora y quien canta más allá de
los muros de sus casas.
Que màs allá de su pan, en otras mesas escasea.
Es sistema es tan perverso que sabe esto, sabe que los
niños serán sumisos mañana si neutralizan
pronto sus conciencias, si les arrancan
su sed de saber, de crear, de reír o de juntarse.
Necesitarán sus brazos en el futuro, sólo eso, unos
brazos mansos, silenciosos, solitarios.
Por esto me preocupan los padres fríos, porque en
realidad sus hijos nacieron para ser
libres aunque ellos no lo sean, aunque a ellos no les importen los andrajos, ni
las rejas, ni las letras.
Y porque son tantos los que respiran ajenos al dolor que
vive enfrente que pienso en sus niños y no puedo dejar de estremecerme al
imaginarlos en un futuro con su corazón tristemente vacío mendigando salario y
besando a quien se lo da o se lo arranca de las manos.
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