En este tedioso fin de año, culminación
entre nosotros de un Poder burdo, mezcla de la pobreza intelectual
española con la incapacidad y mendacidad de sus gobernantes, he dedicado
mis horas a un libro que tenía en reserva desde hace años -«El Sistema
establecido»- elaborado por diez profesores ingleses que reunió Hugh
Thomas para elaborar un análisis sobre eso que solemos denominar «lo
inglés». La obra es una maravilla del humor sutil y de la libertad de
pensamiento de las élites inglesas.
Me sorprendió desde un principio la afirmación introductoria de
Thomas cuando sostiene que los ingleses «no nos regimos por un sistema
democrático sino por un Sistema establecido». Trataré de resumir. Ese
Sistema, absolutamente victoriano, está sostenido por una iglesia cuya
teología, «vaga y abstracta, está al servicio de cualquier gobierno y
política» mientras sea sostén de la trama constitucional inglesa, en
cuyo seno se congregan una serie de instituciones dedicadas al
mantenimiento de la eficacia tradicional británica, de la dignidad del
servicio público -la política es una pragmática habilidad electoral de
segundo orden- y de una instrucción dedicada a producir líderes
caracterizados, con su correspondiente teatralización, por su decisión
de mantener una estructura moral y social de carácter permanente basada
en la solidez colectiva de lo «establecido» y a la vez en la plena y
absoluta libertad de pensamiento de los ciudadanos. Al llegar a este
punto hace Thomas una comparación sugestiva con España, «donde durante
cuatrocientos años ha estado proscrita como antiespañola cualquier
tendencia política que no existiese en el siglo XVI». Quizá vuelva sobre
este asunto. El libro es subyugante.
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